Por Claudia Pascual
El 8 de marzo de 2019 hemos asistido a las movilizaciones más amplias y multitudinarias de las conmemoraciones del Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras y por todos los derechos de las mujeres en la sociedad. El llamado a Huelga Feminista y a marchar en todo el país tuvo una acogida en amplios sectores de mujeres, feministas, de organizaciones sociales, sindicales, territoriales, estudiantiles y juveniles, como también dentro del espectro de las y los militantes de partidos y estructuras políticas.
Capitalismo y patriarcado han sido un matrimonio perverso a lo largo de la historia para la condición de las mujeres en el mundo, y por cierto en nuestro país.
¿Por qué se logra esta amplitud y masividad? Sin ánimo de dar una explicación exhaustiva y que cierre el debate, creo importante rescatar algunos elementos centrales.
Primero, el aumento de conciencia de las condiciones de discriminación, subordinación y de violencia que viven las mujeres no sólo en nuestro país, sino en el mundo. A pesar de que nadie puede negar que las condiciones de vida de las mujeres en nuestro país hoy son más avanzadas que hace 30, 50 o 100 años atrás, no es menos cierto que hay mayor conciencia de todo lo que nos resta resolver para alcanzar la igualdad y equidad de género plena, como también para erradicar uno de los problemas más generalizados y durante muchos siglos normalizado como es la violencia de género y en especial contra las mujeres.
Segundo, el cada vez más amplio y completo abanico de demandas y derechos a conquistar, desde la concepción de las autonomías económica, física y política de las mujeres (condiciones laborales, derechos sexuales y reproductivos, derecho a decidir, a organizarse y representar lo público, etc.), que hace que la diversidad de mujeres que habitamos nuestro país podamos encontrar espacios y demandas concretas para nuestra lucha.
Tercero, el avance en la conciencia de que los derechos de las mujeres, la emancipación y liberación de estas condiciones de opresión, discriminación y violencia, pasa también y junto a una transformación económica, política, social y cultural del sistema capitalista en el que vivimos. Capitalismo y patriarcado han sido un matrimonio perverso a lo largo de la historia para la condición de las mujeres en el mundo, y por cierto en nuestro país.
Cuarto, porque dentro de la transformación mencionada en el punto anterior, el cambio cultural que nos interpela como sociedad, estructuras e instituciones públicas y privadas, organizaciones sociales y políticas, como sistema educacional, como sujetos(as) y colectivos, es tan profunda que no basta con una ley, una política pública, o una declaración para llevarla a cabo, sino que son todas esas acciones -y más a la vez y de forma sistemática- las que pueden hacer que se vaya cumpliendo. La tarea por la deconstrucción patriarcal, capitalista y machista es un esfuerzo consciente y sistemático en el tiempo, que requiere el concurso de todos, todas y todes en definitiva.
Quinto, se está produciendo la comprensión de que no hay un ranking o una prelación de demandas o derechos que indique qué es primero y qué puede esperar, sino que debemos avanzar en todas las direcciones al mismo tiempo, pero por sobre todo ha aumentado la impaciencia, o dicho de otro modo, aumentan las visiones y opiniones que debemos acelerar el paso de estas transformaciones y conquistas de derechos.
Sexto, las expectativas generadas, también, por varios medios de comunicación, difundiendo las discriminaciones que viven las mujeres en nuestra sociedad.
En relación a la necesidad imperiosa de dar mayor celeridad a los cambios en materia de alcanzar la igualdad y equidad de género plena, creo importante tener en cuenta que existe una tensión no siempre fácil de resolver en relación a procesos que llevan mas tiempo porque remiten a transformaciones culturales, versus acciones, legislaciones y políticas que pueden hacer la diferencia en breve tiempo en el cambio de las condiciones de vida de las mujeres. Ya no son los tiempos de excusas para decir “uff es tan largo el camino que queda por recorrer..”, como si eso justificara no empezar a provocar los cambios.
Y en esta situación especial se encuentra lo que nuestra sociedad no puede seguir tolerando: la violencia contra las mujeres. Hoy parece políticamente incorrecto seguir naturalizando un hecho de violencia de genero y/o contra las mujeres, pero no es menos cierto que la dilación en la condena de las manifestaciones de toda la violencia y la violencia extrema como el femicidio, van dejando una sensación de impunidad en la población, y muy en particular en las mujeres y sus círculos, que desacreditan el actuar de las instituciones públicas, organizaciones y colectivos.
Se está produciendo la comprensión de que no hay un ranking o una prelación de demandas o derechos que indique qué es primero y qué puede esperar, sino que debemos avanzar en todas las direcciones al mismo tiempo, pero por sobre todo ha aumentado la impaciencia, o dicho de otro modo, aumentan las visiones y opiniones que debemos acelerar el paso de estas transformaciones y conquistas de derechos.
Este 8 de marzo, hemos asistido también al cuestionamiento, desde las formas de la movilización hasta el contenido de las demandas, por parte del Gobierno del Presidente Piñera, sus ministras y la mayoría de su conglomerado. Cuestionamiento que incluso identifica y advierte de la “instrumentalización” que partidos políticos de oposición harían de la Huelga y las movilizaciones. Cuestionamiento que, a horas de ver la masividad y amplitud de las movilizaciones, se olvidan mágicamente y declaran que ahora sí las demandas de las mujeres en Chile “están en el corazón del gobierno”. No es de extrañar el cambio de discurso, en una derecha que hace del populismo su ADN, populismo que consiste en adscribir a los títulos de las canciones (por decirlo así) pero que no comparte la profundidad de los contenidos de sus estrofas y estribillos.
Ya no son los tiempos de excusas para decir “uff es tan largo el camino que queda por recorrer..”, como si eso justificara no empezar a provocar los cambios.
Pero lejos de conformarnos con esta explicación, es necesario advertir la gravedad de ese cambio de discurso: quien intenta instrumentalizar las demandas y el movimiento es el propio gobierno, y en un acto de “proyección” como dirían las y los psicólogos apunta esa instrumentalización a otras identidades políticas, en este caso de oposición a su gobierno.
Este 8 de marzo, hemos asistido también al cuestionamiento, desde las formas de la movilización hasta el contenido de las demandas, por parte del Gobierno del Presidente Piñera, sus ministras y la mayoría de su conglomerado. Cuestionamiento que incluso identifica y advierte de la “instrumentalización” que partidos políticos de oposición harían de la Huelga y las movilizaciones. Cuestionamiento que, a horas de ver la masividad y amplitud de las movilizaciones, se olvidan mágicamente y declaran que ahora sí las demandas de las mujeres en Chile “están en el corazón del gobierno”. No es de extrañar el cambio de discurso, en una derecha que hace del populismo su ADN, populismo que consiste en adscribir a los títulos de las canciones (por decirlo así) pero que no comparte la profundidad de los contenidos de sus estrofas y estribillos.
Ello es grave, porque todos los derechos que las mujeres han y hemos conquistado en el mundo, pero muy especialmente en nuestro país, le han sido arrebatados al capitalismo, han sido peleados, luchados y conquistados frente a cada gobierno de turno. No han sido regalos. Por tanto decir que la derecha siempre ha estado con estos derechos no es cierto, cuando hasta en los debates parlamentarios de los últimos 5 años, bajo el Gobierno de la Presidenta Bachelet, se han opuesto a que el ministerio de la mujer y la equidad de género se llamara así, (“por qué no el de la familia”), se opusieron a los criterios de paridad en el cambio al sistema electoral binominal, cuando no comparten la educación no sexista, o cuando lo que ofrecen para más incorporación de las mujeres al mundo del trabajo remunerado fuera del hogar es más flexibilidad pero en condiciones de precariedad, o cuando siempre han cuestionado el acceso a método anticonceptivos de emergencia, la interrupción del embarazo en 3 causales o el derecho a decidir de las mujeres sobre nuestros cuerpos.
Es cierto que existen distintas corrientes de feminismos, pero declararse feminista desde la derecha hoy en nuestro país parece una mentira grande, porque no buscan ni terminar con el patriarcado, ni mucho menos con el capitalismo.
Ello es grave, porque todos los derechos que las mujeres han y hemos conquistado en el mundo, pero muy especialmente en nuestro país, le han sido arrebatados al capitalismo, han sido peleados, luchados y conquistados frente a cada gobierno de turno. No han sido regalos. Por tanto decir que la derecha siempre ha estado con estos derechos no es cierto, cuando hasta en los debates parlamentarios de los últimos 5 años, bajo el Gobierno de la Presidenta Bachelet, se han opuesto a que el ministerio de la mujer y la equidad de género se llamara así, (“por qué no el de la familia”), se opusieron a los criterios de paridad en el cambio al sistema electoral binominal, cuando no comparten la educación no sexista, o cuando lo que ofrecen para más incorporación de las mujeres al mundo del trabajo remunerado fuera del hogar es más flexibilidad pero en condiciones de precariedad, o cuando siempre han cuestionado el acceso a método anticonceptivos de emergencia, la interrupción del embarazo en 3 causales o el derecho a decidir de las mujeres sobre nuestros cuerpos.
Los desafíos que nos dejan estas movilizaciones, entonces, es avanzar en un movimiento social y político, cultural y económico, que sea amplio en la capacidad de aunar esfuerzos y alianzas con otros segmentos de la sociedad para avanzar más rápidamente en las trasformaciones que tanto necesita nuestro país. Que siendo las mujeres protagonistas absolutas de este movimiento, podamos sumar a los hombres a la transformación cultural, donde ellos también reflexionen, se deconstruyan de la formación machista y aporten a los cambios más acelerados en todos las instituciones, estructuras, colectivos y familias. Desafío es también que esto no sea un movimiento pasajero, sino uno estructurante de las luchas políticas, económicas, sociales y culturales de nuestro país, que sea un movimiento dúctil a la hora de las alianzas, pero fiero en la defensa de lo hasta ahora alcanzado y en la búsqueda de los nuevos derechos a conquistar.
Por eso es tan importante la amplitud de las demandas que se enarbolaron este 8 de marzo en las calles, centros de trabajo, centros educacionales, en los barrios, en las organizaciones políticas y sociales, en el debate de las familias, porque hablan de un Chile que debe ser distinto, más justo, más igualitario, sin abusos de los poderosos y sin violencia. Por eso no es de extrañar las demandas por más trabajo decente y estable, sueldos dignos y sin brecha salarial, nuevo sistema de pensiones, derecho a la vivienda digna, a una corresponsabilidad de verdad en el cuidado de los y las hijas, con salas cuna para todos los y las trabajadoras con hijos menores. Corresponsabilidad social en el cuidado de las y los familiares en situación de discapacidad, no valentes o adultos(as) mayores, con un sistema nacional de cuidado que no sólo tenga en el centro a los(as) que requieren este cuidado, sino que libere de esta función que histórica, cultural y exclusivamente han realizado las mujeres en sus familias, sin remuneración.
También que se compartan las labores del trabajo doméstico porque es trabajo. Que se prevenga, sancione, repare y erradique la violencia contra las mujeres y de género en todas sus manifestaciones y contextos. Que ponga fin a la violencia contra las mujeres indígenas, en especial las mujeres mapuche, con reconocimiento constitucional a los pueblos originarios. Que exista verdad y justicia plena para las violaciones a los derechos humanos en la Dictadura Cívico-Militar. Que exista una ley de migraciones basada en los DDHH, y el pleno respeto a las mujeres migrantes.
Desafío es también que esto no sea un movimiento pasajero, sino uno estructurante de las luchas políticas, económicas, sociales y culturales de nuestro país, que sea un movimiento dúctil a la hora de las alianzas, pero fiero en la defensa de lo hasta ahora alcanzado y en la búsqueda de los nuevos derechos a conquistar.
Y, por cierto terminar con la educación sexista, el fin a los liceos sólo de hombres o sólo de mujeres, educación sexual laica y en respeto a las identidades de género, aborto por plazos, seguro y gratuito, atención de salud pública de calidad en todo ciclo vital de las mujeres, que los programas que atiendan la infertilidad también estén en el sistema público como parte de las prestaciones. Democracia paritaria y nueva Constitución que consagre los derechos sociales, como la igualdad y equidad de género.
En todo esto el papel de los medios de comunicación es clave, no sólo porque informan, sino porque crean realidad, y medios de comunicación comprometidos con la trasformación cultural, con la prevención y erradicación de todas las manifestaciones de la violencia de género y contra las mujeres, con la denuncia de toda realidad de discriminación y desigualdad que viven las mujeres, es fundamental para hacer este Chile más justo.