Por Rafa Ruiz Moscatelli
“Si no canto lo que siento me voy a podrir por dentro” L.A.Spinetta
En la víspera del Paro Nacional convocado por trabajadores y estudiantes, la Plaza Italia muestra como es reprimida una manifestación iniciada en torno al general Baquedano y a las salidas del Metro. Hace 23 días que ocurre lo mismo. La policía gasea a los jóvenes. Ellos se refugian en los Parques Bustamante y Forestal y calles aledañas. Ahí se inicia una larga resistencia hasta que cae la noche. Los gritos de los estudiantes reflejan rabia, un compañero de psicología quedó ciego por un disparo policial.
La violencia política es parte de este conflicto. El monopolio de las armas ejercido por el estado es abusivo y cruel.
La violencia política es parte de este conflicto. El monopolio de las armas ejercido por el estado es abusivo y cruel. Las cifras son crueles. Esto ocurre en democracia. Con un gobierno electo. Es simplista vincular la violencia a una herencia de la dictadura. En dicho sentido la memoria y el rencor juegan un papel, pero la violencia política de los manifestantes en lo grueso es antisistema, por desigualdad en privilegios, derechos. Es contra el presente vergonzante más que por el pasado hiriente. Es por las AFP y Catrillanca. La violencia política de este siglo no se puede analizar con viejos textos, no sirve la frase de Clausewitz: “la guerra es la política por otros medios”. Es antigua es de otras luchas. La violencia política del siglo XXI en América es más disuasiva que militar, es más espontánea que planificada, es tecnológica y pirotécnica más que de grupos armados, busca el estallido, la sublevación y no la guerra. Busca concretar estados de conciencia en la acción para construir fuerza y provocar cambios.
Es contra el presente vergonzante más que por el pasado hiriente. Es por las AFP y Catrillanca. La violencia política de este siglo no se puede analizar con viejos textos, no sirve la frase de Clausewitz: “la guerra es la política por otros medios”.
El manifestante sabe que si mata hiere de muerte la manifestación.
En Chile el fuego, las fogatas e incendios junto a los gritos angustiados y ofensivos contra la policía en la lucha callejera, donde la superioridad policial no es física, es política. Tienen la fuerza del gobierno y del Estado con cierta licencia para matar, humillar, mutilar. Y no deben tenerla. El manifestante sabe que si mata hiere de muerte la manifestación.
Ello provoca y estimula la organización de una respuesta de violencia física hasta convertirse en un círculo perverso. Porque, en sus momentos más agudos, desata otras fuerzas de la realidad, el lumpen organizado y su delgada línea blanca con los “narcopopulares”.
En Mexico después de la matanza de Tlatelolco en 1968 el estado no disuelve las manifestaciones callejeras, las contiene. En Chile el objetivo de los gobiernos es disolverlas, para ello usa la violencia física y química, gases, agua contaminada. Ello provoca y estimula la organización de una respuesta de violencia física hasta convertirse en un círculo perverso. Porque, en sus momentos más agudos, desata otras fuerzas de la realidad, el lumpen organizado y su delgada línea blanca con los “narcopopulares”. Ambos son factores de violencia organizada debido a sus actividades comerciales o de sobrevida, en los estallidos sociales o calamidades naturales, saquean, roban y ajustan cuentas. Incendian como si la ciudad fuera la cárcel, se amotinan, el motín es fulgurante, descontrolado, brutal, y breve. Más deja una huella indeleble.
Incendian como si la ciudad fuera la cárcel, se amotinan, el motín es fulgurante, descontrolado, brutal, y breve. Más deja una huella indeleble.
Todo esto se expresó los primeros días de la sublevación popular o estallido social. Era un reclamo contra las farmacias, el abuso de las AFP, los bancos y seguros, aprovecharon la sorpresa, sacaron de todo, para su beneficio, para repartir a sus vecinos, e incendiaron como en los motines. Se abusó: el lumpen, jóvenes y provocadores saquearon pequeños comercios. Al pasar de los días se volvió a cierto orden. Las manifestaciones se masificaron después de los más de 18 muertos, más de mil heridos, entre los cuales están los casi 200 mutilados de un ojo o dos, los y las miles de apaleados o humillados en los cuarteles policiales, los cientos de detenidos y sacados de sus casas sin orden de detención. La masividad de las manifestaciones es la fuerza que modifica la violencia del gobierno y del estado.
La masividad de las manifestaciones es la fuerza que modifica la violencia del gobierno y del estado.
Para que desciendan los niveles de violencia actual se deben terminar los saqueos. Con ellos no se ha cambiado nada del sistema financiero ni de las corporaciones, salvo minucias. El saqueo es la barbarie y un acto políticamente inútil. A su vez, agredir, hostigar y tratar de disolver manifestaciones masivas es una provocación del gobierno. Es un acto inútil para las negociaciones y entendimientos de la lucha política. Las víctimas de la represión debilitan estratégicamente al gobernante en tiempos de paz. Y mucho más.
El saqueo es la barbarie y un acto políticamente inútil. A su vez, agredir, hostigar y tratar de disolver manifestaciones masivas es una provocación del gobierno.