Más allá de Kast y más allá de Boric. Por Luis Marcó

por La Nueva Mirada

La elección presidencial se definirá en los extremos, en los contrapuntos   que no admiten medias tintas: “orden” versus “esperanza”, restauración o cambios estructurales, seguridad o inclusión, rebaja de impuestos o sindicalismo por ramas…suma y sigue. Es innegable que en sectores de las izquierdas el triunfo de Kast en primera vuelta genera nerviosismo, a pesar de que, supuestamente, “Chile cambió”. Veníamos de una nueva lectura social, el nuevo mapa se dibujaba en un estallido aparentemente definitorio. ¿Es eso cierto y en qué sentido? ¿Tendría Kast la fuerza para inhibir o involucionar esos cambios? a contrario sensu, ¿tendría Boric la capacidad de romper los códigos y bases del establishment?

Avancemos en tantear alguna respuesta desde un terreno inesperado: la filosofía, pero escapando de la aridez de la misma para no desanimar al lector. Pensemos un momento en el famoso “malestar” que sirvió como explicación del estallido. La consigna “no son 30 pesos, son 30 años” daba la sensación de un malestar tectónico, volcánico, un verdadero Krakatoa incontenible y al mismo tiempo insondable. Sin embargo la Real Academia de la Lengua permite suponer que estamos ante una trampa cognitiva. Malestar viene de mal- estar , es una condición presente y una de las pocas palabras en el idioma que va ligada expresamente a lo temporal.

Cuando hablamos de malestar deberíamos suponer que se trata de un síntoma, no de una causa. Sin embargo, la política nos da una respuesta fácil: sobreendeudamiento, bajo crecimiento, costos altos. ¿Será así de circunstancial la cosa?

El famoso psiquiatra Sigmund Freud en su ensayo “el malestar en la cultura” sostiene que “un sentimiento sólo puede ser fuente de energía si a su vez es expresión de una necesidad imperiosa”. Si lo queremos llevar al terreno de la filosofía se necesita de una causa eficiente, de un “detonante”. El malestar en sí, el sentimiento en sí pareciera no bastar como categoría de interpretación del estallido, aunque sí del clima general del país.

Un dato más que puede resultar muy revelador. “Malestar” remite a dos conceptos latinos muy interesantes. Por un lado a offensio -onis que significa fracaso, aversión y descrédito. Por otro, se liga a aegritudo –inis, esto es “una pasión del alma” que incluye la tristeza, la desilusión, el languidecer. En consecuencia, hablar de malestar es referirse a la apatía, al desinterés, a “restarse”.

Hay dos conclusiones preliminares hasta ahora. La primera es que el malestar no es un agente movilizador. La segunda es que en él no se anida precisamente la violencia. Un punto curioso porque el estallido no se entiende sin lo masivo pero tampoco sin violencia. En consecuencia, deberíamos tratar de situar lo que Freud indica como “necesidad imperiosa”, lo que llevó a la gente a actuar.

Hay quienes dicen que la corrupción y los abusos se hicieron intolerables, que en la base de las movilizaciones habría una crisis ética. Pero el problema es que siempre en este tipo de procesos hay de base una crisis ética y no todas terminan en estallidos sociales. Lo que sí pareciera relevante es que esa crisis ética deslegitima tanto la institucionalidad como cualquier liderazgo ligado al establishment. Es decir, genera condiciones formales para que exista el estallido.

Sin embargo, lo que pareciera mover el tablero social está ligado más bien a un profundo revisionismo cultural. El pensamiento hegemónico comienza a fallar en la capacidad de procesar, reinterpretar, asimilar o excluir las expresiones contestatarias o revisionistas. Todo eso que la cultura normalmente hace y que permite a las sociedades mantener cierto tipo de equilibrios. Por eso la reacción de gobierno de Piñera, aunque intuitiva o impulsiva no fue casual, se trató de borrar la “estética” del estallido. Lo mismo que hizo la dictadura con la estética de la UP.

Las debilidades de las élites no permiten procesar el desafío cultural cuyo sentido no es la lucha de clases, sino identitario y epocal. En lo identitario el tema de la inclusión se lleva al extremo de sublimarla hasta lo más marginal, todo debe ser visibilizado, aceptado e incluido, pero ojo, no asimilado. Aparece lo que muchos denominan “buenismo” en el marco del “respeto a la diversidad”, pero solo a la diversidad de lo que ha sido excluido o maltratado. Lo “viejo” tiende a ser duramente fustigado, acompañado de una negación de espacios de diálogo. No hay ni puede haber “cocina”, las subculturas van por sus propias conquistas como lo muestra el feminismo o el indigenismo.

Este desafío cultural pone en cuestión los sistemas de representación en todos los ámbitos: político, religioso, cultural. Se valora lo colectivo y se apela a una “nueva” forma de hacer política que se liga a una consulta permanente hacia las bases y la pureza frente a las tentaciones del dinero y el poder. Esto último lo perdió rápidamente la Lista del Pueblo con su intento de candidato presidencial, Diego Ancalao y el constituyente Rojas Vade. Lo mismo ocurrió con el Frente Amplio con Karina Oliva. ¿Será el fin del puritanismo?

En lo epocal aparece un sentido de urgencia por la inminencia de un colapso climático. Hay una amenaza cierta sobre la especie que llama a revisar la forma y sentido de los modelos de desarrollo. Los emplazamientos van hacia lo sustentable y a poner término a las conocidas “zonas de sacrificio”. Los jóvenes pueden manifestar su descontento con la “herencia” que están recibiendo, lo que refuerza el sentido de identidad del proceso.

El Chile de las Tesis, las 40 horas laborales, los derechos garantizados se asienta en un cambio cultural “posmoderno”. Pero no estamos exentos de contradicciones. Hay una tensión entre la idea de ciudadanos versus consumidores, aunque no se quiere dejar de consumir. Y este no es solo el caso del votante de Parisi, es algo bastante más cruzado. En los intersticios se cuelan las contraculturas. La diversidad de anarquistas, narcos, barras bravas o jóvenes dañados por el Sename llevan su propia estética y su propia lógica de violencia. Lo identitario tiene no una sino muchas voces y espacios. Así como existen “fachos pobres” también hay “flaites ricos”.

Todo este proceso no se agota en esta elección presidencial. Si algún candidato supone o sueña con alcanzar la hegemonía cultural se equivoca tal como erró Piñera al suponer que su triunfo, en la última presidencial, mostraba un país corrido a la derecha. Dicho lo anterior las respuestas a las cuestiones iniciales solo pueden ser a medias. Kast podría involucionar algunos cambios alcanzados,  pero las demandas y presiones seguirán ahí; Boric puede pasarse tres pueblos en el ímpetu revolucionario, pero hay mayorías que no quieren terminar con el modelo, en especial si es a costa de sacrificar libertades y algunos intereses.

En fin, una última consideración: Aristóteles apunta que un mismo fenómeno puede tener tres principios u orígenes: el devenir, el ser y el conocer. Desde dónde evoluciona algo, lo que es y cómo se expresa. Traten de hacer el ejercicio de situar solo unas pocas cosas: las tocatas anarquistas en áreas poblacionales, las expectativas defraudadas  de diverso tipo, la exclusión de género y étnica, la deslegitimidad de las élites, la democratización de la des-información, bajos salarios, el avance del narco y la difusión de la inseguridad. Todo esto y otras cositas modelan o condicionan este nuevo proceso de transición. Dejemos abierta entonces la pregunta: ¿hacia dónde?…

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