La ausencia de una presencia

por La Nueva Mirada

Por Jorge Muñoz Arévalo
Sacerdote Jesuita

Muchos piensan y otros lo han dicho que la voz, la presencia de la Iglesia, no se ha palpado en medio del conflicto que estamos viviendo. Creo que bien vale la pena situar bien la pregunta o la duda. ¿Qué se echa de menos? ¿A alguien? ¿A algunos? ¿Qué es lo que pienso cuando expreso que la Iglesia ha estado ausente? Tal vez, pudiera ser que la expresión hablara que hemos echado de menos un pastor, una mano y una voz, que nos conduzca en medio de todo el caos que hemos vivido.

Ha faltado ese pastor. Sin embargo, no podría decir que la Iglesia ha estado ausente. La Iglesia ha estado con-fundida, fundida en medio de la ciudadanía que se ha manifestado.

En eso estoy de acuerdo. Ha faltado esa voz. Ha faltado ese pastor. Sin embargo, no podría decir que la Iglesia ha estado ausente. La Iglesia ha estado con-fundida, fundida en medio de la ciudadanía que se ha manifestado. Este no es el tiempo en que una voz eclesial es la que debe conducir o convocar. Es el tiempo donde debemos escuchar a la ciudadanía en su diversidad de fe, de pensamiento político, de situación social, de educación y de edad. Es cierto que hubo un momento en que un Obispo, sacerdote, religioso o religiosa podía encarnar la representatividad de las exigencias requeridas en ese momento. Éste no lo es. El país ha cambiado mucho desde entonces. La Iglesia misma perdió ese rol, y hoy no tenemos la fuerza ni la credibilidad para hacerlo. Hoy debe aprender a caminar al lado de todos y todas, unir sus voces, sus cantos y sus esperanzas a las de tantos otros que anhelan una mayor justicia y equidad, que anhelan que la vida no tenga que ser un continuo sufrimiento. Puede que de ese modo volvamos a aprender lo que olvidamos, que somos parte de un pueblo, que no somos distintos, que no somos superiores, que no podemos hacer lo que se nos ocurra y queramos; y que la vida de las personas es lo más sagrado.

La Iglesia misma perdió ese rol, y hoy no tenemos la fuerza ni la credibilidad para hacerlo.

Si lo miro de ese lado. La Iglesia sí ha estado presente. Ha habido religiosos y religiosas, sacerdotes, acompañando a su gente desde el primer día. Ha habido párrocos que han abierto las puertas de sus iglesias para acoger a quienes han sentido miedo frente a los hechos de violencia, para reunir a su gente y conversar acerca de lo que sucede, para orar delante de la Virgen o del Santísimo. Ha habido religiosos y religiosas que han salido en auxilio de los suyos y que han sufrido el embate de las fuerzas policiales. Hay otros que convocando con la consigna de “que no puede haber paz sin justicia” (#PazDeJusticia), se han parado en las esquinas a rezar, a cantar; y mientras exigen el fin de la violencia y no más tortura, son atacados con gases y chorros de agua.

Puede que de ese modo volvamos a aprender lo que olvidamos, que somos parte de un pueblo, que no somos distintos, que no somos superiores, que no podemos hacer lo que se nos ocurra y queramos; y que la vida de las personas es lo más sagrado.

Se han abierto centros de escucha y contención en distintos lugares, en coordinación con el INDH, para la atención de quienes se han sentido agredidos o vulnerados en sus derechos; se han levantado oficinas de atención a migrantes que por tener un trabajo informal no han podido sumar para llevar recursos a sus familias, a ellos se les ha ayudado con alimentos y otros elementos para que puedan sostenerse. Jóvenes de diversas comunidades han organizado Colonias Urbanas, las que, a través de cantos, bailes, talleres y juegos, buscan acompañar a los niños y niñas que son quienes menos saben procesar todo el caos y violencia que estamos viviendo.

Ahí donde no hay un consultorio abierto, una comisaría a la que acudir o algún otro centro de atención, hay una capilla o una comunidad que ha estado levantando ollas comunes, como en antaño, para poner un bálsamo en medio de tanto temor, que se ha organizado para reunir alimentos y auxiliar a sus adultos mayores.

La Iglesia, el pueblo que peregrina en Chile, ha salido a la calle porque quiere un cambio. ¿Los pastores? Ya se volverá a escuchar alguna voz potente. Sin embargo, éste no es el tiempo de los pastores.

¿La Iglesia ha estado ausente? No lo creo. La Iglesia ha estado en la calle. No en los destrozos, incendios o saqueos. La Iglesia, el pueblo que peregrina en Chile, ha salido a la calle porque quiere un cambio. ¿Los pastores? Ya se volverá a escuchar alguna voz potente. Sin embargo, éste no es el tiempo de los pastores. Hoy es tiempo de escuchar. No pretender tener la respuesta. Ese ha sido nuestro error. Pensar que siempre teníamos la respuesta, la solución y nos apoderamos de ella. Hoy, son otros los que nos tienen que sumar y estaremos dispuestos a acompañar si piensan que podemos ser de ayuda.

No puedo dejar de mencionar que hay otra porción de la Iglesia que está llena de temor, que no sabe qué pensar, que cree que todo es una asolada de increyentes y desalmados.

No puedo dejar de mencionar que hay otra porción de la Iglesia que está llena de temor, que no sabe qué pensar, que cree que todo es una asolada de increyentes y desalmados. Esa porción es muy importante. Pues mientras ellos y ellas sigan sintiendo que lo que se busca es la destrucción por la destrucción, siempre faltará alguien. Nadie bien plantado quiere esa destrucción y debemos enfrentarla. La vandalización de las iglesias es inmensamente dolorosa, pero más sagrado que las iglesias es la vida de las personas. El Señor se duele más con la violencia sufrida por cada hombre, mujer, joven o niño, que con la que se ejerce contra las imágenes. Las iglesias destruidas no son más que el reflejo de cómo tantas y tantos han visto vandalizadas sus vidas con colas interminables de espera en los centros de salud, con sueldos absurdamente bajos para sus reales necesidades, con pensiones que les obliga a trabajar hasta que ya no den más, con una educación que no abre verdaderos caminos de futuro y así. Nos duele ver templos destruidos, pero más nos debe doler esas otras destrucciones de la vida humana.

Nos duele ver templos destruidos, pero más nos debe doler esas otras destrucciones de la vida humana.

A mí me gusta esta Iglesia. Es como la de los primeros tiempos. La que recorría caminos y senderos, que atravesaba mares, ríos y lagos. La que no se amilanaba ante ninguna inclemencia para ir al encuentro de su gente. Esos son los pasos sobre los que hay que volver. Para poder hablar en favor de alguien hay que conocerlo. Hoy, perdidos, confundidos, entremezclados, ignorados, podremos escuchar las voces de ellos y ellas; podremos recuperar lazos y vínculos; podremos despertar cariños sinceros. Entonces, solo entonces, puede que haya una voz que sea apreciada, escuchada y seguida.

A mí me gusta esta Iglesia. Es como la de los primeros tiempos. La que recorría caminos y senderos, que atravesaba mares, ríos y lagos. La que no se amilanaba ante ninguna inclemencia para ir al encuentro de su gente.

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