Por Antonio Ostornol, escritor.
Cuando se instaló el estado de excepción, y los militares volvieron a la calle, supe que habría muertos. Creo que muchos lo sabíamos. Cuando se quemaban una tras otra las estaciones de metro y los buses, y luego se saqueaban los supermercados, se destruían oficinas, comercios, mobiliario público, etc., supe que habría muertos. Y creo que muchos lo sabían. Esto ha sido una página negra que surge como la “crónica de una muerte anunciada”. Una vez más me he sentido atrapado en una posición que, a mi parecer, es falaz: por una parte, el gobierno ha intentado por todos los medios que el debate esté instalado en la “violencia de los delincuentes” y, por lo tanto, validar su estrategia de control de la misma; y por la otra, muchos de quienes siento comparten mi mundo cultural y político, quieren centrar de modo excluyente la discusión en el “fin de la represión militar y los abusos”. Pero sabemos que esa no es la verdadera disyuntiva. De lo contrario, no podríamos explicarnos que, finalmente, en forma paradójica, todos parecieran coincidir en que se ha escuchado la protesta y las demandas de la ciudadanía.
Cuando se instaló el estado de excepción, y los militares volvieron a la calle, supe que habría muertos.
Esto ha sido una página negra que surge como la “crónica de una muerte anunciada”.
Me queda la impresión de que, cada una de estas posiciones (sé que las extremo y que hay muchos matices entre ellas) es una página en blanco, una no escrita, una que se atraganta y que a todo el mundo le cuesta pronunciar. A la izquierda, en sentido amplio, no le gusta enfatizar en la necesidad de controlar el orden público; a la derecha, de todos los pelajes, le cuesta aceptar que en la naturaleza del modelo neoliberal está la creación de una sociedad desigual e injusta; y finalmente, los consensos tibiamente declarados tienen contenidos tan diversos y vagos, que resulta imposible reconocer en ellos una verdadera propuesta.
La pregunta es, entonces, quienes son o serán capaces de escribir esta página en blanco. Sin duda, la clase política tiene un rol relevante, sólo equivalente al de su fracaso. Y los dirigentes sociales también. Y los medios de comunicación, y los empresarios, y los intelectuales. Y por supuesto, y en primerísimo lugar, los ciudadanos, los dirigentes sindicales, estudiantiles, comunitarios y vecinales. Sí, toda la elite dirigente. La crisis se salva junto al tejido social que la dictadura y la derecha intentaron y lograron en buena medida destruir, pero que aún subsiste. Todos ellos han hablado de que escucharon la protesta. Ahora debieran generarse respuestas de corto, mediano y largo plazo, e invitar a un masivo apoyo a las mismas.
Los consensos tibiamente declarados tienen contenidos tan diversos y vagos, que resulta imposible reconocer en ellos una verdadera propuesta.
La pregunta es, entonces, quienes son o serán capaces de escribir esta página en blanco.
Siento que mi generación, que supo tempranamente de la exacerbación de los discursos y sus consecuencias, tiene una responsabilidad muy importante. Una mujer joven que conozco de toda la vida, madre de dos hijos, profesional, totalmente ajena a la violencia como ejercicio social, me decía con un ánimo que fluctuaba entre la esperanza y la desazón, que al parecer estos estallidos sociales eran necesarios para que las sociedades y sus líderes reaccionen. Les puedo asegurar que ella no avala un solo momento de destrozo o agresiones. Pero la sensación de hastío está en el aire y los oídos sordos no eliminan esa sensación. Al contrario, la potencian. Hace unos cuatro años, en un discurso que le escuché al Presidente Lagos, cuando iba camino a su frustrada candidatura, decía que no había ninguna posibilidad de que Chile alcanzara el desarrollo con los niveles de inequidad que existían en el país. Según Lagos, salarios, pensiones, sistema de seguridad social, educación de calidad, coberturas de salud, integración territorial, reconocimiento de los pueblos indígenas, no discriminación a las mujeres y respeto a las minorías, serían las prioridades que el sistema político, social y económico debería satisfacer en el futuro. Esto no lo dijo sólo Lagos y ni siquiera fue el primero. Lo han venido diciendo muchos actores, desde diferentes sectores, pero los liderazgos no se han hecho cargo. Ni los unos ni los otros. Ni ellos (cualquiera estos sean) ni nosotros.
Ahora debieran generarse respuestas de corto, mediano y largo plazo, e invitar a un masivo apoyo a las mismas.
Pero la sensación de hastío está en el aire y los oídos sordos no eliminan esa sensación.
Debemos responder las preguntas claves y transformarlas en metas y plazos racionales. ¿Cuál debiera ser el ingreso básico mínimo de cada chileno? ¿Cuál, la brecha entre los salarios mínimos y máximos en el país, las tasas de ganancia decentes y las de impuestos justos? ¿Con cuánto debiera pensionarse un chileno o chilena? Y estos temas debieran ser evaluados y monitoreados por la ciudadanía y sus organizaciones. Incluso habría que crear el espacio para la consulta a la ciudadanía cuando las dirigencias no puedan alcanzar acuerdos. Ciertamente que hay más y mejores ideas. Los que sean capaces de asumir los liderazgos, tendrán que responder a estas demandas sin ambigüedades.
Debemos responder las preguntas claves y transformarlas en metas y plazos racionales.
Nuestra generación tiene una gran responsabilidad en todo esto. Durante el par de décadas en que fue protagonista principal de la escena política nacional, se alcanzaron logros sociales relevantes. Eso me parece notable y me siento orgulloso. Pero ese tiempo se terminó. Necesitamos (en rigor, lo necesitábamos desde hace un buen rato) pasar a otra etapa, donde la equidad esté en el centro. Para eso, debemos ser más certeros en nuestra crítica al modelo neoliberal y al individualismo que permeó a nuestra sociedad. Hoy pareciera que la ciudadanía sólo tuviera dos modos de expresarse: o a través de las cúpulas dirigentes, que se perciben cada vez más alejadas de la mayoría; o mediante estas movilizaciones, anómicas y no programáticas, que corren el riesgo de quedarse en dolorosa catarsis colectiva y no producir resultados.
Eso me parece notable y me siento orgulloso. Pero ese tiempo se terminó. Necesitamos (en rigor, lo necesitábamos desde hace un buen rato) pasar a otra etapa, donde la equidad esté en el centro.
En lo personal, tengo un poco la sensación de fracaso. Me cuesta imaginar las opciones. Sería lindo que un montón de gente se sentara en una mesa a dialogar constructivamente. Pero en estos momentos suena de una ingenuidad casi criminal. Pero la destrucción del sistema y sus instituciones me parece un camino de alto riesgo. Entonces, ¿qué?
No percibo un camino. Todo el mundo está de acuerdo en algo: Chile ya no será el mismo. El problema es que no hemos podido dibujar bien y ni siquiera esbozar el borrador de cómo será el nuevo país.
En estas horas he escuchado a muchos comentaristas –políticos, académicos, periodistas – y a muchos ciudadanos. Vi casi todas las intervenciones del presidente. No percibo un camino. Todo el mundo está de acuerdo en algo: Chile ya no será el mismo. El problema es que no hemos podido dibujar bien y ni siquiera esbozar el borrador de cómo será el nuevo país. El que sea capaz de construir ese esbozo con la gente y comunicarlo sin soberbia ni arrogancia, tendrá la oportunidad de liderar. Desde mi percepción, ese camino sólo podrá transitarse si aceptamos que hay que constituir un nuevo pacto social, donde los dogmas de nuestro tiempo sean puestos en cuestión: no todo debe ser ganancias, no necesariamente mejores sueldos implica desempleo, no toda contribución solidaria es perversa, no todo debe ser “salvarse a sí mismo sin mirar al lado”, no todo debe ser construir mi mundo al margen de los otros. Hay que recuperar la solidaridad social y el respeto real a los derechos de los demás. Hay que volver a conversar, pero de lo sustantivo.
Hay que recuperar la solidaridad social y el respeto real a los derechos de los demás. Hay que volver a conversar, pero de lo sustantivo.
Tenemos un país mejor que el que conocí hace treinta años, pero no es el país en que sueño vivir. Sé que como generación estamos en camino de jubilación, pero si logramos contribuir, aunque sea un poco, a poner en el marco de lo realizable y posible las aspiraciones postergadas, si podemos sacar la discusión de los lugares irreconciliables y no quedar presos de las ideas irreductibles, entonces podremos estar más tranquilos y un poco menos jubilados.
Tenemos un país mejor que el que conocí hace treinta años, pero no es el país en que sueño vivir.
Entonces podremos estar más tranquilos y un poco menos jubilados.
2 comments
Personalmente siento total sintonía con los miles y miles de chilenas y chilenos que han salido a las calles en todo el país.
Chile ha vivido una época post dictadura un mundo bastante artificial. El mundo de los números y las cifras de los bancos y los ricos. Distante de manera abismal con la población y sus necesidades educativas, de salud, de pensiones dignas. Es un estallido social que pone en evidencia un sistema político y económico que no funciona y no lo puede hacer porque su esencia es incompatible con las necesidades de la gente.
La madre de mis hijos, por ejemplo, educadora de toda la vida , escritora, se acaba de jubilar con una pensión de 185 dólares!
Es una falacia, un sistema injusto que la gente con su intuición y sabiduría lo está expresando de mil formas.
Excelente artículo, que claridad y capacidad de síntesis
Te felicito y comparto completamente tu opinión
Nuestro Chile querido ya cambió, y aún nos queda por cambiar más
Tengo esperanza que mis nietos recibirán un país socialmente más justo