Páginas Marcadas de Antonio Ostornol. Las enseñanzas de la “patria”.

por La Nueva Mirada

Hace unos meses comenté la novela Patria, de Fernando Aramburu. El año 2020, producida por HBO MAX Europa, se lanzó la serie basada en esta novela. La vi con cierto escepticismo por aquello de que no siempre las traducciones de lenguaje funcionan. Sin embargo, fui capturado nuevamente por los 8 capítulos (una hora de duración aproximada cada uno). Y me convencí de que esta era una experiencia totalmente remarcable.  

¿Por qué me parece tan notable esta serie y me hace recomendarla sin tapujos? La historia –para quienes no la conocen o no la recuerdan- trata de dos familias vascas cruzadas por la guerra de liberación iniciada por la ETA en contra del estado español. El relato se estructura a partir de dos hechos claves: por una parte, estamos en la época en que ETA anuncia que ha dejado las armas, lo que es el presente de la historia; y por otra, nos remontamos al momento en que en España están operando algunos de los comandos de esta organización, encargados de producir la mayor cantidad de atentados posibles contra el estado español, su policía o, simplemente, sus ciudadanos. Para los efectos de este relato, todo el drama de estas dos familias comienza con el asesinato de un empresario que se niega a pagar el “impuesto revolucionario” de los nacionalistas vascos que han optado por la lucha armada como estrategia para alcanzar sus aspiraciones. Toda esta historia sería trivial de no ser porque el asesinado y el asesino pertenecen al mismo pueblo etarra de toda la vida. El hecho se instala en el corazón de ambas familias, afectando las décadas siguientes de padres, madres y hermanos, y del pueblo entero. El mayor mérito, tanto de la novela como de la serie, es que no se dejan arrastrar por la tentación de ofrecernos un discurso histórico – político, sino que construyen la tragedia personal y privada que se esconde bajo los titulares de cualquier estrategia basada en la violencia o la guerra.

Como no me canso de decir, este tipo de obras debieran ser lectura o visionado obligatorio en todos nuestros programas de estudio, de modo que nos vayamos vacunando contra la violencia. Lo que vivió España durante las décadas en que operó la ETA en su país, no se diferencia de lo experimentado por la guerra en el Líbano o lo que viven rusos y ucranianos en nuestros días. Tampoco es diferente a lo que está pasando en la llamada macrozona sur de nuestro país. Un bus que transporta como pasajeros a trabajadores de una operación forestal es asaltado a balazos, dejando un trabajador muerto y dos heridos. ¿Quién disparó? ¿Con qué propósito? ¿Cómo logran mover poder de fuego? Las respuestas categóricas son imposibles. Pareciera que nadie sabe nada y, sin embargo, hay la sospecha que todos saben todo. Entonces, ¿por qué siguen ocurriendo estos hechos?

El escenario donde se confunden delito e insurgencia, reivindicaciones legítimas y acciones ilegales, intereses políticos coyunturales y sentido de estado, no es el más propicio para enfrentar un conflicto que, de no mediar una estrategia consensuada a nivel nacional, que posibilite al estado el uso apropiado de la fuerza para identificar, perseguir y desarticular a los grupos armados, y castigar a los responsables de dichas acciones, solo seguirá creciendo y agudizándose, siendo probablemente cada vez más violento y costándonos cada día más víctimas mortales. El presidente de la República ha hablado de un gran acuerdo nacional para abordar esta realidad. Ciertamente, este es necesario. Requiere, para empezar, precisar los contenidos del mismo. Ya sabemos que uno de esos imprescindible es la propuesta para solucionar los temas históricos del pueblo mapuche, en el marco de nuestro estado de derecho que, tal como están las cosas, debiera despejarse bastante si la propuesta de constitución se aprueba en septiembre. Hechos los reconocimientos constitucionales de los derechos de nuestros pueblos originarios, pierden sentido las acciones de violencia política destinadas supuestamente a reivindicarlos.  Pero el otro tema sobre el cual debiera sustentarse un eventual acuerdo nacional es en el respaldo irrestricto (excepto por el resguardo de los derechos humanos) a la acción de las policías y de quiénes sea necesario para poner fin a los grupos, ya sea políticos o delictuales, que promueven la violencia. Y, en mi opinión, no se trata solo de si se extiende o no el estado de excepción, sino de mejorar en forma sustantiva las capacidades del estado para reprimirlos, entendiendo por esto policías, fiscales y jueces.

En este sentido, creo que fueron un desacierto las declaraciones del presidente, que han repetido varios de sus ministros, en el sentido de que “no se persiguen ideas sino delitos”, porque hay palabras y declaraciones que, por su naturaleza, son en sí mismas delitos. Los movimientos que a lo largo de la historia han desarrollado procesos de trágicas violencias políticas, suelen haber comenzado por proclamas para estimularlas. El nazismo probablemente no se habría impuesto, de no mediar un discurso híper nacionalista y racista que fundamentó sus políticas expansionistas y de persecución a sus adversarios. Proclamar la lucha armada contra una acción constitucional del estado, como lo hizo Llaitul, es un delito, equivalente al del ex almirante que declaró que íbamos en camino a que los marinos nuevamente tuvieran que saltar al abordaje de la institucionalidad, aludiendo al golpe del 73.

Un potencial y necesario acuerdo nacional necesita declaraciones explícitas al respecto. La violencia no es admisible como herramienta política. La represión por parte del estado democrático es legítima. Detener, con los medios que la legalidad chilena nos permite, la espiral de violencia es un mandato moral para quienes ejercen el poder y forman parte de la esfera pública. Y esto va desde el combate a los pirómanos hasta los fusileros. En la medida en que nos reconocemos como un estado democrático, la violencia política fuera del marco institucional es ilegítima y debe ser perseguida, sancionada y repudiada. Y en un estado como el nuestro, que se encuentra en uno de los procesos más interesantes de profundización de su democracia, con mayor razón.

Darle un tiempo a Patria, ya sea para leer la novela o ver la serie, nos ayuda a valorar la urgencia de esta batalla por la no violencia. Los discursos que la proclaman a veces suenan bien y llegan a tener un cierto hálito romántico. Pero la verdad es que, desde la perspectiva de las personas, constituyen el inicio de un calvario donde nadie gana y todos pierden.

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1 comment

Marta Contreras Laporte. junio 2, 2022 - 1:38 am

POR QUÉ CONTAR LA HISTORIA ( GUIÓN) DE LA PELÍCULAS o series…en los comentarios?.. Ayuda o no ayuda.?

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