Se repite que la consulta ciudadana fue un fracaso. Que no convocó siquiera a las militancias partidarias. Lo efectivo es que la cuestionada y tardía consulta permitió que la centroizquierda tenga una candidata presidencial única, acuerdo para un programa común y una lista parlamentaria.
Abundan las explicaciones para la menguada participación en una convocatoria organizada a contrapelo, en tres semanas, sin apoyo publicitario legal ni financiamiento estatal, realizada en menos del 10% de los habituales lugares de sufragio. Así las cuentas, los 150 mil participantes parecieran adquirir mayor relevancia que los fríos números.
Qué duda cabe del costo pagado por la entonces denominada Unidad Constituyente al no haber realizado primarias legales, en razón de confusiones, discrepancias y errores políticos a la vista. Con todo, la salida de última hora parece sustantivamente mejor que una decisión de las directivas partidarias.
La derrota de Paula Narváez y sus efectos
La postulante demócrata cristiana ganó en forma clara y categórica, desnudando la torpeza de resolver la convocatoria a última hora.
Ciertamente los efectos más perversos del traspié recaen en el entorno político natural de Paula Narváez. En quienes se restaron, con evidentes contradicciones, vacilaciones y no pocos notorios abandonos a su empeño político para viabilizar la consulta. Algunas de las consecuencias de aquellas tensiones internas se traducen en ausencias y resoluciones de última hora en la definición de candidaturas al parlamento. Así el PS, como sus aliados, enfrentan un enorme desafío a la hora de analizar las causas de su derrota y sacar las exigentes conclusiones, traducidas hoy en el costo de un incierto resultado en la próxima contienda parlamentaria.
Es más que evidente que Yasna Provoste entraba como favorita para ganar la consulta, no sólo por su protagonismo desde la presidencia del Senado en el reciente período, también por las desafecciones desde las filas partidarias de Paula Narváez, incluidas las del propio presidente del PS y parte significativa de su entorno que facilitó el triunfo de la postulante falangista.
Ciertamente las razones pueden ser bastante más estructurales. La crisis de la centroizquierda no es de ahora, ni fue detonada por el estallido social. Subyace un debate no resuelto respecto de las debilidades de conducción política en la última década, como de los asertos y errores de sus sucesivas administraciones en el gobierno.
En particular el PS ha sufrido el desgaste de ser la principal fuerza de gobierno en las tres ultimas administraciones de la centroizquierda (Lagos y Bachelet en sus dos periodos). Tres de los expresidentes partidarios han renunciado a su militancia socialista para asumir distantes protagonismos políticos (Jorge Arrate, Gonzalo Martner y Germán Correa), tal como sucede con algunos parlamentarios y numerosos militantes, que hoy integran filas vinculadas al Frente Amplio y el PC.
La alianza entre el centro y la izquierda, que permitió recuperar la democracia y asegurar la gobernabilidad del país en los últimos 25 años, se ha venido debilitando a partir de diferencias significativas en su interior, como quedara de manifiesto en el último mandato de Michelle Bachelet y la prolongada polémica simplificada entre auto flagelantes y auto complacientes, transitando a que la Nueva Mayoría terminara por ser un acuerdo político programático, con fecha de término, como sostenía la DC.
A ello se suma una crisis de credibilidad y confianza en los partidos políticos, producto de malas prácticas y una creciente dificultad para interpretar y representar las demandas de la ciudadanía.
Ciertamente esa crisis estructural no alcanza para explicar la derrota de Paula Narváez y apunta a un desafío mayor que involucra la viabilidad de las actuales estructuras partidarias y sus prácticas puestas en tela de juicio. Las crisis pueden o no ser terminales. Ello depende de la capacidad de los partidos, sobre todo de aquellos con identidad, historia y tradición, para renovarse y asumir los nuevos desafíos.
Las debilidades evidentes durante este período reciente involucran el costo de no potenciar liderazgos necesarios como el que asumió Paula Narváez quien, además, se excluyó de un potencial desafío parlamentario en el contexto de un contaminado clima en la dirección partidaria del PS.
Los desafíos de Yasna Provoste
Es obvio que Yasna Provoste entra con desventaja en la carrera presidencial. Sobre todo, respecto de los candidatos elegidos en las primarias legales, pero ciertamente ahora la contienda presidencial entra en tierra derecha y con una multiplicidad de nuevas interrogantes. Entre otras, las asociadas a la inscripción de nueve postulantes.
Yasna Provoste asume el desafío mayor de representar una opción competitiva, acentuando su identificación con los sectores más progresistas de la DC, reafirmando su vocación unitaria y comprometida con el proceso de cambios que, entre otros factores, incorpora las propuestas programáticas de Paula Narváez.
El primer gran desafío que enfrenta Provoste es darle un nuevo sentido a la alianza entre el centro y la izquierda y cohesionar a su conglomerado tras una clara opción por transformaciones estructurales en el nuevo y crítico contexto del país, como pesada herencia del fracasado gobierno de Sebastián Piñera. Sus adversarios están en la derecha continuista, que representa Sebastián Sichel, y la ultra derecha, liderada por José Antonio Kast.
Con el candidato del pacto de la izquierda, Gabriel Boric, deberá entablar una competencia democrática para liderar el proceso de cambios, con una perspectiva de colaboración, sin descartar que la derecha pueda quedar fuera de la segunda ronda.
Los desafíos que enfrentará quien gane la próxima elección presidencial son gigantescos, en un país azotado por la pandemia, con graves conflictos sociales y alto desempleo. Con un proceso de disgregación política, que bien puede proyectarse en el próximo parlamento, planteando más de una duda acerca de la gobernabilidad futura del país.
Todo apunta a la urgencia de alcanzar un pacto de gobernabilidad (no necesariamente de gobierno), entre las fuerzas que están por los cambios. Ese será un tema obligado en vista a una segunda vuelta presidencial. Por ahora, superado el ruido y artificio de las proclamaciones presidenciales (incluidos espectáculos como el protagonizado por el siempre presente Marco Enríquez) las miradas se concentran en los desafíos mayores para las elecciones del mes de noviembre, de difícil diagnóstico.