Por Mario Valdivia V.
El virus nos refregó los ojos – cuando menos los míos – con dos verdades obvias en las que pensamos poco.
Una, somos seres biológicamente frágiles. Intrínsecamente. Como amarrados por alambritos. Y los mundos sociales que creamos son extremadamente fáciles de desarticular.
Dos, somo seres dependientes. Mutuamente. Esta es para mí la lección mayor.
Nuestra libertad individual existe gracias a que somos dependientes. Los economistas clásicos llamaban a esta dependencia recíproca “división de trabajo”. Tenemos la libertad de comer pan gracias al panadero, a la persona que atiende la panadería, a quienes aseguran el suministro de gas para hacerlo en tostaditas, y para untarlas, a quienes trabajan en la lechería y producen mantequilla, a quienes la transportan a la ciudad en camiones enfriados, a quienes…, por último, a quienes extraen la basura de nuestros hogares.
Somos libres porque somos dependientes. Lo éramos en sociedades tan primitivas como podemos imaginar. Incluso nuestros ancestros fueron animales de piño o bandas o agrupaciones. El lenguaje, obviamente, fue un invento social; no ocurrió en individuos que inventaron cada uno el suyo y después acordaron uniformarlo… Hoy, con los confinamientos obligados por el virus y la división del trabajo entorpecida, experimentamos en carne propia las libertades perdidas.
Hoy, con los confinamientos obligados por el virus y la división del trabajo entorpecida, experimentamos en carne propia las libertades perdidas.
Una verdad a la vista olvidada por todos los teóricos contractualistas. Estos imaginan a individuos libres preexistentes que organizan un mundo social – relaciones de dependencia mutua – por contrato. Desde Hobbes y Rousseau, para los liberales y racionalistas varios este mito sin fundamento ha poseído una atracción fatal. Se puede ver por qué: lo primordial es el individuo libre, acompañado solo de su razón, libre de todo vínculo social, de todo Estado; lo social es derivado. Es el mito fundante – la premisa básica -, en especial de la “ciencia económica” que se enseña a nuestros jóvenes economistas y administradores en todas nuestras universidades. El mito amado de todo neoliberal.
Nos hace formalistas y legalistas, insensibles a la historia, a lo que ya somos.
Mito sin fundamento alguno y peligroso. Como base de lo social privilegia al individuo, a lo contractual-racional y a una libertad imposible – de espíritus -, sin el peso de relaciones, emociones y prejuicios heredados, sin cuerpos y mentes (ya) moldeados. Ciego a nuestro ser social primordial, a lo que – en el fondo, oculto – nos hace más diferentes. Despierto a la libertad, dormido a la (des) igualdad. Y ciego de ceguera absoluta – totalmente prejuiciada – a la fraternidad, la pertenencia compartida primordial, precontractual, latente y escondida en todo contrato. Nos hace formalistas y legalistas, insensibles a la historia, a lo que ya somos.
Hoy, cuando todos hablamos de rehacer el contrato social para reinventar Chile: OJO.
Hoy, cuando todos hablamos de rehacer el contrato social para reinventar Chile: OJO.