Las almas de una derecha tensionada

por La Nueva Mirada

Alfredo Moreno dejó la presidencia de la Confederación de la Producción y el Comercio para asumir el ministerio de Desarrollo Social, pensando en transformarlo en un espacio emblemático para darle al gobierno la impronta social que requeriría una derecha moderna.

Una de sus principales iniciativas fue el diseño del llamado Plan Araucanía, que contemplaba instalar un clima de diálogo con las comunidades indígenas y recoger algunas de sus demandas ancestrales para abrir espacio a las inversiones privadas y posibilitar el desarrollo económico de la región. Su iniciativa coincidía con la política del ministro del Interior de apuntar represivamente a los sectores más radicales, con el empleo de un comando de fuerzas especiales entrenados en la lucha anti guerrillera en Colombia. El llamado Comando Jungla.

El asesinato del comunero Camilo Catrillanca, con las complejas aristas que aún investiga la justicia, implicó un severo golpe para el ministro Chadwick, perdiendo buena parte de su credibilidad y contra quién aún se estudia la alternativa de una acusación constitucional. También para el ministro Moreno y su vapuleado Plan Araucanía.

Pero no son solo los influyentes agricultores quienes han expresado críticas por la supuesta debilidad del gobierno para enfrentar la violencia en la Araucanía. Cuentan con el apoyo de parlamentarios y dirigentes de Chile Vamos que comparten las críticas al ejecutivo por esa supuesta debilidad. También cuestionan al ministro Moreno, empeñado en retomar el interrumpido diálogo con las comunidades indígenas, en un convulsionado escenario, optando por salir a defender sus propiedades con armas de fuego.

La renuncia obligada del intendente de la región, la destitución del Director General de Carabineros y paso a retiro de otros 10 generales, fueron decisiones complejas para el gobierno. Lo mismo que la necesidad de retirar de la zona al desacreditado y cuestionado comando policial. Todo ello provocó gran descontento y fuertes críticas de importantes agricultores de la zona, que declararon, con abiertas descalificaciones, persona no grata al ministro de Desarrollo Social.

La designación de Jorge Atton, oriundo de la Araucanía, ingeniero electrónico, ex subsecretario de Telecomunicaciones durante el primer mandato de Piñera y hombre de confianza del mandatario, lejos de satisfacer las expectativas de los agricultores de la zona, ha generado nuevas críticas por su talante conciliador y proclive al diálogo.

Pero no son solo los influyentes agricultores quienes han expresado críticas por la supuesta debilidad del gobierno para enfrentar la violencia en la Araucanía. Cuentan con el apoyo de parlamentarios y dirigentes de Chile Vamos que comparten las críticas al ejecutivo por esa supuesta debilidad. También cuestionan al ministro Moreno, empeñado en retomar el interrumpido diálogo con las comunidades indígenas, en un convulsionado escenario, optando por salir a defender sus propiedades con armas de fuego.

El primero, José Antonio, ultraconservador, pinochetista activo y admirador de Jair Bolsonaro, cuyo ejemplo busca emular. Felipe, liberal en materias valóricas y bastante menos en el terreno económico, ha protagonizado polémicas con la vieja derecha conservadora y los gremialistas agrupados en la UDI, en cuyo interior resurge con renovada fuerza la figura de Pinochet y su “legado” político (el patrimonial aún se disputa entre su viuda y el albacea).

En tanto, los actos de violencia en la Araucanía, lejos de disminuir se han incrementado, con la quema de maquinaria agrícola, camiones y algunas escuelas. Según parlamentarios de oposición los actos de violencia, que incluyen carabineros heridos por perdigones, se han incrementado un 27 % en los primeros diez meses de mandato del actual gobierno.

Las diversas almas o sensibilidades en la derecha

Mucho se habla de la diversidad, fragmentación y heterogeneidad de la oposición, pero poco se dice de lo que ocurre en derecha, en cuyos extremos opuestos se encuentran los dos Kast, tío y sobrino. El primero, José Antonio, ultraconservador, pinochetista activo y admirador de Jair Bolsonaro, cuyo ejemplo busca emular. Felipe, liberal en materias valóricas y bastante menos en el terreno económico, ha protagonizado polémicas con la vieja derecha conservadora y los gremialistas agrupados en la UDI, en cuyo interior resurge con renovada fuerza la figura de Pinochet y su “legado” político (el patrimonial aún se disputa entre su viuda y el albacea).

Sebastián Piñera no es el mejor representante de esa derecha dura, consecuente y fiel a sus principios (o intereses) a las que ha aludido José Antonio Kast. Más bien representa a la “derecha liviana” a la que alude el líder de Acción Republicana.

En más de una ocasión Sebastián Piñera, que votó por el No en el plebiscito, ha expresado su admiración por el ex presidente Aylwin (lo que no le impidió ser el generalisimo de la campaña presidencial de Hernán Buchi) y el reconocimiento por la obra de los gobiernos concertacionistas (no así por la Nueva Mayoría). Algunos motivos dio para que se le imputara continuidad durante su primer mandato.

Pero esta vez, la derecha y el empresariado pusieron una condición. La de gobernar con ideas propias, de acuerdo al programa prometido. Y no han dejado de cobrarle esa promesa y compromiso. Tal como ocurriera a propósito de la reforma tributaria y como aún se espera suceda en la Araucanía, también en la reforma previsional y laboral. Y como debiera ocurrir en la llamada Admisión Justa en materia educacional.

Es un político pragmático, poco ideológico, más bien liberal en lo valórico y profundamente neo liberal en lo económico, cuyo sueño es llevar a Chile a ser un país desarrollado, como Australia, según ha señalado.

Fue candidato y dos veces presidente por la sencilla razón de que era el único en la derecha que podía ganar una elección, tal como lo reconocieran sectores políticos y empresariales en atención a las obvias desconfianzas y sospechas que genera su trayectoria en ambos planos.

En más de un sentido, Piñera es reo de esa promesa que fija los límites de maniobra para el actual gobierno.

Pero esta vez, la derecha y el empresariado pusieron una condición. La de gobernar con ideas propias, de acuerdo al programa prometido. Y no han dejado de cobrarle esa promesa y compromiso. Tal como ocurriera a propósito de la reforma tributaria y como aún se espera suceda en la Araucanía, también en la reforma previsional y laboral. Y como debiera ocurrir en la llamada Admisión Justa en materia educacional.

En más de un sentido, Piñera es reo de esa promesa que fija los límites de maniobra para el actual gobierno.

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