Por Tomás Vio Alliende
Hablar de Raymond Carver (1938 – 1988) es referirse a un autor excepcional. Cuentista y poeta estadounidense, se destacó por sus relatos cortos y minimalistas, protagonizados por norteamericanos de la clase media, seres comunes y corrientes a los que no les pasa nada o les pasa mucho. Es considerado fundador del “realismo sucio”, junto a escritores como Tobías Wolf y Richard Ford, entre otros, quienes también eran sus amigos.
Proveniente de una familia de clase media baja, con un padre alcohólico y una madre camarera y vendedora, era muy joven cuando comenzó su interés en escribir y publicar en revistas como Esquire y New Yorker, donde conoció a editores que le cambiaron la vida. Uno de ellos, el de Esquire, fue Gordon Lish, quien le sacó brilló al talento de Carver, incitándolo a acortar sus textos de 15 a 5 palabras, estableciendo el estilo carveriano, que lo hizo conocido hasta el día de hoy.
Autor de “Quieres hacer el favor de callarte, por favor”, “Catedral”, “De qué hablamos cuando hablamos de amor” y “Tres rosas amarillas”, Carver cautivó a los lectores por su narrativa breve, por el uso del punto seguido, por esas historias cortas que muestran la realidad cotidiana de Estados Unidos en los años ochenta. En sus textos nadie parece muy feliz, los protagonistas tienen problemas monetarios y familiares, se mantienen resignados a su destino, a seguir perdiendo en un mundo de perdedores. Aquí el famoso American way of life se reduce a personajes de historias que son víctimas del consumismo y del capitalismo. Son pocos los rastros que quedan del “pueblo elegido” como alguna vez se le llamó a Estados Unidos.
“Cogí un avión y me presenté allí para ocuparme de los trámites. Su cuerpo seguía en el depósito, a disposición del forense. Vi su bolso y sus compras en la oficina, detrás del escritorio. No miré el interior del bolso que me tendían. Pero si vi el contenido de las bolsas de compras: un tarro de mermelada, dos pomelos, una cajita de queso fresco, patatas, cebollas y un paquete de carne picada que empezaba a adquirir una tonalidad oscura.”, señala el cuento “Menudo”, de Carver en “Tres rosas amarillas” (1988). En la historia, el protagonista tiene la triste misión de reconocer el cuerpo de su madre, a quién no alcanza a ver morir.
Más que la clásica “bofetada al lector”, que puede dar vueltas un relato en un dos por tres, marcando un final irrevocable y espectacular, lo de Carver es dejar que el cuento camine y hable por sí solo para que los finales queden abiertos, con descripciones que, a veces, poco y nada tienen que ver con las historias, pero que indican que la vida continua, que a pesar de la desdicha todo sigue hacia adelante porque una pequeña luz se vislumbra en el horizonte. Los personajes que uno ve sufrir a lo largo del relato son los mismos que al comenzar el día tienen que levantarse, ducharse y salir a trabajar. En el mundo de Carver las cosas no cambian porque sí, tienen una razón de ser, un espacio coherente que entrega a la narración un realismo diferente al de otros autores que buscan asemejarse al escritor estadounidense.
todo sigue hacia adelante porque una pequeña luz se vislumbra en el horizonte.
Independiente de la influencia del editor Gordon Lish, que muchas veces le cambió los títulos a sus cuentos y se tomó la libertad de acortarlos y de modificar sus finales, Carver tuvo el valor de retratar al norteamericano medio, al desempleado, al alcohólico, a la camarera, a la peluquera de perros. Fue capaz de hacer interesante la cotidianeidad de hombres y mujeres que pasan desapercibidos sin un lugar claro en el mundo. “Escribo historias acerca de la población subterránea, la gente quien no siempre tiene quien hable por ellos. Soy una especie de testigo y, además, esa es la vida que viví por mucho tiempo. No me veo como un vocero, pero sí como un testigo de estas vidas. Soy un escritor», dijo Carver en una entrevista. Víctima del alcoholismo por muchos años, el escritor llevaba once años sin tomar cuando falleció de cáncer al pulmón a los 50 años de edad.
De qué hablamos cuando hablamos de Carver. Tal como él mismo lo dijo, de los olvidados de siempre, del dolor, el amor y también del desamor. De la vida misma.
De qué hablamos cuando hablamos de Carver. Tal como él mismo lo dijo, de los olvidados de siempre, del dolor, el amor y también del desamor. De la vida misma.
1 comment
Me gustó mucho tu comentario.Describe muy bien lo que es la escritura de Carver.