Por Antonio Ostornol, escritor.
A Jaime Collyer lo ha caracterizado su tendencia irrefrenable a meterse en lugares incómodos. Lo hizo con su primera novela, El infiltrado, narrando la historia de un personaje que termina, en plena dictadura, negociando con ella en una nebulosa zona gris. Lo hizo también en Cien pájaros volando que, desde una fábula casi pastoril, desacraliza los intentos insurreccionales y las guerras populares prolongadas de los primeros años noventa. Podríamos agregar sus encendidas polémicas en el mundo de los escritores, o su maravillosa forma de ironizar en torno a los lugares comunes que fuimos aceptando con la llegada de esta nueva modernidad posmoderna. Notables son sus libros de cuento Gente al acecho o Swingers.
Y ahora, en medio de la emergencia sanitaria y todavía con los ecos del estallido social, nos regala una última novela, Gente en las sombras (LOM, marzo 2020; se consigue por internet), que no es menos áspera que las anteriores. Este relato podría haberse titulado, también, “El día después” que, en rigor, no habría sido ni un día ni unos meses, sino muchos años y décadas, todo este largo período posdictatorial que hemos compartido. Hay en la novela una pregunta de fondo que interpela a toda nuestra sociedad neodemocrática: y una vez que se acabó la dictadura, ¿qué pasó el día después?
y una vez que se acabó la dictadura, ¿qué pasó el día después?
El relato aparece como una historia simple: el gobierno democrático de turno le ha encargado a Larrondo, escritor e historiador, escribir la crónica de un centro de tortura que está siendo transformado en memorial. En principio, debiera ser algo así como la crónica del horror y, para ello, no se le ocurre nada mejor que entrevistar a Prada, coronel que fuera el segundo responsable de los aparatos de inteligencia y responsable del funcionamiento del centro. Esta entrevista es mediada por un abogado, ex ministro de justicia de la dictadura. También, como fuente para entender lo que fue ese campo, entrevista a tres sobrevivientes del mismo, que tienen formas muy diferentes para enfrentar ese pasado.
la novela da un giro y se desliza por algunos temas de alta complejidad para nuestra reflexión y forma de entender el pasado. ¿Qué recordar, qué transformar en memorial? ¿Y qué eludir u olvidar?
Uno pensaría que la novela se va a encaminar por el registro y exposición descarnados de las atrocidades cometidas en el centro de torturas. Pero la novela da un giro y se desliza por algunos temas de alta complejidad para nuestra reflexión y forma de entender el pasado. El primero de ellos, y tal vez el más obvio, es que problematiza la construcción de la memoria. ¿Qué recordar, qué transformar en memorial? ¿Y qué eludir u olvidar? La arquitecta que está a cargo de restaurar el lugar como un museo, cree que “Tiene que ser como un álbum de fotos tomadas en la antigua casa familiar, pero en ella no está ya la familia ni queda nadie reconocible”. O sea, la memoria es un gran vacío. Su madre estuvo detenida, tal vez en ese mismo centro, y fue torturada. Pero hoy sufre de Alzhaimer, ha olvidado. Tal vez, especula, quiso olvidar como una única manera de terminar con el dolor del agravio a su dignidad humana.
Y eso nos coloca en un segundo tema de suyo complejo: ¿cuál es la finalidad de la tortura como método de acción política? ¿Es simplemente obtener una información que conduzca a nuevas y luego a otras detenciones? ¿O de lo que se trata es de infligir una herida cuyo dolor nunca se termine? La alusión al escritor italiano Primo Levi y su suicidio en plena posguerra, después de haber sobrevivido a Auschwitz, es clave y debe comprenderse en el contexto de los tres sobrevivientes que le prestan testimonio a Larrondo. ¿Hablar de la experiencia, callarla, derrotarse frente a ella, desafiarla? Cuál es la actitud que salva a los que pasaron por la tortura de llevar la herida abierta y no poder cerrarla nunca. Collyer tiene un profundo respeto por el lector y, por lo mismo, no propone la respuesta y deja varias opciones abiertas, obligándonos a que nosotros la construyamos.
¿cuál es la finalidad de la tortura como método de acción política?¿Hablar de la experiencia, callarla, derrotarse frente a ella, desafiarla?
¿Cuál era la diferencia, en términos de lógica política, entre la Gestapo y la Checa?
Del mismo modo, cuando va delineando en el relato las maquinarias de tormento y muerte a las cuales uno podría asociar el centro de tortura (Campo D, en la novela. ¿Será de DINA?), inevitablemente aparece la experiencia del nacismo, así como la de los regímenes socialistas del siglo pasado. ¿Cuál era la diferencia, en términos de lógica política, entre la Gestapo y la Checa? De alguna forma, con este procedimiento, la novela desafía a quienes les gusta mirar el tema solo desde la perspectiva de a cuál bando se adscribe. Pero las lógicas son demasiado parecidas y difíciles de sustentar. Es el momento donde muchos momentos de la historia se quisieran olvidar.
Es el momento donde muchos momentos de la historia se quisieran olvidar.
Y en este escenario, la novela nos lleva por otro derrotero que, sin duda, remite a Hannah Arendt y su visión acerca del mal, a propósito del juicio a Adolf Eichmann. ¿Qué le pasa a una persona “normal” para ser capaz de someter a tormentos inenarrables a otro ser humano, y seguir viviendo como si eso fuera un trabajo más, del cual debe sentirse orgulloso por hacerlo bien? Los torturadores, en Chile, vivían en la casa del lado, iban al mismo supermercado, llevaban a los hijos al colegio y les gustaba invitar a los amigos a comer o tomarse un trago. Algunos eran simpáticos, “buena gente”; otros quizás no tanto. Pero lo horroroso del tema, es que no son ni más ni menos simpáticos que cualquiera, ni más ni menos amorosos o inteligentes. Las entrevistas entre Larrondo y Prada, el oficial que estuvo a cargo del centro, van constituyendo un vínculo que, por razones obvias, no diré como cursa. Pero la mirada desde el texto nos lleva a preguntarnos si serían tan “malos” como los imaginamos.
Y por último, hay una propuesta de reflexión que nos llama, inevitablemente, a estar en un nivel máximo de alerta. El día después…Cierto, se acabó la dictadura y, al día siguiente (y esto no es una figura literaria) los mismos que ejercían un gobierno que no respetaba los derechos humanos, sino que los vulneraba sistemáticamente, bajo la forma de una política de estado, y que ejercieron el poder durante más de una década clausurando las más básicas reglas de la democracia (sufragio, libertad de pensamiento, medios de comunicación, etc.), aparecían como blancas palomas que, no sólo actuaban como si nada hubiese pasado, sino que se permitían aparecer como guardianes de la libertad y la misma democracia. Y ahí están muchos, hasta el día de hoy, constriñendo la vida política y poniendo en juego el valor de la institucionalidad democrática, al ejercer durante años un veto ilegítimo. Y están quienes hemos convivido con ellos, y los hemos escuchado en los noticieros, y los hemos visto en las ceremonias en el Congreso, o escribiendo sesudas columnas en diarios que en su tiempo lo callaron todo y hoy defienden “su libertad de prensa”.
la literatura no es para ofrecer cosas fáciles, sino precisamente para movernos de nuestras zonas de confort. Y en eso, Collyer es un especialista.
Perturbador, si se mira desde la perspectiva en que nos pone esta novela de Collyer. No está fácil, es incómoda, más de alguien preferiría no leerla. Pero la literatura no es para ofrecer cosas fáciles, sino precisamente para movernos de nuestras zonas de confort. Y en eso, Collyer es un especialista.
1 comment
Qué interesante. Aborda todas las preguntas que tambien me he hecho a traves de estas últimas 4 décadas. Cómo puede la gente seguir viviendo como si nada hubiera pasado ? Cómo poder mirar a alguien sin sentir esa desconfianza de no saber «qué papel jugó»? ¿tal vez fue un informante? . Quiero leerlo ya !