Por Sergio Bravo
Ex alumno del Instituto Nacional.
Promoción 1966
Hace un mes atrás yo formaba parte de esa inmensa mayoría de chilenos que no entendíamos lo que pasaba en el Instituto Nacional, el establecimiento educacional más antiguo del país y uno de los referentes más importantes de la educación pública de Chile, por más de doscientos años. El largo y ascendente período de tomas, paros, marchas, enfrentamientos con la policía y destrucción de mobiliario eran para mí especialmente dolorosos porque soy un agradecido y orgulloso exalumno del “primer foco de luz de la nación”, cuyos destellos esta vez no provenían de las aulas sino de las llamas de las barricadas y el estallido de las bombas molotov.
A pesar de los compromisos para mejorar la infraestructura, concesiones de la autoridad a algunas de las demandas más concretas del alumnado y esfuerzos del Centro de Exalumnos para financiar a través de generosos aportes y donaciones la renovación del mobiliario y refacción del edificio, las movilizaciones y la acción de los grupos más radicales, lejos de disminuir, aumentaron. Iniciativas como el programa “Sala por Sala”, que consistía en ir modernizando paulatina y sostenidamente cada aula, o la inauguración del Centro de Extensión en las antiguas catacumbas (el discutido “elefante blanco” construido sin fijarse en gastos en tiempos de crisis), le echaron más leña al fuego.
Parecía una paradoja que, entre más reuniones, compromisos, cartas públicas e involucramiento de exalumnos, padres y apoderados, más radical era la respuesta de los estudiantes institutanos, que alcanzó un doloroso clímax con la destrucción de dependencias, el incendio de la Inspectoría General y la quema del legendario estandarte del Instituto, quizás el símbolo más preciado de sus 206 años de historia.
Parecía una paradoja que, entre más reuniones, compromisos, cartas públicas e involucramiento de exalumnos, padres y apoderados, más radical era la respuesta de los estudiantes institutanos, que alcanzó un doloroso clímax con la destrucción de dependencias, el incendio de la Inspectoría General y la quema del legendario estandarte del Instituto, quizás el símbolo más preciado de sus 206 años de historia.
Es cierto que entre algunos de sus más preclaros exalumnos había surgido la tesis de que la movilización y la violencia iban mucho más allá de la acción de un grupo de delincuentes anarquistas encapuchados y que constituía una protesta estructural contra el sistema. Pero aparentemente se trataba de una rebelión que no tenía correlato ni sustento en la inmensa mayoría de la población, que no solo no se había rebelado contra el sistema, sino que le había dado su espaldarazo al elegir hace dos años a un presidente de la república que encarnaba precisamente la mantención y profundización del modelo neo liberal, entonces abollado por algunos embates laterales por el gobierno de Michelle Bachelet.
Por lo tanto, hasta el 18 de octubre de 2019, la crisis del Instituto Nacional era, para la mayoría de la población, el producto de un pequeño tumor maligno y anormal que impedía el desarrollo virtuoso de los miles de alumnos que querían estudiar. Y aún para los pocos que la habían diagnosticado como una respuesta antisistema, escapaba al clima de la polis y a la normalidad con que transcurría la vida cotidiana de los chilenos, salpicada de vez en cuando por alguna marcha contra el cambio climático o NO+AFP.
Por lo tanto, hasta el 18 de octubre de 2019, la crisis del Instituto Nacional era, para la mayoría de la población, el producto de un pequeño tumor maligno y anormal que impedía el desarrollo virtuoso de los miles de alumnos que querían estudiar.
Pero resulta que no era tal rareza. No era verdad que la fronda institutana fuera ajena al pulso y al corazón de la sociedad chilena. Y eso quedó de manifiesto de una manera sorprendente y con una magnitud insospechada aquel viernes de octubre que quedará grabado a fuego en las páginas de nuestra historia.
Pero resulta que no era tal rareza. No era verdad que la fronda institutana fuera ajena al pulso y al corazón de la sociedad chilena.
El estallido social aún en marcha descorrió sin proponérselo el tupido velo que impedía ver, a la mayoría de la sociedad chilena, las causas y razones de la crisis del Instituto Nacional.
Hasta entonces, al parecer cada uno pensaba que la frustración, la indignación por las expectativas incumplidas, la desesperación frente al endeudamiento exponencial y la pobreza, la rabia contra el estado de cosas y la desigualdad obedecían a un problema personal e individual que era culpa, competencia y resorte de cada uno de nosotros. Pero ese día, al detonar la protesta de cada uno, nos dimos cuenta que no éramos nosotros los culpables ni la víctimas aisladas de los flagelos que nos aquejaban, sino que el origen, la causa y la consecuencia estaban en el modelo y que la madre del cordero era el país que habíamos construido durante años, antes y después de la dictadura.
Habíamos sido capaces de conquistar la libertad pero no la igualdad, la justicia y la dignidad para todos los chilenos. Y al darnos cuenta que esa certeza y esa convicción era mayoritaria y transversal a toda la sociedad chilena, se desencadenó el proceso masivo más intenso, radical y convulsionado de nuestra historia.
Se avivó como un rescoldo pocos años después en el actual Liceo A-0, denominación que el sistema le otorgó al Instituto y que jamás será aceptado por la comunidad institutana.
Pues bien, una convicción similar, aplicada a la realidad educacional, se había producido con años de anticipación entre los alumnos del Instituto Nacional. Lo que partió como la “revolución pingüina” en el 2011, que conquistó heroicamente el fin al lucro, se había desactivado tras los inconducentes mea culpas y promesas de todas las autoridades de la época, pero se avivó como un rescoldo pocos años después en el actual Liceo A-0, denominación que el sistema le otorgó al Instituto y que jamás será aceptado por la comunidad institutana.
Al igual que lo ocurrido actualmente con las protestas, en ese entonces el Instituto “despertó”.
Primero, al igual que hoy, surgieron las demandas por los problemas materiales, el día a día, la subsistencia. Un establecimiento sin recursos, con una infraestructura antigua y en pésimo estado, baños insalubres, falta de laboratorios, salas sin calefacción, ni instalaciones mínimas. (Los bancos del Instituto son los mismos que yo usé cuando estudié hace 54 años y muchos solo conservan los pedestales de fierro en que los alumnos utilizan sus propias mochilas como cubierta para poder tomar apuntes y rendir pruebas).
Los bancos del Instituto son los mismos que yo usé cuando estudié hace 54 años
Pero a poco andar, así como la gente se alzó primero por los treinta pesos y después por los treinta años de abuso (sueldos y pensiones, salud y educación , corrupción y una desigualdad impúdica), para entonces darse cuenta que esas carencias eran producto del modelo, los alumnos del Instituto Nacional se dieron cuenta mucho antes que las miserias del establecimientos no eran productos de una mala administración, de presupuestos insuficientes ni de decisiones erróneas de gestión, sino que obedecían a la esencia del sistema privado y mercantil de la educación chilena. Y que lo que sucedía con la declinación y el abandono del “primer foco de luz de la nación” era el reflejo de la destrucción y desmantelamiento de la educación pública, uno de los pilares fundamentales para la construcción de nuestro país hasta el advenimiento de la dictadura.
era el reflejo de la destrucción y desmantelamiento de la educación pública, uno de los pilares fundamentales para la construcción de nuestro país hasta el advenimiento de la dictadura.
No es porque el Estado sea un mal gestor educacional que los llamados establecimientos emblemáticos hayan devenido en una situación material, social y académica deplorable. El Instituto Nacional, los Liceos 1 y 7 de Niñas, el Liceo de Aplicación, el Internado Nacional Barros Arana, el Liceo Lastarria, el Carmela Carvajal, el Liceo Manuel de Salas – por nombrar solo algunos de los establecimientos capitalinos -, no se convirtieron en “malos” de la noche a la mañana por culpa de sus profesores o de la calidad de sus alumnos.
El Instituto Nacional, los Liceos 1 y 7 de Niñas, el Liceo de Aplicación, el Internado Nacional Barros Arana, el Liceo Lastarria, el Carmela Carvajal, el Liceo Manuel de Salas – por nombrar solo algunos de los establecimientos capitalinos -, no se convirtieron en “malos” de la noche a la mañana por culpa de sus profesores o de la calidad de sus alumnos.
Es porque la legislación actual, herencia de la dictadura, condenó a muerte a la educación pública al desligarla de las responsabilidades del Estado y entregarlas a las Municipalidades, sin recursos y convertidas en sostenedoras, en competencia con un sector privado capitalizado que tuvo por años la ventaja de contar con el copago de sus alumnos.
El predominio del mercado y la concepción de la educación como bien transable y de consumo, el abandono del rol educador del Estado y su carácter subsidiario, la asfixia económica y la pesada carga de tener que absorber sin ninguna ventaja ni contraprestación a los sectores más vulnerables, baldados y abandonados han conducido a la crisis terminal de la educación pública. Y tal como hoy los chilenos nos hemos convencido que no hay soluciones estructurales posibles sin una nueva Constitución, los alumnos del Instituto Nacional concluyeron hace tiempo que no hay posibilidad alguna de recuperar el sitial histórico de los colegios emblemáticos, sin echar abajo el principio de subsidiariedad, la municipalización, la LOCE y el conjunto de disposiciones que regulan el actual sistema de educación mercantil y privado.
En el caso particular del Instituto, la situación se agrava por la destrucción de su carácter de establecimiento de excelencia que forma parte de su “ethos” fundacional, heredado del propio Camilo Henríquez: “El gran fin del Instituto es dar a la patria ciudadanos que la dirijan, la defiendan, la hagan florecer y le den honor”.
En efecto, históricamente el Instituto fue un reflejo de lo mejor de la diversidad sociocultural de la nación, con un carácter transversal que reunía a los sectores más lúcidos de la sociedad chilena, independiente de su posición social, su condición económica, su credo y su procedencia.
En efecto, históricamente el Instituto fue un reflejo de lo mejor de la diversidad sociocultural de la nación, con un carácter transversal que reunía a los sectores más lúcidos de la sociedad chilena, independiente de su posición social, su condición económica, su credo y su procedencia.
En su larga historia, en sus aulas se reunían hijos de ricos y de pobres, de católicos y laicos, de judíos y árabes, de empresarios, profesionales, comerciantes y trabajadores, bajo un solo objetivo y un mismo lema “Labor omnia vincit” (El trabajo todo lo vence). De allí han salido numerosos Presidentes de la República, hombres de Estado, intelectuales de nota, empresarios, científicos y artistas connotados que han prestado servicios destacados al país.
Y hoy, ese carácter de espejo y luz de la vida pública, se encuentra ausente por el estado calamitoso al que ha sido llevado por el modelo de educación neoliberal. Aunque sigue siendo un liceo con una educación de calidad y el alumnado proviene de una encomiable meritocracia, la cobertura se reduce a los sectores de clase media modesta de la población. No van los hijos de empresarios, políticos, destacados profesionales ni intelectuales de nota.
Aunque sigue siendo un liceo con una educación de calidad y el alumnado proviene de una encomiable meritocracia, la cobertura se reduce a los sectores de clase media modesta de la población. No van los hijos de empresarios, políticos, destacados profesionales ni intelectuales de nota.
La prueba más tangible de esta situación es que la inmensa mayoría de ex institutanos no ha educado a sus hijos en el establecimiento y los actuales alumnos saben que la épica que se les inculca desde su ingreso carece de verdad, porque de allí no van a salir quienes dirijan el país y decidan su destino. El discurso no se condice con la realidad, la promesa deviene en estafa y el Instituto ve traicionada su historia y herida su dignidad.
El discurso no se condice con la realidad, la promesa deviene en estafa y el Instituto ve traicionada su historia y herida su dignidad.
En consecuencia, no se trata del alcalde Alessandri o de la ex alcaldesa Tohá, de la rectora subrogante o el rector Soto, de las inyecciones de presupuesto ni de las acciones benéficas de los ex alumnos para mejorar las condiciones de la enseñanza. El movimiento y la crisis del Instituto Nacional no se va a resolver en tanto no se aborden los grandes problemas de la educación pública, el rol del estado y la ubicación del Instituto Nacional en la primera línea de la educación de excelencia para “dar a la patria ciudadanos que la dirijan, la defiendan, la hagan florecer y le den honor”.
Establecido que la crisis del Instituto Nacional es entonces una anticipación premonitoria del estallido social de octubre del 2019, hay muchos otros aspectos que relacionan ambos movimientos y que es útil tener en cuenta para sacar conclusiones aleccionadoras. En particular, en torno a la dimensión social y colectiva de las demandas, a su carácter solidario y a las formas de lucha para la consecución de sus objetivos.
En cuanto a la dimensión social y colectiva, las autoridades de turno y el alcalde de Santiago han cuestionado reiteradamente que los alumnos del Instituto reclamen por una educación de calidad y les han enrostrado que no tienen derecho a manifestarse porque son privilegiados, con una educación de primer nivel que les asegura altos puntajes en la PSU y el ingreso a las mejores universidades del país. Este cuestionamiento es similar al que se hizo a los estudiantes cuando lideraron el movimiento de evasión masiva del pago del Metro que condujo al actual estallido social, argumentando que no tenían motivo para reclamar puesto que el pasaje escolar no había subido. En ambos casos la autoridad recurrió a la lógica del razonamiento individualista según el cual aquello que no me afecta no debe importarme y menos ser motivo para provocar una acción colectiva; un paradigma que la sociedad chilena se ha encargado de desestimar, poniendo en valor el interés colectivo por sobre el individual y la solidaridad por encima de la competencia.
Las autoridades de turno y el alcalde de Santiago han cuestionado reiteradamente que los alumnos del Instituto reclamen por una educación de calidad y les han enrostrado que no tienen derecho a manifestarse porque son privilegiados, con una educación de primer nivel que les asegura altos puntajes en la PSU y el ingreso a las mejores universidades del país.
La escalada de violencia y los actos vandálicos que inexorablemente acompañan los estallidos sociales – un término útil para referirse a procesos de convulsión no del todo definidos -, no obedecen necesariamente a mentes enfermas, termocéfalos resentidos y desadaptados sino que comprometen a miembros de la comunidad integrados a la convivencia diaria y natural de sus instituciones. Un ejemplo palmario de lo anterior es que el primer detenido y formalizado por la vandalización de estaciones del Metro, es nada menos que un respetable cuarentón, profesor y académico de la Universidad del Desarrollo, asociada indisolublemente con los sectores más conservadores de la sociedad chilena.
Esta reivindicación de la violencia como forma de lucha para provocar los cambios sociales es recurrente en la historia y cobra particular validez cuando las instituciones se ven afectadas por su falta de legitimidad.
Esta reivindicación de la violencia como forma de lucha para provocar los cambios sociales es recurrente en la historia y cobra particular validez cuando las instituciones se ven afectadas por su falta de legitimidad. En tal caso, la anomia y el vacío de poder son el contexto ideal para desconocer y reemplazar el orden vigente, que aunque se sustenta en un marco legal no se sostiene porque carece de legitimación. Luis XVI, investido con toda la legalidad del régimen monárquico, perdió la cabeza por la crisis de legitimidad que puso fin a la monarquía absoluta.
Luis XVI, investido con toda la legalidad del régimen monárquico, perdió la cabeza por la crisis de legitimidad que puso fin a la monarquía absoluta.
En el caso de la crisis institutana – harto más doméstica que la toma de la Bastilla -, la falta de legitimidad ha validado la existencia de una vanguardia jacobina que apela a la destrucción de símbolos e infraestructura y cuenta sino con el apoyo, con la comprensión del resto de la comunidad estudiantil.
El propio Presidente del Centro de Alumnos del Instituto Nacional ha señalado “son estudiantes desesperanzados, radicalizados y que tienen rabia igual que nosotros, sólo que le damos la vuelta y no caemos en esos hechos de violencia. Sí, existe el entendimiento con ellos. Por ende, no nos agarramos entre nosotros a combos, ni nada parecido. Entendemos que son parte derechamente del movimiento estudiantil.”
Es decir, los violentistas no son solo delincuentes, anarquista e inadaptados, sino que en buena medida son jóvenes dispuestos a mantener un clima de agitación y turbulencia que impida al statu quo retomar las riendas del conflicto y neutralizar los avances del movimiento estudiantil.
Al igual que en el estallido social de octubre, los manifestantes pacíficos del Instituto piensan que no es posible volver a la normalidad mientras no se aseguren los cambios fundamentales del paradigma del modelo de educación neoliberal y ven en la violencia una vía legítima.
Al igual que en el estallido social de octubre, los manifestantes pacíficos del Instituto piensan que no es posible volver a la normalidad mientras no se aseguren los cambios fundamentales del paradigma del modelo de educación neoliberal y ven en la violencia una vía legítima.
El punto está en poder distinguir entre esa vanguardia enfocada en provocar el cambio y los elementos anarquistas y antisociales que hacen del conflicto un fin en sí mismo. En tal sentido, al igual que en el estallido social, hay una delgada línea roja que divide la acción política en busca de un fin determinado del vandalismo que no tiene por objetivo ninguna salida institucional a la crisis.
Como en todo proceso revolucionario – y en algún sentido el estallido social y la crisis institutana lo son -, nos encontramos en un punto de inflexión de resultado incierto, cuyo destino puede oscilar entre la instauración de un nuevo orden o la involución a un estado reaccionario que profundice la desigualdad, el individualismo, la exclusión y los privilegios de unos pocos.
Lo que sí es claro, es que no estamos en presencia de un problema de orden público, asunto que ni el presidente Piñera – respecto al estallido social – ni el alcalde Alessandri – en relación al Instituto -, han sabido comprender, sino ante un proceso que no terminará hasta que se desaten los nudos gordianos de nuestra institucionalidad. Y la peregrina idea de cerrar el año escolar e incluso de eliminar definitivamente al Instituto Nacional como establecimiento obedece a la miopía de mirar la crisis como un problema de orden público y de creer que un sostenedor ocasional puede eliminar administrativamente una de las instituciones fundacionales de la república.
Lo que sí es claro, es que no estamos en presencia de un problema de orden público, asunto que ni el presidente Piñera – respecto al estallido social – ni el alcalde Alessandri – en relación al Instituto -, han sabido comprender, sino ante un proceso que no terminará hasta que se desaten los nudos gordianos de nuestra institucionalidad.
La persistencia del Instituto Nacional como “primer foco de luz de la Nación” y emblema de la educación pública es una idea poderosa afianzada en la historia y proyectada hacia el porvenir. Lo más difícil para combatir una idea, es que las ideas no mueren y cuando alguien intenta sepultarlas bajo tierra, florecen.
1 comment
Que’ forma tan clara de expresar y explicar el por que’ de la crisis que estamos viviendo.Plenamente de acuerdo con sus planteamientos y ojala’ las autoridades y dema’s personas que corresponda depongan sus actitud de intereses egoistas y se pongan de acuerdo para buscar realmente las soluciones que corresponda antes de que ma’s jo’venes , niños , adultos mayores y trabajadores en general( incluidos Carabineros) sigan exponiendo sus vidas para lograr el verdader o Cambio que traiga la anhelada Paz y Justicia Social a nuestro querido y sufrido Pais.