Por Antonio Ostornol, escritor.
La pandemia genera miedo. Y es inevitable hablar de ella, más aún cuando se acaba de decretar la cuarentena absoluta en la provincia de Santiago y más de seis millones de ciudadanas y ciudadanos estaremos confinados durante una semana y, seguramente, varias más. El miedo es parte de la existencia humana y de la experiencia colectiva. Aunque vivamos en una cultura a la que le cuesta aceptarlo, siempre está allí presente. En alguna parte leí que ser valiente significaba vencer el miedo; no sentirlo, era una especie de sicopatía. Me tocó ser testigo de un tiempo en que el miedo era costumbre y cotidiano. Durante la dictadura, especialmente los primeros años, quienes militábamos en partidos políticos y seguíamos haciéndolo a pesar de los riesgos, vivíamos bajo la constante amenaza de la muerte. Enfrentábamos un miedo conocido, asumido. Incluso, nos parecía un miedo con sentido y aquello, posiblemente, nos permitía enfrentarlo.
El miedo es parte de la existencia humana y de la experiencia colectiva.
Incluso, nos parecía un miedo con sentido y aquello, posiblemente, nos permitía enfrentarlo.
Pero la pandemia es algo diferente. Es una posibilidad gratuita, sin sentido. Al menos desde la experiencia personal. Cuando éramos parte de una lucha que habíamos elegido y tenía toda la dignidad del mundo –ni más ni menos que recuperar la democracia y terminar con los atropellos a los derechos humanos- la alternativa de morir en el intento se asumía como parte del escenario. Sabíamos a lo que nos exponíamos. ¿Pero el coronavirus, qué significa? ¿Que vas por la calle, te apoyas en un asiento público y puedes terminar en un ventilador mecánico, con un 50% de probabilidades de morir? ¿Qué es eso, cómo podemos explicarlo? No hay objetivo, proyecto, religión o ideología que lo explique. Estamos enfrentados a lo impredecible.
Pero la pandemia es algo diferente. Es una posibilidad gratuita, sin sentido.
¿Que vas por la calle, te apoyas en un asiento público y puedes terminar en un ventilador mecánico, con un 50% de probabilidades de morir?
Entonces, es la literatura la que cobra sentido. En forma azarosa, intentando ocupar el tiempo en lecturas pendientes que en su momento quedaron postergadas por las obligatorias (esas con las que uno se gana la vida), me encontré con un libro contundente, oscuro pero visionario, de un gran escritor chileno, Tomás Harris. Se trata de un conjunto de relatos titulado Historia personal del miedo (Planeta, 1994). Son catorce relatos que conversan, desde una apropiación completamente original, con la gran tradición de la novela gótica y de sus versiones más contemporáneas del cine. Varios de ellos podrían haberse escrito ayer. Pienso en “Invasión” o “La búsqueda infructuosa”. Harris anticipa nuestros tiempos, los devela, los pone al descubierto. Quizás él mismo, alguna vez, estuvo en medio de la pandemia. La del miedo, la del olvido, la de la tristeza, vaya uno a saber cuál. Pero algo intuyó de nuestra naturaleza y, por ello, recupera hace algo menos de veinte años, un escenario donde los seres humanos volvemos a enfrentarnos a la peste, sí, la medieval, la que exterminó el 30% de la población de Europa. Podría parecer una historia trivial. Pero no lo es, porque Harris asume la perspectiva de las ratas, reivindicándolas como verdaderas víctimas que cargaron con una culpa legendaria producto de la responsabilidad del ser humano, ya que “por motivos muy complicados de detallar, tuvieron que abandonar su hábitat natural y trasladarse a vivir (como dictaminan las enciclopedias) a la ciudad y las embarcaciones”. Y el narrador apunta como si estuviera hablando el día de hoy, que la peste “la produjeron la promiscuidad, el hacinamiento, la perversión, la suciedad, la feralidad de un mundo en rarefacción, donde todo era empozamiento de légamos verdes y en el que los cadáveres se apilaban en las calles”.
Harris anticipa nuestros tiempos, los devela, los pone al descubierto.
Harris asume la perspectiva de las ratas, reivindicándolas como verdaderas víctimas que cargaron con una culpa legendaria producto de la responsabilidad del ser humano
“la produjeron la promiscuidad, el hacinamiento, la perversión, la suciedad, la feralidad de un mundo en rarefacción, donde todo era empozamiento de légamos verdes y en el que los cadáveres se apilaban en las calles”.
Y desde esa zona medieval, de historia conocida, transformada y actualizada, el libro nos lleva hacia territorios como los de África, donde la muerte ya ocurrió y solo quedan sus ruinas. Los mismísimos cascos azules (las fuerzas de paz de la ONU) se transforman en una especie de vacuna letal para quienes ya murieron y no se resignan: “fotografiar cuando algún soldado, tan hastiado como yo, disparaba contra una sombra rebelde […] Era solo mirar el esqueleto viviente despedazarse en mil astillas y no poder explicarse de dónde brotaba el manchón de sangre”. O como en uno de los últimos cuentos la narración se aproxima al relato mismo de la pandemia y al miedo que nos convoca. “LLEVO MÁS DE cinco días encerrado en mi departamento de Las Condes, en el 28° piso. “No creo que logren subir hasta aquí”, dice el narrador paranoico ante la amenaza desconocida “porque el virus o lo que sea es altamente contagioso”.
“No creo que logren subir hasta aquí”, dice el narrador paranoico ante la amenaza desconocida “porque el virus o lo que sea es altamente contagioso”.
Leer estas páginas marcadas ayuda a visualizar la literatura como un proceso donde se lee hacia adelante y no hacia atrás. Hay anticipación, no porque estemos en el mundo de la ciencia ficción o el futurismo más desbocado. También hay anticipación cuando leemos aquello que aparentemente es pasado. Y en la literatura de Harris siempre estaremos frente a la encrucijada de la muerte y la amenaza. Porque en su literatura la vida, el amor, el alcohol, el sexo son posibilidades abiertas al goce, pero también a la muerte. En su Facebook posteó hace unos meses atrás, antes de que la pandemia fuera la pandemia, un poema que, según declara, había sido escrito con mucha anterioridad. Es una confrontación serena y sabia a la muerte, a la que transcurre con el paso del tiempo:
“En la noche,
nada más espero la visita de mis amigos,
de mis amigas,
de mis parientes,
ya muertos
de mis recuerdos que regresarán
cuando regrese el sueño,
como ellos un día no sé si cercano o lejano,
me esperarán a mí,
muerto, su muerto,
su amigo muerto,
su pariente,
hermano, padre, primo,
ya por fin muerto”
Cuando publicó este poema, se lo comenté en su página con un fragmento de algo que yo había escrito por esos mismos días y que me parecía estaba en sintonía:
“Todos mis amigos se están muriendo
Eso es una verdad indesmentible.
Se mueren a cada rato
Todos los días
Ahora y siempre.
Se mueren de olvido
Se mueren de silencio, de dolor, de soledad.
Se mueren de mi propio olvido.”
Lo que la experiencia escritural de Tomás Harris nos advierte es que la muerte está presente, la podemos elegir y con los años se va volviendo una imposición.
Lo que la experiencia escritural de Tomás Harris nos advierte es que la muerte está presente, la podemos elegir y con los años se va volviendo una imposición. Según él, “A los viejos nos viene bien el encierro, es más, lo deseábamos como la jubilación y el tiempo propio”. Pero eso es la muerte esperada. La pandemia nos impone una aleatoriedad que la hace absurda y, por momentos, incomprensible. En esos momentos, vale la pena leer a Tomás Harris.
La pandemia nos impone una aleatoriedad que la hace absurda y, por momentos, incomprensible. En esos momentos, vale la pena leer a Tomás Harris.
2 comments
Tomas Harris es uno de los mejores escritores góticos
Vivos, convierte una situación cotidiana en una aventura
Fantástica !!!
Muy buen artículo, maravillosa la muerte impredecible, el horror de cada día, en la palabra visionaria de Harris