Joaquín Lavín no es el único o el primero en su sector que insinúa que el país deba encaminarse en una senda socialdemócrata. Antes que él empresarios tan relevantes como Juan Sutil, el presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio, había insinuado algo similar. Y así lo han hecho otros empresarios. Pero sin lugar a dudas es el primer militante de la UDI en proponerlo abiertamente.
Y, aparentemente, lo hace con todo. Afirmando que Chile necesita una nueva Constitución, un nuevo traje para terminar con el estado subsidiario tan celosamente defendido por la derecha y el empresariado, garantizar derechos sociales y construir un estado más inclusivo, con un gobierno de “convivencia nacional” de amplio espectro. Excepto por un tema central, base angular de un modelo social demócrata. Un pacto fiscal que permita sustentarlo. Sería mucho pedir para un relato construido en laboratorio por sus expertos en marketing y opinión pública,
Sería mucho pedir para un relato construido en laboratorio por sus expertos en marketing y opinión pública,
Ciertamente es un audaz vuelco para el autor del libro “La revolución silenciosa” que exaltaba la obra del régimen militar y que proclamaba el “Adiós a América Latina”. Uno de los fundadores de la UDI, alcalde designado, que subiera a Chacarillas para jurar la constitución de 1980. Sin lugar a dudas la gente tiene el derecho de cambiar, como lo ha sostenido el propio Lavín, pero su publicitado giro descoloca transversalmente a sus pretendidos interlocutores.
Un giro sorpresivo que deja en una muy incómoda posición a su propio partido, que ya había resentido el apoyo del alcalde de Las Condes al proceso constituyente, solicitando que se le diera espacio en la franja televisiva que le correspondía a la UDI para defender la opción del apruebo. Y que ahora intenta asimilar, con contradictorias reacciones internas lo que Lavín saca del sombrero.
Ciertamente cuenta con licencias que ningún otro militante de la UDI podría permitirse. Para bien o mal Lavín es el liderazgo mejor posicionado en las encuestas y el único con posibilidades de competir por la continuidad de su sector en el gobierno. Consciente de aquella ventaja, intenta conectar con la ciudadanía, pasando por encima de las gastadas sensibilidades partidarias.
La duda es si la derecha más dura, que demanda gobernar con ideas propias, defendiendo tenazmente el actual modelo de desarrollo y apuesta por el rechazo del proceso constituyente, será capaz de asumir un relato tan abiertamente contradictorio con su propia identidad.
Descartando la obviedad proveniente del sector de José Antonio Kast (JAK) a quien le acomoda el juego del alcalde) se conoció la airada reacción de la alcaldesa de Providencia, Evelyn Matthei, que arremetió contra su cercano colega, afirmando que “el camino de decir cualquier cosa con tal de ser el más popular y de ganar una elección es un camino peligroso”. “No sé si a estas alturas Joaquín Lavín siente vergüenza de lo que ha sido o si es básicamente su estrategia electoral. El problema que tengo es que ya no sé en qué cree y a dónde nos puede arrastrar. Perdió el ancla”, aprovechando de paso de reflotar su propia aspiración presidencial que hasta hace muy poco descartaba.
En un sentido similar, aunque con bastante menos virulencia y cierto intento de rigor ideológico, reaccionó el senador de Evopoli, Felipe Kast, afirmando que no era necesario tomar prestado el ideario social demócrata y que los liberales aportarían la dimensión social que Lavín intenta representar.
Ciertamente la incomodidad abunda en su sector originario. Especialmente por la osadía de postular un futuro gobierno de convivencia, que integre a sectores más allá de las fronteras de Chile Vamos. Pero nunca se sabe. La necesidad tiene cara de hereje y se han visto muerto cargando adobes.
El vacío en el espacio socialista y democrático
La otra gran interrogante es por qué la mayoría del país podría optar por un sucedáneo pudiendo hacerlo por los que, con naturalidad, representen una opción socialista y democrática.
Ciertamente la osada apuesta del alcalde asume el vacío de liderazgo en aquel sector. De una figura que las encarne en propiedad, de la manera como lo hicieran en su momento Ricardo Lagos o Michelle Bachelet en dos ocasiones.
Evidentemente Joaquín Lavín enfrenta hoy en día el mejor escenario para sus aspiraciones mayores. El candidato de oposición mejor posicionado en las encuestas es el alcalde comunista de Recoleta, Daniel Jadue, que aspira a representar a la izquierda en las próximas elecciones presidenciales.
Beatriz Sánchez, que fuera candidata presidencial por el Frente Amplio, alcanzado un muy respetable 20 % de los votos, hoy aparece disminuida y no son pocos los militantes del Frente Amplio que estarían dispuestos a apoyar a Jadue en la eventualidad que mantuviera el liderazgo en las encuestas.
Al ya mencionado JAK, que aspira a pescar en río revuelto, es necesario agregar el factor PDC con aguas inquietas en su interior (se suman senadores con apetitos presidenciales) y los complicados integrantes de la llamada convergencia progresista desafiados a levantaran una opción presidencial, idealmente para competir en una primaria del actual progresismo opositor. Y ciertamente, aunque se afirme que no es el momento por la prioridad en el plebiscito constitucional, las opciones presidenciales podrían multiplicarse.
Heraldo Muñoz, presidente del PPD y eventual candidato presidencial de su partido, apenas ha expresado un juicio de realidad al afirmar que la competencia en la oposición se resolverá en primera ronda presidencia. Ello implica asumir que hoy no existen condiciones para sumar al amplio arco progresista en una gran coalición de mayorías para enfrentar a la derecha. Un sector relevante del Frente Amplio ha declarado su apuesta a un camino propio, sin disposición para pactar con los responsables de los últimos 30 años de gobierno.
Ciertamente existe la urgencia opositora de asegurar una masiva participación en el plebiscito de octubre y una contundente victoria de la opción por el apruebo, lo que respaldaría la necesidad de asumir un razonable “paso a paso” en pretensiones presidenciables.
La segunda prioridad es ver si existen condiciones para, al menos, enfrentar las próximas elecciones unipersonales de alcaldes y gobernadores regionales de manera colaborativa, so pena de entregarle el control de los municipios y gobernaciones regionales a la derecha, independientemente de la necesidad de competir a nivel de concejales y parlamentarios, que se rigen por un sistema proporcional.
El tema presidencial es otro cantar. Allí la oposición debe optar entre unirse para intentar desalojar a la derecha del poder, para lo cual necesita regular su competencia y unirse tras un objetivo común, o privilegiar el perfilamiento y la competencia, con la seria posibilidad de entregarle el poder nuevamente a la derecha, como sucedió en la anterior elección presidencial, desnudando vacíos de proyecto y representación ciudadana.
“El país no entendería – ha afirmado el diputado Gabriel Boric – que producto de sus diferencias y divisiones, el progresismo terminara entregándole nuevamente el poder a la derecha”. Y tiene razón. Pero, tal como se afirma, muchas veces el corazón (o los ideologismos) tiene razones que la razón no conoce.
El tema es especialmente sensible al interior del Frente Amplio, en donde parece predominar la idea de constituirse en una alternativa de gobierno, desplazando a los partidos tradicionales y la llamada “casta concertacionista”, sin descartar absolutamente un eje con el PC y sus aliados.
Resulta más que obvio afirmar que, lejos de ser homogéneo, el Frente Amplio está cruzado por marcadas diferencias tanto ideológicas como políticas, pero comparte un juicio enormemente crítico de la transición y el legado concertacionista, al que imputan haberse limitado a administrar el modelo heredado de la dictadura, sin una suficiente voluntad transformadora.
Pese a estas diferencias en torno al pasado reciente, que resultan ineludibles de debatir, pareciera imprescindible agotar los esfuerzos por imponer una lógica colaborativa al interior de la oposición para enfrentar los próximos desafíos electorales en donde se renovarán prácticamente todos los cargos de representación popular, incluyendo a los convencionales, en el caso más probable que gane la opción por el apruebo del proceso constituyente.
Con toda seguridad incidirá no sólo discutir acerca del pasado reciente sino esencialmente las propuestas de futuro.