La segunda vuelta de la elección de gobernadores estuvo marcada por una muy baja participación. Por debajo del 20 %. Diversos factores pueden contribuir a explicarlo. Entre otros la crítica situación sanitaria, que tiene a los servicios de salud al borde del colapso. Se agregó un extendido desconocimiento acerca del rol que cumplirán estas nuevas autoridades, cuyas atribuciones aún no están claramente definidas y la escasa difusión de la convocatoria.
Ciertamente lo esencial radicó en el desinterés de la ciudadanía por estas elecciones y su pérdida de confianza en la política. Una inquietante, aunque no sorprendente realidad que sólo en parte se aborda con la reposición del voto obligatorio, que hoy se debate en el parlamento. El desafío mayor es recomponer los lazos entre política y sociedad, restaurar las confianzas, asumir y procesar las demandas de la ciudadanía y hacer pedagogía democrática.
Hay buenas y malas razones para desconfiar de la política y los políticos. Una muy importante es la innegable crisis de representación que hoy enfrentan los partidos. Su disociación con la realidad y consecuente incapacidad para asumir los verdaderos problemas y demandas ciudadanas.
Se suman las vapuleadas prácticas políticas, casos de corrupción y financiamiento turbio de la actividad partidaria. Aunque se trate de sectores minoritarios que enturbian a buena parte de los lo hacen honestamente. Salvo el caso del dictador Augusto Pinochet, ninguno de los exmandatarios ha sido involucrado en temas de corrupción (como sucede en tantos países) y la mayoría de nuestros políticos dejan el servicio público como entraron. No por nada nuestro país tiene uno de los mejores índices de probidad y transparencia en la región.
Vale reconocer que el descrédito de la actividad política fue un objetivo esencial durante los largos años de una corrupta dictadura y caballo de batalla para los poderes fácticos con servidores disfrazados de independientes.
Aquella prédica se transformó en una verdadera ideología que aportó lo suyo al debilitamiento de las instituciones democráticas, con sustento en medios de comunicación herederos de los intereses minoritarios que los continuaron controlando en buena medida, apostando al desinterés por las demandas ciudadanas, apatía y desafección por la participación colectiva en organizaciones de la sociedad civil. Nada de aquello ha sido ajeno al creciente desprestigio del quehacer político y la baja participación electoral. El derecho a voto se ha distanciado del deber cívico para elegir a sus representantes. Así funciona la democracia representativa que requiere de partidos políticos.

Es mas que evidente que la baja participación mayoritariamente se registra en sectores populares, a diferencia de lo que sucede en los estratos altos de la población. Y ello ciertamente afecta y desafía a los sectores progresistas y de izquierda, que buscan representar los intereses mayoritarios en una sociedad con los niveles de desigualdad existentes en Chile.
Una de las razones (no la única) que explica la derrota de la candidata del Frente Amplio en la región metropolitana, además del apoyo de sectores de la derecha al candidato de Unidad Constituyente, es la baja participación de sectores populares en la pasada elección, tal como lo señalara el propio Daniel Jadue.
Una debacle para la derecha, un respiro mayor de la Unidad Constituyente y un modesto desempeño del PC y el Frente Amplio
En el contexto de una participación ciudadana como la antes descrita, la Unidad Constituyente se alza con la victoria en la segunda vuelta de la elección de gobernadores regionales (que ratifica su buen desempeño en la eleccion de alcaldes y concejales), con el 47,48 % de los votos, seguida por la alianza entre el PC y el Frente Amplio, con un 28,68 % y Chile Vamos con un 13,48 %.
Ello desnudó un descalabro mayor para el oficialismo, que tan solo pudo ganar una de las regiones en disputa, la Araucanía, abriendo toda una interrogante acerca de su posibilidad de pasar a segunda ronda en la próxima contienda presidencial.
Las alarmas sonaron con fuerza al interior del oficialismo. También las críticas y recriminaciones por una derrota que no puede explicarse sólo por el mal desempeño del gobierno con un mandatario que parece jugar por cuenta propia y en franco abandono de sus huestes originales. Y menos por una mala selección de candidatos o una mala campaña. El problema es más de fondo. El país cambió a la par del estallido social y con los efectos perversos de la pandemia. La derecha quedó al desnudo, sin nada que ofrecer de cara al futuro, como no sea la restauración del viejo orden.

Son crecientes los sectores de la derecha que han dejado de creer que Joaquín Lavín es su mejor opción presidencial, aunque continúe liderando las (cuestionadas) encuestas en su sector, y apuestan por Sebastián Sichel, un “independiente” (de vacilante y acomodado recorrido) como una cara nueva, que podría ofrecer mayor competitividad. Pero con poquita fe.
Los ecos de la elección en la Región metropolitana
Naturalmente, la atención de la segunda vuelta se concentró en la emblemática disputa protagonizada por el candidato de la Unidad Constituyente, Claudio Orrego y la postulante del Frente Amplio, Karina Oliva, en la región metropolitana, que algunos analistas visualizaban especulando con un eventual anticipo de la elección presidencial.
Varias encuestas y proyecciones electorales le entregaban el favoritismo a la candidata del Frente Amplio, Una cara nueva, mujer, feminista y de izquierda, en contraste con Orrego, de dilatada trayectoria política (no precisamente una cara nueva), demócrata cristiano, asociado a los vilipendiados últimos treinta años y que muchos identifican mas bien como conservador en el plano valórico.
Efectivamente, Claudio Orrego se beneficio con los votos de sectores de la derecha que optaran por “el mal menor”, luego que la derecha quedara, sorprendentemente, fuera de la segunda vuelta. Pero no es la única razón para explicar la victoria del candidato de la Unidad Constituyente, que ganó abrumadoramente en las tres comunas del barrio alto y en otras 17 de las 54 de la región (entre ellas Ñuñoa), recuperando votos (en relación a la primera vuelta) en la mayoría de las comunas en donde se impuso Karina Oliva.
Claudio Orrego hizo una buena campaña para ganar la elección. Con muy pocos errores. Una campaña de terreno, con un discurso propositivo, unitario y muy poco confrontacional, a diferencia de su contrincante.
Pero los errores no tan solo corrieron de parte de la candidata frenteamplista (entre ellos, el cuestionado apoyo de Pablo Maltés con su bailecito en cámaras). Sus aliados aportaron lo suyo. El grueso error del PC, Convergencia Social y Unir, al vetar la participación del PPD y Nuevo Trato en una primaria Amplia de la oposición, de la que se había auto excluido la DC, alineó a las huestes del eje socialista tras la candidatura de Orrego.
Con ese veto no tan solo le restaron potenciales apoyos a la candidata frenteamplista, sino que brindaron oxígeno a la alicaída Unidad Constituyente que se encontraba al borde de su quiebre. Sin lugar a dudas, un error estratégico, que puede costar bastante más que la gobernación de la región metropolitana.
Otro error se sumó a la cuenta de Daniel Jadue quien, a escasos días de la elección esbozó una confusa demanda, entendida como “un estatuto de garantías” a la DC y las FFAA, instalando una polémica respecto de la convivencia democrática con muy mala brújula en el contexto del fortalecimiento democrático del país.
Un error que ciertamente perjudicó a la candidata del Frente Amplio, abriendo un flanco inconveniente para el postulante presidencial del PC a las próximas primarias frente a Gabriel Boric. Y aun cuando la presión del entorno exigió explicaciones de Jadue relativizando el sentido de sus asertos, el timonel comunista Guillermo Tellier respaldó sus palabras, prolongando la polémica. Karina Oliva perdió por una mala campaña y gruesos errores de su coalición.
La derrota de Karina Oliva se suma a un modesto desempeño de la alianza PC (que no eligió ningún gobernador regional ) y Frente Amplio (que eligió dos, uno de ellos en primera vuelta), lo cual acrecienta su desafío de cara a las aspiraciones presidenciales del sector.
El desafiante escenario presidencial
Son tiempos complejos e inciertos. Para la derecha, también para la centro – izquierda, el PC y sus aliados. Daniel Jadue, que aun debe ganar la primaria a Gabriel Boric, apuesta a polarizar una campaña entre su opción y la de Joaquín Lavín. Obviamente el mejor escenario para desplazar a la centro – izquierda y ubicarse como la alternativa a la derecha.

Pero no es una apuesta simple. Sobre todo, al analizar los resultados de las recientes elecciones. Ya no es del todo evidente que la derecha-con Joaquín Lavín, Sichel, Desbordes o Briones- se puedan instalar en la segunda ronda, luego de su estruendosa derrota. Y bien pudiera reeditarse el escenario de la segunda vuelta en la región metropolitana
Tras los resultados de la elección de alcaldes, concejales y gobernadores regionales, los partidos que integran la Unidad Constituyente (resucitada por el PC y el Frente Amplio) se reaniman con sus expectativas como principal bloque político en el país.
Ciertamente los partidos que integran la Unidad Constituyente no pueden cantar victoria. Están algo más que desafiados a configurar una alternativa unitaria y competitiva que supere sus evidentes vacilaciones con una propuesta sólida de los cambios que el país demanda, entregando garantías de gobernabilidad futura para un país en crisis.
Se entendería como una evidente fatalidad su incapacidad para ofrecer una alternativa unitaria. La carta suscrita por la presidenta de la DC y los timoneles del PS y el PPD, reafirmando el propósito de retomar el dialogo con la voluntad de levantar una candidatura única pareciera una básica señal.
Falta determinar los mecanismos. Y parece del todo evidente que no existe otro que una consulta ciudadana o primarias convencionales, que deben implementar con recursos propios. Un desafío nada menor toda vez que no inscribieran primarias legales, como sí lo hicieron Chile Vamos y la alianza entre el PC y el Frente Amplio.
Es una tarea enorme, para la cual existen precedentes. Como aquella lejana primaria entre Ricardo Lagos y Andrés Zaldívar. Eran otros tiempos, qué duda cabe. Existe una duda razonable respecto de la capacidad de convocatoria, pero desafíos exigentes– con evidentes ventajas para su convocatoria – plantean las primarias legales en la derecha y la izquierda. No se vislumbra otra opción. Parece el único camino. Y los tiempos apremian.