En el número anterior de este semanario, Gonzalo Martner publicó una interesantísima columna que tituló: “¿Hay salidas a la crisis?”. Esta es la página que quiero marcar hoy porque creo que es una muy buena plataforma para pensar, efectivamente, el futuro, no solo de largo plazo, sino que también el inmediato.
Varias razones me mueven a proponerles la revisión de este texto. En primer lugar, porque el análisis de Martner es amplio, considera múltiples variables y describe varios procesos que han sido claves en las últimas décadas de nuestra vida política. En el artículo se hace una lectura que va desde la transición pactada (¿hay transiciones que no se pacten, ya sea con el “enemigo derrotado” o con “el amigo necesario”?), hasta el nuevo escenario político post octubre del 2019, cuando se hizo evidente que el marco institucional ya no era capaz de contener razonablemente las demandas sociales. Ofrece esta columna, además, una buena síntesis del estado de la actual oposición, caracterizándola en cuatro sensibilidades que conversan poco o nada. Ubica, muy certeramente a mi juicio, la tremenda responsabilidad de una parte muy relevante y poderosa de la derecha en el desencadenamiento y mantención de la crisis social, al negarse a cualquier forma de poner en cuestión las bases estructurales del actual modelo neoliberal y ejercer a cualquier precio el “veto oligárquico” que le heredó la dictadura. También me parece destacable la caracterización de la condición de la “clase media” chilena, amenazada e inestable, cuya fragilidad se pone en evidencia frente a cualquier contingencia (llámese esta crisis “sub prime” o “Covid 19”), junto con la precariedad espejo de un estado incapaz de garantizar los derechos mínimos a sus ciudadanos. Y finalmente, dibuja un escenario desolador donde todo lo que se viene por delante parece oscuro, tensionado por la división y heterogeneidad endémica del centro y la izquierda, y el atrincheramiento agónico de la derecha (léase, el gabinete del miedo), que le hace prever que la mayor probabilidad de éxito en las confrontaciones políticas de los próximos meses la tiene, precisamente, la derecha, que podría elegir varios gobernadores de regiones importantes, lo mismo que alcaldes de mucha incidencia y, cual si fuera la guinda de la torta, asegurar en la eventual Convención constituyente del tercio que les asegure el veto.
Puntadas más o puntadas menos, muchos podríamos estar de acuerdo con este diagnóstico. Pero el artículo de Martner no se queda en la descripción de este escenario, sino que mira hacia adelante y, con una cuota de mitigado optimismo como para no pisarse la cola (“la esperanza es lo último que se pierde”, suscribe el autor), propone algunos lineamientos y desafíos para el mundo progresista y democrático que me parece deben ser abordados y respondidos por quienes tienen cargos de representación, ya sean estos ciudadanos o partidarios. La oposición debiera tener pactos inteligentes, desdramatizados, que mejoren sus posiciones en las futuras elecciones y aseguren, efectivamente, una mayoría progresista y democrática para la convención constituyente. Asegurar un plebiscito con alta participación, representativo de la diversidad de fuerzas políticas que existen en el país, incluidas las derechas (que no son, necesariamente, una, grande y nuestra), que pueda funcionar con libertad y logre los acuerdos que puedan representar a las mayorías. Conecto esta necesidad, con lo señalado por Agustín Squella en una columna reciente en El Mercurio. En ella, Squella defiende el valor de la democracia como sistema para resolver los conflictos políticos. Específicamente, señala que “La democracia, junto con favorecer los acuerdos, da visibilidad a los desacuerdos que los anteceden, y presta así un doble servicio a la comunidad, echando mano de la regla de la mayoría cada vez que el acuerdo se torna imposible”. A la discusión constitucional, si uno aceptara la lógica de Squella y la demanda de Martner, los diversos grupos políticos y movimientos sociales, debieran llegar habiendo explicitado sus propuestas, manifestado sus diferencias y estudiado los espacios para los acuerdos, y los mecanismos para resolver aquellos temas donde los consensos no existan. Y ahí, como dice Squella, habría que echar mano a la regla de la mayoría.
con una cuota de mitigado optimismo como para no pisarse la cola (“la esperanza es lo último que se pierde”, suscribe el autor), propone algunos lineamientos y desafíos para el mundo progresista y democrático
Squella defiende el valor de la democracia como sistema para resolver los conflictos políticos.
A la discusión constitucional, si uno aceptara la lógica de Squella y la demanda de Martner, los diversos grupos políticos y movimientos sociales, debieran llegar habiendo explicitado sus propuestas, manifestado sus diferencias y estudiado los espacios para los acuerdos, y los mecanismos para resolver aquellos temas donde los consensos no existan.
Como estamos en tiempos de ir “paso a paso”, creo que la mirada de Martner, por una parte, y las reflexiones de Squella, por otra, nos ayudan a entender cómo, quienes creemos que hay que modificar el pacto social, económico e institucional de la democracia chilena, debemos ir resolviendo los “pasos” a seguir. ¿Cuáles son los cambios constitucionales mínimos esperados por la gran mayoría? Cuando se abra la campaña por el apruebo, ya debieran estar sobre la mesa estos temas, de modo que la convención constituyente (asumo que la tendremos, aunque uno nunca sabe) sea elegida en función de estos mandatos. Así, el día de mañana, cuando los “constituyentes” desarrollen sus debates, los ciudadanos podremos saber en torno a qué imaginario de sociedad se van a instalar los acuerdos. Porque tiene que haber acuerdos y porque estos son los que la mayoría esté disponible a apoyar. El no acuerdo es lo que nos ha ocurrido muchas veces en la historia y que termina con el aplastamiento de las minorías, sea estas transitorias o permanentes. Y, como lo he dicho en otras oportunidades, si no hay capacidad de diálogo honesto y tolerante, será muy difícil construir una alternativa constitucional duradera para nuestro país.
El no acuerdo es lo que nos ha ocurrido muchas veces en la historia y que termina con el aplastamiento de las minorías, sea estas transitorias o permanentes.