Por Luis Breull
No es novedad que la pantalla abierta se consagró hoy como el paraíso mediático de los sobre 50 años y la tercera edad, en donde los programas de actualidad política de las mañanas dominicales de TVN y Canal 13 –Estado Nacional y Mesa Central– encarnan aristas muy diferentes de cómo saciar el apetito de las audiencias más politizadas. Esas que desde los primeros años de la transición democrática no superan el 10% de la población.
Si se repasan sus públicos, podríamos ver que sus ratings promedio el 2019 no superan los 3 puntos hogar (algo así como 60 mil viviendas), con igual número de telespectadores. Ergo, son programas que se ven solos o con escasa compañía, ya sean hombres o mujeres.
Si se repasan sus públicos, podríamos ver que sus ratings promedio el 2019 no superan los 3 puntos hogar (algo así como 60 mil viviendas), con igual número de telespectadores. Ergo, son programas que se ven solos o con escasa compañía, ya sean hombres o mujeres.
Atendiendo el panteón
Los norteamericanos solían llamar al horario dominical de mañana como el cementerio de la TV, debido a que todo el mundo duerme. No obstante, en Chile se instaló desde mediados de la decada pasada la intención de aprovechar esa ventana programática con formatos de actualidad política. Primero en TVN con el fugaz y fracasado En Pauta –burlonamente llamado entonces en el propio canal “En Pausa” por su escaso dinamismo y respuesta del público- y, desde el 2006, Estado Nacional.
Los norteamericanos solían llamar al horario dominical de mañana como el cementerio de la TV, debido a que todo el mundo duerme.
Por el formato de panel político de TVN pasaron analistas y dirigentes de partidos, así como reconocidos conductores de prensa como Montserrat Álvarez, Juan José Lavín, Andrea Arístegui y, ahora, Matías Del Río. Un rol complejo si se mira desde la estructura organizativa de la señal pública, cuyo directorio siempre ha practicado la lógica del empate binominal y de la hipersensibilidad frente a los temas tratados allí, sospechando de complot ante la más mínima expresión de controversia entre los periodistas y los representantes de las colectividades incluidas en el set.
El tiempo no pasa en vano y de aquella primera época hasta este año, el espacio ha envejecido rápidamente, representando un modo de encarnar el debate político más por la renuncia a él que por el esfuerzo de hacerlo entendible a los telespectadores normales. Su soporte son en su mayoría dirigentes políticos outsiders, que han perdido elecciones o cargos públicos en el Estado, más representantes de centros de estudio ligados a los partidos y organizaciones no gubernamentales. Entre ellos, Gonzalo Müller, Francisco Vidal, Mauricio Rojas, Clarisa Hardy, Kena Lorenzini o Lily Pérez. Voces que desde la autojustificación de forma y la frecuente elusión del fondo estructural de los temas, polemizan en formato de extensos monólogos, donde la conducción periodística resalta por su ausencia de visión y relevancia, siendo solo de rol moderador.
El tiempo no pasa en vano y de aquella primera época hasta este año, el espacio ha envejecido rápidamente, representando un modo de encarnar el debate político más por la renuncia a él que por el esfuerzo de hacerlo entendible a los telespectadores normales.
Bajo este formato la conversación se torna intrascendente, salvo cuando los invitados especiales se enfrentan a algún panelista estable y su resonancia mediática traspasa hacia la viralización en redes sociales y otros medios digitales. Así acaba de suceder con el alcalde comunista de Recoleta, Daniel Jadue, enfrentado al exministro de Cultura del Presidente Piñera, Mauricio Rojas, en defensa de Michelle Bachelet en la ONU por los ataques del mandatario brasileño, Jair Bolsonaro.
Bajo este formato la conversación se torna intrascendente, salvo cuando los invitados especiales se enfrentan a algún panelista estable y su resonancia mediática traspasa hacia la viralización en redes sociales y otros medios digitales.
Pero más allá de estas polémicas puntuales, el espacio político es una expresión adicional de la decadencia del proyecto de televisión pública de TVN. Anclado en la intrascendencia, la obviedad y la precarización, que en este caso se manifiesta en un formato añejo, lejano, frío, de trincheras autodefensivas y justificatorias, como empate permanente de actores públicos incapaces de dialogar acogiendo, comprendiendo y procesando los puntos de vista de sus contrarios en el set.
Pero más allá de estas polémicas puntuales, el espacio político es una expresión adicional de la decadencia del proyecto de televisión pública de TVN.
Política para las élites desde la opinión periodística y el análisis sin tapujos
Mesa Central lleva algo más de un año y medio en las pantallas de Canal 13-conducido por Iván Valenzuela-, con un panel amplio de analistas de centros de estudios y columnistas, así como las máximas cabezas de la dirección de Prensa del holding, Cristián Bofill y Enrique “Kike” Mujica.
Un formato más dinámico, agudo e inquisidor que el de TVN, donde cada profesional aporta una cuota de reflexión desde sus propios conocimientos, convicciones y sesgos, pero que de modo transparente comparten y emiten sin tapujos, en una conversación libre de temores a represalias desde el directorio del canal de Andrónico Luksic. Entre los panelistas están Luis Cordero, Gloria De La Fuente, Patricia Politzer, Iván Poduje y Constanza Schonhaut. Un programa que tiene su origen en T13 Radio y se potencia con podcast de otros columnistas, analistas y cientistas políticos, donde destaca Alfredo Joignant por el nivel de temas tratados y de intelectuales con los que ha dialogado o debatido.
Mesa Central al inaugurar en marzo su temporada 2019 tuvo una tensa entrevista al Presidente Sebastián Piñera, en donde el Primer Mandatario se molestó por el tono y el fondo de las preguntas de los periodistas del panel sobre la ilegalidad del proyecto de control preventivo de identidad a los adolescentes. Tanto Carolina Urrejola como Constanza Santamaría y el propio Iván Valenzuela fueron actores y testigos de la molestia de su invitado, cuestión que no tuvo mayores consecuencias ni revanchas.
Tanto Carolina Urrejola como Constanza Santamaría y el propio Iván Valenzuela fueron actores y testigos de la molestia de su invitado, cuestión que no tuvo mayores consecuencias ni revanchas.
El desafío de construir contenidos relevantes desde el análisis político y la opinión es lo que busca declaradamente el proyecto editorial de Bofill y Mujica. Y si bien la respuesta de la audiencia televisiva tradicional ha sido floja o escasa, sus dardos apuntan a la explotación del formato en distintas plataformas y a que se sepa exactamente qué piensan ellos, cuáles son sus encuadres o credos como periodistas y el de sus invitados al panel. Algo que se agradece, más allá de las aristas de pluralismo que queden flojas o subrepresentadas en algún debate puntual.
No hay que olvidar que –finalmente- la política mediatizada no es más que el relato del mundo del poder y cómo se resuelven legítimamente los temas y controversias de alcance público, con responsabilidades mediante. Algo que curiosamente cumple mejor en este caso un medio privado que la señal estatal.
No hay que olvidar que –finalmente- la política mediatizada no es más que el relato del mundo del poder y cómo se resuelven legítimamente los temas y controversias de alcance público, con responsabilidades mediante. Algo que curiosamente cumple mejor en este caso un medio privado que la señal estatal.