Identidades culturales mediatizadas y estallido social ¿Integrados o perdidos en la aldea global?

por La Nueva Mirada

Por Luis Breull

Desde el 18 de octubre pasado venimos asistiendo a un proceso de crisis social y malestar que estalló violenta y srpresivamente en las calles con jóvenes como protagonistas en primera línea. Ya sean grupos de capas socioeconómicas altas, medias altas, medias o bajas. Todas a su modo y en mayor o menor masividad se han tomado la primera línea de este proceso, al que se sumaron los adultos y tercera edad enrabiados por el malestar incubado por un presente de desigualdad económica, abusos como consumidores endeudados, bajos sueldos, pensiones miserables y un sistema de salud de libre acceso, pero que no la garantiza como derecho social.

¿Cómo se corrió el sentido de lo posible y cambió la cara y los márgenes de la realidad, donde nos habíamos acostumbrado por más de cuarenta años a que la política se supeditara a la economía y no viseversa?

Incubando el clivaje…

Desda hace al menos dos décadas que viene siendo cada vez más común en nuestro país desayunar un café de grano a la italiana de tipo ristretto, macchiato, capuccino o latte, con facturas de dulce de leche y medias lunas argentinas o bien un muffin de berries y un bagel de queso crema, salmón y especias perfectamente neoyorkinos. Todo mientras escuchamos de fondo musica étnica de tribus africanas y vestimos a la moda de una tienda de Vía Condotti… Lo mismo que recorrer el domingo en la mañana el Persa Bío-Bío tras la caza de alguna antigüedad irresistible y terminar almorzando en sus galpones un excelente ceviche a la peruana y un pisco sour, con verdadera aguardiente de ese terruño, o un pad thai hecho a la usanza del mejor restaurante de Bangkok. Todo mientras se revisa la prensa local y mundial en un smartphone dotado de banda ancha 4G, y que permite además leer libros o ver películas mediante su pantalla; la misma que muestra las alertas de las redes sociales para ir respondiéndolas a tiempo y conversar con nuestros contactos virtuales por chat o vídeochat, así sea que estén en Santiago o en Alaska. Y se puede incluso programar las vacaciones para ir a ver jugar al club de fútbol internacional favorito –quizá el Barcelona de España con Lio Messi o el Werder Bremen alemán con David Klaassen-, comprar los boletos de avión y reservar un hotel o un departamento si se tiene acceso a aplicaciones tipo airbnb y la ansiedad impulsiva es el motor de nuestras acciones.

Qué mejor retrato de dos procesos de consumo anclados en nuevas formas de vida que han permitido asentar la globalización contemporánea: la tecnologización creciente y la hibridación cultural de identidades móviles semejantes y diferentes a la vez. No obstante, lo que parece expresar solo ventajas de apertura a nuevas experiencias identitarias y de sofisticación del gusto mediante las posibilidades que se abren, encierra también un complejo entramado de incertidumbres y de cuestionamientos a los propios sujetos globalizados, tanto como a las democracias contemporáneas, los movimientos políticos tradicionales y emergentes, y a las economías/mercados sin fronteras respecto del poder de los Estados locales.

Encierra también un complejo entramado de incertidumbres y de cuestionamientos a los propios sujetos globalizados, tanto como a las democracias contemporáneas, los movimientos políticos tradicionales y emergentes, y a las economías/mercados sin fronteras respecto del poder de los Estados locales.

No cabe duda que los sujetos de hoy no son los mismos que al inicio del siglo XXI, en donde recién se asistía al surgimiento de la web 2.0, y que se hace necesario revisar si lo que se ha ganado es más que lo perdido. No ha pasado tanto tiempo a escala histórica, pero la velocidad de los procesos de transformaciones, de experiencias y de sustitución tecnológica, han modificado rápidamente el sentido subjetivo del tiempo, de la realidad, y de la intersubjetividad de lo social frente a la acelerada autonomización individual. Algo que Gilles Lipovetsky denomina turboconsumo.

Audiovisuales de frágiles identidades móviles

Dependemos de las tecnologías para ser y estar, porque ya no basta con la presencia física para hacerse visible a los otros. De algún modo radical cambió la forma de existir, que pasó a integrar lo que a ojos del filósofo Jean Baudrillard es el gran simulacro especular de la hiperrealidad mediatizada.

Hoy habitamos un territorio tan medial como real, como se aprecia en la circulación de múltiples vídeos, memes, clips y contenidos que remiten a la mediatización de las protestas y acciones de grupos anarcos, de gente común, de heridos, de represión policial, de saqueos e incendios, fuera de los circuitos de los canalaes tradicionales de información (prensa escrita, radio y TV). Dependemos de las tecnologías para ser y estar, porque ya no basta con la presencia física para hacerse visible a los otros. De algún modo radical cambió la forma de existir, que pasó a integrar lo que a ojos del filósofo Jean Baudrillard es el gran simulacro especular de la hiperrealidad mediatizada. Un proceso que el comunicólogo Néstor García-Canclini plantea ligado a la esencia del ser contemporáneo, donde las identidades se trasformaron en la constante narración de un espectáculo multimedia y audiovisual: “… la identidad es una construcción que se relata” (de rasgos políglotas, multiétnicos, migrantes).Surgen nuevas tribus y comunidades sociales, ya sean los jóvenes, los viejos, los gordos, los migrantes, los desencantados, los anarcos de acción directa, entre otros, que comparten hábitos y gustos convergentes.

Por ello, ser y existir se revisten de ansiedades sucesivas, de sustituciones permanentes de relatos bajo el temor de aburrir a otros, de dejar de ser vistos, cuestión semejante a la absoluta negación e invisibilidad por pérdida de atractivo. Una suerte de “fracaso ontológico”.

El ciberespacio se vuelve entonces una carretera del ser, una autopista habitable en la virtualidad para construirse y compartir con otros sus propias narrativas, lindando con la estética y los ejes dramáticos de un vídeojuego. Un mercado de identidades cargadas de nuevos tiempos de trascendencia mediante impacto inmediatista y rápida obsolescencia. Por ello, ser y existir se revisten de ansiedades sucesivas, de sustituciones permanentes de relatos bajo el temor de aburrir a otros, de dejar de ser vistos, cuestión semejante a la absoluta negación e invisibilidad por pérdida de atractivo. Una suerte de “fracaso ontológico”.

Las nuevas soledades, descritas de modo magistral por la psiquiatra Marie-France Hirigoyen, se apoderaron del decorado vital de los individuos globalizados. Somos entonces habitantes de la conexión, de las redes, al mismo tiempo que de las incertidumbres y de las autonomías patológicas que anhelan y temen la dependencia afectiva de otros. En consecuencia, en la medida que nos vamos contruyendo como individuos en la realidad de la mano de tecnologías globalizantes, vamos incubando también un entramado de miedos que impactan en la necesaria y constante “movilidad del ser para otros”, de narrarse en contextos de veloz desgaste de los mensajes, de pérdida de novedad y cambio. Nos conectamos a otros con un objetivo utilitarista para depositar en ellos nuestros relatos de identidad devenidos selfies cotidianas, pero siempre a un click de desaparecer del todo si las circunstancias se vuelven adversas o excesivamente complejas.

Nos conectamos a otros con un objetivo utilitarista para depositar en ellos nuestros relatos de identidad devenidos selfies cotidianas, pero siempre a un click de desaparecer del todo si las circunstancias se vuelven adversas o excesivamente complejas.

Veloce, impaziente, furioso

El acceso a avalanchas indiscriminadas de contenidos vía web, pone todo lo que se indague al alcance de nuestro computador, tablet o móvil, si se es diestro en operar protocolos y códigos de búsqueda o rastreo de información.

Ser adulto joven hoy representa una multilicidad de cambios, tanto de individuación y socialización como de consumo mediático. Tal es el caso de los modos hiperdinámicos de percibir la realidad y de habitar lo cotidiano, bajo constante presión de aburrimiento, frustración, abulia e incapacidad de establecer jerarquías de lo que gusta mucho, poco o nada, confrontados con lo que seduce por completo (nuevas causas sociales asumidas con actitud teleológica y cuasi fanática, como actos de fe desplegados en un permanente presente sin destrezas hermenéuticas para desentrañar perspectivas históricas). El acceso a avalanchas indiscriminadas de contenidos vía web, pone todo lo que se indague al alcance de nuestro computador, tablet o móvil, si se es diestro en operar protocolos y códigos de búsqueda o rastreo de información.

Así, llegamos a asentar nuevos movimientos de defensa de las mascotas, de los bosques nativos, del veganismo, de los derechos de las minorías, de la flora y fauna ancestral, de los furiosos ciclistas, de los amantes del animé y del manga japonés o del llamado K-pop o pop musical coreano (subcultura que además copa espacios públicos para ensayar sus coreografías, como el patio trasero del GAM) y los complejos colectivos anarquistas conocidos en el campo de la politología contemporánea en Chile como “Los monos”. Tal como lo detectó un estudio de la Universidad de Santiago sobre las tribus urbanas del bicentenario, hubo una cincuentena de movimientos juveniles –principalmente de clases medias bajas emergentes- que se vincularon en un entramado de redes compartiendo modas y patrones estéticos provenientes de la cultura popular globalizada y masificadad desde la TV e internet. Gustos en rápido desgaste y sustitución, donde el principal jaque es a la trascendencia, tanto de discurso como de identidades. Un escenario en donde lo más curioso es la no inclusión de las clases altas, excepto en la adhesión a lo que se denominó el patrón pelolais (de niñas de colegios ABC1, que solo se relacionan entre ellas).

Gustos en rápido desgaste y sustitución, donde el principal jaque es a la trascendencia, tanto de discurso como de identidades.

La comunicóloga argentina, Roxana Morduchowicz, liga este proceso a las nuevas formas de entender y contruir identidades propias: “Antes los jóvenes se emancipaban mediante el trabajo, el estudio y el matrimonio… Hoy, los medios, la conectividad y el consumo son las vías más empleadas” (Morduchowicz, 2008). Como consecuencia de ello, se ha retrasado la edad de dejar la casa de los padres, de proyectar relaciones de pareja y de tener –o no tener- hijos. No obstante, la paradoja que encierra esta dinámica radica en la lenttud de cerrar etapas de vida versus el rápido desgaste y sustitución de los procesos de consumo real y medial, donde las modas y tribus incuban un constante cambio y recambio, con un miedo profundo a ser atrapados por el mercado y las instituciones como expresión de su pérdida de libertad (como la renuencia a tener hijos).

En este mismo frame la “autoidentidad” emerge como un esfuerzo del individuo contemporáneo por “construir una narrativa coherente con su yo, entendido reflexivamente por la persona en el marco de su biografía”, al decir del sociólogo y economista británico Anthony Giddens. Por tal motivo, nos hemos transformado en un entramado de actitudes y creencias que van tienendo lugar o se narran en contextos y espacios específicos de modo dinámico.

Premonitoriamente, en el marco a las crecientes críticas a las concepciones tradicionales del determinismo marxista, Jean Baudrillard anticipó este proceso con la consolidación de la centralidad del consumo en la construcción identitaria del sujeto que daría paso de la modernidad a la posmodernidad. El acto de consumir –decía Baudrillard ya en 1970- se consolida como “un modo activo de relacionarse -no solamente con los objetos, sino con la comunidad y el mundo-, un modo de actividad sistemática y de respuesta global en la cual se funda nuestro sistema cultural, nuestra mitología tribal”.

Demokratisch auf ihre eigene Weise (Democrático a mi manera)

¿Por qué la globalización una fuerza que ha producido tanto bien ha llegado a ser tan controvertida?”, se pregunta el economista estadounidense Joseph Stiglitz.

La década 90 –de masificación de internet 1.0- fue clave en la irrupción globalizante de temáticas identitarias, filosóficas y/o lingüísticas, tales como las disputas emergentes de derechos gays, de movimientos feministas y de un complejo multiculturalismo sociopolítico. De este modo lo describe el teórico británico de las comunicaciones y los estudios culturales, Chris Barker: “Así pues, cuestiones candentes como el feminismo, la teoría poscolonial o la queer theory, entre otras, han sido unas preocupaciones  de primer orden íntimamente unidas a la política de la identidad. A su vez, estas luchas y disputas por y en torno a la identidad plantean necesariamente la siguiente pregunta: ¿qué es la identidad?”.

Al decir de Giovanni Sartori, el homo sapiens ha sido reemplazado en los 90/2000 por el homo videns o ciudadano político visual, y más recientemente por el homo zappiens que encarna a un sujeto en constante acción de transitar entre múltiples acontecimientos mediatizados a escala global enmarcado en intereses individuales: “La realidad se entiende como una relación de beneficio personal, tanto desde la perspectiva del actor político, como del ciudadano interpelado”.

El individualismo que describe el politólogo italiano torna oportuno considerar los postulados de Ulrich Beck, Scott Lash y Anthony Giddens en “La modernización reflexiva”, ya que los sujetos –en política y subpolítica- son construidos mediante una compleja interacción discursiva que está condicionando a programas e instituciones, que se están haciendo dependientes de ellos. En la actualidad presenciamos el surgimiento y consolidación de un mundo nuevo, desorganizado, lleno de conflictos y juegos de poder, articulado con instrumentos y ámbitos que pertenecen a dos épocas distintas: la modernidad inequívoca y la modernidad ambivalente.

Un espacio de desencanto y disolución del valor de la solidaridad y la responsabilidad hacia el otro mediante la política.

Las fronteras de las democracias se han abierto entonces tanto al riesgo y al caos como al comercio y al intercambio en mercado cada vez más global y segmentado, para consumidores que resignificaron sus aspiraciones, tiempos y sus condiciones de acceso a bienes de consumo. Ergo, sus identidades puestas a circular y a redefinirse en el permanente cambio, también generaron lo que el filósofo francés Edgar Morin denomina “metástasis del ego”. Un espacio de desencanto y disolución del valor de la solidaridad y la responsabilidad hacia el otro mediante la política.

Entonces, entender este desafío de la globalización –en medio de un feroz estallido social como el que estamos presenciando casi desde hace un mes en nuestro territorio- es asumir que llegó de golpe, mucho más rápido que los tiempos en que estábamos acostumbrados a presenciar los sucesos históricos de la modernidad y de la era del Estado-Nación. Prácticamente asistmos de la noche a la mañana a una era de cambios acelerados y poco entendibles, que plagó de debates los medios de comunicación, las universidades, las escuelas y motivó el surgimiento de múltiples movimientos microsociales o de causas emergentes, tal como explica Stiglitz: “Quienes vilipendian la globalización olvidan a menudo sus ventajas, pero los partidarios de la misma han sido incluso más sesgados; para ellos la globalización (cuando está típicamente asociada a la aceptación del capitalismo triunfante de estilo norteamericano) es el progreso; los países en desarrollo la deben aceptar si quieren crecer y luchar eficazmente contra la pobreza. Sin embargo, para muchos en el mundo subdesarrollado la globalización no ha cumplido con sus promesas de beneficio económico

Una exageración discursiva común que deforma y resignifica la democracia, vaciándola del interés por conocer en profundidad los temas, exaltando en su reemplazo sus aristas freak o estereotipadas, con ciudadanos que van mutando en el tiempo su apego a ella y su capacidad comprensiva de la realidad social.

Por todo lo anterior, esta constante dialéctica entre beneficio/pérdida en la globalización ha llevado a sentar nuevas prácticas expresivas –violencia incluida- en redes sociales, favoreciendo lo que podríamos denominar “sociedad meme”, marcada por el interés de acceder a nuevas formas de segmentaciones por parte de las agencias de publicidad, que viraliza a personajes y contenidos vinculados en forma frecuente con la política y los medios en modo de crítica paródica irónica e icónica. Una exageración discursiva común que deforma y resignifica la democracia, vaciándola del interés por conocer en profundidad los temas, exaltando en su reemplazo sus aristas freak o estereotipadas, con ciudadanos que van mutando en el tiempo su apego a ella y su capacidad comprensiva de la realidad social. Otra vez se ponen en juego las identidades frágiles, esta vez diluídas para sobrevivir al mundo líquido que describe Zygmunt Bauman.

Valga la pena entonces observar un estudio de Sociología de la Universidad Diego Portales del año 2014 sobre el vecindario sudamericano y sacar algunas conclusiones acerca de la desafección política creciente en sus democracias, que está expresándose mediante las percepciones ciudadanas: “… para el 70,6% de los uruguayos, el 75,8% de los argentinos y el 80,8% de los chilenos esta actividad reporta poco o ningún interés… Lo anterior contrasta con la preferencia de la democracia ante cualquier otra forma de gobierno. En Uruguay se dan los indicadores más altos si se considera que el 73,8% de los ciudadanos y el 98% de sus élites la anteponen a cualquier otro sistema (pero en estas últimas un 94,1% se encuentra poco o nada satisfecho con ella)… Similar situación emerge en Argentina, donde un 72% de las personas -y entre un 92,3% y un 100% de sus grupos dirigentes, dependiendo del sector político al que pertenezca- están de acuerdo con preferir la democracia. No obstante, Chile se distingue y distancia de ambos países, porque mientras solo el 54,9% de sus ciudadanos valora la democracia por sobre cualquier otra forma de organización del poder político representativo (y un 57,4% prefiere un gobierno que garantice el orden), en las élites la cifra alcanza niveles similares a las otras dos naciones incluidas en el reporte con un 98,7%”.

No obstante, Chile se distingue y distancia de ambos países, porque mientras solo el 54,9% de sus ciudadanos valora la democracia por sobre cualquier otra forma de organización del poder político representativo (y un 57,4% prefiere un gobierno que garantice el orden), en las élites la cifra alcanza niveles similares a las otras dos naciones incluidas en el reporte con un 98,7%”.

¿Googbye stranger and Take the long way home?

Dos clásicos temas de Supertramp -banda musical británica de las décadas 70/80 (art rock, soft rock, rock progresivo y rock pop)-, sirven para concluir esta reflexión sobre los sujetos contemporánes y sus identidades globalizadas/globalizantes. Distorsionadas imágenes de nuestros anhelos de ser, autónomos pero solitarios y cambiantes, perdidos en la encarnación de personajes de ficción que extraviaron el camino de retorno.

Distorsionadas imágenes de nuestros anhelos de ser, autónomos pero solitarios y cambiantes, perdidos en la encarnación de personajes de ficción que extraviaron el camino de retorno.

Las identidades en juego en la globalización representan un desafío presente y futuro a las fracturas sociales y a las reformas estatales pendientes, lo que remite y compromete la visión histórica en 360 grados de sus experiencias vividas junto con las expectativas frente al devenir. Por ello, esta cruzada no se resuelve solo con el presentismo hipervisibilizado de los nuevos medios de comunicación, sino con una integración armónica de las dimensiones local y global, con la dificultad de pérdida de sentido de poder de la política y las democracias territorializadas en los Estados frente a los mercados y las economías mundializadas. Algo que de acuerdo a Ullrich Beck daría forma a una suerte de “soberanía dividida y maniatada”.

Pero ¿cuáles son las grandes trabas para revisar y proponer un camino de regreso desde la globalización a una nueva reterritorialización de los sujetos y los gobiernos? Es el mismo Beck quien destaca siete puntos: 1) El ensanchamiento del campo geográfico y el carácter global de las redes de intercambio de mercados financieros y del poder, 2) Las permanentes revoluciones en tecnologías de información y comunicación, 3) La universalidad de los derechos humanos y su aceptación como principio básico de las democracias, 4) Las nuevas iconologías de la mano de las industrias globales de la cultura, 5) El asentamiento de una nueva política policéntrica posinternacional con nuevos actores globalizados, 6) La pobreza también a escala global, y 7) Los daños al ecosistema global y la defensa del medio ambiente.

La globalización entonces se ha asentado más en la circulación libre del capital que en la defensa del trabajo y las legislaciones proteccionistas que garanticen a los ciudadanos una vida digna en comparación con los sectores más privilegiados.

La globalización entonces se ha asentado más en la circulación libre del capital que en la defensa del trabajo y las legislaciones proteccionistas que garanticen a los ciudadanos una vida digna en comparación con los sectores más privilegiados. Un proceso que muestra ahora sus primeras reacciones también a gran escala. El retiro del Reino Unido de la Comunidad Económica Europea mediante el Brexit, la victoria electoral del empresario Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos, el ascenso de los grupos neonacionalistas en Austria, Italia o Alemania y que en recientes comicios germanos obtuvieron casi un 13% de las preferencias, marcando su regreso al Parlamento son parte del nuevo entramado de rechazo a esta globalización. Un proceso que ha dado señales muy potentes de cuestionar las bondades de esta apertura a un mercado sin fronteras y a países cada vez más mundializados. Un golpe de valor para el surgimiento de discursos políticamente incorrectos o que la modernidad parecía haber aprendido a desplazar en pos de una política civilizatoria de defensa de la paz, como explica el politólogo Carlos Haefner: “La globalización económica se muestra como un proceso sumamente contradictorio, que tiene consecuencias muy distintas, según sea la ubicación geográfica mundial de que se trate y que genera algunas formas nuevas de integración que coexisten con otras de fragmentación. No sólo es desigual para los países, sino que también opera de manera desigual para diversos actores y sujetos”.

Un golpe de valor para el surgimiento de discursos políticamente incorrectos o que la modernidad parecía haber aprendido a desplazar en pos de una política civilizatoria de defensa de la paz

Este proceso que podríamos llamar el paso de un capitalismo de consumo a un capitalismo tecnológico 3.0 que en versión chilena está desnudando su desencanto, también es percibido críticamente en el contexto de apolitización ciudadana, por una aparente inutilidad, lejanía y redundancia de lo político tradicional, según queda plasmado en el texto Política para Apolíticos, compilado por Josep María Vallès y Xavier Ballart: “¿Dónde queda una política limitada por la globalización y los mercados del primer mundo con sus crecimientos, vaivenes y crisis?”.

Este proceso que podríamos llamar el paso de un capitalismo de consumo a un capitalismo tecnológico 3.0 que en versión chilena está desnudando su desencanto, también es percibido críticamente en el contexto de apolitización ciudadana, por una aparente inutilidad, lejanía y redundancia de lo político tradicional.

¿Cómo regresar a un centro indentitario que integre esta globalidad y localidad en los sujetos? Barker propondrá la revisión de las prácticas narrativas y los lenguajes que van construyendo en un proceso constante y activo las manifestaciones del ser de los sujetos. Es decir, asumir que la identidad no es una cosa fija, preexistente, sino que se va narrando a través de un rico entramado de actitudes y creencias, siendo sociales y culturales de principio a fin. Esto hace que los problemas de identidad género, de raza, de integración, de pobreza y exclusión, de nuevos nacionalismos, entre otros, no puedan ser comprendidos unidimensionalmente, sino que en un contexto de permanentes relaciones móviles ques se imbrican irreductiblemente entre sí.

Vivimos inmersos en una cibercultura globalizante y globalizada que a sus propios tiempos nos constituye en parte como sujetos autónomos y como comunidades tribales de aristas difusas. Un contagio ingobernable, al decir del antropólogo Michel Maffesoli, que merece la pena ser vivido en esta contradicción permanente de estar integrados y al mismo tiempo paradójicamente perdidos en la globalización: “Una civilización sólo es fecunda si sabe integrar en su seno la apertura al exterior. Y Georg Simmel, rebosante de intuiciones posmodernas, propuso una hermosa metáfora del mundo de la vida: «el puente y la puerta». Mientras la puerta se cierra sobre uno mismo, acentuando la identidad y las instituciones plurales, el puente simboliza, por el contrario, una vinculación fundamental con los otros y la naturaleza”.

Vivimos inmersos en una cibercultura globalizante y globalizada que a sus propios tiempos nos constituye en parte como sujetos autónomos y como comunidades tribales de aristas difusas. Un contagio ingobernable, al decir del antropólogo Michel Maffesoli, que merece la pena ser vivido en esta contradicción permanente de estar integrados y al mismo tiempo paradójicamente perdidos en la globalización

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