Más allá de cuánto nos agrade o no, o en qué medida representa -o no- a la centroizquierda, o a la izquierda, la figura del expresidente Lagos parece ser un rompe aguas en la toma de posición en el llamado socialismo democrático. Incluso más, tomando en cuenta la última columna de Carlos Peña, su figura sigue siendo relevante más allá de sus propias fronteras políticas.
Todo comienza con una selfie que el presidente Boric, en un gesto típicamente millennial, subió a sus redes luego de reunirse con el expresidente Lagos en las oficinas de su Fundación. La reunión no estaba en la agenda presidencial, ni hubo declaraciones formales al término de la misma. El presidente Boric, en algún punto de prensa, se refirió lateralmente al evento, señalando que “hace bien escuchar y aprender de quienes nos antecedieron”, lo que sería razón suficiente para explicar el acontecimiento. Sin embargo, bajo el apremio de la prensa, impelido a explicar su cambio de percepción respecto a la valoración política de los gobiernos concertacionistas y, especialmente, al de Lagos, se explayó algo más afirmando que durante “los 30 años famosos hubo mucho movimiento y que Chile no parte el 2019 ni parte el 2011. Chile es un país que desde la recuperación de la democracia (…) en los últimos 30 años hubo tremendos avances, tremendos avances” y reafirmó algo que ha venido señalando desde hace unos cuantos meses, en el sentido de que su visión de la historia “no parte con nosotros y, por tanto, yo estoy construyendo como Presidente de la República sobre lo que hicieron mis antecesores. Y acá hubo cosas buenas, cosas malas, hubo cosas que se pudieron hacer mejor, hubo cosas que quedaron a medio camino, hubo grandes aciertos”. Para mí, esta declaración es una forma de desmarcarse de la típica discusión entre buenos y malos, entre transformadores y reformistas, entre verdaderos izquierdistas y entregados al vergonzoso neoliberalismo.
En estas palabras hay un intento de realismo y de complejidad, y de un reconocimiento en el sentido de que la función pública y la gobernanza del país, es algo más que un mero acto de voluntad. Ciertamente, hay tiempos, correlaciones de fuerzas, condicionamientos que permiten avanzar más o menos rápido, con mayor o menor profundidad. Y el ejercicio del gobierno, aunque sea de solo unos pocos meses, ya pone en evidencia que no siempre basta con querer para que las cosas ocurran.
Pero Lagos no deja indiferente a nadie. Por alguna razón que desconozco, Carlos Peña escribe una columna sobre la selfie que pareciera estar cargada de emocionalidad negativa. Básicamente, interpreta este acontecimiento como la instrumentalización que hace un Boric, desesperado porque las cosas no se le dan (aumento del rechazo, baja en las encuestas, etc.), para inducir al presidente a declarar su intención de votar apruebo, como si un par de frases halagüeñas y un reconocimiento oblicuo a su gestión bastaran para que él definiera una posición. Según Peña, la ecuación es simple: por una parte, Boric hace aparecer al presidente Lagos como la presa (el cazado y derrotado) que se muestra como trofeo por parte del cazador (Boric y sus seguidores). Es decir, el gesto del presidente sería la imagen icónica de la derrota de la obra de la Concertación, a la cual el expresidente se ha prestado por alguna causa inexplicada.
Desde mi perspectiva, quitándole las emociones negativas que suelen subyacer a cada una de nuestras opiniones, estoy convencido de que la obra concertacionista será finalmente reconocida y ponderada en su contexto, con el valor que tiene: el de una coalición política, inédita por su amplitud ideológica, que logró hacer que nuestro país transitara desde la dictadura a la democracia, con un bajo costo social y con altos grados de bienestar, probablemente, también inéditos en la historia nacional. Y en esta apreciación, las palabras del presidente Boric (2022) son justas: se hizo mucho, hubo “tremendos” avances, se podría haber hecho más y, seguramente, se dejó de hacer otras cosas necesarias. Y como toda obra humana, hubo apuestas que fracasaron (CAE, Transantiago) y otras que fueron muy exitosas. Pocos presidentes en la historia de Chile tuvieron, por ejemplo, la dignidad del presidente Lagos para enfrentar la política unilateral e imperialista de los Estados Unidos post Torres Gemelas.
Sin embargo, tanto en la mirada positiva sobre la resignificación que el actual presidente pudiera estar haciendo sobre los últimos 30 años, como en el comentario cizañero de Carlos Peña, hay ciertas cuotas de verdad. En ambos casos, está en el centro de la discusión la vigencia del socialismo democrático como proyecto político autónomo.
Y en este punto, es interesante referir el artículo publicado recientemente por Carolina Tohá en El Mercurio, donde propone una mirada crítica de la trayectoria reciente de la llamada centroizquierda y, específicamente, de los partidos históricamente de izquierda dentro de ella, y al mismo tiempo enuncia la necesidad de rearmar un discurso que le dé vigencia más allá de su actual apoyo al gobierno de Boric y la proyecte hacia el futuro. Tohá advierte que “hace años que las diversas corrientes que componen el socialismo democrático parecen contrariadas con los tiempos en Chile y el exterior”, aludiendo a la incapacidad de este sector para atender a las nuevas necesidades surgidas desde sus propios logros y los cambios en el mundo contemporáneo. Desde su perspectiva, “atrapados entre un criticismo demoledor de las nuevas generaciones de izquierda y una autocomplacencia sin matices de los sectores más centristas, el socialismo democrático quedó silente, sin respuestas, arrimándose incómodamente a alguno de estos dos bandos sin lograr una postura propia”. Y esta perspectiva que flota sobre los acontecimientos coyunturales, es la que, en mi opinión, la centroizquierda debiera retomar. Hay que construir una mirada crítica de nuestra historia reciente pero amorosa de nuestro propio quehacer. Durante los años de gobiernos concertacionistas, en Chile se vivió mucho mejor que en otras épocas. Ciertamente, no en todos los ámbitos las cosas fueron mejores. Hablo de algunos aspectos, especialmente de la experiencia democrática, de cierto bienestar económico que alcanzó a amplios sectores de la población, de la promoción de las libertades individuales y la tolerancia. Tampoco hay que desconocer los límites que tuvo este período, principalmente en términos de equidad. Es verdad que el país podría haber ofrecido mucho más a los que estaban postergados y haber distribuido mejor los frutos del avance económico. Pero, así y todo, cuando el sistema se estancó y, de cierta forma reventó, se pudo encontrar una salida democrática. El 2019 fue un año de crisis, pero nunca comparable con el 73. Ahora, entonces, es el tiempo para que –siguiendo la propuesta de Carolina Tohá- el socialismo democrático no se juegue solo en la participación en el gobierno, sino que sus partidos ofrezcan al país una reflexión más completa sobre su pasado y una clara proyección de futuro.
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Hay gente sinvergüenza y está Ud. Sra. Toha…