Por Antonio Ostornol, escritor.
Durante las varias décadas de mi vida que tuve contacto frecuente con mis estudiantes, ya sea por problemas conductuales, académicos, vocacionales o existenciales, al momento de intentar comprender lo que les pasaba, era frecuente encontrarme con testimonios de hijos e hijas abandonadas por su padre. Veía a los muchachos y muchachas que tímidamenteme abrían su mundo, con cierto miedo y mucha rabia, las más de las veces contenida y sin palabras, registraba conmovido diversas escenas de abandono, y me quedaba con la sensación de que apenas alcanzaba a avizorar la tragedia que aquello representaba en sus vidas. Acabo de leer la novela Hija natural, de Natalia Berbelagua (Emecé, 2019). Texto breve pero intenso, preciso, sustantivo. Kundera decía que para él las buenas novelas son las que iluminan algún aspecto de la condición humana, y con la sabiduría que muchas veces pasa por la experiencia pura del dolor, Berbelagua realiza un juego de inmersión en toda la complejidad familiar, emocional, social y creativa, que se origina en la pérdida o ausencia de alguna figura emblemática del sistema “normal o natural” en el que hay que vivir y crecer.
Acabo de leer la novela Hija natural, de Natalia Berbelagua. Texto breve pero intenso, preciso, sustantivo.
De Natalia Berbelagua sabía que era una escritora joven. Irrumpió hace algunos años con un libro de cuentos, Valporno, que se comentaba en secreto, costaba encontrarlo y traía unos relatos estupendos. Tenía el recuerdo de haber leído algunos y me había quedado con la sensación de que en ellos había verdad, producto de una escritura honesta que trabajaba con el lenguaje y quería forzar sus límites. Luego perdí el libro (¿me lo habrán robado?) y ha sido difícil reencontrarse con él. Por eso, cuando me llegó la invitación al lanzamiento de Hija natural no dudé en acercarme por esos lados y hacerme de un ejemplar.
El relato se nos propone como una autobiografía, que arranca de una escena crucial: una hija que hace un viaje, a los 30 años, para conocer a su padre que la abandonó al nacer, que nunca se hizo cargo y que tampoco se mantuvo vinculado a la madre, su pareja de entonces. Es una historia de invalidaciones, desaires, negaciones y agresiones del padre hacia esta hija que nunca quiso conocer. Es la historia de un padre incapaz de hacerse cargo de nadie, menos de sus hijos. Es una imagen que, de repetida, parece trivial. Pero esa indolencia genera el otro lado de la medalla, su anverso oscuro, el dolor y la incapacidad de amar y recibir amor de esos otros, los abandonados, como si una herida original les hubiese amputado el órgano de la entrega y las emociones.
Es una historia de invalidaciones, desaires, negaciones y agresiones del padre hacia esta hija que nunca quiso conocer.
“Soy hija de una madre soltera”, establece al inicio de la novela la protagonista, instalando una condición absoluta que, sin embargo, para ella no es el problema, porque lo que de verdad importa es que “mi padre, es del tipo de persona que puede tomar todo lo mío y hacerlo pasar como suyo, sin tener ningún tipo de remordimiento y seguir con su vida mejor que antes”. El mundo de la protagonista ha sido vaciado desde los orígenes cuando el espacio del padre quedo ausente. Sobre esa ausencia, se construye una familia fracturada, que vivirá en el consumo crónico de analgésicos como una forma permanente –e inútil- de paliar el dolor. El del pasado pero también el del futuro. El de la ausencia de la figura paterna, pero por sobre todo la ausencia de una posibilidad de nutrir esa necesidad de afecto que cada persona busca, en alguna medida, satisfacer.
Y la protagonista buscará en el alcohol, las drogas y el sexo un posible camino para armarse.Y este camino será cuesta arriba, difícil, lleno de muertes que reproducen, de una u otra manera, la muerte inicial, la del desamor.
Y la protagonista buscará en el alcohol, las drogas y el sexo un posible camino para armarse.Y este camino será cuesta arriba, difícil, lleno de muertes que reproducen, de una u otra manera, la muerte inicial, la del desamor. Y la fractura caminará con ella puertas adentro y puertas afuera, en una especie de viaje trágico, iniciático también, de formación, cuyo destino es la búsqueda del padre pero que, en la realidad, es la búsqueda de sí misma, el encuentro en medio de una trama de emociones y sentimientos que se desbordan y no se entienden, de un sistema familiar que, siendo ella hija natural, es básicamente una construcción artificial y destructiva. Pero hay que darle una puntada más a esta trama, ya que lo relevante no son todas las anécdotas que van ocurriendo y que bien podrían contarse en uno de esos programa de televisión donde los periodistas ponen cara de “esto no tiene nombre”, seguido de una mueca que pareciera decir que, además, “nunca me pasará”. Lo importante es el viaje a la interioridad de la experiencia del abandono. Porque quienes no hemos vivido la experiencia y la conocemos sólo de oídas, no podemos imaginar el espacio de devastación en que el abandonado se consolida cada día de la vida. Ni toda la atención ni el amor posibles, parafraseo la novela, serían capaces de llenar ese vacío inicial.
Lo importante es el viaje a la interioridad de la experiencia del abandono.
Por eso hay frases que quedan grabadas y son definitivas: “En esta construcción familiar no hay vida sin muerte, no hay muerte sin dramatismo, no hay paz sin tranquilizantes, no hay amor sin sufrimiento, no hay humor si no es negro”. Sin embargo, el tono de la novela no es negro sino todo lo contrario, iluminador. Y esto tiene que ver con la perspectiva desde la cual se cuenta el relato. La protagonista es una resiliente, ha sobrevivido a las muertes reales de quienes la querían y ella quería; ha perdido parejas, una y otra vez; se ha abandonado a la depresión y las pastillas, o ha visto a su madre hacerlo, creyendo que cualquier día abriría la puerta de su pieza y la encontraría muerta. Y al final ha visto a su padre y ha podido decirle lo que durante treinta años llevaba atascado en su alma: “Me negaste todas las posibilidades, me negaste en el tribunal, te escabulliste, te perdiste, me abandonaste y me vuelves a abandonar”.
Sin embargo, el tono de la novela no es negro sino todo lo contrario, iluminador.
Alguien podría pensar que todo lo que he escrito no representa ninguna novedad y, probablemente, no tendría sentido seguir escribiendo sobre lo mismo. Pero me permito hacer dos puntualizaciones: una, el abandono, aunque no sea en las formas más dramáticas que conocemos como la de los jóvenes que terminan en los centros de acogida, una posta de urgencia, botados en las veredas o condenados a vivir en las cárceles, está muy cerca de nuestras mesas, de nuestros fines de semana, del día a día de cada familia; y dos, Chile, nuestro país, abandona, a sus marginados, a sus diferentes, a sus pobres, a sus perdedores, a sus poetas, a sus mejores. Y todo el éxito del país brilla para algunos pocos y para la gran mayoría se vuelve una existencia abandonada, que apenas se mitiga con analgésicos o se sublima con la violencia sin explicación.
Chile, nuestro país, abandona, a sus marginados, a sus diferentes, a sus pobres, a sus perdedores, a sus poetas, a sus mejores.
Marco páginas de esta novela, las comparto. La buena literatura debiera hacernos reflexionar, permitirnos elaborar aspectos oscuros de nuestra propia realidad, ya sea esta personal o social. Creo que esta historia lo logra, y con creces. Eso reconforta.