La pandemia en los tiempos mejores

por La Nueva Mirada

Por Luis Breull

Estado de excepción de catástrofe, toque de queda nacional, rotación de cuarentena forzada en algunas comunas y ciudades de distintas regiones, miedo a morirse y resquemor a vivir rodeado de otros, seis meses de estallido social no resuelto y en abrupta hibernación, crisis macroeconómica y ola de despidos en la microeconomía…

Imágenes todas de un instante país que bien pareciera comenzar a caerse a pedazos –tratando de afirmarse en un Estado tan derruido como los palafitos chilotes- en un mundo distópico que no lo está pasando mejor y cuyo responsable es un virus que no tiene cura.

Imágenes todas de un instante país que bien pareciera comenzar a caerse a pedazos

Una pandemia que se desplaza día a día y saca de cada uno lo peor cuando la desesperación se conjuga con temor. Sea desde la máxima riqueza del poder o desde la precariedad de vida de las capas medias y bajas en un país no desarrollado.

matinales de TV abierta, territorio fructífero para la sobreexposición de alcaldes, políticos, médicos y conductores de programas dando recetas de todo tipo o reclamando por alguna carencia.

Sea también desde las redes sociales y la saturación de memes y virales para relajarnos mediante la burla o la ironía… o las pantallas de informativos y matinales de TV abierta, territorio fructífero para la sobreexposición de alcaldes, políticos, médicos y conductores de programas dando recetas de todo tipo o reclamando por alguna carencia.

Del volar de las palomas… mecánicas

No se trata de un homenaje al segundo Lp de Los Blops, donde Juan Pablo Orrego y Eduardo Gatti cantaban aquel tema homónimo con la sutil mirada introspectiva del hippismo de entonces frente a las fracturas que comenzaban a agudizarse en la sociedad chilena y que la harían colapsar. Más bien remite a un hoy donde coexisten múltiples intereses e imágenes que cristalizan un país dicotómico, desintegrado, que rehúye de sí mismo y que muestra a la sociedad en todas sus miserias.

un país dicotómico, desintegrado, que rehúye de sí mismo y que muestra a la sociedad en todas sus miserias.

Esta pandemia nos reveló que somos un conjunto de personas que -pese a compartir un territorio común y ciertas reglas del juego o un sistema organizado de relaciones-, no empatiza con la realidad del otro, ni con la noción de una estructura de vida social en colectivo o comunidad. Basten como ejemplo las escenas de acaparamiento de mercaderías en las compras restringidas en supermercados como el resurgimiento de los portonazos en comunas aledañas al centro de Santiago, más las centenas de casos de huidas en auto a la playa, o los casos de grandes empresarios como José Manuel Urenda y Cristóbal Kaufmann volando desde Vitacura a Cachagua y Zapallar en sus helicópteros privados -en plena cuarentena-, por temor a ser contagiados y sin importarles infringir las disposiciones sanitarias. Algo así como el paraíso del darwinismo de creer que la naturaleza humana remite a un egoísmo intrínseco al anhelo de sobrevivir del más fuerte en una constante lucha con los demás.

José Manuel Urenda y Cristóbal Kaufmann volando desde Vitacura a Cachagua y Zapallar en sus helicópteros privados

Algo así como el paraíso del darwinismo de creer que la naturaleza humana remite a un egoísmo intrínseco al anhelo de sobrevivir del más fuerte en una constante lucha con los demás.

Imágenes que se suman a las reiteradas transmisiones de móviles matinales con largas filas de gente esperando ser atendidos en las oficinas pagadoras de los seguros de cesantía, sin los debidos resguardos higiénicos. O bien para el cobro de pensiones o el retiro de medicamentos desde hospitales o recintos de salud que atienden a la tercera edad y enfermos crónicos de Fonasa.

Un país muy distinto al del teletrabajo que desde el hogar cumple con los encargos del desempeño de actividades profesionales en los segmentos medios altos y altos. Grupos menos expuestos al rigor de esta crisis por temor a la cesantía, pero igual de afectos al estrés de la cuarentena obligada.

Un país muy distinto al del teletrabajo que desde el hogar cumple con los encargos del desempeño de actividades profesionales en los segmentos medios altos y altos. Grupos menos expuestos al rigor de esta crisis por temor a la cesantía, pero igual de afectos al estrés de la cuarentena obligada.

Pánico político

Como secuela de la pandemia, tanto el rol presidencial como el parlamentario se han visto perturbados en la forma de ejercer la política, la comunicación y el acompañamiento del proceso de encierro que vive el país.

Incertezas, omisiones, implícitos y errores se funden como características históricas de las acciones en este campo, donde de un momento a otro las disputas y polémicas fueron sustituidas por el conteo de muertos, contagiados y recuperados. Una mediatización de la pandemia como ritual de sobrevida y de superación, como mantra que mitigue la ansiedad y el desamparo. Pero que refuerza también la permanencia del estrés de salvar ileso el día siguiente o de poder acceder a un respirador artificial de llegar a ser necesario.

¿Qué podremos esperar del mundo político una vez superada la pandemia? Así como las democracias contemporáneas descritas por el sociólogo español Daniel Innerarity son espacios donde los electores votan más por bloqueo y rechazo que por adhesión, Chile se enfrentará a un ciclo electoral de año y medio que será su propia prueba de fuego: un plebiscito constituyente en octubre próximo, más la elección de alcaldes, concejales y gobernadores en abril 2021 y las presidenciales y parlamentarias de diciembre de ese mismo año.

¿Qué podremos esperar del mundo político una vez superada la pandemia?

Será el momento para corroborar si se instaló la cultura de alternancia –más por desencanto que por seducción – y si la TV y las redes sociales serán parte del arsenal mediático para derrumbar liderazgos o para construir relatos de esperanza en nuevos proyectos de país.

Liderazgo presidencial como acto fallido

Desde el estallido social de octubre del año pasado se derrumbó paulatinamente la imagen de poder del Presidente Sebastián Piñera. Un perfil político técnico de gestor empresarial autoritario y exitoso -jamás cercano ni empático-, que perdió en pocas semanas más de tres cuartas partes de la adhesión que lo llevó a ganar el sillón presidencial en diciembre 2017. Un proceso que parecía irreversible y definitivo, pero no…

Con la crisis agregada por el Covid-19, se apreció un repliegue de su figura desde la primera línea de La Moneda para dejar el protagonismo a voces sectoriales más pertinentes como las del ministro de Salud, Jaime Mañalich y su equipo de subsecretarios.

Una acción política por omisión y ausencia que le reportó réditos al doblar su apoyo en el último mes fruto de ceder espacio también a los equipos de Hacienda, Economía, Trabajo y Desarrollo Social para abordar los otros planos críticos de la pandemia: la ayuda social urgente ante la cesantía que se viene.

No será un Presidente que pase a la historia por grandes atributos políticos, sino por su recurrente fraseología hecha, por sus errores involuntarios y la constante tendencia a la exageración en la calificación y examen de la realidad.

No será un Presidente que pase a la historia por grandes atributos políticos, sino por su recurrente fraseología hecha, por sus errores involuntarios y la constante tendencia a la exageración en la calificación y examen de la realidad. Tal es el caso de su compulsivo uso de los términos como: “estamos en guerra” contra un “enemigo poderoso”, “cruel”, “implacable”,” que no respeta a nada ni a nadie”. Ya se trate de la pandemia o del estallido social o de una catástrofe de la naturaleza.

“estamos en guerra” contra un “enemigo poderoso”, “cruel”, “implacable”,” que no respeta a nada ni a nadie”. Ya se trate de la pandemia o del estallido social o de una catástrofe de la naturaleza.

Piñera detenta las características propias de los liderazgos pop definidos por expertos comunicacionales, políticos y economistas internacionales en momentos que la sociedad cruza la frontera de la democracia a la posdemocracia, en medio de una modernidad radicalizada.

los gobiernos como meros reguladores del espacio público donde se da la relación entre la sociedad civil en su dimensión de consumidora y el sector privado como proveedor de bienes y servicios.

Así vienen a la mente nombres como los de Colin Crouch, Pascal Bruckner, Adriana Amaro o Alain Minc –ex asesor de Nicolas Sarkozy- y las nociones de los gobiernos como meros reguladores del espacio público donde se da la relación entre la sociedad civil en su dimensión de consumidora y el sector privado como proveedor de bienes y servicios. Una mercantilización puesta en jaque desde el estallido social y que aún no tiene claros o coherentes caminos de salida. Porque de acuerdo a los últimos sondeos de opinión pública los liderazgos presidenciales futuros de mayor apoyo también remiten a perfiles de “cosistas” tendientes al exitismo en el arco de la derecha política.

Entonces, los próximos meses serán claves no solo para superar la pandemia y reconstruir una nueva normalidad, sino para enfrentar las cuentas pendientes de un país que -más allá de la foto surrealista del primer mandatario al pié del monumento al general Manuel Baquedano-, tiene la urgencia de asumir la construcción de su destino. Ojalá lejos del exagerado fetiche populista autoritario y patológico de Jair Bolsonaro o Donald Trump, acostumbrados a levantar desde su propia paranoia a enemigos ilusorios, como si vivieran al borde de la psicosis.

Ojalá lejos del exagerado fetiche populista autoritario y patológico de Jair Bolsonaro o Donald Trump, acostumbrados a levantar desde su propia paranoia a enemigos ilusorios, como si vivieran al borde de la psicosis.

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