El escritor, poeta, historiador e investigador peruano José Carlos Agüero ganó el Premio Nacional de Literatura 2018 de su país, en la categoría no ficción. Es una de las voces más relevantes del debate público sobre la memoria y los años de la violencia política en el Perú.
Su libro “PERSONA”, publicado por el FCE, es un original trabajo poético, ensayístico y biográfico-testimonial. A partir de una escritura fragmentaria –signada por la rapidez y brevedad de la nota reflexiva y la intensidad de las imágenes que definen la economía del verso poético– aborda la conflictiva relación entre memoria y violencia y sus limitados marcos de enunciación: la comunidad, las instituciones del Estado, el relato familiar, la moral revolucionaria (el martirologio senderista) y la operación representacional del arte.
De “PERSONA,” publicamos los siguientes fragmentos que evidencian el reconocido perfil de su premiada escritura. Pertenecen al capítulo titulado “SILENCIO”:
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“Javier Cercas, en El Impostor, da cuenta de las trampas de la industria de la memoria histórica, a través de Enric Marco, un tipo que se falsificó un pasado como soldado republicano, resistente a la dictadura franquista y sobreviviente del Holocausto. Estas mentiras ayudaron a amplificar las demandas de las víctimas contra el pacto postfranquista, que legalizó la impunidad a favor de una transición que resignó los muertos y las fosas a favor de un olvido metódico.
Cercas se cuenta a sí mismo en la novela, escribiéndola. Nos transmite su inquietud ante el personaje, ante su país cómodo, en inercia permanente. No sabe para qué servirá lo que está escribiendo. Se niega a sí mismo el derecho a hacer ficción. Quiere restringirse a dar cuenta. El historiador Bermejo, quien descubrió las mentiras de Marco, es el antihéroe de la novela. Cercas es, en el fondo, una versión amplificada de Bermejo. Son los desenmascaradores.
Bermejo prefiere la verdad al mito. La historia a la causa, aunque moralmente coincida con ella. Cercas prefiere renegar de la memoria. De ese recordar improductivo que no nos involucra más que como auto halago, que parece llegar tarde y domesticado, alejado de algo así como la justicia del tiempo, del tiempo justo, del valor y el coraje. Y de un cierto grado de renuncia.
Ambos entregan al impostor. La causa de la memoria queda en ridículo.”
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“La noche de los lápices es un relato, un libro, muchos artículos, pero sobre todo, una película famosa en Latinoamérica. Cuenta la historia, basada en hechos reales, de siete escolares argentinos que fueron desaparecidos. El caso ha tenido enorme repercusión en las luchas por la memoria, los juicios, el activismo y la formación de una cierta imaginación cívica sobre estos años.
Uno de los escolares, Pablo Díaz, no fue asesinado. Sobreviviente devenido en símbolo, su testimonio, como otros, posee ese manto casi sacro que parece hacerlo inmune al ejercicio crítico. Y que parece más bien alimentarse de los deseos proyectados, engordando sin vigilancia, corrompido por el bien. Luego de estrenada la película, las versiones sobre el caso de Díaz se fueron alimentando de sus representaciones. Sandra Raggio, historiadora como Bernejo, advirtió estas inconsistencias. En artículos y un libro que saldrá pronto, reflexiona sobre este acomodo, esta romantización de la historia. Y el porqué del éxito de su recepción. De la necesidad de ese mito.
Los adolescentes, en la versión cristalizada por la película y repetida por los activistas y educadores, protestaban por el precio de un pasaje de bus, solo eso. Sin embargo, Raggio nos muestra que estaban involucrados en la militancia política de izquierda. Sus detenciones se explican por esta actividad y, sobre todo, por la lógica del represor. Estos jóvenes eran peligrosos. Formaban parte de ese enorme grupo, de difusa perversidad, cuyo ataque estaba legitimado por los militares: los subversivos y sus aliados. Los que ponían en peligro los valores de la patria.
Pero quizás la imaginación pedía soportes para salir de un período de horror e impunidad, que encontraba resistencia en los poderes aún inciertos de la transición. Se necesitaban historias claras. Niños inocentes, infamia absoluta. Un sobreviviente, un testimonio, una película, innumerables charlas y una institucionalización del recuerdo, las aportaron.”
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“La causa justa para el hecho necesario. El costo: perder de vista a los sujetos. Poblar el mundo de sus sustitutos: imágenes de luces, tinta o papel.”
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“Pero podemos presumir que quizás la justicia, en el sentido más amplio, no soporta en el largo plazo este reinado de las fantasías, aunque su intención haya sido noble, aunque su utilidad haya sido grande. Porque nos impiden ver las cosas como adultos, en toda su crudeza. Y nos confina por un tiempo en el autoengaño ¿Cómo podemos elaborar así las preguntas que deben ser dirigidas no hacia nuestros rivales, sino hacia nosotros?
¿Podemos, desde la comodidad del mito, hacerle preguntas a nuestra militancia, nuestro activismo, nuestros valores, nuestra cultura política, nuestro arte, nuestra reconfortante memoria?¨
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“Por eso Anita, la joven montonera asesina, la traidora, la que explotó por los aires a un general, no sirve para fundar ninguna épica. No se puede insertar en una tradición orgullosa y militante. Y quizás Cenizas que te rodearon al caer, el libro de Federico Lorenz, profundo, minucioso, no exento de contradicciones, no llegue a generar la discusión que promete y merece. Porque sus preguntas van sobre todo dirigidas hacia adentro. Hacia la reflexión, el conocimiento crítico y duro de los valores, el imaginario, las prácticas, la racionalidad política y la moral que conformó las militancias progresistas no solo en Argentina, sino en todas partes. ¿Qué memoria confortable, triunfante, necesita de esas preguntas?”