Usé la expresión “cuidar la vida” hace poco. Algunas reacciones me permiten confirmar que la palabra “cuidar” expele radiaciones tóxicas. La rodean halo de abstinencias, santurronería y poder. Mala mezcla. Cuidan los carceleros con puño de hierro, los sacerdotes, las enfermeras, los profesores y ministros de educación, las nutricionistas, el personal de hogares de ancianos, institutrices y sabios que lo tienen todo claro. Ambientes ascéticos lúgubres constituyen las escenografías del cuidado. Pasillos de penumbra, cuadrángulos de sillas, confesionarios, pesas y romanas, cocinas relumbrantes, carteles con admoniciones, a modo de iluminación, semáforos. La pesada seriedad del experto en pecados ensombrece el rostro que dice “hay que cuidar”, “tenemos que cuidar”.
Es una gran pena porque “cuidar” podría ser una palabra luminosa. En su raíz lo es de todas maneras. Mejor que encogerse de hombros. Y mucho mejor que planear y controlar.
Si nos relacionamos con la vida solo como fenómeno científico, la perdemos. El mundo y el universo de la ciencia no son lo mismo. El cosmos no coincide con el mundo de los físicos, la vida con el de la biología, la economía con el de las economistas. Para que las leyes científicas funcionen como predictoras, deben rodearse con paredes aislantes de interferencias, asegurar que “lo demás” se mantiene constante – ceteris paribus. Operan en experimentos en laboratorios. El mundo – el cosmos, la vida, la economía – no consiste en un conjunto de laboratorios ni situaciones experimentales aisladas de “afuera”. Para que operen hay que seccionar el mundo, compartimentarlo, segmentarlo en “laboratorios” aislados, meterlo en la camisa de fuerza de una UTI. Incluso en ese tradicional modelo de mundo científico de relojería, el sistema planetario, no se pueden predecir las órbitas planetarias debido a que es un sistema gravitacional complejo.
Si nos relacionamos con la vida solo como fenómeno científico, la perdemos.
El mundo – el cosmos, la vida, la economía – no consiste en un conjunto de laboratorios ni situaciones experimentales aisladas de “afuera”.
Relacionarse con la vida como fenómeno biológico obliga a seccionarla de los nichos de ecologías complejas que ella misma ha creado como su hábitat. Del planeta entero que soporta la vida. Lo complejo debe ser intervenido con delicadeza. Si entender un fenómeno consiste en predecir sus próximos pasos, entonces no sabemos nada de la complejidad. Seccionarla y fraccionarla es destruirla. La delicadeza ante el misterio es lo que a falta de un mejor nombre podemos llamar cuidar. Falta una ciencia del cuidado; quizá la ecología lo sea. No sé.
El cuidado no sirve a la lógica instrumental. Difiere de la ciencia de la revolución científica, afanada por el control tecnológico. Permite, deja operar, acepta el emerger, pertenece al presente, no va a ningún lado, es inmune a reflejos correctivos. Cuidar la vida es gozar la vida. ¿Cómo cuidar lo que no se goza? ¿Y cómo gozar lo que se controla, se encierra y no se deja ocurrir?
Un poco más de goce, de capacidad y habilidad para disfrutarla, nos vendría bien para decidirnos a cuidar la vida en serio. Se me ocurre que es la ausencia de fondo. Aprender a ironizar del tren enloquecido de acumulación de capital, tecnología, fama, conquistas y saberes que va a ninguna parte, cargado de dementes, y pegarse unas buenas siestas. A la sombra en tardes soleadas, bien comidos, un poco embriagados, rodeados de familiares y amigos que discuten interminablemente cómo votar en el plebiscito, y de un coro infantil que canta a la esperanza.
Un poco más de goce, de capacidad y habilidad para disfrutarla, nos vendría bien para decidirnos a cuidar la vida en serio.
A la sombra en tardes soleadas, bien comidos, un poco embriagados, rodeados de familiares y amigos que discuten interminablemente cómo votar en el plebiscito, y de un coro infantil que canta a la esperanza.