El inminente triunfo de Jair Bolsonaro, en la segunda vuelta de las elecciones brasileñas, ha generado ardua polémica respecto de las causas que explican su abrupta irrupción en la escena política de ese país. Muchos adjudican a la izquierda, especialmente al Partido de los Trabajadores, la principal, sino única responsabilidad, por este fenómeno que pone en jaque a la democracia en Brasil y la región.
Hace unos pocos meses, cuando aún Inacio Lula da Silva lideraba las encuestas (en prisión), se tendía a estimar que Bolsonaro – que ocupaba un distante segundo lugar en las mediciones – carecía de mayores opciones y que el candidato que pasara a segunda vuelta para enfrentarlo, tendría asegurada la victoria.
La realidad es muy otra. El Partido de los Trabajadores sufrió un duro castigo electoral, al tiempo que los partidos de centro y derecha, prácticamente desmoronados (en especial el PMDB y la Social Democracia), optaron por la neutralidad en segunda vuelta, mientras una clara mayoría nacional ha tendido a canalizar su protesta, hartazgo y deseos de cambios, optando por este rudo y excéntrico líder de ultraderecha, con cuestionada trayectoria, discurso autoritario, ultraconservador, misógino y xenófobo.
Ciertamente la izquierda y el PT no pueden eludir su responsabilidad, luego de encabezar gobiernos de coalición en la última década. Sin lugar a dudas, es una responsabilidad compartida por el conjunto del espectro político brasileño, transversalmente involucrado en episodios de corrupción y malas prácticas. Responsables de un sistema institucional que no favorece la conformación de mayorías estables y coherentes. En el contexto de una violencia extrema que el Estado no ha sabido, ni podido controlar.
La realidad es muy otra. El Partido de los Trabajadores sufrió un duro castigo electoral, al tiempo que los partidos de centro y derecha, prácticamente desmoronados (en especial el PMDB y la Social Democracia), optaron por la neutralidad en segunda vuelta, mientras una clara mayoría nacional ha tendido a canalizar su protesta, hartazgo y deseos de cambios, optando por este rudo y excéntrico líder de ultraderecha, con cuestionada trayectoria, discurso autoritario, ultraconservador, misógino y xenófobo.
A continuación, presentamos dos ópticas diferentes para analizar este fenómeno que admite diversas interpretaciones y que, con toda seguridad, continuará capturando la atención y los debates, no tan sólo de las izquierdas en la región (como empieza a ocurrir en nuestro país), sino también de los sectores democráticos a nivel global, en donde irrumpen fenómenos similares, evidenciando las obvias fragilidades y los riesgos que enfrenta el sistema democrático en tiempos de la globalización y la nueva revolución científica y tecnológica.
Una reflexión más que imprescindible en este convulsionado escenario global.
Un profesor de filosofía brasileño explicó por qué Bolsonaro ganó la primera vuelta
Gustavo Bertoche Guimarães publicó en sus redes sociales un texto autocrítico titulado «¿De dónde surgió el Bolsonaro?» que se viralizó, incluso, más allá de las fronteras de Brasil
Dos días después de que Jair Bolsonaro se impusiera sobre Fernando Haddad, el candidato del PT, el profesor de filosofía Gustavo Bertoche Guimarães decidió compartir en sus redes sociales sus reflexiones sobre el triunfo del candidato que es acusado de «machista», «homofóbico» y «racista».
Profesor de Introducción a la Filosofía y de Métodos y Técnicas de Investigación en la Facultad de Educación y Letras de la Universidad de Iguaçu (UNIG), este doctor en Filosofia por la Universidad Estadual Estado de Río de Janeiro realizó un descarnado diagnóstico sobre el Partido de los Trabajadores (PT) y la izquierda brasileña que rápidamente se viralizó tanto por redes sociales como por servicios de mensajería como WhatsApp.
A la pregunta «¿De dónde surgió Bolsonaro», Bertoche responde: «de nuestra propia incapacidad de hacer la necesaria autocrítica». El académico explica que el del domingo fue un voto «antiizquierda», «antisistema» y «anticorrupción».
¿De dónde surgió el Bolsonaro?
Lo siento, amigos, pero no es de un «machismo», de una «homofobia» o de un «racismo» del brasileño. La inmensa mayoría de los votantes del candidato del PSL no es machista, racista, homofóbica ni defiende la tortura. La mayoría de ellos ni siquiera son bolsonaristas.
Bolsonaro surgió de aquí mismo, del campo de las izquierdas. Surgió de nuestra incapacidad para hacer la necesaria autocrítica. Surgió de la negativa a conversar con el otro lado. Surgió de la insistencia en la acción estratégica en detrimento de la acción comunicativa, lo que nos llevó a demonizar, sin intentar comprender, a los que piensan y sienten de modo diferente.
Es, incluso, lo que estamos haciendo ahora. Mi Facebook y mi WhatsApp están llenos de ataques a los «fascistas», a aquellos que tienen «manos llenas de sangre», que son «machistas», «homofóbicos», «racistas». Sólo que el elector medio de Bolsonaro no es nada de eso ni se identifica con esos defectos. Las mujeres votaron más a Bolsonaro que a Haddad. Los negros votaron más a Bolsonaro que a Haddad. Una cantidad enorme de gays votó a Bolsonaro.
Amigos, estamos equivocando el blanco. El problema no es el elector de Bolsonaro. Somos nosotros, del gran campo de las izquierdas.
El elector no votó a Bolsonaro porque él dijo cosas detestables. Él votó a Bolsonaro A PESAR de eso.
El voto a Bolsonaro, no nos engañamos, no fue el voto a la derecha: fue el voto antiizquierda, fue el voto antisistema, fue el voto anticorrupción. En la cabeza de mucha gente (aquí y en los Estados Unidos, en las últimas elecciones), el sistema, la corrupción y la izquierda están ligados. El voto de ellos aquí fue el mismo voto que eligió a Trump allá. Y los pecados de la izquierda de allí son los pecados de la izquierda de aquí.
Bolsonaro tuvo los votos que tuvo porque evitamos, a toda costa, mirar nuestros errores y cambiar la forma de hacer política. Nos quedamos atrapados en nombres intocables, incluso cuando demostraron su falibilidad. Adoptamos el método más podrido de conquistar mayoría en el congreso y en las asambleas legislativas, por haber preferido el poder a la virtud. Corrompimos los medios con anuncios de empresas estatales hasta el punto en que los medios pasaron a depender del Estado. Y expulsamos, o llevamos al ostracismo, todas las voces críticas dentro de la izquierda.
¿Qué hemos hecho con Cristóvão Buarque?
¿Qué hemos hecho con Gabeira?
¿Qué hicimos con Marina?
¿Qué hemos hecho con el Hélio Bicudo?
¿Qué hemos hecho con tantos otros menores que ellos?
Los que no concordaban con nuestra vaca sagrada, los que criticaban los métodos de las cúpulas partidistas, fueron callados o tuvieron que abandonar la izquierda para continuar teniendo voz.
Mientras tanto, nos engañábamos con los éxitos electorales, y nos convertimos en un movimiento de la élite política. Perdimos la capacidad de comunicarnos con el pueblo, con las clases medias, con el ciudadano que trabaja 10 horas al día, y pasamos a engañarnos con la creencia en la idea de que toda movilización popular debe ser estructurada de arriba hacia abajo.
La propia decisión de lanzar a Lula y a Haddad como candidatos muestra que no aprendemos nada de nuestros errores -o, lo que es peor, que ni percibimos que estamos equivocando, y ponemos la culpa en los demás. ¿Dónde están las convenciones partidarias lindas de los años 80? ¿Dónde están las corrientes y tendencias lanzando contra-pre-candidatos? ¿Dónde están los debates internos? ¿Cuándo fue que el partido pasó a tener un dueño?
En suma: las izquierdas envejecieron, enriquecieron y se olvidaron de sus orígenes.
Lo que nos quedaba fue la creación de slogans que repetimos y repetimos hasta que pasamos a creer en ellos. Sólo que esos eslóganes no prenden en el pueblo, porque no corresponden a lo que el pueblo vive. No basta con llamar al elector de Bolsonaro «racista», cuando ese elector es negro y decidió que no vota nunca más al PT. No basta con decir que la mujer no vota a Bolsonaro para la mujer que decidió no votar al PT de ninguna manera.
No, amigos, Brasil no tiene 47% de machistas, homofóbicos y racistas. Calificar a los votantes de Bolsonaro de todo eso no va a resolver nada, porque el engaño no va a prender. El elector medio del tipo no es nada de eso. Él sólo no quiere que el país sea gobernado por un partido que tiene un dueño.
Y no, no está habiendo una disputa entre barbarie y civilización. El bárbaro no disputa elecciones. (Ah Hitler disputó, etc. ¿Usted ha leído Mein Kampf? Yo sí. Está todo allí, ya en 1925. Lo siento, amigo, pero chistes y frases imbéciles NO SON Mein Kampf. ¿Dónde está su capacidad hermenéutica?).
Hay una ola Bolsonaro, pero podría ser una ola de cualquier otro candidato anti-PT. Yo sospecho que Bolsonaro surfea en esa ola solo porque es el más antipetista de todos.
Y la culpa del surgimiento de esa ola es nuestra, exclusivamente nuestra. No sólo es nuestra, como continuará siendo hasta que consigamos hacer una verdadera autocrítica y traer de vuelta a nuestro campo (y para nuestros partidos) una práctica verdaderamente democrática, que es algo que perdimos hace más de veinte años.
Hablamos tanto en defensa de la democracia, pero no practicamos la democracia en nuestra propia casa. ¿Es que olvidamos su significado y transformamos también la democracia en un mero lema político, en que lo que es nuestro es automáticamente democrático y lo que es del otro es automáticamente fascista? Es hora de utilizar menos las vísceras y más el cerebro, amigos. Y los slogans hablan a la bilis, no a la razón.
Brasil, laboratorio de experiencias antidemocráticas
Brasil inauguró el ciclo de dictaduras militares en América Latina, con el golpe de 1964. Ahora Brasil ha inaugurado un nuevo ciclo de gobiernos antidemocráticos.
La primera vez la ruptura democrática fue posible porque las fuerzas populares eran todavía débiles para resistir a un proyecto golpista que venía articulándose desde el final de los años 1940, con la fundación de la Escuela Superior de Guerra y la difusión de la doctrina de seguridad nacional.
Una izquierda que apenas comenzaba a ganar fuerza de masas, con la extensión de la sindicalización urbana y el inicio de la sindicalización rural. Una izquierda no preparada para enfrentar el golpe, con una creencia total en los espacios legales. El golpe logró apoderarse del gobierno rápidamente, cerró todos los espacios democráticos, intervino en todos los sindicatos; las fuerzas de izquierda, duramente golpeadas, fueron neutralizadas.
Brasil era un blanco importante para el proyecto norteamericano, por el potencial económico que el país tenía, a la vez que por el riesgo, a los ojos de los EEUU, de reproducir focos guerrilleros en el campo, de forma similar a lo que había sucedido en Cuba, por la miseria que caracterizaba las relaciones rurales en el país. La dictadura, después de reprimir el Congreso y el Poder Judicial, pudo convivir con esos organismos, y a la vez con unos medios subordinados al nuevo poder. Comparativamente con las víctimas de otros países que más tarde tendrían dictaduras militares, Brasil tuvo un número sensiblemente menor que Uruguay, Chile o Argentina, como expresión de una izquierda más débil en el momento del golpe militar.
Brasil fue el modelo más perfecto del proyecto norteamericano de la guerra fría en América Latina. Fue donde la doctrina de seguridad nacional fue la más elaborada, por los mismos personajes que, casi dos décadas después, liderarían el golpe militar: Golbery do Couto e Silva y Humberto Castelo Branco. Fue donde mejor funcionó el modelo económico de la dictadura, porque pudo valerse todavía del ciclo expansivo largo del capitalismo internacional, por haberse dado el golpe militar antes del ingreso del capitalismo a su ciclo largo recesivo, lo cual afectaría negativamente a las otras dictaduras militares, instaladas casi una década después.
Brasil fue el país que tuvo régimen militar por más tiempo, 21 años, mucho más que los otros tres países. Fue donde la militarización del Estado ganó contornos más definidos, con las FFAA funcionando realmente como partido militar de las clases dominantes y del imperialismo norteamericano.
La nueva experiencia antidemocrática se inicia también en Brasil, ahora por razones distintas. No por la debilidad de la izquierda y del campo popular sino, al contrario, por su fuerza. Por haber derrotado cuatro veces consecutivas a la derecha, por haber puesto en práctica el modelo más exitoso de democratización social, por hacerlo en el marco de un proceso democrático. Y por contar con el más importante liderazgo político de la izquierda contemporánea: Lula.
En esta nueva fase histórica, el golpe ganó contornos institucionales, con la “guerra hibrida” como estrategia de la derecha en escala regional e internacional. La combinación de la judicialización de la política puesta en práctica por el Poder Judicial, los medios monopolistas y un Congreso elegido por los grandes conglomerados económicos, aliados a iglesias evangélicas, ha permitido la realización en Brasil de la nueva operación antidemocrática de la derecha nacional e internacional.
Brasil vuelve así, más de medio siglo después, a ser el principal escenario de la lucha de clases en el continente. La derecha usa todos sus recursos, la izquierda se vale de toda su fuerza, en un enfrentamiento que no concluye en las elecciones de este año. Porque la extrema derecha, así como la derecha, si se mantiene en el gobierno, mantendrá el modelo económico neoliberal, que ya llevó al agotamiento al aislamiento absoluto al gobierno Temer y lo llevará a un destino similar. Lo cual, esta vez, se acompañará con procesos crecientes de represión, de ahí la apelación a un candidato que propone soluciones de fuerza para los conflictos.
La izquierda, teniendo siempre al PT como su expresión hegemónica y teniendo a Lula como su principal líder, seguirá representando al programa anti neoliberal. Porque Brasil fue también el principal laboratorio de experiencias antineoliberal y pelea por seguir siéndolo.
– Emir Sader, sociólogo y científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).