Pandemia en Chile: viejas y nuevas fronteras

por La Nueva Mirada

Luis Marcó

“…el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios quedaron semi despoblados llamó a su lado a mil caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro encierro de una de sus abadías fortificadas. Era ésta de amplia y magnífica construcción y había sido creada por el excéntrico, aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y altísima muralla la circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro. Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados martillos y soldaron los cerrojos. Habían resuelto no dejar ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente aprovisionada. Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto era una locura afligirse…la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.”

Edgar Allan Poe. La máscara de la muerte roja

En los excepcionales tiempos que llegan con las pandemias, la reacción primitiva para enfrentarlas apuntaba al rito o la magia, por supuesto con nulos resultados. Los homo sapiens todavía estaban sujetos a la selección natural. La humanidad, en la medida que evolucionó y se organizó, entendió que a falta de remedios se debía frenar el contagio y nada era más eficaz que alejarse de los enfermos. En rigor la fórmula debía funcionar, pero solo si la enfermedad saltaba de persona en persona y los contactos externos efectivamente eran suprimidos. Sin embargo, los vectores de contagio, tal como ocurrió con la peste negra, podían venir de otra parte, como las pulgas de las ratas; además, si la epidemia se extendía de pueblo en pueblo el aislamiento total resultaba imposible y terminaban conviviendo sanos con enfermos. Así y todo, hasta el día de hoy una de las primeras opciones de política pública es fijar algún tipo de “frontera” como recurso de contención.

Así y todo, hasta el día de hoy una de las primeras opciones de política pública es fijar algún tipo de “frontera” como recurso de contención.

En el cuento de Edgar Alan Poe se describe al Príncipe Próspero parapetado con su Corte en una fortaleza, esperando que la peste roja pase de largo mientras sus súbditos perecen en el exterior. Su encierro es cobarde y egoísta, no es el confinamiento que busca frenar la epidemia. La justicia del cuento es que la muerte se cuela entre los invitados y da cuenta de todos ellos, incluido el negligente y frívolo Príncipe. Este breve relato nos advierte dos cosas esenciales: estas crisis siempre tienen una dimensión ética y la indiferencia o el egoísmo no aseguran la sobrevivencia. Vale la pena mencionarlo porque en muchas partes, no sólo en Chile, hubo éxodo de personas a sus segundas viviendas cuando ya la crisis se había instalado; y qué decir de las empresas que, so pretexto de la pandemia, reestructuran y cesan personal o especulan con los precios de productos básicos. Hay que entender que la falta de solidaridad le hace el juego a la enfermedad.

La justicia del cuento es que la muerte se cuela entre los invitados y da cuenta de todos ellos, incluido el negligente y frívolo Príncipe.

reestructuran y cesan personal o especulan con los precios de productos básicos.

La pandemia del Covid-19 es una historia relativamente frecuente en el sentido que el contacto con animales exóticos termina por contaminar a alguien y en adelante se desata la catástrofe. Este es un caso bastante claro que la primera frontera que hemos ignorado es la de la estabilidad de los ecosistemas. Es la evidencia de un planeta tensionado por nuestros patrones de acumulación y la concentración de riqueza, que no es otra cosa que extremar la obtención de “excedentes”…así es claro que iremos al desastre por una causa u otra. Si esta epidemia puede traer algo positivo será la presión para asegurar la preservación ambiental y repensar los modelos de desarrollo.

Si esta epidemia puede traer algo positivo será la presión para asegurar la preservación ambiental y repensar los modelos de desarrollo.

Ante la crisis epidemiológica la gente clama por establecer restricciones, ya sea en regiones o en sectores de grandes urbes. Sin embargo, la “porosidad” de las ciudades contemporáneas, tanto por sus márgenes abiertos como por sus necesidades de subsistencia, dificulta la eficacia de los “cordones sanitarios”. El desafío permanente es sostener la logística, el abastecimiento de productos esenciales, aún en momentos muy duros. En medio del drama de ciudades como Roma o Madrid eso parece funcionar hasta ahora, haciendo posible que el foco siga puesto en la pandemia y no en una eventual carencia de insumos y alimentación. Una tarea fundamental entonces es no agregar otras crisis al problema de salud pública, riesgo que está presente en varios países latinoamericanos.

No tenemos en la historia contemporánea un escenario de esta magnitud, pero el efecto inmediato en las personas no varía demasiado a través de los tiempos: la sociedad busca poner distancia.

No tenemos en la historia contemporánea un escenario de esta magnitud, pero el efecto inmediato en las personas no varía demasiado a través de los tiempos: la sociedad busca poner distancia. En la Edad Media las ciudades contaban con murallas que establecían su área jurisdiccional, diferenciando lo permitido dentro del recinto amurallado versus lo que podía pasar afuera. De ahí, como relata Michel Foucault en su Historia de la Locura, que vagabundos, leprosos y locos pudiesen deambular por los límites de las villas, pero no se les toleraba el ingreso. El umbral se transformaba en un espacio extraño, en la vía de quienes transitaban y también de quienes eran abandonados, aunque no olvidados del todo. Como muchas fronteras había también un despliegue de locura y anomalías. La relación con la enfermedad se movía entre la distancia y la repulsión.

en la actual crisis la distinción entre sanos y enfermos es apenas una caricatura porque nadie está seguro si ha sido contagiado.

Foucault cuenta que para erradicar la lepra se establecen en la Alta Edad Media centros de reclusión, marcando un cambio en la política. Esos centros, que eran la estación terminal de los enfermos incurables, a la larga fueron quedando disponibles y es ahí donde se instalan los primeros manicomios. Los enajenados que deambulaban por los umbrales de las villas se institucionalizan y se hacen definitivamente invisibles. El confinamiento, entonces, tiene una larga historia tanto en la protección de los “sanos” como en el encierro de los “enfermos”. Por supuesto, en la actual crisis la distinción entre sanos y enfermos es apenas una caricatura porque nadie está seguro si ha sido contagiado. De hecho, es probable que la frontera predominante en tiempos de pandemia sea la del miedo y la sospecha; el miedo hacia los otros y la duda recurrente de ser uno mismo fuente de contagio o de padecimiento nos acompañarán por los próximos meses.

La diferencia principal del cambio de escenario en Chile es que venimos de un caos bastante inorgánico y vamos hacia una suerte de “caos organizado”, esto si tomamos en cuenta la experiencia de España e Italia.

La contención de la epidemia requiere sacrificar la libertad de las personas; establecer zonas de control y exclusión; adecuar, si se puede, los ambientes laborales; y alterar radicalmente los hábitos de consumo. En cualquier sociedad abierta todo esto es un “shock” de enormes proporciones, aunque en nuestro caso el impacto se amortigua después de meses de protestas y conflictos que ya ponían en cuestión varias de estas cosas. La diferencia principal del cambio de escenario en Chile es que venimos de un caos bastante inorgánico y vamos hacia una suerte de “caos organizado”, esto si tomamos en cuenta la experiencia de España e Italia.

Es cierto que hablar de “caos organizado” es una contradicción en los términos, pero aquí entramos en un espacio nuevo. En Chile, el estallido social ya había puesto en tela de juicio las viejas fronteras. La más evidente ha sido la pugna por la apropiación de Plaza Italia, sitio que en su tiempo fijaba la periferia de Santiago, pero que con el desarrollo del sector oriente pasó a ser el límite que la propia élite impuso a sectores de menores ingresos. Lo despectivo de “…lo que pasa de Plaza Italia para abajo” encontró su antítesis en la demanda por Dignidad. Es improbable encontrar otro caso en el mundo en que la propia élite asumiera una frontera de clase tan concreta, simbólica y vergonzosa. Esa revisión ha quedado en suspenso, pero este nuevo escenario de caos organizado”, donde el Estado tiene un rol central,puede ser un golpe muy duro para la dignidad de las personas y crear nuevas fracturas en una sociedad que tendrá difíciles desafíos después de la crisis actual.

Lo despectivo de “…lo que pasa de Plaza Italia para abajo” encontró su antítesis en la demanda por Dignidad. Es improbable encontrar otro caso en el mundo en que la propia élite asumiera una frontera de clase tan concreta, simbólica y vergonzosa.

La epidemia nos confronta con nuestras fronteras íntimas, también con aquellas que la sociedad ha construido y tolerado, y crea nuevos espacios de restricción y control. La historia de la humanidad en estas coyunturas excepcionales y difíciles apunta a organizarse para lograr un nuevo balance. Albert Camus, en La Peste, describe una ciudad de Argelia abandonada a su suerte, confinada dentro de sus murallas, en la que el orden político y administrativo es pulverizado tempranamente por la enfermedad; pero en medio del desorden, cuando todo se desmorona y los esfuerzos espontáneos parecen en vano, la peste remite. Es difícil que Camus postule que es obra de un milagro, aunque bien podría serlo, pero también deja abierto que lo que hacemos ahora y a lo largo de la crisis puede ser determinante para su término, sus consecuencias inmediatas o futuras y, por supuesto, para nuestras propias conciencias.

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