No sé si aún será así, pero de las primeras cosas que aprendí en la escuela estaba la siguiente aseveración: “el Hombre es un ser social”, que repetí en interrogaciones y pruebas escritas al pie de la letra durante mis años de básica.
Pero fue recién en la Universidad cuando comprendí la profundidad del concepto: ser social quiere decir que uno es con otros; sin esos otros, no hay posibilidad de ser plenamente humanos. En el aislamiento, en la separación, no hay posibilidad de reconocerse como un individuo: son los otros los que nos devuelven nuestro rostro, nuestro carácter, nuestras risas, nuestra estatura y anchura y nosotros a la vez, somos el espejo de ellos-as y así vamos integrando las características propias y procesando las diferencias.
Uno se reconoce en el otro y viceversa. En ese acto se produce una resonancia que nos hace sentir “parte de”. En el extremo individualismo que ha sembrado y que hoy cosecha en abundancia el neoliberalismo, ese reconocimiento se rompe, todo se transforma en algo puntual, no hay permanencia y se instala la soledad y con ella la depresión que arrasa con una población que desconoce la empatía, que se ha jugado por sí, ante sí y hoy naufraga en una soledad aterradora.
En los medios de comunicación, lo que menos hay es comunicación, sino propaganda, exibición, todo es un juego en que el azar y no la determinación de un ser humano es el que otorga el triunfo o la derrota. La apariencia y no la esencia conforman la escenografía de las pantallas y el discurso de las mentiras y el miedo llenan los minutos de cada programa.
Las instituciones de la República, cual más cual menos, exhiben las debilidades de lo que no han enfrentado dentro del juego del poder. Y la oposición, en este caso la Derecha, trabaja activamente para obtener un PHD en Miedo.
Y entonces, con un desparpajo increíble, aparecen los Señores del neoliberalismo gritando ¡cómo es posible!, ¡esto se debía haber hecho antes!, ¡aquí hay que pedir cuentas!, ¡la violencia es una lacra!, etc. etc. etc.
Así surge el discurso de “somos todos parte”, “esta violencia destruye lo que es de todos” Y el 75% de la población no entiende a qué se refieren, porque hace decenios que ellos-as no son parte de nada: estudiaron con Crédito con aval del estado y hoy Mariela trabaja como Profesora con un sueldo de $550.000 mensuales y debe pagar al CAE. El saldo queda para pagar arriendo, transporte, alimentación, luz, agua, gas, etc. Con la pandemia trabajó en casa y hoy está con licencia porque seguir a su curso por pantalla, vigilar a sus hijos en sus tareas, mirar la olla de la comida, etc. la dejó con un agotamiento mayor y…depresión.
Sin apoyo, se siente abandonada de todos, otros colegas están igual. ¿A dónde volver los ojos? El Consultorio tiene 1 Psicólogo que da hora para 3 meses más, no está en condiciones de pagar $25.000 la consulta más barata particular. ¿A qué parte pertenece Mariela?
Son tantas las urgencias y el abandono que, ciertamente, no fueron causados por el actual gobierno, pero los señores que levantan la voz, con un descaro increíble piden que en 2 meses se haga lo que no hicieron en 30 años.
Nos desafía reencontrarnos, recomenzar a tejer lazos y construir puentes. Es urgente hacerlo para que Mariela y Juan y Evelyn y tantos y tantas encuentren un rostro y unas manos que les permitan creer de verdad que pertenecen a este tejido, que son parte de esta sociedad y país, que les necesitamos, les reconocemos.
Pero antes, lo que quiere decir ahora, debemos reconocernos y entender, integrar y escuchar a esa parte del tejido desgarrado.