¿Cuánto de los costos de la crisis sanitaria y sus efectos sociales son producto de las políticas públicas de salud y cuánto de variables anteriores a la epidemia? Como en casi todo el mundo –excepto algunos pocos gobiernos que han sido muy exitosos en la contención de la enfermedad con pocas pérdidas de vidas- el gobierno de nuestro país ha tenido aciertos y errores, cada uno de los cuales tiene sus implicancias. Parece haber consenso en que hubo medidas que se adoptaron tardíamente –como decretar cuarentena en algunas ciudades o zonas- o no se previeron las consecuencias críticas de ignorar las vulnerabilidades sociales en la propagación del contagio. Es verdad que también hubo anticipación en el fortalecimiento del sistema sanitario de urgencia y esto ha posibilitado responder hasta ahora, aunque sea en el límite de la demanda, así como la cantidad de test PCR para detectar a los contagiados, que ha sido logro importante. Si nos guiamos por los discursos públicos, con énfasis mayores o menores, pareciera haber un camino de coincidencias en estas apreciaciones.
Es posible también que, si sondeamos algunos puntos de vista más especializados y menos comprometidos en el debate público contingentes, podamos escuchar que los verdaderos éxitos y fracasos, las estrategias buenas y malas, las oportunidades adecuadas y las que no lo fueron, solo podremos valorarlas una vez que tengamos distancia temporal para evaluarlas. Hace un par de semanas atrás, leí una entrevista a Michael Levitt, premio Nobel de Química 2013 (BBC Mundo), donde relativizaba los confinamientos, señalando incluso que eran más peligrosos que la pandemia misma. Su mirada era tan radical, que aseguraba: «La gente que está muriendo de Covid y de influenza son las mismas personas que morirían normalmente. En el caso del covid-19, cerca de la mitad de las muertes son de personas mayores de 85 años, menos del 10% de las muertes son menores de 65 años». Por supuesto, no conozco en profundidad sus argumentos ni la validez de sus pruebas y no es mi propósito discutirlas aquí (no tengo competencias para aquello). Lo traigo a colación porque a veces pienso que faltara cierta modestia básica entre los incumbentes públicos como para admitir que nos enfrentamos a un fenómeno nuevo y que recién se está conociendo. Y como tal, las interpretaciones y las verdades establecidas deben asumirse como provisorias, siguiendo aquel lema de que una verdad científica lo es, hasta que se demuestra lo contrario.
siguiendo aquel lema de que una verdad científica lo es, hasta que se demuestra lo contrario.
Nada de lo que afirmo pretende disminuir el debate en torno a la enfermedad y las políticas públicas para enfrentarla. Ellas deben estar en el ojo público y en la crítica. Pero sería interesante que dicho debate se hiciera asumiendo que estamos frente a un fenómeno en desarrollo, ante el cual hay altas posibilidades de equivocarse, y que lo necesario debiera ser la amplitud del diálogo, la exposición abierta de los argumentos, el reconocimiento que partes o aspectos de la verdad pueden encontrarse en uno u otro lugar del espectro de aproximaciones al tema, y la capacidad de mejorar. ¿Acaso todo lo que hacen y afirman en el gobierno está mal hecho? ¿Es posible que todas las críticas sean cien por ciento válidas? ¿Tendrán todos los científicos, unánimemente, las mismas convicciones? ¿Solo la oposición-alguna de las que existen o todas- tienen la mirada correcta? Un escenario de esta naturaleza es muy poco probable. Más bien tiendo a pensar que la riqueza de las decisiones provendrá de la capacidad de escuchar y dialogar entre visiones diferentes. Estas semanas hemos discutido el tema de las cifras: qué diferente es aceptar que el sistema de registro ha tenido que mejorarse, a suponer que siempre estuvo esa capacidad y lo que se quiso fue ocultar las cifras
¿Tendrán todos los científicos, unánimemente, las mismas convicciones?
Esta disposición a construir el diálogo fue, posiblemente, el principal déficit del gobierno en su estrategia de combate a la enfermedad. Creo que acotar al extremo las posibilidades y alcances de compartir lo que se sabía y se hacía, es lo que le creó sus propias anteojeras. Si la cuarentena tenía que ser antes o después, más o menos rígida, con más o menos mecanismos de represión para exigirla o estímulos para fomentarla, me parecen discusiones menos cruciales y relevantes, que el hecho de no adoptarlas con amplios niveles de acuerdo y respaldo de la sociedad.
Esta disposición a construir el diálogo fue, posiblemente, el principal déficit del gobierno en su estrategia de combate a la enfermedad.
También creo que a Chile esta crisis la encontró en un momento de gran debilidad, no por problemas económicos, médicos o de conocimiento. Si no porque no teníamos capacidad de hablar los unos con los otros, y nuestras interacciones estaban mediadas por la desconfianza. En un reportaje aparecido en la prensa de hace unos días, donde intentan explicar el éxito de Nueva Zelanda, sostenían que buena parte del mismo era atribuible al liderazgo de la primera Ministra y de la confianza que la ciudadanía depositó en ella. Esas condiciones habrían permitido que se ajustaran muy tempranamente a seguir las medidas de la autoridad. Ella tenía legitimidad y su autoridad no estaba descalificada. Exactamente a la inversa de lo que nos ha ocurrido a nosotros, donde los primeros movimientos de las fuerzas políticas y sociales opositoras al gobierno, especialmente desde la vieja / nueva izquierda, fue la descalificación del mismo antes de jugar el partido. Me sospecho que todavía se tenía en mente la idea de que estábamos al borde de “desbancar al gobierno” y que no había que dejar espacio para que la crisis permitiera su recuperación. Es muy probable que me equivoque, pero hay muchos discursos públicos que denotan cierta virulencia inicial, descalificaciones en sordina, burla a priori, cuyo único efecto real ha sido la desacreditación de las autoridades y la profundización de la desconfianza, que ya era muy alta.
no teníamos capacidad de hablar los unos con los otros, y nuestras interacciones estaban mediadas por la desconfianza.
Entonces, mientras al gobierno lo recorre el fantasma de que le quieren mover el piso y hacer tambalear el modelo que defiende a brazo partido; y mientras a la vieja / nueva izquierda la recorre el fantasma de la intolerancia, nos encontramos con una ciudadanía que no logra establecer confianza ni con la autoridad, ni las instituciones, ni los partidos políticos, ni siquiera con sus vecinos. Y por lo mismo, los niveles de adhesión a las políticas públicas son precarios. El discurso del nuevo ministro de salud intenta en parte recuperar ese diálogo; pero, si como vi en un meme que circuló en las redes, la contraparte quiere que se vayan todos los ministros y se nombre para combatir esta pandemia a sus propios militantes –sin mediar un proceso político democrático entremedio- los caminos necesariamente se estrechan y se dificultan las convergencias.
una ciudadanía que no logra establecer confianza ni con la autoridad, ni las instituciones, ni los partidos políticos, ni siquiera con sus vecinos.
Creo que esta variable es muy relevante en los éxitos de cualquier estrategia. Si no se logra un amplio consenso, los resultados serán magros. Y tengo otra sospecha más: si efectivamente no se dan señales de que los nuevos “sistemas de protección social” se hacen estructurales y resuelven los nudos ciegos de nuestro desarrollo desigual, tampoco lograremos los niveles de adhesión necesarios para combatir exitosamente la enfermedad. A un conocido lo escuché decir que “Piñera era malo”, casi como si fuese un poseído del demonio. Y otro señor, dirigente público de nombradía, ha interpuesto una demanda criminal contra las autoridades. Poco ayudan declaraciones y acciones de ese tipo. Pero nada ayuda, tampoco, que no haya declaraciones contundentes y serias desde el gobierno y la derecha, respecto de la absoluta necesidad de transformar el actual modelo por uno que dé cuenta de las nuevas aspiraciones y necesidades del país, y su compromiso de ponerlas a la brevedad sobre la mesa.
Si no se logra un amplio consenso, los resultados serán magros.
1 comment
Muy de acuerdo!eso necesitamos ,consenso y voluntad! Dejen los egoismos propios y piensen en un Chile mejor para todos!! No mas odio por gavor!!!