Páginas marcadas. Pequeños libros, grandes historias (2).

por La Nueva Mirada

Por Antonio Ostornol, escritor.

Cuando la semana pasada hablé de pequeños libros no me refería, necesariamente, a su tamaño físico, a la cantidad de páginas, a su peso en los brazos al momento de leerlos. Hablaba, más bien, de cierto minimalismo en las historias. Un asunto de estética.  En los libros que comenté hace siete días y estos que marco ahora, hay un matiz común: los recursos narrativos son extremadamente sintéticos, pocas palabras para construir mundos que se expanden y se conectan con muchos sentidos. Philippe Claudel es un escritor francés que actualmente bordea los sesenta años y que, en mi opinión, los dos libros que he leído de él se ajustan perfectamente a la definición que he propuesto. Escritor, guionista, director de cine es, ante todo, un gran narrador. Comenzó a publicar a los 37 años y, desde entonces, ha recibido todo tipo de reconocimientos, más de un premio Goncourt y el Renaudot, entre otros.

Hace un par de años leí Almas grises (Editions Stock, 2003; Salamandra, 2005) y quedé impresionado. La historia es feroz, cruda, desolada. Pero profundamente verosímil. No hablaré mucho de ella, ya que se estructura bajo la fórmula de una novela policial y, por lo tanto, el misterio o enigma que conduce la narración es clave para el goce de la lectura. De hecho, se trata de una historia de amor y muerte, situada en un pueblo de provincia francés en los años de la primera guerra mundial, que aparece como un telón de fondo que tiñe de gris la existencia de aquellos personajes que están muy cerca de la muerte, la violencia y la degradación del ser humano-que se hace evidente a través de los desertores que llegan al pueblo, que nada quieren saber de una hipotética y ancestral patria y, ni mucho menos, de esa guerra sin sentido-, pero que al mismo tiempo, al no estar en la línea del frente sino en sus cercanías, sólo la escuchan y sienten como un rumor lejano, mientras sus vidas transitan dentro de una cierta normalidad doméstica que, sumida en la grisura de la guerra, el invierno, la pobreza y las pequeñas tragedias provincianas, les devela la profunda oscuridad de la condición humana.

sus vidas transitan dentro de una cierta normalidad doméstica que, sumida en la grisura de la guerra, el invierno, la pobreza y las pequeñas tragedias provincianas, les devela la profunda oscuridad de la condición humana.

Es notable como los personajes de la novela –todos construidos con matices que los ubican en la frontera de lo moral, entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, entre la norma y la transgresión- se nos muestran atrapados por sus sentimientos y emociones que, sin embargo, en una sociedad que los reprime de modo implacable, permanecen soterrados en sus propios silencios y secretos. Son estos espacios grises atravesados por la memoria, los que el protagonista –un viejo funcionario policial- intenta descifrar veinte años después. Pero de verdad, lo que se busca descifrar es la complejidad de la naturaleza humana, que no es pura luz ni pura oscuridad, sino un estado intermedio donde debemos transitar en medio de la niebla existencial. Y nada de esto que digo es explícito u obvio. De hecho, a  lo mejor ni siquiera es como lo expongo, pero es la lectura que me queda y me conmueve. Gran historia, gran novela. En mi opinión, de lo mejor que he leído en los últimos años.

De hecho, a  lo mejor ni siquiera es como lo expongo, pero es la lectura que me queda y me conmueve. Gran historia, gran novela.

Al parecer, Claudel es un escritor que hay que leer y que, probablemente, seguiremos leyendo por mucho tiempo. Hace muy poco, por casualidad, me crucé con otra novela suya. La pedí prestada y, por lo tanto, no pude marcar sus páginas. Pero la historia me marcó a mí. La nieta del señor Linh (Editions Stock, 2005; Salamandra, 2006) es una historia que trasunta humanidad en cada una de sus páginas. Es un texto hermoso, por la pulcritud y sencillez de su lenguaje, por la representación poética de sentimientos triviales pero profundos, por la brutalidad del mundo contemporáneo, por la imposibilidad de no verlo y tener que tomar partido frente al mismo. Tres personajes y un sistema mundial, podría ser el resumen del relato. El señor Linh es un emigrante de un país de los extramuros del mundo desarrollado que se encuentra en guerra. En esa tierra lejana toda su familia fue asesinada, excepto su pequeña nieta (que es un bebé), con quien logra huir gracias a un operativo humanitario de rescate. Sólo trae con él a su nieta, un puñado de su tierra y una lengua que prácticamente nadie conoce. Y una memoria, que es terrible, porque arranca desde la muerte, pero que es pura nostalgia, porque se ancla en el arraigo a una historia mayor, la de su tierra y su pueblo.

Estos dos personajes llegan a una ciudad que podría ser cualquier gran urbe europea. Es todo lo contrario del hábitat en que vivió el señor Linh toda su vida: una pequeña aldea, con un río cercano y una vegetación amable y generosa, donde todo estaba al alcance sus fuerzas. En la ciudad de este nuevo país, en cambio, todo es ajeno y extraño. Hablan una lengua que no entiende, lo encierran virtualmente en un dormitorio de un albergue transitorio, donde debe hacer esfuerzos para que, en primer lugar, no lo separen de su nieta y luego, cuidarla para que no sufra en ese entorno adverso. Hay un sistema que lo acoge. Pero no hay personas tras ese sistema. Además, es un operativo que debe cerrarse en forma eficiente, en términos del sistema pero no de los refugiados. Nada de esto que afirmo aquí se dice en el relato. En la novela, simplemente, se cuenta la historia de este emigrado que debe velar por la vida de su nieta, ya que es la única forma posible de continuidad de su tradición familiar y nacional. Mirando esta historia, uno puede aproximarse al drama contemporáneo de los grandes desplazamientos migratorios.

Mirando esta historia, uno puede aproximarse al drama contemporáneo de los grandes desplazamientos migratorios.

Pero a Claudel no le interesa proponer la denuncia de una tragedia mundial, sino que una reflexión sobre la condición humana, al modo de la novela antes comentada. Por eso hay un tercer personaje. Se trata de un viejo jubilado de esa ciudad moderna y desarrollada, que acaba de enviudar. Se conocen con el señor Linh en un banco de la calle situado frente al parque de entretenciones donde trabajaba la mujer del jubilado. No tienen una lengua común pero se comunican. ¿Qué transan en esas conversaciones mudas? En mi opinión, ahí está la clave del sentido de esta novela. Ambos son migrantes a un territorio extraño, agresivo, que aparentemente los acoge pero también los excluye. Ser viejo en el mundo de hoy es una forma de migración a un país que, como los de esas tierras “lejanas y exóticas”, nadie conoce ni entiende. Esos viejos dejan de ser parte de los territorios comunes: ya no pertenecen, ya  no sirven en los trabajos, ya no les interesan a nadie. Como los emigrantes fuera de su tierra, estamos frente a dos formas de exilio, una forma de soledad y la energía subterránea y pre – verbal de la solidaridad humana..

Ser viejo en el mundo de hoy es una forma de migración a un país que, como los de esas tierras “lejanas y exóticas”, nadie conoce ni entiende.

Definitivamente, textos inolvidables. Más allá de los detalles, historias que se improntan, que nos mueven y conmueven, el sentido de la buena literatura.

Más allá de los detalles, historias que se improntan, que nos mueven y conmueven, el sentido de la buena literatura.

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