Por Marcelo Contreras N.
El origen
Todo empezó con jóvenes saltando los torniquetes del metro, llamando a evadir el pago como protesta por el alza de tarifas en 30 pesos que, si bien no les afectaba directamente a ellos (se mantenía la tasa preferente) si lo hacía con el ajustado presupuesto familiar. Una forma de desobediencia civil, como la describieron.
Pero luego vino la destrucción de los torniquetes y muy pronto la quema de un tercio de las estaciones por parte de invisibles, que impunemente actuaron a la misma hora, con los mismos métodos y empleando elementos químicos de gran efectividad. Como para avalar especulaciones de una acción concertada y planificada de grupos organizados.
¿Grupos anarquistas, teledirigidos y financiados por Rusia? (como sostuviera Donald Trump). ¿Por Cuba y/o Venezuela, como especularan fuentes internas y externas? Nadie puede afirmarlo con seguridad y menos con pruebas.
¿Grupos anarquistas, teledirigidos y financiados por Rusia? (como sostuviera Donald Trump). ¿Por Cuba y/o Venezuela, como especularan fuentes internas y externas? Nadie puede afirmarlo con seguridad y menos con pruebas.
Lo cierto es que los rápidos y eficaces violentos dejaron prácticamente inutilizada la red, sin locomoción a millones de usuarios, con un costo que se eleva a más de US$ 380 millones de dólares y una reparación que, nos dicen, demorará meses o algo más.
Esos no han sido los únicos y altos costos materiales. Junto a las extendidas, masivas y multitudinarias jornadas de protesta pacífica, se multiplican actos de vandalismo y saqueo indiscriminados en tiendas y locales comerciales. Primero en la zona metropolitana. Más concretamente en la zona sur y norte de Santiago, las comunas periféricas y el centro de la capital, sin distinguir entre grandes tiendas, farmacias, almacenes de barrio o kioscos de bebidas.
Muchos de los encapuchados se empeñan en incendiar o destruir todo lo que encuentran a su paso. Comercio, iglesias, colegios, señalética, oficinas. Lo que sea. Lo importante era destruir, incendiar.
Pero como siempre sucede, algunos, los más avispados, sectores del lumpen y del crimen organizado, se aprovecharon del caos y el desorden para robar y saquear. Incluso algunos de ellos se han movilizado en camiones, autos o motos, para proveerse de plasmas, lavadoras, electrodomésticos, ropas y mercadería (incluyendo papel confort, pañales, bebidas gaseosas o alimento para perros), sin demasiada preocupación porque fueran grabados e incluso transmitidos en directo por la televisión.
De allí vinieron los incendios y saqueos al comercio capitalino, la quema de parte del edificio corporativo de ENEL, y el pequeño hotel Principado de Asturias, en la calle Baquedano, dos veces en menos de 15 días.
Los actos de violencia y destrucción se expandieron rápidamente a regiones, con fuerte impacto en Valparaíso y Concepción y réplicas extendidas, aunque menos difundidas, en ciudades y localidades desde Arica a Punta Arenas.
La dimensión del desastre
El saldo de los actos de violencia y destrucción vividos por el país en estas dos últimas semanas es simplemente pavoroso y aún no se logra cuantificar su costo e impacto futuro. Algunas autoridades lo cifran, de manera muy estimativa y preliminar, en más de US $ 3.400 millones de dólares, sin contar con la pérdida de puestos de trabajo, la inminente quiebre de muchas PYMES, que vieron quemados sus lugares de trabajo, saqueadas sus instalaciones y evaporado su capital de trabajo. A ello habría que sumar el cierre obligado de muchos negocios, la sensible baja de actividad y pérdida de oportunidades que se multiplican. Ciertamente el anuncio presidencial de la cancelación de la APEC y la COP25, en plenas fases de organización, con la expectativa de ganancias por más de 40 millones de dólares para el sector de comercio y turismo no pudo pasar inadvertida para miles de los afectados y el costo estruendoso en la tan bullada imagen país.
En definitiva, desde esta óptica, un evidente desastre que golpea duramente a las familias chilenas, en especial a los sectores más vulnerables y con esa imagen país a la deriva en un dos por tres.
Falleció un país exitoso, modélico, líder en el ingreso per cápita en la región.
Falleció un país exitoso, modélico, líder en el ingreso per cápita en la región. Un oasis, como lo describiera el presidente Piñera días antes de los sucesos, para dar paso uno acosado por agudas y profundas inequidades, generadas por un sistema económico neoliberal, germen de abusos prolongados y limítrofes, refugiado en un sistema democrático incapaz de procesar las demandas de la ciudadanía.
Chile es un país más pobre que hace quince días y ha hipotecado sus perspectivas de crecimiento a corto y mediano plazo.
Chile es un país más pobre que hace quince días y ha hipotecado sus perspectivas de crecimiento a corto y mediano plazo. Las autoridades económicas han bajado las proyecciones de crecimiento a un 2 % o menos y nadie puede calcular aún cómo impactará la crisis en un futuro próximo. Por ahora ello se ve reflejado en la brusca alza del dólar, bajas bursátiles y encarecimiento del crédito internacional, sin descartar mayores riesgos.
Los costos en vidas humanas y las violaciones a los derechos humanos
Sin embargo, los daños materiales se recuperan. Lo que no se recupera son las vidas humanas perdidas no tan sólo a manos de los servicios policiales y fuerzas armadas, reconocida en tan sólo cinco de los 20 casos registrados, En las otras aún falta por determinar las responsabilidades.
Sin embargo, los daños materiales se recuperan. Lo que no se recupera son las vidas humanas perdidas
Tampoco las lesiones oculares, heridas graves y atropellos a los derechos humanos, incluidos abusos sexuales a hombres y mujeres, que dejan secuelas tan largas como profundas y que, sin duda, la justicia debe investigar y sancionar.
Violencia institucional y contestaría se retro alimentan
Mucho se insiste en que los medios de comunicación en general y la televisión en particular destacan con bastante morbo y no poca intencionalidad política los actos de violencia protagonizados por algunos manifestantes (la minoría), algo de la brutalidad policial o el uso excesivo y desproporcionado de la fuerza, sin la debida cobertura a las masivas protestas de carácter pacífico (mayoritarias). Y ello es innegable.
Pero nadie puede negar que la violencia contestataria -que no es un fenómeno nuevo ni necesariamente asociado a la actual crisis, como no sea por su extensión y virulencia- ha tomado un rol de todo punto de vista inconducente e incluso contraproducente para legitimar las justas demandas ciudadanas.
La violencia no tan sólo es consustancial a las convulsiones sociales. Así ha sido a lo largo de la historia en cualquier lugar o latitud y nuestra propia historia está jalonada por hechos de violencia que pocos chilenos recuerdan, excepto por los 17 años de régimen militar y su oprobioso record en materia de violaciones a los derechos humanos, con su secuela de muertos, desaparecidos, torturados, encarcelados o exiliados
Lo que surge con nitidez y debemos constatar como país, no solamente a partir de esta crisis en curso, es que, finalmente, nuestra sociedad está marcada por la violencia.
Lo que surge con nitidez y debemos constatar como país, no solamente a partir de esta crisis en curso, es que, finalmente, nuestra sociedad está marcada por la violencia. La violencia institucional ejercida por el Estado y el mercado, que margina a una inmensa mayoría de los frutos del crecimiento, que distancia brutalmente a pocos ricos y millones de pobres, que ofrece servicios públicos de calidad a quienes puedan pagarlos y muy deficientes a los que no, una justicia blanda para los privilegiados de siempre y drástica para el resto. En la cárcel pública hay un rayado que dice “Aquí estamos los que hemos robado poco”.
En la cárcel pública hay un rayado que dice “Aquí estamos los que hemos robado poco”.
Una sociedad lejana a la igualdad de oportunidades, que condena a la pobreza desde la cuna a demasiados. “Mientras nosotros no podamos soñar, ustedes no podrán dormir” rezaba el cartel de una joven manifestante”. “Tu normalidad me vale callampa”, acentuaba otro.
“Mientras nosotros no podamos soñar, ustedes no podrán dormir” rezaba el cartel de una joven manifestante”. “Tu normalidad me vale callampa”, acentuaba otro.
Existe una literatura más que abundante acerca de esta violencia institucional que se ejerce en contra de los sectores más precarizados de la sociedad. Y se podrían agregar muchísimos más antecedentes de ella. La pregunta es si ello justifica la violencia contestaria, que no duda en destruir las estaciones del metro, quemar supermercados, saquear negocios, destruir señalética o incluso lanzar bombas molotov en contra de dos carabineras. Se puede entender, pero muy difícilmente justificar.
La pregunta es si ello justifica la violencia contestaria
La rabia y el resentimiento en contra de las injusticias, abusos e inequidades, no tan sólo se arrastra en los últimos treinta años. Viene de antiguo. Está asociada a los privilegios que celosamente han defendido los grupos privilegiados, a la exclusión, el maltrato, el menosprecio, el abuso que, de tanto en tanto, explota en formas de revueltas, estallidos o revoluciones.
Lo ciertamente novedoso es que hoy existe internet y las famosas redes sociales
Lo ciertamente novedoso es que hoy existe internet y las famosas redes sociales, que conectan a los ciudadanos entre sí, sin intermediaros, en una forma de comunicación horizontal, que contiene formas de socialización mucho más potentes que la educación formal o la que puedan aportar los medios de comunicación. Y por allí circulan todo tipo de informaciones, verdaderas y falsas. Se trasmiten vivencias y experiencias, Se comparten sentidos comunes, entre ellos la rabia y el resentimiento. Y como no, ofrece inmejorables condiciones para unirse, movilizarse y manifestarse. Nadie sabe muy bien quién convocó a la manifestación en plaza Italia hace algunos días. Y reunió a más de un millón doscientas mil personas. Y todos los días existen convocatorias para mantener las movilizaciones y la llamada rebelión popular.
Nadie sabe muy bien quién convocó a la manifestación en plaza Italia hace algunos días. Y reunió a más de un millón doscientas mil personas.
La violencia contestaria no es nueva y tiene orígenes muy diversos. Se ha ido incorporando en la vida cotidiana de millones de chilenos. Se manifiesta en el creciente poder armado del narcotráfico y el crimen organizado que buscan controlar territorios a través del miedo, la fuerza y muy a menudo con la cooptación de jóvenes y vecinos para construir redes de protección.
Se manifiesta en el creciente poder armado del narcotráfico y el crimen organizado que buscan controlar territorios a través del miedo, la fuerza y muy a menudo con la cooptación de jóvenes y vecinos para construir redes de protección.
Se expresa en la violencia cotidiana que ejercen hombres sobre mujeres, que termina en femicidios. Delincuentes que ejercen la violencia en contra de honrados vecinos o bandas rivales. La violencia de las barras bravas en los estadios. Los conductores que no dudan en agredirse o incluso en tirar su auto encima de transeúntes o manifestantes que impiden su paso. Pacientes que agreden a funcionarios de la salud. Estudiantes que deciden quemar sus propios colegios, rociar con bencina a personal docente o lanzar bombas molotov en contra de los servicios policiales.
Se expresa en la violencia cotidiana que ejercen hombres sobre mujeres, que termina en femicidios.
El problema es que la violencia se reproduce en espiral. Y llama a más violencia. Como la que hemos visto en estos últimos quince días y que no puede menos que atemorizar a la mayoría de los chilenos.
El problema es que la violencia se reproduce en espiral. Y llama a más violencia.
Quién para la violencia
El gobierno ha llamado a repudiar los actos de violencia. Sin ambigüedades. Y nadie en su sano juicio podría restarse a ese llamado, considerando toda forma de violencia ilegítima. Sea la violencia institucional, de agentes del Estado como de los propios particulares.
Pero aquello no es suficiente para detener la cultura de la violencia que parece haberse instalado en un sector muy significativo de nuestra sociedad. Enfrentar la violencia pasa por rescatar el valor de la democracia como el espacio que permite dirimir legítimos conflictos sociales de manera pacífica, en base a las reglas de un sistema democrático que se renueva y profundiza ante exigencias mayores.
Enfrentar la violencia pasa por rescatar el valor de la democracia como el espacio que permite dirimir legítimos conflictos sociales de manera pacífica, en base a las reglas de un sistema democrático que se renueva y profundiza ante exigencias mayores.
Estar disponibles no tan sólo para rechazar toda forma de violencia ilegítima sino trabajar activamente para superar las causas estructurales que la generan. Educar en una cultura de paz que se basa en la justicia, el respeto, la integración y cohesión social. Enfrentar con medios legítimos la acción del crimen organizado, la violencia o el vandalismo. Trabajar por la paz y armonía con nuestros vecinos y a nivel global.
Y debe sostenerse un cauce institucional democrático para enfrentar esta crisis mayor, que debiera culminar no tan sólo en una nueva Constitución, también en un nuevo pacto político, económico y social que convoque la participación activa y protagónica de esa mayoría que continúa manifestando su hastío y rebeldía con el Chile actual.
Tras este conflicto, aún en pleno desarrollo, al país le espera una enorme tarea hacia adelante no tan sólo para reconstruir lo destruido sino muy principalmente para generar cambios muy de fondo, que permitan avanzar hacia un país más justo y solidario. Tal como lo afirmara el propio mandatario, con esta crisis se abre una oportunidad para avanzar en esa dirección como la única opción para detener la violencia. Antes que la violencia continúe degradando nuestra convivencia. Y debe sostenerse un cauce institucional democrático para enfrentar esta crisis mayor, que debiera culminar no tan sólo en una nueva Constitución, también en un nuevo pacto político, económico y social que convoque la participación activa y protagónica de esa mayoría que continúa manifestando su hastío y rebeldía con el Chile actual.