Por Marcelo Contreras
La llamada Convergencia Progresista, que reúne al Partido Socialista, el Partido por la Democracia y el Partido Radical Social Demócrata- los tres afiliados a la Internacional Socialista- surge como un primer intento por poner fin a la diáspora, dispersión y cierto inmovilismo, tras la severa derrota sufrida por la centro izquierda en las pasadas elecciones presidenciales y parlamentarias.
Se anuncia como un primer paso, a todas luces insuficiente, en el desafío de disputar una mayoría social y política que enfrente las aspiraciones de la derecha de permanecer en el poder por los próximos ocho, doce o veinte años – como proclaman los más entusiastas partidarios de Chile Vamos – y retomar, una senda de transformaciones para avanzar en una democracia más inclusiva y participativa.
Parece un buen punto de partida, que se sustenta en obvias afinidades políticas e ideológicas de un socialismo democrático con vocación de cambios y transformaciones. Necesariamente debe asumir la exigencia de unidad de la oposición, sin exclusiones. Desde la Democracia Cristiana, hasta el Frente Amplio, en su más amplia diversidad, sin ignorar el PRO, fundado por Marco Enríquez, diversos sectores de centro liberal y de izquierda democrática.
Después de tres décadas, el desafío se focaliza en avanzar y profundizar en ese proceso de renovación del pensamiento socialista y democrático, redefiniendo su postura ante el poder económico, asumiendo que el crecimiento debe asociarse esencialmente con crecientes grados de inclusión y justicia social, asegurando el orden democrático y enfrentando las enormes desigualdades sociales que aún marcan nuestro desarrollo, para avanzar hacia un Estado social y democrático de derechos.
El recordado proceso de renovación socialista, desarrollado en dictadura, asumió el desafío de un nuevo compromiso de los diversos sectores socialistas con la democracia, reconociéndola como el espacio y límite de la acción política, permitiéndole a estos sectores jugar un rol protagónico en el proceso que terminó con la dictadura y convertirse en responsables fuerzas políticas de gobierno.
Después de tres décadas, el desafío se focaliza en avanzar y profundizar en ese proceso de renovación del pensamiento socialista y democrático, redefiniendo su postura ante el poder económico, asumiendo que el crecimiento debe asociarse esencialmente con crecientes grados de inclusión y justicia social, asegurando el orden democrático y enfrentando las enormes desigualdades sociales que aún marcan nuestro desarrollo, para avanzar hacia un Estado social y democrático de derechos.
Es un desafío no menor teniendo a la vista el debilitamiento de los sistemas democráticos y la creciente pérdida de confianza en la política, que se manifiesta a nivel global.
Debemos asumir la limitada capacidad política de las fuerzas progresistas para ofrecer respuestas eficaces a las nuevas problemáticas que plantea la globalización, sin excluir el de la corrupción, con transversales y nefastas manifestaciones.
Debemos asumir la limitada capacidad política de las fuerzas progresistas para ofrecer respuestas eficaces a las nuevas problemáticas que plantea la globalización, sin excluir el de la corrupción, con transversales y nefastas manifestaciones.
Imposible no dimensionar eficazmente los desafíos que suman fenómenos como el cambio climático, las nuevas tecnologías y los procesos migratorios. En el contexto de la extrema acumulación de la riqueza y acentuación de las desigualdades. Con la irrupción masiva de los movimientos de mujeres en reivindicación de sus derechos. Mientras resurgen nacionalismos y populismos de derecha e izquierda, con expresiones autoritarias y violentas. Sin ignorar la presencia del crimen organizado, sumando los desafíos superiores que enfrenta el desarrollo de un orden democrático.
La unidad en la diversidad
Atrás han quedado los tiempos de la guerra fría, que polarizó al planeta, confrontando al llamado campo socialista (o el socialismo realmente existente) con las democracias occidentales y el capitalismo. No es el final de la historia, que anunció Francis Fukuyama. Es un nuevo capítulo en la historia de la humanidad. Con nuevos escenarios, actores y paradigmas. Un desafío mayor para el progresismo y sectores democráticos ante las agudas y severas interrogantes que plantea el futuro.
Se requiere de una propuesta básica y esencial de futuro, que pueda ser compartido por el ancho campo del progresismo, de raíces liberales, laicas, cristianas, o marxistas. Ella debiera asentarse en la plena adhesión a la idea democrática, la lucha por mayor igualdad, solidaridad y justicia social, así como el irrestricto respeto a los derechos humanos, configurando un todo indivisible.
Es más que evidente que subsisten diferencias filosóficas, ideológicas y políticas en el llamado centro y al interior de la propia izquierda. Así como se manifiestan en la derecha, con ultraconservadores y nostálgicos de la dictadura, como José Antonio Kast, coexistiendo con sectores de perfiles populistas, nacionalistas y liberales, en el amplio espectro de partidos que integran la coalición oficialista.
Sólo parece posible avanzar en la unidad de las fuerzas progresistas- un imperativo político y electoral- asumiendo su diversidad. Los meros acuerdos o pactos electorales no bastan para asegurar una unidad estable. Se requiere de una propuesta básica y esencial de futuro, que pueda ser compartido por el ancho campo del progresismo, de raíces liberales, laicas, cristianas, o marxistas. Ella debiera asentarse en la plena adhesión a la idea democrática, la lucha por mayor igualdad, solidaridad y justicia social, así como el irrestricto respeto a los derechos humanos, configurando un todo indivisible.