Por Patricio Escobar
Barcelona/España
Con distintas variaciones y particularidades, existen en general, dos tipos de regímenes políticos en las sociedades democráticas, el presidencial y el parlamentario. En el primer caso, es labor generalmente de los partidos políticos el presentar un candidato o candidata, que en elecciones abiertas reciben el apoyo de los ciudadanos. Ese apoyo depende de los atributos mostrados en la campaña electoral y las virtudes reales o imaginarias que la propaganda electoral haya trasladado a los electores. El resultado del sistema de elecciones, permite investir un presidente que ejercerá la función ejecutiva por un determinado periodo. Durante ese tiempo deberá interactuar con el poder legislativo, que será responsable de tramitar proyectos de ley derivados del programa del nuevo Presidente o los que se originen en el propio poder legislativo.
En el segundo caso los partidos van a las elecciones legislativas con listas de candidatos, encabezadas por quién aspira a convertirse en Jefe o Presidente de Gobierno por un determinado periodo. El cargo de Jefe de Estado, es resultado de otro proceso distinto y casi nunca simultáneo. Según la adhesión que despierta cada lista en la ciudadanía, alcanzará más o menos sillones parlamentarios. Constituido el nuevo Parlamento, este procede a elegir entre sus miembros a quién encabezará el Gobierno.
En general, las democracias maduras tienden a adoptar regímenes parlamentarios o semi parlamentarios, debido a que permiten procesar con mayor facilidad los cambios que sufre la adhesión a la gestión del Gobierno, e incluso las crisis políticas. En un escenario con múltiples partidos políticos, la probabilidad de que uno alcance mayoría absoluta es remota. Por lo tanto, se ve obligado a tejer alianzas y pactos con otros partidos sumando los votos necesarios para gobernar. Si en medio de la legislatura las correlaciones de fuerzas cambian y los socios de ayer, hoy están en la oposición, se puede promover una moción de censura que, de alcanzar un apoyo mayoritario en el Parlamento, supone el fin del Gobierno y el ascenso del grupo opositor que reúne suficiente apoyo.
Los llamados Pactos de la Moncloa delinearon la senda de la transición a la democracia en España.
Los llamados Pactos de la Moncloa delinearon la senda de la transición a la democracia en España. El régimen del ’78, asentado en una monarquía constitucional diseñada y construida por el propio dictador Francisco Franco, abrió espacios institucionales para dar lugar a las lógicas autonómicas de las distintas regiones y a un sistema de partidos que, en un esquema parlamentaria, debían jugar según las reglas establecidas. El costo de ese proceso, fue la impunidad respecto a los crímenes de la Guerra Civil y la dictadura posterior. Al día de hoy, se estima que aún hay cerca de cien mil asesinados cuyos restos no han sido rescatados de las fosas comunes. La sociedad quiso perder la memoria y cerrar los ojos, lo que pareció resultarle al inicio.
El costo de ese proceso, fue la impunidad respecto a los crímenes de la Guerra Civil y la dictadura posterior.
Lo que en un principio fue un sistema de múltiples partidos, a los pocos años fue decantando hacia un modelo bipartidista, con la derecha representada en el Partido Popular (PP) que cobijaba desde liberales hasta viejos jerarcas del franquismo y una socialdemocracia representada por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), muy deslavado de sus antiguas tradiciones. Más a la izquierda quedaron diversos grupos herederos del antiguo Partido Comunista, pero con carácter residual. Unidos a los partidos nacionalistas, como los vascos, catalanes o canarios, permitían, cuando no había mayorías absolutas, la formación de gobiernos.
En España tiene sólidos cimientos un carrusel de sillones en que los actores con trayectorias y redes en el sistema político, al abandonar sus cargos, pasan a ocupar puestos directivos en grandes empresas. El caso de Felipe Gonzáles y José María Aznar es decidor.
En suma, el régimen político en España, decantó tempranamente hacia un modelo bipartidista, cuya tendencia natural, es a ocupar el espacio del centro político, que en el contexto de la globalización y el consenso de Washington, se encontraba fuertemente escorado a la derecha. Sin embargo, esta tendencia a convivir hacinados cerca del centro político, se acompaña de un deslizamiento hacia la connivencia, en que se tejen complicidades profundas sea entre los actores del sistema político y de estos con los poderes fácticos de todas las sociedades, el poder económico de las grandes empresas principalmente. En España tiene sólidos cimientos un carrusel de sillones en que los actores con trayectorias y redes en el sistema político, al abandonar sus cargos, pasan a ocupar puestos directivos en grandes empresas. El caso de Felipe Gonzáles y José María Aznar es decidor.
Pero el modelo bipartidista no solo provoca la tendencia a la aparición de redes propias de una gran familia y que son muy bien aceitadas por el poder económico. El mismo Estado se convierte en un botín, en tanto provee generosas retribuciones a políticos en horas bajas. Para eso existen innumerables consejos de diverso tipo y empresas públicas o semi públicas con gobiernos corporativos donde vegetar. Indudablemente, esta red de bienestar se soporta en un pacto implícito entre los dos grandes actores del sistema, que permite que no haya alteraciones significativas en el reparto de este sistema de beneficios cuando cambia la orientación del Gobierno.
Hacia finales de la primera década de este siglo y en el contexto de los devastadores efectos de la crisis y las políticas de austeridad de socialistas y populares, el modelo comenzó a resquebrajarse.
Hacia finales de la primera década de este siglo y en el contexto de los devastadores efectos de la crisis y las políticas de austeridad de socialistas y populares, el modelo comenzó a resquebrajarse. Al PP se salió un competidor liberal, cuya bandera de lucha se basó en la corrupción que hacía estragos en el gobernante PP. Poco después, en medio de las grandes movilizaciones de los Indignados en Europa el año 15, el PSOE tuvo lo suyo al aparecer Podemos como corriente de renovación por la izquierda que condenaba las políticas neoliberales de socialistas y populares por igual, junto al carácter de casta, que había adquirido el sistema de partidos en España. Las elecciones del 16 vieron como el apacible sistema del bipartidismo saltaba por los aires con ahora cuatro actores a nivel nacional. De aquí en más, sí o sí, la formación de Gobierno tendría que ser fruto de una negociación abierta y de la formación de coaliciones. La gran virtud de las coaliciones, es que los contrapesos y el control de la gestión pública, no están solo en la oposición, sino al interior del propio Gobierno.
El 2016, la abstención del PSOE permitió al PP la formación del segundo Gobierno de Mariano Rajoy, que dos años después, fue derribado por una moción de censura encabezada por Pedro Sánchez.
Sin embargo, los actores tradicionales, lejos de buscar un acomodo a las nuevas condiciones de la sociedad, reflejadas en preferencias políticas resultantes, resistieron. Tratando de evitar las coaliciones, demandaban apoyo de sus nuevos parientes cercanos y, por qué no, de sus alter ego, quienes tenían intereses profundos y comunes en la mantención de la esencia del sistema político. El 2016, la abstención del PSOE permitió al PP la formación del segundo Gobierno de Mariano Rajoy, que dos años después, fue derribado por una moción de censura encabezada por Pedro Sánchez.
En rigor, Pedro Sánchez exige a Podemos que vote por él, sin que ello suponga un acuerdo para gobernar, a los nacionalistas catalanes que hagan lo propio sin abrir un espacio de diálogo sobre el profundo conflicto existente y a la derecha, que se abstenga, con la sola promesa de no ceder frente a la crisis institucional que mantiene presos políticos y exiliados, situación impropia de una democracia que se pretende consolidada.
Las elecciones del 2019 han dado nuevamente las principales mayorías a los viejos actores, que no obstante golpeados por la historia guardan reservas para imponerse. Sin embargo, han quedado atrás los tiempos de las mayorías absolutas y el apoyo complementario, a veces generosamente retribuido, de los partidos nacionalistas, no alcanza ni está disponible. El PSOE no ha sido capaz de alcanzar una mayoría suficiente que le permita formar Gobierno y lejos de hacer una autocrítica por su incapacidad (entre los meses de abril y septiembre solo logró sumar un voto adicional a los de su formación) de tejer alianzas sólidas, ha destinado todos sus esfuerzos a culpar a diestra y siniestra de la situación de bloqueo institucional. En rigor, Pedro Sánchez exige a Podemos que vote por él, sin que ello suponga un acuerdo para gobernar, a los nacionalistas catalanes que hagan lo propio sin abrir un espacio de diálogo sobre el profundo conflicto existente y a la derecha, que se abstenga, con la sola promesa de no ceder frente a la crisis institucional que mantiene presos políticos y exiliados, situación impropia de una democracia que se pretende consolidada.
El fracaso de la investidura de Pedro Sánchez, conduce a los españoles a concurrir por cuarta vez a las urnas en los últimos cuatro años y ahora los escenarios son muy abiertos. La senda elegida por el PSOE de Sánchez, es concurrir a nuevas elecciones con la esperanza de aumentar su mayoría parlamentaria, incluso con la ilusión de alcanzar autónomamente la mayoría absoluta.
El fracaso de la investidura de Pedro Sánchez, conduce a los españoles a concurrir por cuarta vez a las urnas en los últimos cuatro años y ahora los escenarios son muy abiertos. La senda elegida por el PSOE de Sánchez, es concurrir a nuevas elecciones con la esperanza de aumentar su mayoría parlamentaria, incluso con la ilusión de alcanzar autónomamente la mayoría absoluta. Sin embargo, existe una sensación de hastío que las encuestas aún recogen débilmente y que amenaza con engrosar la abstención, con el peligro de ascenso de la derecha que tradicionalmente va aparejado a la caída de la participación. En principio existen dos posibilidades, que el resultado del próximo 10 de noviembre sea muy similar y quedemos presa del día de la marmota, o que la abstención permita a una derecha muy radicalizada alcanzar el quórum suficiente para gobernar España.
Pero también existe la posibilidad que frente al bloqueo, acabe imponiéndose el “peso de la noche” que promueva una Gran Coalición al estilo alemán. Siempre existe respaldo para esa alternativa, en tanto permite “cambiar algo, para que nada cambie”.
Pero también existe la posibilidad que frente al bloqueo, acabe imponiéndose el “peso de la noche” que promueva una Gran Coalición al estilo alemán. Siempre existe respaldo para esa alternativa, en tanto permite “cambiar algo, para que nada cambie”.
1 comment
Un análisis certero que deja al descubierto un corrupción hija de una dictadura no juzgada. La impunidad en su máxima expresión…. un esperpento que nos lleva a una deriva moral.
Desde mi ser catalana ..Luz y Libertad