PÁGINAS MARCADAS. No hay deuda que no se pague: Mapocho, de Nona Fernández

por La Nueva Mirada

Por Antonio Ostornol, escritor.

No vamos a descubrir hoy a Nona Fernández ni mucho menos. Simplemente que yo tenía una deuda pendiente con su primera novela, Mapocho, que el año pasado reeditó Alquimia Ediciones. Leí hace muchos años su 10 de julio Huamachuco, así como Chilean Electric y Space Invanders. Todos textos que en más de alguna ocasión he recomendado o dado a leer a mis estudiantes. Y, sin embargo, no había leído Mapocho y, por lo mismo, no había tenido oportunidad de marcar sus páginas que, sin lugar a dudas, son remarcables.

Mapocho es una novela rica y compleja. Es rica en recursos, en formas narrativas, en lenguajes. Es generosa en la construcción de sus personajes principales: la Rucia, el Indio, Fausto y la Madre, que se complementan con una galería inquietante de otros seres que van poblando un universo que transita entre la agonía y la muerte, entre la memoria y el olvido, entre el mito y la historia. Y la historia la cuenta un coro de voces (se usa el “dicen” tan nuestro y tan donosiano, esa forma del rumor que hoy llamaríamos fake news y que antes se conocía como cahuineo, para usar una expresión de la novela) que está dirigido por tres voces principales que se van alternando y construyendo un relato que no termina nunca de armarse, dejando al lector con la obligación de ponerle de su propia cosecha para completarlo, si es que eso es posible.

entre la agonía y la muerte, entre la memoria y el olvido, entre el mito y la historia.

Es rica, también, en los usos de técnicas y formas consagradas de la novela. Además de un narrador múltiple y fragmentado, hay diversidad de tipos de relatos: novela alegórica, zombi, histórica, grotesca y poética. La historia se centra en el territorio que está al costado norte del río Mapocho y de su famosa estación de trenes, en una zona donde alguna vez muchos chilenos salieron y volvieron de Santiago. Es el río que ha visto transcurrir la historia de Chile, desde la llegada de Valdivia hasta los muertos que aparecieron en sus riberas el año setenta y tres. La historia es la de ese río sucio, que enterró y olvidó las vidas de quienes la dejaron en sus orillas, en sus puentes, en sus ilusiones y traiciones. Todavía “dicen” que se aparece Lautaro decapitado por sus costados.

Es rica, también, en los usos de técnicas y formas consagradas de la novela.

La novela representa una apasionante experiencia de lectura. El lector es cautivado por un mundo que fluye hacia distintas dimensiones y tiempos y, aunque en un momento pareciera que uno se pierde, al final siempre se encuentra una hebra para seguir la lectura. Hay libros en que el lector, muchas veces, se confunde y no logra precisar exactamente el punto en que está el relato. Sin embargo, está atrapado por una fuerza, con seguridad anclada en el lenguaje, que no le permite abandonarlo. Es lo que me pasó con Mapocho. Dos niños que luego serán adolescentes y adultos muy iniciales intentan descifrar el tejido de mentiras con que la madre develó / ocultó la verdadera historia del padre desaparecido (por razones políticas y de las otras, también). Este es sólo el punto de partida, ya que la imagen de la mentira se va extendiendo hacia la historia de Chile y de sus héroes, hacia los vínculos entre los hermanos, hacia la naturaleza de un barrio que es como el país.

está atrapado por una fuerza, con seguridad anclada en el lenguaje, que no le permite abandonarlo. Es lo que me pasó con Mapocho.

Uno diría que es una novela muy chilena, demasiado chilena. Y esto lo digo en el sentido positivo. Las claves de los últimos decenios del siglo veinte, las referencias a la historia nacional que aprendemos hasta el día de hoy en los colegios, la presencia de un repertorio de viejas leyendas nacionales que hemos escuchado y repetido desde siempre sin siquiera preguntarnos cuán verdaderas serían, constituyen la materia prima de la narración. Pero su verdadera materialidad la conforman las mentiras que nuestra cultura eufemística usa para ocultar nuestra propia realidad.  Desde esta perspectiva, Mapocho es una novela despiadada como pocas. No tiene compasión con los analgésicos históricos que nos hemos contado como si fueran cuentos de niños, solo para olvidar. El mundo de la novela metaforiza una reflexión muy interesante de las condiciones instaladas en nuestra posdictadura. Vemos, en la mirada que la Rucia nos propone de un Santiago extraño que visita luego de muchos años de exilio y desde un lugar del todo improbable (y no diré cuál, porque es parte del encanto de la novela), las miserias de una transición pactada y atravesada por los silencios, las muertes, las mentiras y los olvidos. Y mucho de esos olvidos, bajo los cuales permanecen las verdaderas historias bajo la forma de la ruina y los despojos, son los que estarían pasándonos la cuenta en estos días, no con los azotes del covid 19, sino que con el estallido de rabia prepandemia.

las miserias de una transición pactada y atravesada por los silencios, las muertes, las mentiras y los olvidos.

Esta novela de Nona Fernández aborda temas que han estado rondando nuestra narrativa desde hace décadas. Es lo normal toda vez que un trauma histórico social, como fue la dictadura, nos tomará tiempo para digerirlo. Parte del sentido de la literatura se explica por esa necesidad de conocer, no los hechos en sí mismos que son sabidos, sino el sentido de la tragedia. Lo notable en este relato es que esa historia está escondida y se construye la realidad a partir de los mitos que se instalan sobre ella. Y en ese proceso lo que se descubre es una gran ruina. La casa de la familia –de la Rucia y de todos los chilenos- se vino al suelo. La barrió un terremoto que venía de muy antiguo: de un conquistador que mató y lo mataron, de algún Gobernador de la Colonia que construyó el puente de Cal y Canto, de un huacho que fue el primer presidente de Chile, de un coronel que se hace presidente y persigue la homosexualidad. Y de una cancha de fútbol que se hace prisión y se incendia con todas sus barras adentro.

Y en ese proceso lo que se descubre es una gran ruina.

No, no es una explicación directa ni una lectura. Si así fuera, la novela sería una lata. Como se dice, una cosa lleva a la otra, y esa es la máxima gracia de este libro: no te permite dejar de leerlo y te quedas con él por mucho rato.

no te permite dejar de leerlo y te quedas con él por mucho rato.

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