Desatinos de un Gobierno confuso, contradictorio e inánime

por La Nueva Mirada

Por Luis Marcó

“… Tengo que poner orden en mi cabeza. Desde que me cortaron la lengua, otra lengua, no sé cuál, camina sin cesar en mi cráneo, algo o alguien que se calla de repente y luego todo comienza otra vez. Oigo muchas cosas que, sin embargo no digo; ¡qué baraúnda!, y si abro la boca es como ruido de guijarros removidos. ¡Orden! Orden, dice la lengua y, al mismo tiempo, habla de otra cosa; si, yo he deseado siempre el orden…”

Albert Camus. “El renegado o un espíritu confuso”

Hace algunos años una iniciativa de Oxford English Dictionary llamaba a “salvar” palabras que estuvieran en riesgo de desaparecer; se trataba de un compromiso voluntario de usar intensivamente viejos conceptos para que no fuesen “desechados” por la Academia. Esta iniciativa se replicó en el mundo con distintos idiomas, mostrando la riqueza y curiosidades en cada uno de ellos. El lenguaje importa, así como también la forma como se estructura el discurso, sus énfasis y usos. Pero su cultivo primigenio no fue el relato escrito, sino la expresión oral; de ahí que la oratoria fuese para los griegos la disciplina más importante al punto que se instaló en la base de la educación y contribuyó decisivamente al pensamiento y al surgimiento de géneros literarios. No solo eso, a partir de ella se construyó la política, la democracia (atribuible a Empédocles, según dice Aristóteles) y la manera de alegar ante los tribunales (fundada por Corax y su discípulo Tisias, señala Nietzche).

El lenguaje importa, así como también la forma como se estructura el discurso

La elocuencia tiene una definición muy simple que la describe como la facultad de hablar o escribir de modo eficaz para deleitar, conmover o persuadir. Es curiosa esta simplicidad, para algo que nos remite a la riqueza del discurso al grado que lo opuesto, la pobreza de lenguaje, ha precipitado a la ruina a más de algún individuo y no pocos gobiernos. La palabra no es adorno, es la expresión del logos, es decir, la razón. Quizás la definición simple de elocuencia obedece a que la razón necesita claridad, después de todo es lo que establece la frontera entre la civilización y la barbarie.

Para ello se requiere no sólo competencia técnica, sino también capacidad política, pero poco de esto ha estado presente en el actual gobierno de Sebastián Piñera.

La política del Siglo XXI ha tendido a renunciar a la oratoria imponiéndose el lenguaje sintético acompañado de cifras de todo tipo, cuestión no censurable si se mantiene un mínimo de claridad y consistencia en lo que se expone y se propone. Para ello se requiere no sólo competencia técnica, sino también capacidad política, pero poco de esto ha estado presente en el actual gobierno de Sebastián Piñera. En su momento más sólido, el elenco gubernamental se caracterizó por transmitir expresiones desafortunadas, por no decir desatinadas, sin comprender las sensibilidades que hoy cruzan la sociedad. Este fenómeno, que provocó la salida de ministros y ha puesto en cuestión a autoridades regionales y de distinto nivel, también cruza al propio Presidente Piñera que, en más de una ocasión, ha quedado atrapado en contradicciones, falsedades y posteriores explicaciones que no logran subsanar el error de turno.

en más de una ocasión, ha quedado atrapado en contradicciones, falsedades y posteriores explicaciones que no logran subsanar el error de turno.

Uno de los casos más gruesos ocurrió cuando el mandatario promulgó la denominada “ley Gabriela” que ampliaba la figura del femicidio. En la oportunidad Piñera sostuvo que “no es solamente la voluntad de los hombres de abusar, sino también la posición de las mujeres de ser abusadas”. Aunque La Moneda trató el tema como un fallo discursivo, enfatizando que se apuntaba a que había mujeres que no denunciaban por temor a represalias, la frase terminó siendo un eficaz acicate para que millones se movilizaran en la marcha por el día de la mujer. La escena no es nueva, basta recordar el episodio cuando Piñera afirmaba tajante que la “educación es un bien de consumo” en medio de la crisis estudiantil en su primer gobierno. Pero resulta más grave que el mandatario entregue versiones contrapuestas del estallido social del 18-O y los días sucesivos. La afirmación a la prensa internacional, al mes del estallido social, de supuestas quemas de hospitales con ancianos y niños dentro, o la más reciente aseveración que el 18-O sabía que iban a quemar estaciones del Metro, profundizan la falta de credibilidad del gobierno.

la más reciente aseveración que el 18-O sabía que iban a quemar estaciones del Metro, profundizan la falta de credibilidad del gobierno.

Es tan demoledor el fenómeno que ningún anuncio presentado por el Ejecutivo tiene efecto en la opinión pública; las encuestas siguen invariablemente adversas y la desconfianza ciudadana inalterable. Una causa relevante es que el discurso de una autoridad tiende a asumirse de manera literal; la sociedad requiere tener confianza en que las cosas son como se dicen. Un Presidente que presenta proyectos plagados de “letra chica” no puede escapar a un menoscabo prácticamente estructural. El escritor Umberto Eco, en su libro “los límites de la interpretación” consigna, entre otras cosas, una anécdota sobre la tendencia a la interpretación literal respecto a lo que dicen las autoridades y que vale la pena mencionar.

Eco cuenta que, en una prueba de micrófonos para una conferencia de prensa, el entonces Presidente Ronald Reagan dijo ante los desprevenidos periodistas: “dentro de pocos minutos daré la orden de bombardear Rusia”. Aunque inmediatamente se aclaró que era una broma, descartando una “intención operacional” de ejercer la amenaza, el hecho conmocionó a la prensa y hubo críticas a Reagan no sólo porque “…un Presidente de Estados Unidos no puede permitirse juegos de enunciación…” sino que además, según relata Umberto Eco: “… por razones performativas vinculadas a su posición, habría tenido la potestad de hacerlo (bombardear Rusia)”. Al margen de ello, la broma de Reagan también daba pie para pensar muy en serio que pasaba por la mente del Presidente, hacia donde iba “su voz interior”.

Así como un Presidente no debería hacer bromas en materias sobre las que podría decidir, tampoco es aceptable que intente acomodar la realidad según su ánimo, que invente episodios o que contribuya a generar mayor confusión en el país. No sólo importa lo que se dice sino también desde dónde se habla; o sea, la relevancia del cargo. En el caso chileno, este factor comienza a tener un peso mayor cuando circula en distintos niveles políticos si es viable anticipar elecciones generales y se le pide al Senado precisar como operaría la inhabilitación de un Presidente por cuestiones de salud. Si esto prospera o es inconducente es más bien accesorio; lo relevante es que siendo Chile un país en extremo presidencialista el descrédito en la línea de autoridad se ha ido consolidando, agregando un elemento de incertidumbre que no estaba presente hace unos meses.

el descrédito en la línea de autoridad se ha ido consolidando, agregando un elemento de incertidumbre que no estaba presente hace unos meses.

El estado de la crisis en Chile indica que no sólo las respuestas del gobierno a las demandas han sido muy insuficientes, al margen que tardías, sino que también las “lecturas” y el discurso de éste resulta ineficaz para alterar un ciclo social ya consolidado. En rigor, las grietas del discurso del gobierno se hacen más evidentes con el paso del tiempo, como la condena a la violencia de la primera línea versus la débil reacción frente a desmanes de activistas del “rechazo”. Asimismo, la supuesta “prescindencia” auto recetada por La Moneda frente al plebiscito constitucional resulta engañosa y nada convincente cuando la mayoría del sector oficialista y del propio gabinete es contraria al proceso constituyente.

Carente del “don de la palabra”, el gobierno avanza en proyectos muy acotados

Carente del “don de la palabra”, el gobierno avanza en proyectos muy acotados que se anuncian con cierta pomposidad pero que seguramente serán superados en el futuro debate constitucional. En ese escenario no es extraño que el discurso de La Moneda siga centrado en condenar las expresiones de violencia y se muestre incapaz siquiera de plantear un diálogo social. El discurso, básico y feble, insiste en el anhelo gubernamental de volver al “orden”, sin comprender que los procesos de quiebre o distopías ya se auguraban tanto por el cambio climático como por la sustitución laboral que venía imponiendo la automatización y la Inteligencia Artificial. La particularidad del caso chileno es que la sociedad ha estallado desde dentro, se anticipó a las tendencias de ruptura exógenas, aunque algo de ellas las motiva. Así las cosas, La Moneda clama por un orden acotado, esto es, el “orden público”, que es solo un síntoma y no una causa…el drama es que para eso la capacidad tampoco le alcanza.

La Moneda clama por un orden acotado, esto es, el “orden público”, que es solo un síntoma y no una causa…el drama es que para eso la capacidad tampoco le alcanza.

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