La presentación de un nuevo libro es un momento estelar para cualquier escritor o escritora. Y digo “estelar” no en el sentido de que el artista se transforme en una “gran estrella” o un “astro” central de cualquier universo, sino en la acepción algo más modesta de evento extraordinario, como define la Real Academia de La Lengua. En este caso, lo que estaría fuera de lo ordinario es, precisamente, la publicación de un libro, más aún cuando se trata de una novela. En mi caso, esto me ha sucedido a veces, sin frecuencias ni regularidades, casi al azar de mis propias convicciones y las veleidades del mundo editorial, que son severas para quienes, como yo, no trabajamos asociados a las grandes editoriales ni estamos patrocinados por algún agente literario. Desde ya admito que con estos juicios puedo ser injusto con muchos sino todos los y las colegas que están en cualquiera de estas situaciones y que cada día hacen su más genuino esfuerzo por producir sus textos. Si de alguien hablan estas aseveraciones, más bien es de mí, de mi propia veleidad para escribir y mis dificultades para ir encontrando esas historias que a uno como escritor lo enamoran y lo comprometen.
Cuando, una vez impresa, tuve oportunidad de releer mi propia novela, reconocí en ella las huellas de dos grandes relatos chilenos: El lugar sin límites, de José Donoso; y Ramal, de Cynthia Rimsky.
Si observo mi trayectoria creativa, ciertamente hay algo en mis procesos que constituye la irregularidad de la que hablo: apenas me demoré un año entre mi primera y segunda novela; luego, casi diez, para publicar la tercera; veinte para la edición de la cuarta. Ocho años después, publico Chino, mi última novela (Ediciones de la Lumbre, 2020). Y más allá de la alegría de haber llegado a puerto, estos días que han tenido algo de “estelar”, me han obligado a un ejercicio de reflexión sobre mi propio trabajo que me ha permitido descubrir elementos en él que para mí eran completamente inconscientes y, por otra parte, constatar lo maravilloso de los lenguajes literarios que no solo se van recuperando de una generación a otra, donde se releen y reprocesan, sino que también se conectan simultáneamente y sin conciertos previos, con los trabajos y trazas que otras y otros escritores contemporáneos a uno van dejando con sus trabajos. Cuando, una vez impresa, tuve oportunidad de releer mi propia novela, reconocí en ella las huellas de dos grandes relatos chilenos: El lugar sin límites, de José Donoso; y Ramal, de Cynthia Rimsky.
La deuda con el primero, escrito en los años sesenta y leído con fervor por mí en los ochenta, es de pura gratitud: por su osadía transgresora, por su lucidez anticipatoria del Apocalipsis hacia el cual caminaba la sociedad oligárquica chilena, por las formas innovadoras de su narrativa. En esa historia, metaforizado bajo la utopía de la construcción de una mítica Ruta 5 Sur que pasaría junto el pueblo, la ilusión de un wurlitzer que modernizaría la quinta de recreo del pueblo y la llegada de uno de sus parroquianos que se aventuró más allá de las fronteras e incursionó en las ciudades, regresando con un camión, se ficcionaliza el cruce entre la modernidad capitalista que se expandía en esos años en nuestro país y toda América latina, y el viejo mundo oligárquico y conservador asociado a la tenencia de la tierra y el latifundio. De ese choque de mundos, cuya tragedia posiblemente haya desembocado en el golpe militar, es tributaria mi novela. No lo pensé así cuando escribí una primera versión allá por los primeros años noventa. Ni tampoco durante el último tiempo en que ocupó la mayor parte de mis empeños. Pero no escribimos desde la nada y nos formamos desde nuestras lecturas. El mundo donosiano había permeado, con seguridad, muchas capas geológicas de mi imaginario literario y, de alguna de ellas, arrancó la estructura general de Chino, mi novela.
El mundo donosiano había permeado, con seguridad, muchas capas geológicas de mi imaginario literario y, de alguna de ellas, arrancó la estructura general de Chino, mi novela.
Cuando en los años noventa, a caballo de la modernización neoliberal y globalizadora, una nueva fractura se iniciaba en Chile, no hacía sino montarse sobre una vieja estructura donde se debatían modernidad y cambio, versus resistencia y conservadurismo. Solo que, me parece, las coordenadas ya no eran tan claras. Por una parte, el mundo conservador quería ponerse a la vanguardia de los cambios revitalizadores del capitalismo y abrir paso a la hegemonía financiera, vinculándose con el mundo y apropiándose de sus modernidades que venían asociadas a fuertes cambios en la cultura; por otra parte, su alma conservadora, esa marcadamente católica y apostólica, pero del cuño más reaccionario (hablamos de la iglesia de Juan Pablo II y todos sus escándalos de abusos), se ofendía y resistía. Fueron los tiempos en que se penalizó el aborto, se rigidizó el divorcio, se intentó controlar los medios, etc. Lo interesante, creo, es que este proceso generaba sentimientos de rechazo y deseo, de libertad y represión, lo que hacía que la fractura se viviera en la intimidad de cada individuo, en el espacio secreto y confinado de cada cual. Porque eran tiempos de censura en todos los órdenes y estas dicotomías feroces no podían pasar sin producir daño. La distancia entre lo público y lo privado se profundizó, en buena medida, gracias al espacio oprimido, controlado y silenciado que fue el hábitat natural de la dictadura. Parte de este proceso lo viví a unos pocos kilómetros de Santiago y pude intuir –tal vez sin darme cuenta- lo que allí sucedía. Este es el escenario que transita en medio de mi novela, un escenario de personajes que apenas pueden sobrellevar sus pequeñas, íntimas y silenciosas historias.
Hace algunos años atrás, con retraso sin duda, leí Ramal, una novela espléndida de Cynthia Rimsky que se publicó a inicios de la segunda década de este siglo. Es una historia de retazos, de ruinas, de tiempos que van desapareciendo pero que, en realidad, solo están ocultos, marginados, dejados atrás. Así como en Donoso la Ruta 5 Sur marca la cicatriz que la modernidad deja en una cultura que no alcanza a darse cuenta de los cambios, en esta novela la cicatriz está dibujada por la línea férrea de trocha angosta que comunica Talca con Constitución. Estamos en medio de la zona central de nuestro país, todavía en las inmediaciones de la frontera con el pueblo mapuche, y la modernidad llega de la mano de un proyecto para reflotar este tramo ferroviario, bajo la forma de una moderna atracción turística. En la novela, la narración no emite juicios. Simplemente permite que el personaje principal pueda ir bajando en las pequeñas estaciones del recorrido y adentrándose en los territorios aledaños. El quiebre, la herida, es absoluta, ya que aquí ni siquiera se tensionan lo moderno con lo tradicional: simplemente se escinden. Y la modernidad caminará por un lado y atrás, como ruinas, irán quedando esos personajes anclados a sus tierras, sus tiempos y sus tradiciones.
Así como en Donoso la Ruta 5 Sur marca la cicatriz que la modernidad deja en una cultura que no alcanza a darse cuenta de los cambios, en esta novela la cicatriz está dibujada por la línea férrea de trocha angosta que comunica Talca con Constitución.
Cuando escribí las primeras versiones de Chino, no había leído Ramal. Pero los textos son parientes. No en lo formal, ya que son dos libros muy distintos, sino en la evidencia de la crisis. Hemos caminado con una modernidad con pies de barro y la historia reciente nos lo ha puesto en evidencia. No hay progreso real sino es para todos. Y no se trata solo de riquezas más o menos: es un tema de participación, respeto, inclusión. De igualdad humana, aunque no igualitarismo, y dignidad. Y estos son o deberían ser, parte de nuestros temas constitucionales.
Hemos caminado con una modernidad con pies de barro y la historia reciente nos lo ha puesto en evidencia.
2 comments
Recién me llega «Chino» y me dispongo a leer y a recorrer ese tiempo en que enseñabas magistralmente a Donoso en el Oriente. Para muchas y muchos, gracias a esas clases que dabas mientras vivías tu propia transición, El Obsceno pájaro y El lugar sin límites fueron la puerta de entrada al mundo imaginario y al mundo real: «La literatura» le sabe» a la historia, a la ciencia, al fútbol, a todo», decías en las salas R del Campus llenas de estudiantes maravillados con tu forma de reflexionar y traducir lo complejo en una maravilla. Me dispongo feliz a conocer al Chino, tal vez a resignificar ese tiempo y de algún modo, también a resignificarte.
Nuevamente agradezco tus reflexiones y tu generosidad de maestro de la literatura imbricándolos con la complejidad de las transformaciones sufridas por nuestro país que bien dice “ha creído con pies de barro” y la mira puesta en los grandes temas constitucionales. Felicitaciones por el “CHINO” y su debut altamente comentado y desde ya con excelente crítica.
Y que Chino siga cosechando seguidores y amantes de la buena literatura.