Por Luis Breull.
Implícitos, incertezas y omisiones… Tres características de las habituales polémicas como forma de mediatización televisiva de la política en Chile. Tres campos de acción e inacción para desatar fuegos cruzados que –generalmente afirmando desde la negación y la teoría del empate- hacen que las audiencias o públicos televisivos terminen insertos en una realidad obstrusa, que más refuerza sus prejuicios.
Implícitos, incertezas y omisiones… Tres características de las habituales polémicas como forma de mediatización televisiva de la política en Chile.
Lo anterior no obsta a que con los exabruptos y deslenguamiento de la ministra Secretaria General de Gobierno, Cecilia Pérez -vinculando al PS con el narcotráfico-, y las críticas poco rigurosas del equipo ministerial al proyecto de rebaja de la jornada laboral a 40 horas, propuesto por la diputada comunista Camila Vallejo, tengan un correlato nefasto para la evaluación gubernamental en la reciente encuesta Cadem.
Un espectáculo inútil
La comunicación política es fundamental en la acción de cualquier gobierno. Pero requiere esencialmente entender que antes del hecho comunicable debe estar definida la acción política, proyectado su impacto esperado y prospectado el escenario futuro. Más aún si se emplea el medio televisivo a través de sus noticiarios para la configuración de esta confrontación de puntos de vista, proyectos y frases poco afortunadas.
La difusión de estas polémicas en los noticieros de TVN, Canal 24 Horas, CNN Chile, Canal 13, Chilevisión y Mega, independiente de la calidad de las notas en sí, configuran un espacio de resonancia que desbordó toda planificación comunicacional del Gobierno. Es decir, se instaló más una cultura de alternancia por desencanto que por seducción.
La difusión de estas polémicas en los noticieros de TVN, Canal 24 Horas, CNN Chile, Canal 13, Chilevisión y Mega, independiente de la calidad de las notas en sí, configuran un espacio de resonancia que desbordó toda planificación comunicacional del Gobierno. Tal como afirma el sociólogo español Daniel Innerarity, la gente hoy vota más por rechazo y bloqueo que por adehsión a algo o alguien. Y esta máxima en Chile se viene expresando en la constante movilidad de los electores de las capas medias y medias bajas en torno a los proyectos políticos en competencia y sus coaliciones de respaldo. Es decir, se instaló más una cultura de alternancia por desencanto que por seducción. Y en esto, la acción televisiva resulta clave para derrumbar rápidamente las adhesiones más que para recuperar y reconstruir lentamente los apoyos perdidos.
Resulta del todo incoherente la compulsión a la encuestología en el equipo de La Moneda
Por eso, resulta del todo incoherente la compulsión a la encuestología en el equipo de La Moneda, como si fuera necesario andar permanentemente bajo el brazo con un termómetro que midiera las percepciones de la opinión pública minuto a minuto. Menos cuando la figura presidencial opaca a todo el gabinete y copa sus potenciales espacios, incluso dejando a los ministros a veces siendo sorprendidos sin respuesta ante preguntas de los periodistas, como sucedió con el ministro de Hacienda, Felipe Laraín, quien hace unos meses fue consultado por el impacto económico de un proyecto de reforma en el campo social/laboral y dijo que no tenía idea, porque no estaba cuantificado.
Como sucedió con el ministro de Hacienda, Felipe Laraín, quien hace unos meses fue consultado por el impacto económico de un proyecto de reforma en el campo social/laboral y dijo que no tenía idea, porque no estaba cuantificado.
Entre matinales y noticieros
Dentro de los atributos valorados en la figura del Primer Mandatario al minuto de ser electo, estaba contar con autoridad y capacidad para ordenar, así como su rol de gestor que resuelve problemas. Nunca fue lo suyo explotar la cercanía de plantearse ante el resto de los chilenos como un ciudadano común, como un igual, un sujeto posible de encontrarse caminando en la calle, tomando el metro o conversando en un café.
Por eso, pretender como estrategia comunicacional que va a mejorar su imagen y percepción de aprobación por asistir por horas a los programas matinales de la televisión abierta es una pérdida de tiempo. En todo sentido: para él como Presidente al ocupar horas claves de gestion de un país percibido con problemas de estancamiento, en donde privilegia banalizar su agenda cocinando o explicando con su esposa que le gusta comer pan con palta. A los canales en sí, porque los sacan de su habitual agenda lúdico-emotiva y policial con la que acostumbran a fidelizar a las audiencias mediante en susto y el llanto. Y a los telespectadores, porque si bien en ese horario son grupos fieles y cohesionados, no corresponden a quienes finalmente están más informados de los hechos políticos de este país, sino a los consumidores de noticias, que finalmente van castigando a los gobiernos en la medida que no cumplen con sus promesas de campaña.
Nunca fue lo suyo explotar la cercanía de plantearse ante el resto de los chilenos como un ciudadano común, como un igual, un sujeto posible de encontrarse caminando en la calle, tomando el metro o conversando en un café.
El país de Alicia a través del espejo
Si hay algo que nos deja como lección la modernidad radicalizada o la posmodernidad, es la consolidación de una democracia mediatizada, de límites informes, que ya no encarna grandes proyectos de cambio social. Es decir, pasó a arraigarse cada vez con más fuerza en torno a liderazgos personales; caudillos que desde la tecnocracia o bien desde ámbitos no tradicionales o fuera de las élites políticas, emergen como salvadores o portadores de una mínima esperanza en la administración burocrática del poder, propenso cada vez más a la alternancia.
Un núcleo que se juega su viabilidad mediante pantallas y tecnologías mediales y un electorado infiel por seducir como en liquidaciones de temporada de retail. Un marco en el que las ideologías no dejaron de existir, sino que su relato de sociedad se volcó a la mediatización de ofertas para una totalizante conformación de capas medias -diluyendo, relativizando o escondiendo la delimitación objetivada entre la pobreza y la riqueza, o mejor dicho, las hegemonías de clase-, mutando su esencia a procesos de ciudadanía entendidos en el marco de clientes consumidores más que ciudadanos. Tal como lo sostiene el intelectual francés Pascal Bruckner en su ensayo “La tentación de la inocencia”.
Un núcleo que se juega su viabilidad mediante pantallas y tecnologías mediales y un electorado infiel por seducir como en liquidaciones de temporada de retail.
El sociólogo y economista británico Colin Crouch delimitó este nuevo campo de lo político como Posdemocracia: Un espacio público que se reduce a tres grandes actores: gobierno + ciudadanos electores + proveedores de servicio, en donde las élites políticas y económicas definen la agenda pública. A su modo, describe estas nuevas democracias como espacios de apatía cívica y de baja participación ciudadana en las elecciones; deslegitimación de los políticos; con intereses empresariales globalizantes imponiendo sus condiciones a los gobiernos locales a cambio de invertir en sus países; en donde el debate electoral se reduce a un espectáculo persuasivo sustentado en márketing comunicacional de gabinetes de expertos.
El sociólogo y economista británico Colin Crouch delimitó este nuevo campo de lo político como Posdemocracia
Paradójicamente, según Crouch la reducción de lo político en esta nueva democracia encierra también la dialéctica de sofisticación creciente de las técnicas de manipulación de opinión pública –encuestas mediante- y la pauperización de los contenidos programáticos de los partidos en competencia, lo que se plasma también en el relato del cambio. Una muletilla y fetiche electoral que va y viene en las campañas, semánticamente ambiguo, y que actúa como depósito proyectivo de los sueños de los electores vistos a través del candidato. Un espacio también para la irrupción de engendros populistas como se han visto en Estados Unidos o Brasil. Dos proyectos que prueban la vigencia de las ideologías más allá de su presencia cotidiana en las conversaciones.
Política pop como rito democrático
Para desentrañar la debacle del apoyo al gobierno actual, su compulsión a polemizar sin advertir y los conflictos vigentes –que más anticipan derrotas que victorias, como la trifulca con el PS y el proyecto de Vallejo-, vale repasar los planteamientos de la comunicóloga argentina Adriana Amado, sobre los nuevos liderazgos políticos que aspiran a ser populares.
“La política pop es la instancia simbólica del populismo real, que en su exageración deviene fanatismo patológico. El líder pop existe. Pero su imagen simbólica es más poderosa que su entidad real. Las contradicciones entre realidad y mensaje se resuelven con la negación de los hechos incómodos, bien por la paranoia que ve enemigos ilusorios, o bien con psicosis delirantes que evidencian desconexión con la realidad social”.
Citando a Alain Minc, ex asesor de Nicolas Sarkozy, Amado sentencia que la opinión pública debe ser entendida como realidad, mito y psicosis al mismo tiempo. Ergo, hace sentir su presencia aunque no sea fácil identificarla, donde su mayor peso es simbólico. Y es patológica en tanto su valor se subestima y se toman decisiones sin consultarla: “La política pop es la instancia simbólica del populismo real, que en su exageración deviene fanatismo patológico. El líder pop existe. Pero su imagen simbólica es más poderosa que su entidad real. Las contradicciones entre realidad y mensaje se resuelven con la negación de los hechos incómodos, bien por la paranoia que ve enemigos ilusorios, o bien con psicosis delirantes que evidencian desconexión con la realidad social”.