El sacerdote enfrenta el momento crítico y límite de la iglesia católica chilena. Cuando se destapan nuevos escándalos de abusos sexuales, que involucran a un número creciente de obispos, sacerdotes y religioso(a)s, a lo largo del país.
¿Cómo se puede enfrentar la profunda crisis moral y de credibilidad que afecta a la jerarquía de la iglesia chilena?
Si se mira bien lo que estamos viviendo, pienso que la crisis estaba instalada desde antes. Cuando la Iglesia se veía ordenadita, juzgaba a otros moralmente y se centraba más en su doctrina que en el evangelio. Sin embargo, estaban sucediendo, en secreto, todos estos abusos. Ahora vivimos un momento doloroso pues está saliendo a luz lo que estaba podrido. Algo inevitable para salir de la crisis. En consecuencia, hay que presionar para que salga toda la pus escondida. Así comienza a sanar la herida
¿Cómo se sale de esta oscuridad que cruza a la institución?
Se sale volviendo al cauce que nos fijó el Concilio Vaticano II, el cual nunca debimos abandonar. Recuperando el espíritu de las conferencias latinoamericanas de Medellín y Puebla, como una iglesia sencilla, cercana al pueblo, a los marginados, incorporando plenamente a los laicos y a las mujeres. Se sale como una iglesia que viva las bienaventuranzas
¿En este contexto crítico a qué futuro está desafiada la iglesia?
El futuro y el rol de la iglesia pasa por ser voz de los sin voz. Predicando el evangelio con el ejemplo. Como una iglesia sencilla, donde ser bautizado sea la única dignidad y los cargos litúrgicos y jerárquicos sean vistos como un servicio al pueblo de Dios. Donde la unidad no se entienda como uniformidad. Es decir, una iglesia abierta a los cambios y dialogante con la cultura.