Se pone en juego el estado democrático

por La Nueva Mirada

Por Mario Valdivia V

Más que una crisis económica más grande que todas las conocidas – más o menos de la misma clase, pero mayor -, la pandemia del Covid 19 ha producido algo nuevo: una incertidumbre radical sin precedentes. Nadie sabe cuánto durará la clausura de actividades, la ausencia de ingresos, el desempleo, si se inventará o no una vacuna o algún medicamento eficaz. (Hay que recordar que el virus del SIDA no tiene una vacuna hasta el día de hoy). Las disrupciones causadas por el distanciamiento corporal pueden durar años; por lo menos hasta inicios del 2022, como mínimo. En el intertanto, una completa incertidumbre.

La incertidumbre desespera a la mayoría “de a pie”. Todos sufren con ella, nadie sabe a qué atenerse, pero mucho menos quienes cuentan con un patrimonio. Más, mucho más, sufren quienes solo cuentan con capacidad de trabajar en fábricas, comercios y oficinas – y se encuentran “temporalmente” sin trabajo -, quienes comercian en ferias y calles “temporalmente” clausuradas, quienes tienen emprendimientos pequeños. Para ellos y ellas la ansiedad se hace insoportable. Hay familias que mantener, hijos e hijas que alimentar, viejos que cuidar. Hay un aislamiento difícil de soportar en condiciones hacinadas… nadie sabe por cuánto tiempo. A lo más se cuenta con aportes fiscales transitorios. El radical estrechamiento del horizonte de condiciones previsibles – con las que se cuenta con un mínimo de certeza – es desesperante.

La incertidumbre desespera a la mayoría “de a pie”.

Una incertidumbre basal que produce una impotencia tan omnipresente como cotidiana, crea ánimos desesperados, de queja, enojo y victimización; una sensación de injusticia insoportable y movilizadora. Más que la caída del PIB o el aumento de esta cifra y aquella, la incertidumbre es la crisis.

Más que la caída del PIB o el aumento de esta cifra y aquella, la incertidumbre es la crisis.

Se dice que el Estado sostiene su autoridad precisamente en el hecho de asegurar a los ciudadanos un horizonte de certidumbre en un mundo que, de no existir aquel, sería completamente peligroso por lo impredecible; uno de poderes abusivos, arbitrarios y caprichosos. Crear un horizonte de estabilidad y predictibilidad – de certidumbre – para las grandes mayorías que carecen de reservas de estabilidad es lo que está en juego hoy. Es en lo que se espera que el Estado no falle. Lo mínimo.

Es en lo que se espera que el Estado no falle. Lo mínimo.

Pero está fallando. Presos de ideologismos económicos y esperanzados (secretamente llenos de terror) de que se superará el “shock” en poco tiempo, para regresar a situaciones pasadas “normales”, los agentes del Estado resignan su obligación medular: producir un horizonte de certidumbre para quienes es cuestión de vida o muerte. Olvidar el carácter transitorio de las soluciones macroeconómicas y encarar con decisión el rediseño de la infraestructura de fábricas y oficinas, calles, ferias y mercados, es lo central para avanzar en producir estabilidad hoy.

los agentes del Estado resignan su obligación medular

Perdido, por su impotencia, el sentido y la justificación del Estado, lo que se pone en juego día a día es la supervivencia del orden democrático. Para la mayor parte de las personas, vivir en la incertidumbre que enfrentan hoy es insufrible.

lo que se pone en juego día a día es la supervivencia del orden democrático.

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