Páginas Marcadas. Literatura y anticipación: premoniciones de la crisis.

por La Nueva Mirada

Por Antonio Ostornol, escritor.

En estos días, de acontecimientos fantasmagóricos y apocalípticos, que nos sitúan entre la realidad y la ficción, como si las cosas de verdad nunca hubiesen ocurrido o simplemente ya habían sucedido hace mucho rato (a propósito, ¿habló ayer el presidente?), marqué varias páginas de dudosa existencia o, a lo menos, efímera existencia. Acabo de leer una novela chilena que, si bien fue publicada hace unos pocos años, bien podría haberse escrito hoy. Se trata de Desaparecer (Ceibo Ediciones, 2015) la novela inaugural de un escritor joven, Francisco Marín Naritelli.

Todo ocurre en Santiago, una ciudad que desaparece.

Aunque en nuestra memoria colectiva la noción de las desapariciones nos remite inequívocamente a los horrores de la dictadura, en este caso el concepto se hace más amplio, menos exacto, muy ambiguo. En un comienzo, pensamos que es una historia de amor: “Claudia no está. Claudia hace tiempo que ya no está.”, nos advierte el narrador apenas empieza el relato. Y claro, Claudia es la amada y la amante, la que no quiso seguir, la que abandonó y fue abandonada, la que no regresa. Y se extraña, qué duda cabe. Una historia de amor que ocurre siempre, que fracasa siempre. Eso no es novedad.

La novela ha instalado al lector en las entrañas de un animal que desaparece y se transforma, deviniendo una bestia que no logramos necesariamente entender y, ni mucho menos, reconocer: Santiago.

Sin embargo, Marín Naritelli incorpora un elemento al relato que lo hace girar completamente de dirección. Todo ocurre en Santiago, una ciudad que desaparece. En el primer capítulo (capítulos breves, rápidos, furiosos) se establece la conexión: “Esas casas, piensa, esas casas que aún porfían en medio de las torres de concreto, y que Fernando todavía observa con ojos de coleccionista, tienen algo en común con la muerte: forzadas a la destrucción en medio del desierto urbano, en medio de plazas minúsculas como puntos en un texto, en medio del hedor de los despojos de algún borracho, como refugio, como obscenidad, extinguiéndose, porque el golpe de Estado, porque la democracia, porque la modernidad…La evanescencia debe oler así, debe verse así.” Ya no estamos sólo en una historia de amor. La novela ha instalado al lector en las entrañas de un animal que desaparece y se transforma, deviniendo una bestia que no logramos necesariamente entender y, ni mucho menos, reconocer: Santiago.

Porque le falta algo, porque le han robado algo, porque lo han hecho desaparecer. Leído desde hoy, es muy difícil no conectar este nudo del relato con aquello que hemos denominado “sensación de malestar”.  

El narrador nos introduce en esta ciudad moderna que se está muriendo, acompañando las palabras con una serie de imágenes (fotografías) de la ciudad. En ellas, como un correlato de la aventura amoroso-existencial del protagonista, aparecen los íconos de la ciudad, los viejos y los nuevos: los conventillos, el metro, la basura en la calle, los que viven en la calle, las vallas que delimitan el paso, viejos edificios con sus ornamentos de otra época, rascacielos que emulan otras tierras. ¿Cuál de todas esas imágenes es Santiago? ¿Cuáles de ellas pertenecen a sus ciudadanos?

Mientras se toma un shop frente a la Plaza Italia, mirando las vallas que la cercan, reflexiona: “Nuestra democracia entre rejas”.

Con un tono algo melancólico –como de antiguo flâneur contemporáneo- la narración se desplaza en medio de una ciudad que está siendo borrada por una modernidad hipnótica que la adormece con un cuento de bienestar y futuro que el personaje no logra aprender o sentir como real. Porque le falta algo, porque le han robado algo, porque lo han hecho desaparecer. Leído desde hoy, es muy difícil no conectar este nudo del relato con aquello que hemos denominado “sensación de malestar”.  La percepción de hastío con la modernidad chilena –desigual y abusiva- se trasluce en cada momento de la novela. Claudia, la amada amante que ha desaparecido, es un hito más en la fantasmagoría de la ciudad. El narrador nos advierte que el “Santiago del siglo XXI es París de 1960”, ese que esperaba la revolución de mayo y la insurrección de los jóvenes contra el antiguo orden. Mientras se toma un shop frente a la Plaza Italia, mirando las vallas que la cercan, reflexiona: “Nuestra democracia entre rejas”. Pero ese día no habrá marcha de estudiantes que justifique las vallas. De hecho, el mesero se lo confirma aliviado (¿qué será hoy de esa fuente de soda?). Pero el narrador sabe que “el enemigo no son los estudiantes”. De verdad, piensa, el enemigo son las vallas que le recuerdan a la gente que “el poder puede cancelar su ciudadanía si ello perturba la normalidad de la urbe”. Impresionante: esto fue escrito, bajo la forma de ficción, hace cuatro años.

Impresionante: esto fue escrito, bajo la forma de ficción, hace cuatro años.

Y en seguida la novela nos propone un argumento que, probablemente, muchos de nosotros y los otros debiéramos haber leído en ese momento: “Porque la ciudad opera con individuos, no con multitudes […] porque la masa reunida es peligrosa, produce incerteza. El caos es lo que esas vallas buscan destruir, al menos alejar, el caos de una vida que hoy más que nunca se reduce a habitaciones ínfimas, estrechas, malolientes. La ciudad microscópica para las personas, y ancha para la circulación y el consumo”. Durante mucho tiempo vimos a la masa como un animal indiferenciado, como números de un reporte o una abstracción.

Durante mucho tiempo vimos a la masa como un animal indiferenciado, como números de un reporte o una abstracción.

Marín Naritelli lo advertía, su historia nos alertaba de que un estallido social como el que hemos vivido se incubaba en nuestra “exitosa y desigual” sociedad. La diferencia abusada y convertida en derecho a resistirse. Él, probablemente, no se lo propuso. Simplemente quiso contar la historia de la desaparición de Claudia en la vida de Fernando y todo el dolor y arrepentimiento que eso le causa. Pero en el sustrato de la ciudad que miraba esta tragedia de amor, la novela, una ficción, hablaba de lo que nuestra comunidad no quería oír. En esto no hay nada nuevo: la literatura es anticipatoria. En el siglo pasado, nos advirtió de los totalitarismos de toda clase (¡Cómo olvidar las notables Fahrenheit 451 de Bradbury o la menos conocida Nosotros, del soviético Zamiatin!). Por la literatura supimos con anterioridad de la deshumanización de la vida, de nuestro malestar. Sólo había que leer.

La diferencia abusada y convertida en derecho a resistirse. Él, probablemente, no se lo propuso. Simplemente quiso contar la historia de la desaparición de Claudia en la vida de Fernando y todo el dolor y arrepentimiento que eso le causa.

En esto no hay nada nuevo: la literatura es anticipatoria.

Y posiblemente en los textos que jóvenes chilenas y chilenos están escribiendo hoy, se encuentren más elementos para comprender nuestra coyuntura, que muchos de los estudios, ensayos y opiniones que transitan hoy por los diversos medios y foros que nos convocan. Marco entonces estas páginas, y todas aquellas que se han escrito y no hemos leído, y las que están por escribirse.

Y posiblemente en los textos que jóvenes chilenas y chilenos están escribiendo hoy, se encuentren más elementos para comprender nuestra coyuntura, que muchos de los estudios, ensayos y opiniones que transitan hoy por los diversos medios y foros que nos convocan.

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1 comment

Rodrigo Aybar noviembre 17, 2019 - 2:58 pm

Hermoso relato Luis Antonio!
Gracias!
Me emociono al leer tu texto y sentir que transmites con tanta fineza la sensibilidad, la intuición, la inteligencia de ese joven escritor.

Francisco Marín Naritelli dice:
“el enemigo no son los estudiantes” El enemigo son las vallas, los policías uniformados de aquella manera tan y únicamente chilena, mirándolo todo . Son las vallas por doquier “ el poder puede cancelar su ciudadanía si ello perturba la normalidad de la urbe “.

Ese ha sido Chile en los últimos treinta años!
Que lucidez tan grande la de ese muchacho!
Hoy , como lo señalas tan bellamente, hay miles de Franciscos Marínes en las calles, en los murales, en las imágenes, en los carteles, en el teatro, la danza, la música. Se multiplican cada minuto. Van a cuidar a Santiago, van a impedir por fin libres de esa asfixia, que desaparezca.

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