Por Antonio Ostornol, escritor.
Este fin de semana encuarentenado, vi la serie “Poco ortodoxa” (Netflix). Es una página que vale la pena marcar y, por supuesto, ver. Es una historia intensa, de esas en que cuesta respirar y que uno no puede perderse un solo segundo porque la velocidad de los acontecimientos te puede dejar fuera. Esto es un logro narrativo y creo que, en buena medida, es una de las causas de su éxito (una de las más vista desde que se estrenó a fines de marzo). Por este solo hecho, o sea, por ofrecernos en estos tiempos extraños, donde la gestión de los minutos y las horas del día, son todo un desafío al ingenio, la posibilidad de romper la rutina del fin de semana vale la pena sentarse frente al televisor y disfrutarla.
Pero, por otra parte, buena parte del éxito se lo debe a su rareza. Con una cámara que nos acerca a la profundidad gestual de los protagonistas, en especial de Esty, (Esther Shapiro, representada por la actriz israelita Shira Haas), instala al espectador en el conflicto interno que viven todos aquellos personajes de Williamsburg (Brooklyn), pertenecientes a la comunidad ultraortodoxa Satmar, que sigue los lineamientos de la vertiente judía jasídica. Desde la mirada completamente estándar del sujeto occidental contemporáneo, estos hombres y mujeres, que se visten como hace cien años, que no pueden googlear nada, que en las celebraciones dividen el grupo en hombres y mujeres, siendo los primeros protagonistas de la celebración y las segundas meras espectadoras, y que caminan por Nueva York como excéntricos, parecen seres completamente incomprensibles y estrafalarios. Son la “otredad” en un sentido pleno. La imagen de una comunidad ultraconservadora, tradicionalista, represiva, autoritaria y retrógrada, instalada en el corazón de la capital del siglo XX, del lugar donde se construyeron algunos de los principales mitos de nuestra modernidad (grandes rascacielos, Broadway, Central Park, Columbia, etc.), con sus melodías trascendentes y el propio Frank Sinatra cantando New York, New York, o recorriendo sus calles de noche en un taxi dirigido por Martin Scorsese y hecho vida por Robert de Niro: esa imagen es un constructo paradójico difícil de aceptar.
Pero todas las señas hablan de que este relato es la representación de una experiencia verdadera. Está basado en la novela autobiográfica Unorthodox: The Scandalous Rejection of My Hasidic Roots, de Deborah Feldman, y buena parte de la serie es la historia de su liberación de dicha comunidad. Quizás por este vínculo tan directo con una vida real, para el espectador que mira desde lejos, la experiencia de ver la serie es sumergirse en un mundo desconocido o, al menos, que se supone superado. Los códigos secretos, los rituales de otra época (es notable toda la secuencia de la preparación de la protagonista para su matrimonio, un compromiso establecido por conveniencia y arreglado por sus familiares, como si estuviéramos en otra época, o Nueva York viviera inmerso en otra cultura), los mecanismos de poder religioso, con todo su aparataje de control y sumisión desplegados, incluido el ejercicio de la violencia sicológica y física, generan una primera reacción de fuerte rechazo, pero luego se van volviendo formas de vida sorprendentes y complejas, en la medida de que el espectador toma conciencia de que esa realidad existe y de que esos seres humanos, con sus propias definiciones de lo que debe ser la vida, coexisten con la norma moderna.
generan una primera reacción de fuerte rechazo, pero luego se van volviendo formas de vida sorprendentes y complejas
como entonces lo era la conversión obligatoria de los judíos a la religión musulmana o católica so pena de exilio, cautiverio o muerte-.
La serie está filmada de tal manera que, más allá de ciertos momentos algo maniqueos y predecibles, estos personajes reprimidos y represores, libres y prisioneros, amorosos y crueles, se nos van mostrando y los vamos comprendiendo en su propia lógica, quedando la impresión al final de que muchos de ellos son más dignos de compasión que de repudio. Por lo mismo, desde la perspectiva del espectador, esta es una propuesta desafiante, porque permanentemente lo obliga a ejercer un cierto juicio ético de lo que está presenciando. Si yo fuera adicto al pensamiento mágico, diría que hay un enigma a descifrar en mi experiencia de ver la serie el fin de semana (son sólo 4 capítulos y se dejan vivir muy amablemente), porque mientras miraba la película, pensaba todo el tiempo en la tragedia de Job, el personaje bíblico que debe, siendo un hombre justo y devoto de Dios, sufrir las peores tragedias como si hubiese sido un pecador. Este tema lo estábamos trabajando en mi clase de la universidad y simultáneamente leía una estupenda novela (y extraña, por cierto, como todo lo que ella escribe) de Cynthia Rimsky, Los perplejos (Leteo Edito, Buenos Aires, 2018), donde su personaje, Maimónides (filósofo judío medieval), reflexiona acerca de lo que les pasa a las comunidades humanas y creyentes que viven episodios trágicos -como entonces lo era la conversión obligatoria de los judíos a la religión musulmana o católica so pena de exilio, cautiverio o muerte-. Esas comunidades desean entender por qué si se han regido y atenido rigurosamente a las reglas y leyes que les manda Dios, tienen que vivir en el sufrimiento. Y Maimónides dice que “es la misma pregunta que Job se atreve a formular a Jehová: Mi conducta es intachable, ¿por qué entonces me castigas?” Y la novelista advierte: “La pregunta correcta sería: por qué Dios, que es el bien, podría causar el mal”.
“La pregunta correcta sería: por qué Dios, que es el bien, podría causar el mal”.
Y al profundizar en el mundo de referencias al que nos invita esta serie, pareciera ser que detrás de la ortodoxia jasídica, o mejor dicho bajo la rigurosidad con que se siguen los preceptos de una tradición tan alejada de la modernidad, se ocultara la incomprensión del sufrimiento vivido, sobre la cual se construye la perpetuación del mismo dolor. Para preservar al pueblo judío de un nuevo Holocausto, hay que seguir las reglas de la tradición como si el valor de la fe estuviera en las formas y no en la fidelidad sustantiva con sus creencias. En el fondo, esta comunidad –tal como se perfila en la serie- pareciera no haber podido responder la pregunta de Job y, en vez de rebelarse contra una injusticia que no tiene explicación, se auto – sanciona.
No soy creyente ni religioso: pero ese mundo donde cada ser humano se juega la vida más allá de toda razón y lógica, en pos de creencias difícilmente sustentables en un discurso, me parece apasionante. Y a veces, envidiable.
3 comments
Concuerdo con tu fino análisis Toño.
Es pienso, una serie excelente.
Refleja un mundo intenso y real. No imaginaba tan crudo.
Las actuaciones, la música y la escenografía, excelente.
Gracias!
Sin estridencias intelectuales ni tentaciones egóticas, pero sin renunciar ni por un momento a una rigurosidad analítica, que trasciende incluso a su «objeto de estudio», este comentario de Antonio Ostornol resulta tan «atrapante» como la serie que comenta y recomienda.
La lectura no solo me tienta a ver la serie, (haciendo zozobrar mi autoimpuesta renuncia a ver producciones cinematográficas de larga duración que me aten al televisor en tiempos de confinamiento,) sino que me la convierte en un desafío irrenunciable y en una ofrenda a los sentidos y a los sentires; al que difícilmente se puede renunciar.
Antonio Toño Ostornol consigue, sin dificultad alguna, que el lector reciba su amable invitación como una suerte de imperativo desafiante. Lo logra porque todo lo que escribe está signado por su condición de escritor profesional, pero antes que eso , por su capacidad innata para tomar la palabra con el mismo tono, acento y matiz con que se dice «érase una vez».
Me gustó mucho también esta serie extra-ordinaria. Vale la pena ver una entrevista hecha por la DW a Deborah Feldman y “The Making of…” de la película, ambos en YouTube.
Saludos Toño y gracias por compartir tu excelente análisis.