¿Qué pasa con la oposición? Ser o no ser…

por La Nueva Mirada

Poco. Poquito. Casi nada. A la vista, una oposición bastante “desconcertada”, como lo sostiene, con arrogancia, el encargado de contenidos en La Moneda, Mauricio Rojas. Toda una satisfacción para el citado ex mirista, que virando a la derecha en Suecia (allí fue elegido diputado) regresó al país, transformándose – siguiendo el modelo del Canciller Roberto Ampuero – en hombre de confianza del actual mandatario.

Múltiples razones inciden en el prolongado desconcierto de las filas opositoras. Más que notorio en los partidos que integraron la Nueva Mayoría y vieron desvanecerse aquel favorable escenario que cuatro años antes, instalaba, con holgada victoria, a Michelle Bachelet en la presidencia, acompañada de una inédita mayoría parlamentaria.

La contundente derrota de Alejandro Guillier, en segunda vuelta, estuvo precedida por el revés adicional que marcó la significativa votación de Beatriz Sánchez( 20%), abanderada del Frente Amplio, acompañada de una bancada parlamentaria – con más de 20 diputados y un senador – que cristalizó la sepultura del sistema binominal y el desmoronamiento del, hasta entonces, sufrido conglomerado oficialista de centro izquierda.

Los platos rotos los pagaron principalmente el PDC y PPD, con abrupto descenso parlamentario. Acentuaría el descalabro, en cadena, la baja votación de Carolina Goic, en la frustrada manifestación de camino propio de la falange, traducida en un sufrido cuarto lugar.

Cual más cual menos, todos los partidos que integraban la Nueva Mayoría debieron asumir una fuerte sangría electoral, capitalizada por la derecha y el Frente Amplio. Y si bien el nuevo oficialismo no conquistó mayoría en el parlamento, la oposición  está lejos de cristalizar una mayoría suficientemente solida y homogénea que garantice unidad de acción en el plano legislativo.

Las razones de una derrota

La descomposición política del fenecido oficialismo de Bachelet hace inviable un proceso autocrítico con patrones comunes. Se cruzan los cuestionamientos al frenesí legislativo, pretensión refundacional, auto flagelo por la retroexcavadora y, ciertamente, el efecto perverso de no haber realizado primarias. Un círculo vicioso que, en definitiva, facilitó la reinstalación de Piñera en el gobierno, haciendo olvidar el terror imperante en la derecha tras su pobre desempeño electoral de primera vuelta.

En lo mediático, el nuevo gobierno usa y abusa de lo que fuera su clave de campaña. El efecto desastroso para la economía del país que tuvo el afán refundacional de la anterior administración.

Lo cierto es que la reiteración de argumentos encontrados desde el ex oficialismo para explicar la derrota, y los efectos de la misma, pocas luces aportan para asumir la realidad de un gobierno de derecha que juega con el viento a favor. En un terreno despejado que le permite cierta impunidad política para aminorar las consecuencias de una suma creciente de errores no forzados.

El efecto devastador de una estrepitosa derrota restó sentido a la autocrítica de la errática campaña de Alejandro Guillier, mientras se sumaban las distancias al reconocimiento del legado reformista de Bachelet. Así los intentos de reordenamiento político desde los partidos de la centro izquierda, muy a puertas cerradas, entregan señales cercanas a la suma cero.

La crisis de confianza ciudadana en la política

Cuánto pesaron las pasadas de cuenta al interior del ex oficialismo? Cuánto de la crisis de conducción y coherencia política se venía arrastrando de larga data? Cuánto se escondió bajo la alfombra? Cuánto ante la evidencia del único liderazgo (Bachelet) que garantizaba derrotar a la derecha? Cuán distinta pudo ser la historia sin el golpe letal del caso Dávalos?

Cuánto aportaron los continuos errores no forzados del equipo político de la presidenta Bachelet. Con disparos continuos en los propios pies y giros que no hicieron más que prolongar el descrédito y debilidad de conducción, ante una derecha económica implacable y con un fuego mediático incontrarrestable.

Todo coincidió con el descrédito y severa crisis de confianza en los actores políticos, por el escándalo de denuncias de financiamiento ilegal de la actividad. Algo que apuntaba inicialmente a la derecha, pero terminó ensuciando a sectores del oficialismo. Una sumatoria compleja en el marco de un sistema de voto voluntario, donde el electorado de derecha – a diferencia del castigador votante progresista – no vacila en identificar a un enemigo principal, haciendo vista gorda con sus pecadores.

Que amplios sectores sociales manifiesten su hastío con los abusos inherentes de un sistema, con acentos oligopólicos en áreas sustantivas de la economía, no resta opciones electorales a la derecha. Aunque arbitrarias y lejanas a la realidad, las imputaciones de parentesco del gobierno de Bachelet, con desastres políticos como el de Venezuela y otros, identificados con tendencias progresistas en el continente, operaron mediáticamente. El todo vale tiene sus momentos propicios.

Venezuela y hoy Nicaragua – ambos países que integran la llamada alianza bolivariana por los pueblos – sumidas en profundas crisis económicas, sociales y políticas, han contribuido al descrédito de las opciones progresistas y de izquierda, que hasta hace pocos años dominaban el panorama regional. Así como hubo campaña sucia, apuntando al descalabro que implicaría un gobierno de Guillier, ocurrió en las recientes elecciones de Colombia y se intentó, sin éxito, en Méjico, en contra de Andrés Manuel López Obrador.

Ciertamente, explicar las razones de una derrota como la que sufrió la centro – izquierda en Chile es tarea compleja. Con el riesgo de la simplificación o la búsqueda de chivos expiatorios que eludan las razones más profundas. Más difícil, cuando las conducciones partidarias tienden a su reproducción. El ejercicio de la autocrítica suele ser puertas adentro, en organizaciones políticas cuyos vínculos efectivos con la ciudadanía se debilitan.  Más complejo el fenómeno, cuando el desafío no es la mera interpretación, sino extraer las lecciones y enseñanzas que permitan una adecuada rectificación.

Son procesos acumulados. Debilidades que, entre otras manifestaciones, se reflejan en la distancia con movimientos sociales emergentes, como se expresó en su momento en el ámbito de la educación y los jóvenes, hoy ante la emergencia feminista, ó más estructurales y prolongadas como los vacíos de propuestas ante reivindicaciones históricas de los pueblos originarios.

Entonces se trata de algo más que explicar una derrota electoral. Algo que tiene que ver con la capacidad de fiscalizar a un nuevo gobierno. Pero también con la capacidad de levantar propuestas en atención a las expectativas de una ciudadanía lejana y desconfiada de quienes aspiran representarla.

El  incierto futuro de la oposición

En el actual contexto, hablar genéricamente de la oposición como un ente homogéneo, ante una política de gobierno, que apuntaría centralmente a revertir las reformas de la anterior administración, resulta una simplificación muy reducida y parcial.

La Nueva Mayoría se terminó. En otro desafío y expectativas de corto y mediano plazo es necesario considerar la heterogeneidad y tensiones propias del Frente Amplio, como fuerza emergente y protagonista de una oposición al actual gobierno.

No es novedad sostener que el nuevo conglomerado constituye una heterogénea agrupación de partidos y movimientos con diversos orígenes y definiciones ideológicas. Entre otros protagonistas- algunos muy mediáticos como la diputada Jiles- agrupa desde los liberales de Mirosevic, hasta el movimiento autonomista de Boric, pasando por los humanistas de Tomas Hirsch y los integrantes de Revolución Democrática liderados por Giorgio Jackson. Tras su explosivo crecimiento en la pasada elección, no terminan de instalarse en los espacios institucionales que han conquistado, definir una postura clara frente al gobierno, o su política de alianzas a futuro.

Entrampada en falsos dilemas, como el de una oposición constructiva, o refractaria a los acuerdos, parece más bien una fuerza reactiva, donde algunos sectores se muestran sensibles al diálogo en los términos, materias  y condiciones determinadas por el gobierno. Otros manifiestan una línea más dura y confrontacional con el oficialismo, sin propuestas muy consistentes en temas sensibles y de interés ciudadano.

Probablemente sea voluntarista, o muy temprano aún,  exigirle a la oposición, en su más amplia diversidad y heterogeneidad, tanto una rigurosa autocrítica a los derrotados, como procesos de convergencia que no están avalados por consensos políticos o programáticos en el emergente Frente Amplio. Y menos proyectos de futuro, que no tienen suficiente maduración. Pero sí parece urgente que superen sus impulsos meramente reactivos a la iniciativa gubernamental, para construir propuestas, desde su diversidad hacia una unidad de acción, que les permita instalarse como una oposición  eficaz, con iniciativa política y capacidad propositiva.

Sería ciego no reconocer señales e iniciativas opositoras en materia de fiscalización al Ejecutivo. O en el ámbito de propuestas legislativas en materias relevantes, como la de senadores socialistas en el tema previsional y de los demócrata cristianos para reformar la composición del Tribunal Constitucional. La interrogante abierta es respecto del sendero a recorrer para configurar una alternativa a los ímpetus de consolidación de la derecha en el gobierno por un largo ciclo.

Es más que evidente que una oposición dividida y fragmentada como la actual, corre el riesgo de la irrelevancia y una larga travesía por el desierto, frente al propósito declarado por el oficialismo de mantenerse en el poder al menos por los próximos ocho años. Sino doce o veinte, como auguran los más optimistas.

Y los tiempos no son muy largos. En dos años el país enfrentará una elección de gobernadores regionales, alcaldes y concejales, que plantea todo un desafío para la oposición en su más amplia acepción. Enfrentarla dividida es una garantía de gran derrota. Y no es fácil componer acuerdos meramente electorales, que no se funden en mínimos consensos políticos y programáticos. Sobre todo sin liderazgos claros y con el desafío de unir antes que dividir.

 OFICIALISMO: NO TODO ES MIEL SOBRE HOJUELAS

Pero en política, nadie tiene clavada la rueda de la fortuna, como demuestra la historia reciente. Y aún el gobierno, con su lento y complejo proceso de instalación, no termina por desplegar una agenda muy sustantiva, en materias tan sensibles y complejas como la reforma tributaria ó del sistema de pensiones, la política de infancia o la reconversión productiva, instalada abruptamente con la decisión de IANSA de cerrar su planta de Linares. O la segregación urbana, relevada por Joaquín Lavín, incomodando a sectores oficialistas. Tal como ocurre con la atrevida iniciativa del ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno, para abordar las tensiones en la Araucanía.

La suerte del gobierno de Sebastián Piñera no se juega tan sólo en la posibilidad de recuperar tasas de crecimiento “impetuosas”, aprovechando las buenas condiciones que presenta la economía mundial (amenazadas por la guerra comercial impulsada por Donald Trump).

Se juega ciertamente en el desafío de atenuar el sensible tema de las desigualdades que marcan cotidianamente a nuestro país. En la necesidad de acortar la brecha de los ingresos, mejorar la salud, la educación y la previsión social. Terminar con las discriminaciones sociales y de género. En ofrecer nuevas oportunidades a los jóvenes, los pueblos originarios, la tercera edad. En rigor, quizás paradojalmente, intentando apropiarse de las banderas históricas del progresismo. Una pretensión evidente en sectores del oficialismo, que provoca resistencias en sus propias filas.

Especulaciones y pretensiones en hora temprana

A menos de seis meses de instalado el gobierno, ya existen más de 20 cuasi precandidatos presidenciales, o personeros que han manifestado “estar disponibles” para disputar la sucesión de Piñera. Algunos, como Andrés Allamand o Manuel José Ossandón, se despliegan por el país en lo que puede parecerse mucho a pre campañas, en tanto que otros (as) han expresado su “disponibilidad”, como el senador Francisco Chahuán y otros más, con un sentido de antelación ciertamente estéril.

Son ruidos mediáticos, con mucha especulación y escaramuzas de escasa trascendencia, asumiendo que las cartas más serias saben cuidar sus movimientos y posicionarse a partir de resultados de gestión más sólidos o trascendentes, como lo intenta el ministro Alfredo Moreno.

Muchas cosas pueden pasar y pasarán antes que se configuren los escenarios de la próxima elección presidencial y parlamentaria. La principal tarea del oficialismo hoy es hacer un buen gobierno y aún no existe suficiente consenso en lo que aquello implica. Las propias divisiones de la oposición, como contrapunto la principal fortaleza oficial, pueden estimular apresuramientos y disputas por la hegemonía y el liderazgo en la derecha.

La tarea de la oposición, antes de pensar en alianzas electorales o candidaturas presidenciales (aunque el anticipar los apetitos no es tentación tan lejana, como lo demostró el senador Lagos Weber), es consolidar una oposición eficaz. No simplemente reactiva a la iniciativa oficial, sino enfrentando el desafío de levantar banderas y unidad de acción ante el Ejecutivo. Parece el camino ineludible para ganar la confianza de la ciudadanía, transitar con proyectos de futuro que convoquen la mayoría social y política perdida en la pasada elección ante la derecha.

Los partidos que integraron la Nueva Mayoría y el Frente Amplio, con dispares realidades y desafíos, están al debe.

También te puede interesar