Quiero advertir que, más allá de que el actual Ministro de Salud, Jaime Mañalich, fue compañero mío de colegio por varios años, no tengo con él ningún otro tipo de vínculo. Si la memoria no me falla, cuando estaba en el Liceo, Jaime era más cercano a la oposición a Allende que a la Unidad Popular. También me parece, y creo no equivocarme, que en ningún momento adhirió a la dictadura. Y según lo que él ha dicho, hasta antes de la primera candidatura de Piñera, siempre votó por la Concertación. Hizo una carrera profesional, pasando por el J.J. Aguirre (Hospital Clínico de la Universidad de Chile) y, también años después, por la Clínica Las Condes. Seguro que hizo muchas otras cosas, pero de ellas no me enteré. Volvió a aparecer en mi radar, mucho tiempo después, cuando fue Ministro de Salud (Piñera 1) por primera vez. Ahora, nuevamente en el cargo, le ha correspondido encabezar la respuesta sanitaria del gobierno a la pandemia.
¿Por qué hago este itinerario? Por una razón muy simple: su trayectoria no me parece especialmente distinta a la de muchos profesionales de mi generación que, en la medida que se insertaban en el mundo laboral y se especializaban, iban ocupando y de hecho ejercieron responsabilidades públicas. He tenido amigos muy cercanos que fueron ministros, profesores universitarios, dirigentes de partidos, gerentes de empresa, artistas, directores de colegio, servidores públicos (gobierno y municipios), escritores, parlamentarios. Con mayor o menor figuración mediática, siempre me parecieron buenas personas, que creyeron firmemente en que podían contribuir al bienestar –no de ellos ni de sus amigos- sino de la comunidad, desde los espacios públicos en que actuaron. Es verdad que lo hicieron desde sus particulares miradas (obviamente no todas iguales e incluso contrapuestas) y, ciertamente, desde sus intereses políticos, corporativos o, lisa y llanamente, personales. Esta condición me parece absolutamente humana (hace mucho rato que dejé de creer en santos). Por lo mismo, cuando escucho el coro de denuestos contra Mañalich –por la frase tal o cual, o porque se habría equivocado, o porque es soberbio, etc.- me parece de una profunda ceguera, porque la mayoría de los opinantes son básicamente eso, opinantes. Es decir, son personas que tienen opinión. Seguro que muchos de ellos las han fundado bien; otros quizás, solo más o menos. Pero el encono que colocan en las críticas pareciera que nace más de un juicio previo, que buscara mermar toda autoridad en el ministro, atribuyéndole cierta ilegitimidad. Y en algunos casos, dejan entrever que no solo habría ilegitimidad, sino que además una cuota de mala fe, ya que sus objetivos reales no serían resguardar la salud pública, sino permitirle a los privados hacer sus negocios.
Por lo mismo, cuando escucho el coro de denuestos contra Mañalich –por la frase tal o cual, o porque se habría equivocado, o porque es soberbio, etc.- me parece de una profunda ceguera, porque la mayoría de los opinantes son básicamente eso, opinantes.
Al escuchar estos argumentos, cualquiera podría creer que existe una sola forma de contener el virus y cuidar la salud de la población. A veces se sugiere la idea de que el ministro también conoce esa fórmula, pero no está dispuesto a aplicarla porque su compromiso no es con la salud de la población sino con las ganancias de los grandes grupos económicos. Nada de esto tiene mucho fundamento, más allá de que no hay acuerdos unánimes en estas materias. En último término, me queda la impresión que muchas de esas opiniones provienen de una rabia basal, acumulada por años e inclaudicable. Y peligrosa, porque su pulsión de fondo es más destructiva que constructiva. Es ese discurso que de antemano desconfía de las intenciones de aquellos que no comparten sus argumentos u opciones. Es curioso, porque muchos de esos discursos proclaman la defensa de las marginalidades, de las diferencias, de las especificidades sociales. Y, sin embargo, denotan una incapacidad profunda para aceptar las diversas miradas que conviven en la sociedad y, por lo tanto, tienden a descalificarlas a priori.
Una persona militante de algún movimiento comunitario, con la cual a veces converso o, mejor dicho, intento conversar, cuando me atreví a sugerir –ante su aseveración de que ella desconfiaba de las cifras oficiales- que yo sí le creía al ministro y pensaba que no se tergiversaban, elevó la voz (porque al parecer mientras más se grita es más verdad lo que se dice) y me acusó de ser un ingenuo, y tragarme todo lo que el gobierno dice. Probablemente, desde su lógica política, donde toda la vida se puede reducir a intereses ideológicos o de grupos, esta persona no concibe que sea viable que haya información verdadera, generada por muchos profesionales que, entre otras cosas, se están jugando con sus equipos la vida para defendernos del Covid 19, y que las autoridades respeten y se comprometan con esas cifras, las informen al mundo a través de organismos internacionales como la OMS (no sería raro que, en el fondo, creyera que esta organización también sea parte de la confabulación de Mañalich para ocultar o tergiversar las cifras de Chile). Cuando se habla de la, hasta ahora, baja tasa de letalidad en Chile, quienes miran la pandemia desde estas lógicas conspirativas, las ponen en duda y pareciera que les gustaría que esta fuera más alta, o que Chile no tuviera la más alta tasa de exámenes de América latina.
Cuesta imaginarse que se pueda cumplir disciplinadamente si no se confía en las instituciones que conducen la respuesta sanitaria y, especialmente, en el aparato del estado, que es la organización capaz de responder en forma masiva y contundente frente a la emergencia.
Me parece que hay bastante consenso, no solo en Chile sino en todo el mundo, que enfrentar esta enfermedad con éxito pasa en lo principal, pero no exclusivamente, con el grado de compromiso de una gran mayoría de la población con las medidas de distanciamiento social y autocuidado de la higiene (mascarillas, lavado de manos). El gobierno tiene un rol fundamental, sin duda. Debe garantizar a la población las condiciones mínimas para que pueda cumplir las medidas de mayor exigencia (cuarentenas, por ejemplo). Pero si estos discursos rabiosos, que todo lo descalifican y lo desacreditan, que no creen en nada, se imponen como hegemónicos en sectores importantes de la ciudadanía, la posibilidad de que este tipo de medidas sean eficientes, se morigera. Cuesta imaginarse que se pueda cumplir disciplinadamente si no se confía en las instituciones que conducen la respuesta sanitaria y, especialmente, en el aparato del estado, que es la organización capaz de responder en forma masiva y contundente frente a la emergencia. La desconfianza, al menos que sea fundada (porque puede pasar: ya se vio un ministro boliviano acusado de negociar con insumos médicos), es expresión de falta de solidaridad hacia los colectivos y de esclavitud a los intereses, ya sean políticos e ideológicos, de quienes creen que todo es político, en el sentido pequeño del concepto, o sea, de la inmediatez de la lucha por el poder. Ciertamente, esa lucha es legítima y todo es político en un sentido más profundo. Pero, como me dijo un amigo médico, el coronavirus no distingue tanta sutileza al momento de infectar. Alguien podría estar preguntándose, con justicia, si no me doy cuenta de que los efectos de la pandemia no son iguales en los sectores pobres y en los ricos, y que la distribución de dichos efectos va inevitablemente a reflejar la inequidad de nuestra sociedad. Si alguien se hizo la pregunta, le digo que sí, que me doy cuenta. Así como también me doy cuenta de que, en estos momentos, no somos capaces de terminar con esas inequidades (se necesita tiempo, recursos, voluntades, mayorías, nueva constitución, etc., o sea, no hay caminos cortos) y, si pretendemos que en estas condiciones se viva el “soñado momento revolucionario”, la probabilidad de que el precio final lo paguen los más desfavorecidos, es muy alta.
Pero, como me dijo un amigo médico, el coronavirus no distingue tanta sutileza al momento de infectar.
En mi opinión, es tiempo de controlar la rabia, aumentar la confianza, mirar sin anteojeras, creerle a los que saben, y abrir los espacios para que las organizaciones políticas y sociales, en una actitud de diálogo, sean plenamente parte de la solución.
es tiempo de controlar la rabia, aumentar la confianza, mirar sin anteojeras, creerle a los que saben
7 comments
Tiempo que no andaba por estos lados, pero tu mano escribe lo que muchos que tenemos una historia y también una mente reflexiva quisiéramos haber escrito.
No somos gobiernistas, pero queremos que en esta vuelta les vaya bien y se equivoquen lo menos posible (el comité de expertos, el Gobierno). Si les va mal, el resultado ya se vislumbra, y como lo dices vendrá montado en la rabia y la intolerancia.
Y si el resultado final es relativamente positivo, qué se argumentará entonces?
Un abrazo inmenso,
Yo comprendo muy y concuerdo con tu reflexión.
Es un asunto muy difícil de manejar sin duda y ha generado mucha confusión.
Creo que la capacidad de Chile, para enfrentar la pandemia, lamentablemente es bastante frágil.
Tiene muy buenos médicos y un buen sistema de salud. Si, un sistema sanitario bastante desigual.
El sistema económico de Chile, es decir, neoliberal, con un poder del estado muy reducido y un gobierno de derecha, debilita de manera casi alarmante la capacidad de respuesta a la pandemia.
Las cifras de muertes en ningún país son las reales. Es decir, sin duda son bastante mayores que las cifras oficiales. Chile no se escapa tampoco de un da realidad.
El gobierno chileno cometió en tremendo error de reaccionar tarde. Ese hecho, hoy evidente, me parece imperdonable.
Creo que lamentablemente, continuaron con la inercia de las ganancias, de los negocios y con un sistema de salud sometido a la presión del sector privado, reaccionó tarde y mal.
Pienso igual que tú , no logro expresarlo tan claramente en una discusión porque no tengo tus dotes literarias para desarrollar tan bien la opinión
Creo que Mañalich está haciendo una gran tarea y quiero confiar en que así es, algunos errores se cometieron , seguro, pero creo en nuestra gente , creo en los profesionales y expertos que están a cargo .
En mi opinión, es tiempo de controlar la rabia, aumentar la confianza, mirar sin anteojeras, creerle a los que saben, y abrir los espacios para que las organizaciones políticas y sociales, en una actitud de diálogo, sean plenamente parte de la solución.
Excelente comentario.
….»En mi opinión, es tiempo de controlar la rabia, aumentar la confianza, mirar sin anteojeras, creerle a los que saben, y abrir los espacios para que las organizaciones políticas y sociales, en una actitud de diálogo, sean plenamente parte de la solución».
Excelente comentario.
Leo su columna en el sitio lamiradasemanal.cl en que se desliza una defensa del ministro Máñalich a la vez que una descalificación hacia quienes no comparten su desempeño y me veo en le necesidad de comentarla y rebartirle agunos de sus planteamientos. Quiero advertir que, más allá de que un amigo muy querido falleció hace unos días por coronavirus, no tengo ningún tipo de animadversión en particular contra el ministro en tanto Jaime Máñalich, sí tengo, y mucho contra el actual (y espero que por no mucho más tiempo) ministro de salud.
Me preocupan algunas opiniones vertidas en su columna, en atención a que quienes critican la forma y el fondo de cómo se ha manejado la pandemia, solo lo harían movidos por prejuicios anárquicos (juicios previos que buscan mermar la autoridad del ministro, dice usted). Pareciera que esa idea suya nace más de “un juicio previo, que buscara mermar toda autoridad en las críticas, atribuyéndoles cierta ilegitimidad”, puesto que no hay ninguna prueba ni argumento que respalde dicha afirmación. Es más, su propio prejucio estalla ante el lector cuando dice que desde la lógica de uno de los críticos del ministro, que levanta la voz cuando discute, probablemente, “toda la vida se puede reducir a intereses ideológicos o de grupos”. Según su columna, los “Mañali hater” solo opinan con “discursos rabiosos, que todo lo descalifican y lo desacreditan “desde “una rabia basal, acumulada por años”. Pero no intenta ni por asomo acercarse al origen de esa rabia ni a indagar por qué se ha acumulado por tantos años. Es decir, usted solo descalifica a los disidentes sin aportar argumentos para ello. En retórica esto se conoce como un argumento ad hominem.
Más adelante, no mucho en realidad, usted afirma que las críticas se basan en una creencia (al parecer profundamente errada) de que los objetivos de Mañalich “no serían resguardar la salud pública, sino permitirle a los privados hacer sus negocios” ya que, para sus detractores, el ministro conoce la fórmula para resolver todo, “pero no está dispuesto a aplicarla porque su compromiso no es con la salud de la población sino con las ganancias de los grandes grupos económicos”. Pues bien, señor Ostornol, no creo que exista una fórmula para combatir el virus y que el ministro no la quiera aplicar. Lo que creo firmemente, y no por rabioso ni desde un discurso reducido a lo ideológico, es que Mañalich, es el representante más evidente, pero no el único, de un gobierno que, efectivamente se ha preocupado más de las ganancias de los privados que de la salud de la gente, de otro modo no se explican medidas como la negativa a fijar preciso, la eufemística ley de protección al empleo o la compra de cajas de mercadería a privados (grandes empresas) en lugar de entregar dinero u otro tipo de ayuda que permitiera que los pequeños almaceneros pudieran también participar de esta inyección de recursos, entre otras. Este gobierno, del cual Mañalich es una de las caras más visibles, ha tomado demasiadas medidas frente a las cuales no se requiere ser un experto para entender que son equivocadas y para cuestionarlas, por ejemplo, ¿sabe usted qué fue lo primero que hizo este gobierno la noche en que comenzó a regir el toque de queda del estado de excepción decretado por la pandemia?, pintó, durante la noche y subrepticiamente, el monumento al general Baquedano en la ex plaza Italia.
Lo anterior, podrá argumentar en favor del ministro, no corresponde directamente a decisiones tomadas por él o su entorno, y es verdad, solo se indicó a guisa de ejemplo general. Pero claramente fue él quien habló, con una seguridad digna de mejor propósito, de que el virus podía mutar y ser buena persona. También fue su ex compañero quien reconoció no haber conocido de forma acabada la realidad brutal de una parte importante de la ciudadanía que debe proteger. Respecto del tema de las confianza, hay tanto o más paño que contar, ¿cómo confiar en alguien que fue expulsado por temas éticos del colegio médico? ¿usted creería en las cifras entregadas por quien las falsificó en el caso de las listas de espera?.
Como puede ver usted no se trata de criticar por criticar a Jaime, ni a quienes somos sus detractores nos mueve un afán malévolo ni, para descartarlo de plano, nos paga Maduro ni Kim Jong-un.
Por último, sostiene usted que es el momento de “aumentar la confianza, mirar sin anteojeras, creerle a los que saben, y abrir los espacios para que las organizaciones políticas y sociales, en una actitud de diálogo, sean plenamente parte de la solución”. Esto último es lo que más comparto de su columna, claro que desde un punto de vista distinto al que usted lo plantea, pues es el ministro quien se ha negado sistemáticamente a escuchar a los que saben (hay varios expertos epidemiólogos renunciados a las mesas covid regionales por que no se les toma en cuenta), es el ministro quien con anteojeras políticas calificó a los alcaldes de estar en campaña cuando le hicieron críticas a su manejo, es el ministerio quien no ha permitido que otras voces puedan ser parte de la solución.
En mi opinión, los llamados a la unidad y al trabajo en equipo para luchar contra la pandemia serán meras manifestaciones de buenismo mientras las autoridades y sus adláteres no comiencen con el sano ejercicio de la autocrítica y no entiendan que es tiempo de dejar de satanizar las opiniones contrarias o disidentes.
El itinerario previo es clave para entender el relato del autor. Cada persona percibe piensa y declara desde su historia personal. Coincido con la idea de construir confianzas como requisito indispensable para llegar a entendimientos y avanzar en las decisiones que la ciudadanía del país demanda y necesita, ahora ya, y en el corto y en el mediano plazo. La confianza y la buena fé es una condición necesaria para cualquier empresa humana. Pero no es un bien gratuito. El autor conoce de cerca las distintas etapas que vive la patria desde a lo menos la década de los sesenta del siglo pasado. Y es posible coincida conmigo, coetaneo suyo, que en más de una vez sucedieron hechos politicos económicos y sociales qie nos hicieron perder la inocencia y luego las confianzas. Nuestra generación, la de los cincuenta, hoy tiene la oportunidad de reencontrarse con la Historia ya no como protagonistas, si no como emisarios de la esperanza y del optimismo. Sin perder de vista que las actuales generaciones, especialmente la de los noventa, nos superan en información, en formación, e independencia para correr la línea de lo que nosotros creíamos posible. Cierto, descalificando y pensando siempre mal no es la forma ni el camino para contribiir a la construcción de confianzas, tampoco lo son la desinformación, el cinismo, y por cierto la mentira. Aprendí un dicho de la gente de campo cuando fui Director de Educación de una comuna rural de la zona poniente de la Región Metropolitana, a propósito del camino a la confianza…»cómo quieres que te salga a buscar si no te dejas ver». Y claro pensando en el compañero de liceo del autor recuerdo tambien «no hay que cambiarse de caballo cuando se está cruzando el río»