Si no se logra la trazabilidad de los contagiados por el virus, muy proclamada y poco demostrada por las autoridades sanitarias, la lucha contra la pandemia será una batalla librada por cada cual, como disfrutan algunos con los términos singulares y fantasiosos para desconocer la importancia de lo social. Son los ingenuos que creyeron que las grandes empresas no contaminaban porque sus directores y gerentes hilvanaban cuatro frases de populismo ecológico. Creían que las grandes casas comerciales eran genios de la logística y sus servicios de distribución fallan y fallan, al contrario de las medianas y pequeñas empresas. Los bancos y otros servicios financieros arriesgan a sus clientes de mayor riesgo a trámites presenciales inauditos contrariamente a lo que dicen sus folletos. ¡Qué indignación y qué desafío! Pues no hay viabilidad de desarrollo sin empresas incluido los países con un estado fuerte en lo económico.
Las empresas pervivirán como organizaciones, sin embargo, parece necesario aterrizar la importancia atribuida a los empresarios y la arrogancia de sus personajes más limitados. Los hechos muestran como la mayoría de los habitantes del país, del continente, del planeta, hacen, piensan y valoran otras cosas y no los admiran como imaginaban después del último “coaching”. Se sienten peor que el Barcelona después de su última y trágica derrota por goleada. Saben que tienen que renovar el equipo, pero no saben cómo. Las crisis no son tan sorpresivas como nos tratan de convencer los medios de comunicación. El Barcelona más allá de su autocomplacencia sabe que sus grandes jugadores son su gran problema. Técnicamente son espectaculares, pero están atrapados por la autosatisfacción. Neymar el brasilero se dio cuenta que perdía su potencialidad y se fue a jugar a otro club. Se cumplía un ciclo. Es fácil caer en la trampa de la inercia, una fuerza caprichosa que al prolongar el movimiento engaña. Siempre surge un límite. El Barcelona llegó a una situación de inmovilidad contradiciendo la diversidad reclamada por la vida. La misma que acabó con las monarquías, que fortalece las cosechas, que impulsa el conocimiento y protege la especie.
Las crisis no son tan sorpresivas como nos tratan de convencer los medios de comunicación.
Es fácil caer en la trampa de la inercia, una fuerza caprichosa que al prolongar el movimiento engaña.
Los grandes empresarios se atrincheran diciendo que son apolíticos. Y es falso: presionan, influyen, quitan, piden, dan. Desde hace un siglo piensan que la población chilena es rebelde porque dejó de sacarse el sombrero ante el poder, dejó de hacer reverencias ante los ricos y los poderosos. Desde entonces la derecha estimula la desconfianza en el otro. Ello creció al comprobar que los parlamentarios ya no eran pipiolos o pelucones, vale decir ya no eran solo sus parientes. Esa diversidad parlamentaria abrió puertas a legislaciones de mayores derechos y exigencias democráticas contra los poderes abusivos y costumbres de la misma laya.
Los grandes empresarios se atrincheran diciendo que son apolíticos.
Desde entonces la derecha estimula la desconfianza en el otro.
Los conservadores durante todo el siglo pasado vigilaron la democracia. Hostigando cualquier intento de resolver pacíficamente los conflictos, desprestigiando la diversidad parlamentaria y endiosando el poder unipersonal. Tratando de crear más autoridad contra lo que consideran amenazas, como la participación popular y la democracia participativa. Esta actitud de tribus cerriles impidió que la sociedad se desarrolle más diversa y cohesionada. Antagonizaron todo, el colmo fue imponer a Pinochet de la mano de Kissinger
Esta actitud ha impedido siquiera discutir la posibilidad de un régimen parlamentario, capacitado para dar salidas políticas democráticas a las crisis sociales, sanitarias, económicas o políticas por las cuales atraviesa cualquier país. Esta cerrazón impide que ante una gestión abusiva y/o la baja popularidad de un mandatario, no exista un mecanismo de reemplazo, profundizando así las crisis, prolongando en el poder un mando sostenido en los reglamentos y no en la voluntad del pueblo expresada en una nueva elección. Los señores del poder económico han maniatado el país con sus visiones añejas. Optan por el autoritarismo. No buscan salidas políticas, cerrando los cauces institucionales para dar expresión a la población y resolver los conflictos.
Los señores del poder económico han maniatado el país con sus visiones añejas.
Si tuviéramos una institucionalidad política más flexible, con un primer ministro a cargo de un gobierno obligado a ser mayoritario institucionalmente, las propuestas y acuerdos programáticas ante crisis como la que hoy vivimos no habrían generado la frustración y desesperación de buena parte de la población, al enfrentar una situación tan difícil sin confianza en sus gobernantes.
El presidencialismo está agotado; su verticalidad y la constitución tramposa han frustrado el desarrollo del país.
El Plebiscito a realizarse el 25 de octubre permitirá discutir a fondo la forma de gobierno que necesita Chile con una población diversa y deseosa de acortar la brecha de las desigualdades. Ese será un proceso largo y provechoso. Requiere de un debate nacional donde las nuevas generaciones no aceptan exclusiones y exigirán participación. El ideal conservador intentará mantener formas de gobierno que impiden la formación de mayorías distintas que reflejen las nuevas necesidades de la población. El presidencialismo está agotado; su verticalidad y la constitución tramposa han frustrado el desarrollo del país.