El ruido mediático de la conmemoración de los 30 años del triunfo del NO en el plebiscito de 1988 superó las expectativas de cualquiera predicción. No pasó inadvertida la amplia convocatoria en actividades que reunió a protagonistas del suceso histórico que selló la suerte del régimen dictatorial, con nuevas generaciones que enfatizan demandas pendientes para la democracia chilena.
Queda abierta la interrogante respecto de sus eventuales efectos en el curso del juego democrático futuro. La valoración de la democracia, manifestada por la mayoría de los actores políticos del país, no resulta despreciable en el contexto de un concierto internacional, donde sus principios y valores tambalean ante poderosas expresiones autoritarias de diversos pelajes.
Con todo lo disminuida y exigua que se haya manifestado la reivindicación de la dictadura cívico militar en sus expresiones más asociadas a la imagen de Augusto Pinochet- golpeada letalmente por sus probados y millonarios delitos económicos, Banco Riggs mediante, para enriquecimiento personal- es de la mayor ingenuidad despreciar la incidencia de sectores que continúan legitimando el quiebre democrático de 1973 y valorando la instalación- a sangre y fuego- de su modelo económico y social.
En definitiva, la insistencia de Sebastián Piñera para reivindicar su opción por el No, hace tres décadas, resultó un pie forzado imposible para la inmensa mayoría de la UDI, esencial sostén de su actual gobierno, también incómodo para buena parte del oficialismo que, con minoritarias excepciones, se jugó por el triunfo del Sí y debió participar, a pie forzado, en lo que, no pocos, calificaron como un fracasado capricho autorreferente del mandatario.
Con todo lo disminuida y exigua que se haya manifestado la reivindicación de la dictadura cívico militar en sus expresiones más asociadas a la imagen de Augusto Pinochet- golpeada letalmente por sus probados y millonarios delitos económicos, Banco Riggs mediante, para enriquecimiento personal- es de la mayor ingenuidad despreciar la incidencia de sectores que continúan legitimando el quiebre democrático de 1973 y valorando la instalación- a sangre y fuego- de su modelo económico y social.
Fue la reiteración de un contrapunto histórico, ciertamente eludido a la hora electoral, como lo ha evidenciado el mismo Piñera, desde que asumió como jefe de campaña de Hernán Büchi, pinochetista esencial, en las elecciones ganadas por Patricio Aylwin en diciembre de 1989.
La conmemoración de los 30 años del triunfo del No ocupó largas líneas y páginas en “El Mercurio”. La ausencia de un protagonista clave de nuestra historia por más de medio siglo fue ignorada en crónicas y reportajes. Agustín Edwards falleció en abril del año pasado, pero su impronta sigue presente.
Personaje decisivo en la intervención de Estados Unidos para terminar con el sistema democrático en 1973, se movió con destreza para sobrevivir a la inminente quiebra de su poderosa cadena de periódicos en comienzos de los 80, consiguiendo el apoyo del dictador, al que respaldó obediente hasta su derrota en el plebiscito de 1988. Sobrevivió con honores y trato privilegiado de las autoridades democráticas, que hicieron vista más que gorda a su evidente complicidad en crímenes de lesa humanidad de los aparatos represivos. Llevarse bien con el decano de la prensa nacional continuó siendo una premisa que marcó límites a voces relevantes y lúcidas en la nueva convivencia democrática.
Los que, como Gonzalo Rojas y Carlos Cáceres, al modo de Agustín Edwards, se acomodan a los nuevos tiempos, continuarán legitimando la obra gruesa de la dictadura. Ignorando los crímenes de lesa humanidad y la violación sistemática de los derechos humanos. Como la UDI y su entorno, que continúa defendiendo su opción de apoyar la prolongación del dictador, en el poder, por 8 años más.
No se menciona el nombre de Agustín Edwards pero su impronta no desaparece en hitos tan relevantes como la conmemoración reciente. Si alguna duda cabe, basta registrar la persistencia del columnista habitual, Gonzalo Rojas, con su afiebrada pluma antidemocrática, que marcó el aniversario del plebiscito con un abierto elogio a los que sustentaron la opción por el Sí.
Lugar privilegiado tuvo en el diario la columna “5 de octubre de 1988”, firmada por el último ministro del Interior del dictador, Carlos Cáceres. El hombre de negocios, haciendo grosera vista gorda a los ya bien conocidos intentos de Pinochet por desconocer el triunfo del No, que frustraba la pretensión de mantenerse en la presidencia del país otros 8 años, se ocupó de no mencionar a su entonces líder y pronto vitalicio senador, escribiendo un elogio a las FF.AA. y de Orden por cumplir “con la trascendente misión de proyectar un nuevo orden democrático. Así, dando estricto cumplimiento al compromiso contraído y de acuerdo con las mejores tradiciones militares se hace entrega del poder…..”.
Cáceres se suma a los que niegan el significado esencial al resultado del plebiscito del 5 de octubre: “la conmemoración trasciende a todos los sectores”.
Aunque ya ni puedan mencionar al innombrable. A fin de cuentas sólo dejó de ser senador vitalicio por el error de un desgraciado viaje de placer y negocios a Londres.
Así, más allá del ruido mediático para reconstruir la historia de hace tres décadas, siguen pendientes los desafíos de una democracia en desarrollo. Los que, como Rojas y Cáceres, al modo de Agustín Edwards, se acomodan a los nuevos tiempos, continuarán legitimando la obra gruesa de la dictadura. Ignorando los crímenes de lesa humanidad y la violación sistemática de los derechos humanos. Como la UDI y su entorno, que continúa defendiendo su opción de apoyar la prolongación del dictador, en el poder, por 8 años más.
Aunque ya ni puedan mencionar al innombrable. A fin de cuentas sólo dejó de ser senador vitalicio por el error de un desgraciado viaje de placer y negocios a Londres.