El estéril exitismo del gobierno ante la crisis sanitaria

por La Nueva Mirada

El parlamento aprobará la postergación de las elecciones propuesta por el gobierno porque no hay alternativa. La situación sanitaria que enfrenta el país es crítica. Incluso peor de lo que las autoridades están dispuestas a reconocer, con cifras récords de contagios, una ocupación crítica de camas y grave riesgo de saturación de los servicios de salud. Los riesgos de realizar la elección en las actuales condiciones son más que evidentes. Una baja participación de la ciudadanía atemorizada o inhibida sería un corolario más que complejo para la trascendencia democrática del evento electoral

El gobierno debe asumir sus responsabilidades por el desacertado manejo de la crisis. Diversos medios internacionales han coincidido en criticar su apresuramiento por abrir colegios, gimnasios y casinos, entregar permisos de vacaciones a más de cuatro millones de chilenos, que atiborraron los balnearios, sin las elementales medidas de seguridad.

Chile aparece como líder mundial en el proceso de vacunación. El primero en la región y uno de los tres países a nivel internacional. Claro que ignorando convenientemente que la vacunación por si misma está lejos de ser suficiente sin la compañía de estrictas medidas preventivas en un plan coordinado eficazmente y mensajes claros a la población.

El exitismo y la competencia (también su ego) constituyen señas de identidad en la personalidad de Sebastián Pinera. Lo ha sido desde siempre. Así afirmó que en sus primeras semanas de gobierno se había avanzado más que durante todo el mandato anterior. Y que el país estaba preparado para enfrentar la pandemia hace un año. Gusta de compararse favorablemente con otros países y destacar los rankings positivos del país como personales.

Sabemos que escucha poco y a muy pocos. A un escaso círculo íntimo de su extrema confianza. Desde luego no a los expertos. Casi a ningún ministro. Para qué decir a sus críticos. Es evidente que el manejo de la pandemia no radica en el ministerio de Salud, sino en la Moneda. Cristian Larroulet tiene incidencia, pero finalmente Piñera es quien decide.

El exitismo del gobierno chileno eclipsa una campaña de vacunación que pudo ser ejemplar

Trabajadores de una funeraria sacan el cuerpo de una persona que supuestamente falleció a causa del COVID-19, de la morgue del hospital Carlos Van Buren en Valparaíso, Chile, el 29 de marzo de 2021. (Raul Zamora/AFP/Getty Images)

La historia de desaciertos y decisiones equivocadas en el manejo de la pandemia por parte del gobierno es larga y nutrida. Basta recordar el apresurado anuncio de retorno a “una nueva normalidad” a mediados del año pasado. Sus esfuerzos por reabrir a destiempo empresas y negocios, mantener fronteras abiertas y retomar las clases presenciales, sin olvidar la desacreditada estrategia del “paso a paso, que más bien significó un paso para adelante y dos para atrás.

Nada garantiza que la situación sanitaria pueda mejorar muy sustantivamente en los próximos 45 días, plazo de postergación de las elecciones, de no mediar profundas rectificaciones en las políticas sanitarias y de combate a la pandemia. Con el reforzamiento de los servicios de salud, hoy agotados y saturados. Y, en lo posible, acentuando el proceso de vacunación. Tal como insisten los principales expertos, el Colegio Médico y demás sectores de la salud.

Algo de todo esto ha sido insinuado por el propio ministro Paris en algunas de sus numerosas intervenciones en la prensa, de forma ambigua, errática y algo imprudentes para su investidura, desnudando evidentes falencias en el quehacer gubernamental.

La postergación de las elecciones necesariamente debe estar vinculada con profundas rectificaciones en la estrategia sanitaria, un reforzamiento de las políticas de protección social durante la emergencia, así como de medidas en el terreno político y electoral para ajustar el cronograma garantizando una masiva participación ciudadana.

Se estrecha el cronograma electoral

 Es evidente que la postergación de las elecciones de gobernadores, alcaldes, concejales y miembros de la Convención Constituyente plantea más de un problema a candidatos y candidatas, partidos políticos y las muy diversas agrupaciones como coaliciones en competencia. Dificulta la realización de primarias y las definiciones que deben asumir los diversos bloques políticos en materia de alianzas y designación de sus candidatos (as) presidenciales.

El congelamiento de la campaña municipal, de gobernadores regionales y miembros de la Convención Constituyente, acordada por el parlamento, tiene plena justificación. En primer lugar, por razones sanitarias. No es posible – cuando más de 16 millones de chilenos y chilenas se encuentran en cuarentena – autorizar el despliegue territorial de los 18.000 candidatos a los diversos cargos, con permisos especiales para recorrer ferias, hacer puerta a puerta u otras actividades proselitistas.

También por razones de equidad y trato justo entre los diversos candidatos y candidatas que, en su gran mayoría, no pueden sostener financieramente una campaña más allá de los treinta días que contempla la ley. En este tiempo se debe suspender toda publicidad callejera o en medios de comunicación, incluida la franja televisiva.

Por otra parte, el estrechamiento del cronograma electoral plantea más de una interrogante acerca de cómo las diversas coaliciones resolverán la disputa por los liderazgos en su interior. El escenario presidencial no termina de configurarse. Es mas que evidente que no todos los actuales precandidatos y precandidatas inscribirán su nombre en la papeleta de primera vuelta y aun no es claro quienes participarán en el proceso de primarias ni cuáles se realizarán efectivamente.

Se continúa suponiendo que la coalición oficialista realizará una primaria con participación de uno o dos candidatos (a) de la UDI, (Lavín y o Matthei), Mario Desbordes por RN, Ignacio Briones por Evopoli y Sebastián Sichel como independiente (si finalmente le llega la invitación).

¿Quién le puede ganar a la derecha?

En la oposición el escenario parece más incierto. Por ello, sorprendió a muchos la iniciativa asumida por el timonel del PRSD, Carlos Maldonado, también precandidato, de convocar a la diversidad de postulantes a La Moneda a una suerte de cónclave para debatir la posibilidad de levantar un candidato único de la actual y fragmentada oposición

Una convocatoria que contó con la participación de toda la oposición-desde la DC hasta el PC, incluyendo a la muy esquiva Pamela Jiles. La cita estuvo marcada por un espíritu unitario hasta ahora ausente en la oposición, que enfrenta muy dividida la elección municipal, de gobernadores e integrantes de la Convención Constituyente.

En este ánimo, presidido por autocriticas, excusas y la voluntad de no escarbar demasiado en el pasado reciente, los participantes coincidieron en poner el acento en los temas programáticos, asumiendo que las elecciones son una batalla por el futuro y acordaron crear comisiones que trabajarán estos temas.

Es posible, no seguro, que los diversos partidos de oposición puedan arribar a mínimos comunes en plazos cortos, aun cuando puedan diferir en sus diagnósticos y seguramente en más de una propuesta de futuro. Mas difícil es imaginar que todo aquello derive en una primaria para designar un candidato (a) de la oposición. Mas probablemente, en un compromiso programático de mínimos, un pacto de no agresión durante la campaña y un compromiso de apoyar al candidato o candidata de la oposición que pase a segunda vuelta. Sería un gran avance y es mejor que nada.

En este escenario cobra renovada trascendencia el proceso de primarias que debe realizar la oposición en el próximo mes de julio, a escasos meses de la elección presidencial y la gran interrogante es cual postulante puede ser el (la) más competitivo (a), frente al candidato o candidata de la derecha (¿presumiblemente Lavín?).

Las próximas elecciones de gobernadores regionales, alcaldes, concejales y miembros de la Convención Constituyente dibujarán un nuevo mapa político en el país y la correlación de fuerzas entre las diversas coaliciones y al interior de las mismas.

No hay que ser un gran analista político o experto electoral para afirmar que la derecha puede alcanzar su piso histórico, en torno al 35 % de los votos, con un claro subsidio, producto de la división opositora y las numerosas listas de independientes, en la elección de miembros de la Convención Constituyente y probablemente de alcaldes y mayor disputa en el caso de los gobernadores regionales, que contempla una segunda vuelta, así como en la elección de concejales, en donde la oposición debiera ganar.

El dato duro es que la derecha seguirá siendo minoría, superada por una oposición dividida y fragmentada. La duda es si existen condiciones para superar esas divisiones en un escenario de segunda vuelta y un futuro gobierno.

 Y tan importante como lo anterior es resolver el candidato o candidata que pueda ganarle a la derecha. Y si aquello se pueda proyectar hacia un gobierno de mayorías como el que el país necesita.

Y transformar en evidencia que el país no resiste un nuevo gobierno de derecha.

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