Si entre las opciones en disputa hay quienes rechazan la democracia, la equidistancia es complicidad con el autoritarismo. Es lo que les ocurre hoy en Chile a los que llaman a abstenerse en nombre de la moderación centrista en la segunda vuelta presidencial: se transforman en cómplices de la extrema derecha cuyo compromiso con la democracia es de fachada.
Tanto la proximidad de una segunda vuelta presidencial incierta como a partir de marzo el empate en el Senado que enfrentará el próximo gobierno, vuelven a poner en el tapete el tema del «viraje hacia el centro”. Se trata del antiguo aserto según el cual “las elecciones se ganan en el centro” (está demostrado al menos desde Margaret Thatcher que no siempre es así y que lo central es la capacidad de movilización alrededor de un líder y su propuesta según las demandas de la sociedad) y que en todo caso “se debe gobernar en el centro”, porque eso expresa prudencia, el mayor valor en política según algunos, lo que da lugar a gobiernos que suelen mantener el statu quo, en nuestro caso un orden social estructuralmente desigual.
Jan-Werner Mueller, de la Universidad de Princeton, distingue en este sentido el centrismo zombi, el centrismo procedimental y el centrismo posicional, El primero es uno “que ya no ofrece ninguna orientación política genuina a sus adherentes”, pues es un remanente de la guerra fría y de la equidistancia de los extremos ideológicos. Constata Mueller que ese centro zombi acaba de ser derrotado en Alemania con los temas de siempre, como la denuncia de que la izquierda se aliará a los herederos del comunismo y llevará el país por caminos sombríos. Esto simplemente no calzó con la imagen de seriedad del socialdemócrata ministro de Finanzas Olaf Scholz, que ganó la primera mayoría. Lo propio ocurrió en Chile en la primera vuelta con el discurso de Yasna Provoste, según el cual Gabriel Boric sería una figura débil manipulada por los comunistas, y obtuvo una baja votación, a pesar del apoyo de los partidos de la ex Concertación.
El centrismo procedimental es el que emana de las realidades parlamentarias: “los políticos están obligados a practicar el arte de la concesión, sobre todo en una era en la que las mayorías claras en las cámaras legislativas se han vuelto infrecuentes. La fragmentación (sea institucional o política) obliga a los políticos a adoptar lo que el filósofo neerlandés Frank Ankersmit califica como una escrupulosa falta de principios (principled unprincipledness), para que la democracia funcione”. Pero el tema es cómo se construyen los pactos parlamentarios y si dan lugar o no a gobiernos incoherentes que terminan perdiendo todo apoyo. Advierte Mueller que el centrismo procedimental no tiene sentido cuando los adversarios políticos no respetan los procedimientos. Y tampoco los aliados, como ha sido el caso en Chile, cuando no respetan los pactos de gobierno. Ahora, el resultado de la reciente elección parlamentaria llevará inevitablemente, en el caso en que gane Gabriel Boric la elección presidencial del 19 de diciembre, a un pacto parlamentario -y eventualmente de gobierno- entre Apruebo Dignidad y la ex Concertación. Este ejercicio, que se hace indispensable dado el resultado parlamentario en las urnas, puede realizarse sobre bases bastante sólidas dada la similitud en muchos aspectos de los programas de Jadue, Narváez y Provoste con el de Boric, que tiene ahora la responsabilidad de sintetizarlos.
Por su parte, sostiene Mueller ,“para los centristas posicionales la equidistancia entre los extremos políticos es prueba de pragmatismo y «no ideología»(…) Su postura de «ni a la izquierda ni a la derecha» implica una forma de gobierno abiertamente tecnocrática. El supuesto es que para todo desafío político siempre hay una respuesta racional excluyente, lo que por definición permite tildar de irracional a cualquier crítico”. Pero la negación del pluralismo democrático implícita en esta postura puede provocar una contrareacción social intensa. Concluye Mueller que “el centrismo procedimental y el posicional dependen del buen funcionamiento de la democracia, y ambos pueden ser peligrosos en países que padecen una polarización política asimétrica (…) Si un partido rechaza la democracia, la equidistancia es complicidad.”
Es lo que les ocurre hoy en Chile a los que llaman a abstenerse en nombre de la moderación centrista en la segunda vuelta presidencial: se transforman en aliados de la extrema derecha, cuyo compromiso con la democracia es manifiestamente de fachada. Su candidato intenta en la segunda vuelta presidencial borrar con el codo parte de lo que escribió con la mano en su programa en la primera vuelta, especialmente lo más impopular. Esto no obsta respecto a lo principal: Kast, que cultiva formas afables, es expresamente un ultraderechista misógino («la ideología de género» es «maléfica» y «más perversa que el comunismo»), homofóbico (se opone al matrimonio igualitario), clasista (defiende bajar los impuestos a los ricos y mantener relaciones del trabajo desiguales), discriminador respecto a los derechos de los pueblos indígenas (se opone a su reconocimiento constitucional) y defensor de las peores violencias en la historia de Chile y de la dictadura de Pinochet (niega, sin ir más lejos, la culpabilidad judicial del asesino en serie Krassnoff y disculpa abiertamente las violencias represivas durante la rebelión social de 2019), mientras promueve y justifica tanto la represión de la protesta popular como la radicalización ultraliberal del funcionamiento económico. Es un fiel representante de una oligarquía que no trepida en basar su poder en el abuso sistémico sobre la mayoría. Por obtener unos votos más, llegó incluso a relativizar las resoluciones de la justicia sobre los deberes económicos de los padres con sus hijos, como si no se tratara de una obligación a cumplir sin más discusión en cualquier sociedad decente.
Después de cuatro años de Piñera, en los que estalló la olla a presión social, la pandemia se abordó privilegiando la continuidad de los negocios y el presidente terminó imputado por cohecho, el azaroso camino democrático de Chile y la lucha por una sociedad y una República decentes debe seguir su curso. No debe retroceder en nombre del restablecimiento de un orden arbitrario y autoritario, que no es sino el orden de los cementerios que Chile conoce bien.
Para las fuerzas que se oponen al giro hacia la extrema derecha, lo pertinente es situarse en el centro de los problemas de la sociedad a la hora de construir respuestas políticas de amplio espectro. Y no buscar una supuesta equidistancia respecto a esos problemas, como la defensa de la democracia, de los derechos humanos, de la equidad social y de género y de la sostenibilidad ambiental, donde no caben posiciones «intermedias». Los arcoiris y los matices son relevantes en múltiples aspectos de la vida social y política, pero hay determinadas cuestiones fundamentales que no admiten indefiniciones. Salvo que se tenga una posición que no se quiera asumir como tal y se recubra de equidistancia, centrismo y moderación, pero que no es sino complicidad.