Por Patricio Escobar
Barcelona, octubre 16; 2019
La historia de los encuentros y desencuentros entre Catalunya y España es antigua, anterior incluso a la propia idea de España, que recién aparece luego de la conquista del reino de Granada en 1492. Cinco siglos antes de ese momento, catalanes y castellanos ya disputaban sus prerrogativas y derechos.
La historia de los encuentros y desencuentros entre Catalunya y España es antigua, anterior incluso a la propia idea de España
Dejando de lado el asalto de Al Manzur el año 985, hay dos momentos más recientes que hacen parte dramáticamente de la identidad de Catalunya como nación: la caída de Barcelona frente a las tropas borbónicas el 11 de septiembre de 1714 y la ocupación de la ciudad por las fuerzas franquistas el 26 de enero de 1939.
Con todo en contra, la cultura catalana sobrevivió y no solo eso, Catalunya continuó siendo la región más dinámica y próspera dentro del Estado español.
En el primer caso, significaba el fin de la Guerra de Sucesión y la consolidación de Felipe V y los borbones en el trono de España. Se hizo tabla rasa con los derechos y libertades de los catalanes. Con la aplicación del Decreto de Nueva Planta se impuso un estilo de absolutismo propio del reinado de Luis XIV en Francia, abuelo de Felipe V. Entre otros aspectos, prohibía el uso público y privado del idioma catalán, e imponía las normas vigentes en Castilla en las que estaba ausente todo derecho de los ciudadanos frente al poder real, cosa que los catalanes habían comenzado a moderar desde hacía siete siglos.
El capitalismo floreció en Catalunya, mientras que el resto de España, con un espíritu rentista, buscaba estrujar los beneficios de las últimas rentas provenientes de sus colonias de ultramar.
Con todo en contra, la cultura catalana sobrevivió y no solo eso, Catalunya continuó siendo la región más dinámica y próspera dentro del Estado español. Entre otros aspectos, debido a la tendencia a mirar hacia el norte de Europa más que hacia el interior de Castilla a la hora de buscar referentes para la innovación y el desarrollo. El capitalismo floreció en Catalunya, mientras que el resto de España, con un espíritu rentista, buscaba estrujar los beneficios de las últimas rentas provenientes de sus colonias de ultramar.
Nuevamente el idioma catalán fue desterrado a lo más profundo de la vida doméstica. Aún en la actualidad, muchas personas mayores, que toda su vida han hablado solo catalán, tienen serios problemas para escribirlo ya que fueron obligados a escolarizarse en castellano.
Más de dos siglos después, y a las puertas de la derrota final de la Segunda República a manos del fascismo, las tropas del general Francisco Franco ocupaban Barcelona. Desde un primer momento se entendió que arrasar el ideario republicano era una tarea que “tardaría muchos años”, según las propias palabras del general Franco. Con cierta ingenuidad la dictadura recurrió a la misma fórmula de siempre: intentar someter a los catalanes por la vía de destruir su cultura y sus costumbres, tal como intentaran los borbones. Nuevamente el idioma catalán fue desterrado a lo más profundo de la vida doméstica. Aún en la actualidad, muchas personas mayores, que toda su vida han hablado solo catalán, tienen serios problemas para escribirlo ya que fueron obligados a escolarizarse en castellano.
De hecho, Baldomero Espartero, máximo caudillo del liberalismo español, afirmaba en diciembre de 1842 que, “…por el bien de España, es necesario bombardear Barcelona una vez cada cincuenta años.”
Todo lo anterior no significa que entre estos dos episodios la relación entre Catalunya y España haya sido apacible. Incluso en esos dos siglos se produjeron las tres guerras carlistas y otros tantos episodios de violencia aguda entre catalanes y españoles. De hecho, Baldomero Espartero, máximo caudillo del liberalismo español, afirmaba en diciembre de 1842 que, “…por el bien de España, es necesario bombardear Barcelona una vez cada cincuenta años.”
El nacionalismo catalán ha sobrevivido contra viento y marea (y en casi mil años ha habido mucho viento y muchísima marea), porque se ha refugiado en el catalanismo, que es la particular cultura de esta parte del mundo. Lejos de profesar un nacionalismo chauvinista, los catalanes han anclado su cosmovisión en sus prácticas sociales y, como buenos comerciantes y mercaderes, han buscado abrirse a un mundo en permanente transformación, generando una especial inclinación hacia la innovación y la lógica transaccional como vía para resolver los conflictos. “Som gent de pau” (somos gente de paz) gritaban con las manos en alto en las calles, frente a los ataques policiales el 1 de octubre del 2017, cuando trataban de votar en el referéndum de independencia autoconvocado, y declarado ilegal por el Gobierno y los tribunales españoles.
Pero el hecho recurrente es que Catalunya, a diferencia de otras regiones del Estado español, no es simplemente una más, como lo es Galicia, Asturias, Extremadura o Murcia. Catalunya no es Catalunya para España, Catalunya es “el problema catalán”, y lo viene siendo al menos desde hace dos siglos.
Los últimos siglos han visto distintos intentos de definir un destino nacional para Catalunya, a veces buscando una inserción con más autonomía dentro de España y otras con fórmulas de independencia plena. Pero el hecho recurrente es que Catalunya, a diferencia de otras regiones del Estado español, no es simplemente una más, como lo es Galicia, Asturias, Extremadura o Murcia. Catalunya no es Catalunya para España, Catalunya es “el problema catalán”, y lo viene siendo al menos desde hace dos siglos.
En ese momento la fractura social entre Catalunya y España se volvió insalvable. Más importante que el problema político que enfrenta en Catalunya a los partidos independentistas frente a los unionistas y en el Estado español, a los partidos nacionales (PP, PSOE y Cs), con los representantes soberanistas de Catalunya, es el sentimiento que inunda el ambiente.
En otras oportunidades hemos detallado la manera en que se ha llegado a la situación actual. La transición a la democracia ha sido un largo camino en que los catalanes han buscado recuperar parte de sus derechos y libertades perdidas, bajo la forma de un Estatuto de Autonomía, que es un marco normativo que regula la autonomía y las competencias que poseen dentro del Estado español. El año 2010 ese camino comenzó a truncarse. En ese momento la fractura social entre Catalunya y España se volvió insalvable. Más importante que el problema político que enfrenta en Catalunya a los partidos independentistas frente a los unionistas y en el Estado español, a los partidos nacionales (PP, PSOE y Cs), con los representantes soberanistas de Catalunya, es el sentimiento que inunda el ambiente. La televisión española, pública y privada, destina largas horas de noticiarios y tertulias en los últimos años a dibujar un cuadro fantasmagórico en que andaluces, extremeños o cualquier castellanoparlante, prácticamente vive perseguido y acosado en Catalunya, cual judíos en la Varsovia de la II GM. El presupuesto de Andalucía (gobernado por la extrema derecha), ha destinado para el último ejercicio una partida de cien millones de euros para “defender” a los andaluces que sufren exclusión en Catalunya (!!!), situación que la organización de la comunidad de andaluces que viven en Catalunya rechaza que suceda y preferiría que se destinara a otra cosa en atención a que es una de las comunidades más pobres de España. La contrapartida es que la televisión pública catalana omite por completo la situación de España, salvo hechos puntuales que le afecten.
Las imágenes de la violencia policial el día del referéndum, que a los latinoamericanos nos pueden parecer bastante habituales, causó gran impacto en el mundo entero. Sin embargo, lejos de quedar ahí, el caso dio para el inicio de un proceso criminal en contra de los responsables de la iniciativa, que llevó al presidente Puigdemont al exilio en Bruselas junto a algunos de sus ministros, mientras que el resto del Govern terminó en la cárcel, junto a la presidenta del Parlamento catalán, Carme Forcadell.
Las imágenes de la violencia policial el día del referéndum, que a los latinoamericanos nos pueden parecer bastante habituales, causó gran impacto en el mundo entero. Sin embargo, lejos de quedar ahí, el caso dio para el inicio de un proceso criminal en contra de los responsables de la iniciativa, que llevó al presidente Puigdemont al exilio en Bruselas junto a algunos de sus ministros, mientras que el resto del Govern terminó en la cárcel, junto a la presidenta del Parlamento catalán, Carme Forcadell.
El proceso judicial resultó esperpéntico.
El proceso judicial resultó esperpéntico. La fiscalía, para fundamentar la existencia de un delito de rebelión violenta que era imposible de probar, acabó hablando de “muros humanos que se abalanzaban en contra de las porras y escudos de las fuerzas de seguridad”. Los policías que actuaron como testigos, al no poder evidenciar lesiones provocadas por los “muros humanos”, llegaron a hablar de “miradas de odio” de los ciudadanos. En el desarrollo de la causa se impidió por parte del tribunal que las defensas presentaran pruebas audiovisuales (que eran abundantes y el mundo entero conoció) para contrastar las declaraciones de los policías, rechazó la recusación de los jueces integrantes que se habían pronunciado con mucha anterioridad respecto al contenido del caso y la del investigador principal de la Guardia Civil, que tenía un perfil de Twitter que usaba para insultar a los políticos independentistas incluidos los acusados desde mucho antes del 1 de octubre. Esto, entre otras transgresiones, respecto a lo que el mundo civilizado considera normalmente como un juicio imparcial.
En el desarrollo de la causa se impidió por parte del tribunal que las defensas presentaran pruebas audiovisuales (que eran abundantes y el mundo entero conoció) para contrastar las declaraciones de los policías, rechazó la recusación de los jueces integrantes que se habían pronunciado con mucha anterioridad respecto al contenido del caso y la del investigador principal de la Guardia Civil, que tenía un perfil de Twitter que usaba para insultar a los políticos independentistas incluidos los acusados desde mucho antes del 1 de octubre.
Luego de varios meses de deliberación, el Tribunal Supremo dio a conocer la sentencia. Se rechazaba la acusación de rebelión realizada por la fiscalía, en tanto resultaba un extremo, en ausencia de cualquier evidencia de actitudes violentas que la avalara, salvo la aplicada por la policía española. No obstante, se condenaba por sedición, aplicándose el grado más alto como pena, con casi cien años en total para los nueve políticos acusados, con un máximo de 13 años para el vicepresidente catalán, Oriol Jonqueras.
No obstante, se condenaba por sedición, aplicándose el grado más alto como pena, con casi cien años en total para los nueve políticos acusados, con un máximo de 13 años para el vicepresidente catalán, Oriol Jonqueras.
El desafío del Gobierno de España era y es legitimar la represión, y para eso necesita encontrar algún signo de violencia, lo que hasta ahora no ha ocurrido. Sin embargo, ninguna paciencia es infinita y la indignación corre el riesgo cierto de desbordarse.
El problema catalán no encuentra solución porque no la tiene. Más allá de si la mayoría parlamentaria de las fuerzas independentistas en Catalunya refleja o no una mayoría social, cosa que niegan los unionistas. El tema de fondo es que el abismo que históricamente ha separado a ambos pueblos, hoy parece consolidarse.
El problema catalán no encuentra solución porque no la tiene. Más allá de si la mayoría parlamentaria de las fuerzas independentistas en Catalunya refleja o no una mayoría social, cosa que niegan los unionistas. El tema de fondo es que el abismo que históricamente ha separado a ambos pueblos, hoy parece consolidarse. Todas las elecciones desde el 2011 en adelante han supuesto un lento avance del independentismo, a pesar de la represión y del estado de excepción implantado el 2017. Que estén por abajo o por encima del 50%, para los ciudadanos de Catalunya, que ya no desean ser españoles, no es relevante, puesto que son una masa que ya superó el umbral crítico que impide no ser reconocidos.
España ha realizado grandes esfuerzos por enfrentar el problema catalán. Para ello, desde la ultraderecha del PP hasta el PSOE se han concentrado en las vías jurídico-policiales reales o imaginarias, viables o absurdas. Sin embargo, ninguno ha gastado un minuto de tiempo para decir por qué a los catalanes no solo les convendría ser parte de España, sino, además, sentirse españoles.
El pueblo catalán ha recibido la sentencia como una afrenta que proviene de una institución, la justicia española, que es parte de la maquinaria opresiva y de una legitimidad muy baja. Desde que se conoció la sentencia se desarrollan distintas movilizaciones para mostrar su rechazo. Es muy probable que dé algún tipo de justificación para una nueva intervención del poder central, con el objetivo de pacificar esta sociedad, pero ello, inevitablemente, solo abrirá más el abismo entre Catalunya y España.
El pueblo catalán ha recibido la sentencia como una afrenta que proviene de una institución, la justicia española, que es parte de la maquinaria opresiva y de una legitimidad muy baja. Desde que se conoció la sentencia se desarrollan distintas movilizaciones para mostrar su rechazo. Es muy probable que dé algún tipo de justificación para una nueva intervención del poder central, con el objetivo de pacificar esta sociedad, pero ello, inevitablemente, solo abrirá más el abismo entre Catalunya y España.
Resuenan las palabras del último ministro de Educación del PP, José Ignacio Wert, que en octubre del 2012 señalaba en el Congreso como vía para resolver el problema catalán, “…queremos españolizar a los niños catalanes”.
Pareciera que mil años han pasado en vano.