“¿Las mujeres que he amado? Tuve la suerte de amar a la mujer más maravillosa que he conocido. Ella fue la poesía misma y el genio mismo. Desgraciadamente no supe amarla a ella sola, pues he sido siempre incapaz de amar a una sola mujer.” Diego Rivera
Y así como todo sigue su curso, el verano ha continuado avanzando y, luego de un par de días en que sentimos que nuestros cuerpos y casas se refrescaban, volvió el sol a recordarnos que estamos apenas a un mes de iniciado el verano, es decir, ni siquiera a mediados de él y nos arrojó temperaturas de más de 30 grados que nos hicieron buscar refrescarnos de cualquier modo en duchas y piscinas de agua fría. Me quedó gustando el tema de las epístolas (que no son ni las de San Pablo ni las de los apóstoles) entre personajes de la historia y, bueno, ya las duchas no me sirvieron de mucho pues el tenor de ellas supera en muchos casos los grados de este tórrido verano y a estas alturas, el día de San Valentín se sigue acercando y contribuye con lo suyo a subir la temperatura ambiente. Como pudieron apreciar los lectores del primer capítulo que se publicó la semana pasada, las cartas han sido el método perfecto para plasmar los sentimientos y la pasión entre parejas de distinto tipo y cada esquela refleja, de alguna forma, la personalidad de sus autores. También nos sirven de registro histórico de las relaciones amorosas a través de la historia y, por dios que sería interesante acceder a la correspondencia de parejas comunes donde, sin duda, encontraríamos registros maravillosos.
Pero siguiendo, como dije, con la crónica iniciada la semana pasada y con la que termino la temporada para iniciar unas más que merecidas vacaciones (si no lo digo yo, quién entonces) me lanzo de lleno a las cartas de la notable Magdalena Carmen Frida Kahlo, una pintora excepcional a la que todos identificamos simplemente como Frida, a la cual admiramos por su excepcional pintura y su vanguardista vida y que comenzó a pintar al tener que permanecer inmovilizada cuando se lesionó la espina dorsal en un accidente de tránsito. Fue entonces cuando conoció a Diego Rivera con el que formó una pareja donde el tormento, el amor y el odio se conjugaron en un romance de idas y vueltas. Diego Rivera era 22 años mayor que Frida, pero eso no fue obstáculo para que se enamoraran. Se casaron y divorciaron, se volvieron a casar y a divorciar, las infidelidades de ambos fueron el comidillo de su época y vivieron una vida difícil sobrepasando los límites de lo convencional, pero se admiraban y respetaban como artistas y como seres humanos… Frida le escribió muchas cartas, algunas fueron una oda al amor y otras una elegía dolorosa como:
Mi amor, hoy me acordé de ti, aunque no lo mereces tengo que reconocer que te amo. Cómo olvidar aquel día cuando te pregunté sobre mis cuadros por vez primera. Yo chiquilla tonta, tu gran señor con mirada lujuriosa me diste la respuesta aquella, para mi satisfacción por verme feliz, sin conocerme siquiera me animaste a seguir adelante. Mi Diego del alma recuerda que siempre te amaré, aunque no estés a mi lado. Yo en mi soledad te digo, amar no es pecado a Dios. Amor aún te digo si quieres regresa, que siempre te estaré esperando. Tu ausencia me mata, haces de tu recuerdo una virtud. Tu eres el Dios inexistente cada vez que tu imagen se me revela. Le pregunto a mi corazón por qué tú y no algún otro. Suyo del alma mía. Frida K.
Y esta otra en que estremece las entrañas por la pasión que trasluce cada frase, cada pensamiento desarrollado a través de la breve misiva y que sorprende a una espectadora como yo dado que me es imposible pensar en que un personaje tan feo, horrendo físicamente, haya podido despertar tanto amor en una mujer curiosamente bella y frágil…misiva que nos confirma que “el amor es ciego”
Nada comparable a tus manos, ni nada igual al oro-verde de tus ojos. Mi cuerpo se llena de ti por días y días. Eres el espejo de la noche. La luz violeta del relámpago. La humedad de la Tierra. El hueco de tus axilas es mi refugio. Toda mi alegría es sentir brotar la vida de tu fuente-flor que la mía guarda para llenar todos los caminos de mis nervios que son los tuyos, tus ojos, espadas verdes dentro de mi carne, ondas entre nuestras manos. Solo tú en el espacio lleno de sonidos. En la sombra y en la luz; tú te llamarás auxócromo, el que capta el color. Yo cromóforo, la que da el color. Tú eres todas las combinaciones de números. La vida. Mi deseo es entender la línea, la forma, el movimiento. Tú llenas y yo recibo. Tu palabra recorre todo el espacio y llega a mis células que son mis astros y va a las tuyas que son mi luz.
Y, así continúan las cartas hasta que ya en las postrimerías de su vida, en 1953, un año antes de morir, justo antes de que le amputaran la pierna desde la rodilla, separados y distantes, Frida aún le escribe esta misiva colmada de amor e ironía
Escribo esto desde el cuarto de un hospital y en la antesala del quirófano. Intentan apresurarme, pero yo estoy resuelta a terminar esta carta, no quiero dejar nada a medias y menos ahora que sé lo que planean, quieren herirme el orgullo cortándome una pata… Cuando me dijeron que habrían de amputarme la pierna no me afectó como todos creían, NO, yo ya era una mujer incompleta cuando le perdí, otra vez, por enésima vez quizás y aún así sobreviví.
No me aterra el dolor y lo sabes, es casi una condición inmanente a mi ser, aunque sí te confieso que sufrí, y sufrí mucho, la vez, todas las veces que me pusiste el cuerno…no sólo con mi hermana sino con otras tantas mujeres… ¿Cómo cayeron en tus enredos? Tú piensas que me encabroné por lo de Cristina, pero hoy he de confesarte que no fue por ella, fue por ti y por mí, primero por mí, porque nunca he podido entender qué buscabas, qué buscas, qué te dan y qué te dieron ellas que yo no te di. Porque no nos hagamos pendejos Diego, yo todo lo humanamente posible te lo di y lo sabemos, ahora bien, cómo carajos le haces para conquistar a tanta mujer si estás tan feo hijo de la chingada…
Bueno el motivo de esta carta no es para reprocharte más de lo que ya nos hemos reprochado en esta y quién sabe cuántas pinches vidas más, es sólo que van a cortarme una pierna (al fin se salió con la suya la condenada) … Te dije que yo ya me hacía incompleta de tiempo atrás, pero ¿qué puta necesidad de que la gente lo supiera? Y ahora ya ves, mi fragmentación estará a la vista de todos, de ti… Por eso antes que te vayan con el chisme te lo digo yo «personalmente», disculpa que no me pare en tu casa para decírtelo de frente, pero en estas instancias y condiciones ya no me han dejado salir de la habitación ni para ir al baño. No pretendo causarte lástima, a ti ni a nadie, tampoco quiero que te sientas culpable de nada, te escribo para decirte que te libero de mí, vamos, te «amputo» de mí, sé feliz y no me busques jamás. No quiero volver a saber de ti ni que tú sepas de mí, si de algo quiero tener el gusto antes de morir es de no volver a ver tu horrible y bastarda cara de malnacido rondar por mi jardín. Es todo, ya puedo ir tranquila a que me mochen en paz. Se despide quien le ama con vehemente locura, Su Frida
Para no dejar fuera del epistolario a Diego Rivera, que fue bastante más lacónico en sus respuestas, replico una breve frase que solía repetir el maravilloso muralista y no tan magno ser humano, pero que refleja meridianamente su forma de ser; «¿No dijo Dios «amaos los unos a los otros»? Bien, pues yo ahí no veo limitación numérica; es más, si nos ponemos sibaritas, esa frase engloba a toda la humanidad. Sigo su ejemplo y lo aplico con las mujeres«. Diego Rivera
Me he extendido con las cartas de Frida porque las encuentro notables y realmente me costó remitirme solo a las que transcribo aquí… pero se hace lo que se puede y mi capacidad de síntesis no pudo más.
Y así derivé en Simone de Beauvoir y, no se equivoquen… aunque ella y Jean Paul Sartre, fueron pareja durante toda su vida y se escribieron innumerables cartas y también ensayos, crónicas y demases, aquí solo voy a incluir las cartas a Claude Lanzmann quien tenía 27 años cuando se convirtió en el amante de Simone que ya tenía 44 (justo al revés que en el caso de Frida y Diego). No fue el único amante de Simone, pero según ella, este fue el amor de su vida y el único hombre con el que convivió, cosa que ni siquiera hizo con Jean Paul Sartre. Ninguno ocultó jamás una relación que se prolongó durante siete años y que la escritora y filósofa conjugó con la que mantenía y siguió manteniendo con el fundador del existencialismo. Lanzmann, director de la monumental película sobre el Holocausto: Shoah, 1985 (aproximadamente 9 horas de duración) y uno de los documentalistas más respetados del mundo, vendió poco tiempo atrás a la Universidad de Yale las cartas intercambiadas con Simone. El veterano cineasta declaró que nunca tuvo la intención de hacerlas públicas hasta que se dio cuenta de que Sylvie Le Bon, la hija adoptiva de la escritora iba a “publicar todas las cartas de Simone de Beauvoir, excepto la correspondencia entre ella y yo”.
«Chéri, mi amor absoluto, mi niño adorado, no hay palabras para describirte mi amor«, le escribía Simone de Beauvoir a Claude Lanzmann en 1953, según el extracto de una de las cartas publicado por Le Monde. «Sí, mi querido niño, tú eres mi primer amor absoluto, ese que solo se conoce una vez, o jamás«, afirmaba con pasión.
Mi querido niño, eres mi primer amor absoluto, el que sólo sucede una vez en la vida, o tal vez nunca. Pensé que nunca diría las palabras que ahora me resultan naturales: cuando te veo, te adoro. Te adoro con todo mi cuerpo y mi alma. Eres mi destino, mi eternidad, mi vida”.
Al cumplir 40 años, De Beauvoir, como erróneamente cree la mayoría de las mujeres, pensó que ya no era deseable, pero con Lanzmann vivió una segunda juventud y un renacer de su sexualidad. De la obra literaria y su relación con Sartre se sabe muchísimo, pero la historia de amor de la escritora y filósofa francesa con el cineasta Claude Lanzmann, que empezó cuando éste era secretario del autor de La naúsea y El ser y la nada, es prácticamente desconocida.
Ella, que en El segundo sexo había bautizado al matrimonio como una institución “obscena” que esclavizaba a las mujeres, aseguró al cineasta en 1953, que daría lo que fuera por “arrojarse en sus brazos” y quedarse “allí para siempre”. En esa carta de la que puedo publicar extractos porque por ahora solo está permitido acceder a ellas a los investigadores que las soliciten en la biblioteca de Yale, muestra que ella no estaba satisfecha sexualmente con Sartre y que éste nunca fue capaz de complacerla físicamente.
“Lo amaba, con seguridad. Pero ese amor no se me devolvía con el cuerpo. Nuestros cuerpos juntos eran en vano”. Simone de Beauvoir refiriéndose a su relación con Sartre en fragmento de carta a Lanzmann.
Y por último referiré a una tercera pareja que mantuvo una notable correspondencia durante toda su vida, a través de los avatares de un siglo que los ubicó varias veces en bandos opuestos, pero que no pudo terminar con ese controversial amor entre Martin Heidegger y Hannah Arendt, que comenzó en el otoño de 1925, cuando ella era su alumna (cómo sería criticado y castigado hoy un amor de este tipo) y que con el tiempo, llegaría a ser una de las figuras más importantes de la filosofía del siglo XX.
Pero en los años que siguieron a este encuentro ocurrieron muchas cosas que les separaron, les distanciaron y los volvieron a reunir. La correspondencia entre Heidegger y Arendt es abundante y da cuenta de los ires y venires de la primera mitad del siglo, sus conflictos, sus dolores y también sus triunfos.
La primera carta de Heidegger a Hannah Arendt está escrita pocos meses después de conocerse en Marburgo y en ella el pensador alemán desnuda sus sentimientos:
«Nunca podré poseerla, pero usted permanecerá a partir de ahora en mi vida«, escribe.
Dos semanas después, el profesor confiesa a su amada. «Lo demoníaco ha dado en mí». Y en una misiva posterior escribe: «Vivo en un arrebato de trabajo y en la alegría por tu pronta llegada. Por doquier, estás cerca de mí «.
Hannah responde con una carta muy larga, en la que expresa en tercera persona la angustia que le ha acompañado en toda su existencia y su dificultad para abrirse al otro. Pero Heidegger responde: «Sólo hay sombras donde brilla el sol. Y ése es el fondo de tu alma«.
Durante los años siguientes la correspondencia va ganando en intensidad sentimental hasta que a fines del año Heidegger muy exaltado le expresa que «Desearía que esos instantes de nuestras vidas no se desvanecieran nunca«.
Pero se desvanecieron cuando alabó los valores del nazismo al tomar posesión de su cargo en Friburgo. Es fácil imaginar lo demoledor que debe haber sido para su amada Hannah Arendt que había sido detenida por la Gestapo mientras su gran amor nacía nada por ayudarla. Hay mucho que decir sobre este conflictivo amor y algún día abordaré en profundidad lo complejo de él.
Sin embargo, este desencuentro (qué suave suena decirlo así frente a la brutalidad de los hechos) no impidió que años después retomaran su correspondencia a raíz de un reencuentro en Friburgo y una carta de Heidegger donde le expresa su emoción por el reencuentro. Hannah le responde
«Esa velada y esa mañana es la confirmación de toda una vida«.
Ese intercambio epistolar se mantuvo 25 años, desde 1950 a 1975. En esta etapa de sus vidas hablan de poesía, filosofía y otros temas, pero evitan referirse a sus sentimientos hasta que mediado 1975, Heidegger expresa su gran ilusión por una visita de Hannah. Es la última carta… después el silencio, para un año más tarde ambos yacer en sus tumbas.
Cada amor, cada historia es única e irrepetible.
2 comments
Interesante artículo. No obstante, a mí juicio, también se debe abordar el amor no correspondido. Otro artículo?
Apasionantes parejas, amores y odios. Tiempos epistolares. gracias por darnos a conocer tus investigaciones culturales