PÁGINAS MARCADAS. Kundera y nuestra elección de convencionales Por Antonio Ostornol, escritor.

por La Nueva Mirada

A partir de la relectura de dos novelas emblemáticas del escritor checo – francés, Milan Kundera, que ponen en evidencia el carácter dictatorial de los gobiernos sometidos a la hegemonía soviética, durante el siglo XX, se propone la vocación de diálogo y capacidad de conversar para alcanzar acuerdos, como el eje clave para elegir a los convencionales.


Retomamos la buena costumbre de marcar algunas páginas que, por una u otra razón, me hacen sentido y me convocan a compartirlas. Durante mis vacaciones –que fueron breves, inmóviles, constreñidas como muchas- releí algunas de las novelas de Milán Kundera que conocí en los años ochenta. Dos de ellas, La insoportable levedad del ser (Francia, 1984) y La broma (Praga, 1967) fueron especialmente significativas en el proceso de revisión crítica de mi militancia en el comunismo de la época, es decir, de aquel que adhería sin bemoles al internacionalismo proletario y básicamente se alineaba con las políticas del PCUS (Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Soviéticas, URSS). Si bien el partido comunista chileno fue bastante flexible en su política nacional, participando en forma genuina, con un alto compromiso ciudadano y con convicción en el respeto del sistema político chileno, democrático burgués, basado en la expresión de la ciudadanía en las urnas, no lo fue igual en lo relativo a su posicionamiento en la arena internacional, donde siguió y defendió en forma bastante acrítica episodios ominosos como los juicios orquestados por Stalin para deshacerse de la oposición interna en el partido comunista, el aplastamiento de la sublevación ciudadana en la Hungría de posguerra, la instalación de los gulags en el territorio soviético entrados los años sesenta, el levantamiento del muro de Berlín, la represión  del movimiento obrero en Polonia, representado por el sindicato Solidaridad, por mencionar algunos.

Hay muchos otros hechos, anteriores y posteriores, que evidencian la anuencia del partido comunista a la política de la URSS. Pero para mí, hay uno que fue especialmente significativo: la llamada primavera de Praga, evento que recuerda la ocupación militar de Checoslovaquia, dirigida entonces por un partido comunista que estaba iniciando un proceso de transformaciones políticas que, entre otras cosas, consideraba la elección de los miembros de la dirección del partido comunista a través del sufragio universal de sus militantes y la descentralización del estado, otorgándoles poder a las organizaciones de la sociedad civil, permitiéndoles incluso que sindicatos u otros pudiesen tener prensa autónoma e independiente del gobierno. Esto ocurrió el año 1968, cuando los estudiantes del mundo demandaban cambios en las estructuras autoritarias y oligárquicas de sus universidades (París, México, Chile, Estados Unidos, por mencionar algunos lugares). En América latina, Cuba intentaba defenderse del cerco impuesto a su economía (embargo norteamericano) y de las agresiones militares directas, como el intento de invasión en Playa Girón. El año 67 había fracasado el foquismo revolucionario (el Che, después de un fallido intento guerrillero en África, muere en Bolivia, al mando de una aislada guerrilla). Y en Chile, comenzaba a desplegarse una épica democrática que conduciría pocos años después, a la instalación del gobierno de la Unidad Popular, con Allende a la cabeza y el respaldo de una amplia coalición de centro izquierda, que incluía desde sectores liberales hasta marxistas.  En ese clima revolucionario y democratizador, donde luchábamos contra las dictaduras latinoamericanas y nos jugábamos por ampliar la democracia en nuestro propio país, apoyar la invasión soviética en Checoslovaquia, resultaba paradójico. Y formar parte de los piquetes de jóvenes comunistas que resguardábamos la embajada de la URSS frente a los eventuales ataques de quienes protestarían contra la invasión, era una tarea difícil de aquilatar. Pero lo hicimos. Y más claro aún: lo hice.

Tiempo después, en plena dictadura –esto ya lo he contado-, mientras sacaba libros que habíamos escondido en una caja el 73, me encontré con una publicación de la Editorial oficial del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) en castellano, que me resultó perturbadora. Era un libro impreso a todo lujo, en papel satinado y abundantes fotos (si la memoria no me falla, todas en blanco y negro) y en él se mostraban las “evidencias” de la sublevación que el enemigo imperialista y burgués preparaba contra el gobierno de los trabajadores checos. Ahí se veía a los “chascones” praguenses enfrentando los tanques, los estudiantes en jeans siendo fichados por rigurosos soldados rusos (o estonios, o kazajos, o quién sabe). También se mostraban, una y otra vez, los arsenales de la conspiración que, si mal no recuerdo, eran bastante más precarios que los inventados por la dictadura chileno en su “infame” libro blanco del golpe militar en Chile, libro que, tal vez pensándolo ahora, diríamos que se trató de uno de los primeros ejemplos oficiales y masivos de fake news, para instalar en la opinión pública una gran mentira. Sin embargo, diferencias más o menos, ambos textos tenían una estructura argumental semejante: intentaban montar un relato que pudiese justificar una acción política difícil de sustentar desde sus verdaderas motivaciones: la desconfianza hacia la democracia que estaba instalada en el corazón de la ideología comunista (modelo soviético, al menos), en el caso checo; y la resistencia oligárquica de la derecha chilena a compartir el poder y someterse al ejercicio propio de la democracia. La simetría me complicaba.

Luego vino Kundera. Primero leí La insoportable levedad del ser y, después, La broma, aunque la primera novela es posterior a la segunda. Y ahí me apareció una dimensión diferente del problema. Las narraciones literarias no son necesariamente verdades históricas, pero hablan de cosas verdaderas. En ambas novelas, a través de la historia de sus personajes, se ponía en evidencia el carácter opresivo de los gobiernos y estados llamados en esos años “socialistas”. El ciudadano no tenía espacio legítimo para expresar su individualidad, aunque esta no comprometiera una acción política manifiesta. Es lo que le ocurre a Tomás, el médico que es perseguido por haber expresado su opinión crítica de la invasión rusa y luego haberse negado a delatar al editor de la revista que publicó su artículo. Terminará trabajando de chofer en un pueblo del campo, sin poder ejercer su profesión. El estado lo reprime, la ciudadanía vive atemorizada por los “nuevos déspotas” –los dirigentes comunistas- que independiente de sus convicciones, hacen cualquier cosa por ajustarse al poder. Toda la novela habla de un país sometido a los arbitrios de funcionarios que, al parecer, no creen en la democracia y, ni siquiera, en el socialismo. En el caso de La broma la situación es todavía más patética. A partir de una broma que el protagonista, Ludvik, un joven que recién abandona la adolescencia, le hace a una compañera que está en una escuela de verano para militantes del partido, la vida le cambia drásticamente: una asamblea de estudiantes comunistas frente a la cual es juzgado (símil de un tribunal popular o una funa pública) lo expulsa del partido, de la universidad, lo envía al servicio militar que, para los sancionados, es un campo de trabajos forzados en una mina, lugar donde se le pasará la juventud. ¿Cometió algún delito? Sí, hizo una broma, para caerle bien a la chica que amaba en ese momento. Pero él no tuvo en cuenta que sus cartas eran leídas por los censores del campamento, ni que su broma se tomaría en serio, ni que al final sería condenado porque tampoco quiso “auto – inculparse” de un delito que no había cometido.

Milan Kundera

Los personajes de Kundera están presos de la pesadez del sistema ideológico o religioso. Son víctimas de quienes construyen una idea y luego intentan ajustar el mundo a lo imaginado. Son los parias de los sistemas autoritarios de cualquier tipo, donde el individuo es despreciado, llámese ese sistema estado o mercado. En el fondo, Kundera evidenció la incapacidad de reconocer la diversidad de los seres humanos como legítima y que, por lo tanto, no se trata de la eliminación del otro, sino de la construcción de un espacio que contenga, precisamente, esas diferencias. Y este dilema, creo, está en el corazón de la situación política que vivimos hoy en Chile. A solo un mes de la elección de los convencionales, ante la impactante cantidad y diversidad de candidatos (independiente de los cálculos electorales), me preocupa que al final lleguen a la Convención constituyente aquellas personas que no tienen en el diálogo y la tolerancia, principios básicos para la construcción de un país. Creo que sería una gran pérdida para Chile que la mayoría o buena parte de los elegidos no estén dispuestos a escuchar a quienes piensan distinto y acordar con ellos o, a lo menos, con una mayoría de ellos, las reglas de convivencia del poder en Chile. Buena parte de los comunistas checos de los años sesenta, creían en la posibilidad de una sociedad socialista y democrática, donde el poder estuviese distribuido y las oportunidades de ejercerlo estuviesen disponibles para las diversas expresiones de la sociedad. En nuestra Convención constituyente, debieran predominar los que creen en la democracia (todo lo amplia y representativa que se pueda) y los que privilegian el diálogo como acción política. Yo, siguiendo la defensa que Kundera hace en sus novelas de la libertad y las diferencias individuales, buscaré los candidatos que estén dispuestos a conversar. 

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