Sebastián Piñera Echeñique Retrato Hablado – La historia de una foto. Por Gabriel Pérez Mardones

por La Nueva Mirada

Habían pasado solo unos meses desde el bochornoso Piñera-Gate y mientras revisaba la lista de personajes que incluiría en la exposición – Santiago, Ritmos de una Ciudad – me llegó la confirmación de que Sebastián aceptó la propuesta que le hice y por lo tanto tenía día y hora para efectuar la sesión de fotos.

Me preparé con bastante anticipación, compré los insumos necesarios para que nada me faltara en dicha sesión y esperé con cierto nerviosismo que llegara el día. Por eso, una vez que crucé el umbral de sus oficinas de la calle San Sebastián y el Senador me recibió con ese tono tan peculiar que lo caracteriza, me instalé en su despacho como un ser invisible. No prestó atención a ninguno de mis movimientos y me dejó fotografiarlo con total libertad. Por eso pude inmortalizarlo mientras escuchaba atento las notas que le dictaba su secretaria y anotaba los compromisos pendientes, por eso cuando hablaba por teléfono y deambulaba de un lado para otro yo lo seguía a través del lente y detenía cada instante. Al cabo de media hora, recogí el bolso donde estaban los lentes, guardé la cámara fotográfica, desarmé las dos luces y con un tibio hasta luego, me retiré casi como un fantasma.

Trece años después – cuando Piñera era candidato y sus oficinas se habían trasladado a la calle Apoquindo 3000 – me tocó repetir la escena; esta vez para un importante medio de comunicación y en circunstancias totalmente distintas. Al frente tenía a un aspirante a la Presidencia de la República y en plena campaña electoral. Sin embargo, no pude ser parte de una atmósfera fantasmal; ya no tenía la vía libre para fotografiarlo en cualquier circunstancia y el mensaje dictado por él mismo fue muy categórico: tienes 4 minutos para tomar las fotos. Dada la escasez de tiempo y la premura a la que fui sometido, le sugerí al candidato si podía fotografiarlo mientras Roberto lo entrevistaba; ya que inmerso en esa dinámica podía establecer un ángulo más coloquial y su imagen tendría una mayor frescura; pero de inmediato recibí un no como respuesta, aduciendo que el destello del flash lo desconcentraba durante la entrevista.

Pasaron los 4 minutos y repentinamente escucho su voz con ese tajante tonito: hasta aquí nomás, se acabaron las fotos. Con cierta desazón miro a Roberto y posteriormente mi cámara que contenía solo siete imágenes del candidato y no había opción de seguir disparando el obturador.

Acto seguido, nos sentamos en una mesa mientras un mozo servía café y Roberto le presentaba los contenidos de la entrevista. Sebastián anotaba los pormenores de esta con el sigilo que lo caracteriza. Lo observé con detenimiento y pensé: no tengo ninguna foto de él escribiendo.

Fue en ese preciso instante cuando me acordé de Yousuf Karsh…

Y como aún no empezaba la fase que instala pregunta y respuesta y la grabadora no estaba encendida, agarré la cámara y rápidamente disparé una secuencia de fotos. Ese intempestivo acto me costó la rabiosa interpelación del candidato y fui conminado a dejar la cámara sobre la mesa o en su defecto tendría que hacer abandono de la oficina inmediatamente. Todo esto, bajo el alero de un lenguaje excesivamente soez y a unos decibeles un poco exagerados. Roberto me miró con una expresión de incredulidad; no daba crédito al exabrupto del presidenciable tratándose de fotografías para una entrevista; pero Sebastián dejó muy claro quién manda en sus oficinas y este dictamen es sin derecho a réplicas.

Han pasado más de quince años de ese segundo episodio y mirándolo en perspectiva; esa actitud matonesca ya no es ninguna sorpresa. Ejemplos hay muchos para mostrar sus desafortunadas intervenciones; sus reiterados chistes de mal gusto, las maniobras extrañas para bajar proyectos y subir otros de su conveniencia, la incesante elusión de responsabilidades, la constante tergiversación de determinados hechos y el aprovechamiento in extremis de información privilegiada; pero bueno, son artimañas que el Presidente se conoce de memoria y casi como si fuera un personaje sacado de una exitosa serie de Netflix – vaya paradoja – lo interpreta a cabalidad.

Por suerte ya queda poco para que se termine el mandato del peor Presidente de la historia Republicana.

Texto y Photo: Gabriel Pérez Mardones

También te puede interesar

Deja un comentario