El caudal electoral obtenido por Franco Parisi en la primera vuelta presidencial, con casi un millón de votos, movido desde redes sociales, plataformas de streaming y un candidato que nunca pisó tierras chilenas, da para considerarlo un caso de estudio en cualquier universidad de renombre. Pero sin ánimo de entrar a ver cómo se gesta y estructura todo esto de los Bad Boys y el Partido de la Gente (PDG), quizás es conveniente pensar la segunda vuelta, con dos candidatos reales y, como no podía ser de otra manera, un tercero virtual.
El famoso escritor Aldous Huxley, en su ensayo Ficción y Realidad, sostenía que la realidad era más extraña que la ficción y la causa es que la primera se “limita a ocurrir” sin importarle para nada la gente ni las consecuencias, mientras que lo ficcionado requiere cierta organización emanada del arte y la filosofía. Para Huxley la coherencia de la ficción, curiosamente, pasa por lo que él cataloga como “una estafa intelectual”, es decir, omitir aquellos rasgos insensatos de la realidad, hacer como que no existen y seguir adelante en un relato organizado, tal como aparece en la gran novela Un Mundo Feliz.
Pensando en lo anterior es difícil no caer en la cuenta que son muchas las estafas intelectuales en este agitado período político y social que nos toca vivir ad portas de la segunda vuelta presidencial. La primera de ellas es aplaudir el giro de los candidatos en disputa hacia un supuesto centro político que despreciaron sistemáticamente en la primera tanda, ejercicio que hace contrapunto con un tercero “en discordia”, supuestamente más populista, como es Parisi, pero que es el único que mantiene intacto su discurso inicial. Y no solo eso, invita a los dos presidenciables a debatir en sus propios términos, en su propio canal digital, sobre los temas que él mismo define…¿estamos de acuerdo?, como suele decir al final de casi cada frase el gurú que escamotea la sentencia del Tribunal de Familia.
¿Han devenido realmente hacia el centro los candidatos y sus programas? Probablemente la necesidad política los lleve a eso, pero no las convicciones. Alguien decía que sería bueno ver un debate entre el primer Boric y el de segunda vuelta, añadiría que exactamente lo mismo aplica a Kast. Si nos esmeráramos en hacer una ficción que contrastara a cada uno consigo mismo, probablemente el resultado sería delirante, pero es un ejercicio inútil que daría la espalda al nuevo escenario del poder tras la primera vuelta. En una reciente entrevista en La Tercera, Estela Ortiz ex vicepresidenta de la JUNJI y una de las personas más cercanas a Bachelet, advierte que Gabriel Boric tendría la misma camisa de fuerza que enfrentó la ex Presidenta y peor porque a ella la conocían los empresarios y “…no tenías a Juan Sutil hablando por los medios de comunicación”. Ortiz también sostiene que el período estaría marcado por las movilizaciones sociales y que la receta para evitar un gobierno fracasado pasaría por llegar acuerdos. Esto es válido para los dos candidatos y no es más que un revival de los “equilibrios” de los primeros años de la transición, lo que demuestra que la realidad puede superar con creces la ficción.
En todo este cuadro no es raro que los extremos empiecen a incomodar a los candidatos. Así como le ocurrió al “primer” Boric con la promesa de inestabilidad para el país declarada por Sebastián Depolo y las “ubicadas” intervenciones de Jadue, le pasó lo propio a Kast con el prontuario misógeno y descalificador del electo diputado Johannes Kaiser. Como se dijo con mucho sarcasmo en redes sociales, hay que ser un tanto “extremo” para que a alguien lo echen del Partido Republicano. Como sea, se suman los esqueletos en el armario.
En cuanto a la “moderación” lo de Boric parece que ha sido más de forma que de fondo. El candidato ha evitado dar luces de los ajustes económicos o explicitar sus prioridades en un eventual gobierno. Quizás por ello en la misma semana tenemos versiones tan opuestas respecto a su impronta. Ernesto Ottone, sostiene en su columna más reciente que Boric “…socialdemócrata no es, al menos por ahora. Si bien luce más moderado que muchos seguidores, sus ideas se inspiran en el pensamiento populista de Ernesto Lanclau y de Chantal Mouffe…” y agrega que lo ve más próximo al ideario del PC , mientras que el senador Carlos Montes no duda en defender que el programa de Boric es “socialdemócrata de principio a fin” pero, extrañamente, afirma que el PS no debería asumir roles de gobierno. En cuanto a Kast resulta también difícil de leer porque, al modo de Cantinflas, aquí aplica aquello de “así como digo lo uno, digo lo otro”. Que le vamos a hacer, es la loca realidad.
¿Qué coherencia podemos esperar de la política? Al parecer todo depende de cálculos muy corto plazo. La Convención Constitucional es un claro ejemplo de ello, porque en varias declaraciones, tanto la Presidenta Elisa Loncón como Jaime Bassa, apuntan a diferenciar como se moverían en un escenario con Kast o con Boric. Sin embargo, la gran pregunta es si la instancia ha procesado el cambio de preferencias del electorado y el avance de la derecha en esta última elección ya que, independientemente del gobierno que venga, el plebiscito de salida no admitirá cualquier resolución sin consensos amplios. Habrá que ver si impera el criterio de realidad, tanto de la propia Convención como del nuevo gobierno.
Un reconocido académico de la Universidad de Chile, hablando sobre las contradicciones del momento, me indicaba su sorpresa al ver que el Frente Amplio estaba instalado en la competencia presidencial tan solo a cuatro años de haberse conformado como alianza política. Habría que agregar que el Partido Republicano solo tiene dos años de existencia y lo mismo ocurre con el Partido de la Gente. ¿Cómo un puñado de colectividades nuevas, surgidas casi como pymes pudieron desplazar tan rotundamente a los partidos tradicionales? Seguro que explicaciones hay muchas, de hecho varias se han repetido hasta el cansancio, pero si hubiese un espacio para la recomposición política tradicional lo relevante es entender si en todo esto hay o no un cambio en el modelo de representación, qué papel juegan las ideologías y si de verdad existen nuevos modos de hacer política, como destacan de Parisi. Parece que hay que mirar con lupa la realidad, ¿de acuerdo?, como diría el prócer cobijado en las tierras del Tio Sam.
Para terminar, creo que hay dos relatos sobre la realidad del país que son grandes estafas intelectuales, o sea parte ficciones más bien burdas. Una de ellas es el oráculo catastrófico, aquella que apela al temor que si gana Kast el desborde social será inevitable y se incendiará el país y, en el otro lado del espectro político, que si gana Boric terminaremos como Venezuela y con enfrentamientos de todo tipo. Unos y otros profetizan un caos garantizado. Pero esto coexiste con la idea que las preferencias electorales estarían generando un balance, un equilibrio que proviene de una especie de “inconsciente colectivo” capaz de modelar y reflejar con bastante eficacia los destinos del país. Pareciera que en cada elección se despliega una fuerza oculta que da al resultado una racionalidad contundente e inapelable. En consecuencia tendríamos un futuro inmediato caótico e irracional, pero el momento político sería coherente y autorregulado. Rara esta cosa
Aldous Huxley creía que la realidad era más simple, que “la experiencia real con frecuencia nos enseña que somos felices o infelices sin razón, aún en contra de la razón; que algunas personas son bondadosas por el mismo motivo que tienen cabello claro u oscuro: porque nacieron así…”. Tal vez mucha gente lo entiende de esa manera o lo intuye…tal vez por eso muchos dicen que, si toman la decisión de votar, lo harán con la “guata”, ya sea por la incertidumbre que les provoca la preferencia elegida o por el miedo al otro. Me pregunto cuántos irán convencidos en su cabeza o en el corazón…imposible saber. En este punto la realidad nos elude y se hace esquiva, pesadamente esquiva.